Capítulo 6: Las Alas del Silencio
La ciudad celestial estaba en calma aquella noche, un sosiego extraño para un reino siempre activo. El horizonte dorado que rodeaba el Reino de los Ángeles permanecía en su habitual estado de serenidad, pero bajo la superficie, las tensiones continuaban creciendo. Lorian caminaba en solitario por los jardines divinos, oculto bajo las sombras de los enormes pilares de mármol que se alzaban en lo alto. Su mente estaba dividida entre las palabras de Seraphiel y las promesas tentadoras que los demonios le habían susurrado.
La herencia Nephilim en su sangre ardía, un recordatorio constante de su naturaleza prohibida. Había algo oscuro y potente en su interior, un poder que aún no entendía del todo, pero que lo llamaba con insistencia, exigiendo ser liberado.
Seraphiel había sido claro: el destino de los Nephilim, tanto tiempo olvidado, no tenía lugar en el cielo. Sin embargo, había dejado abierta una pequeña posibilidad: si lograba ganarse la confianza de las legiones celestiales, si lograba demostrar que no era una amenaza, tal vez habría un lugar para él. Pero sabía que esto era una ilusión peligrosa. Los ángeles eran criaturas de ley y orden; una aberración como él nunca sería aceptada.
De repente, sintió una presencia a su lado. Giró rápidamente, su mano derecha alcanzando instintivamente el lugar donde ahora guardaba una pequeña daga de luz que había aprendido a invocar en sus entrenamientos. Pero cuando vio quién lo acompañaba, bajó el arma lentamente.
Era Cassiel, el ángel guardián de los secretos, una figura enigmática incluso entre los ángeles. Su rostro, siempre imperturbable, parecía llevar consigo la gravedad de todos los secretos del universo.
—No puedes ocultar lo que eres para siempre, Lorian —dijo Cassiel con una voz suave, pero cargada de intención.
Lorian sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que Cassiel había visto algo, algo que incluso Seraphiel no había logrado percibir.
—No entiendo de qué hablas —respondió con cautela, aunque sabía que mentir ante el ángel de los secretos era inútil.
Cassiel esbozó una ligera sonrisa, más de comprensión que de burla.
—Eres un Nephilim, y ya hay muchos que lo saben, incluso entre los demonios. El equilibrio en los cielos es frágil, y tu existencia solo lo complica más. Debes ser cuidadoso, porque ahora hay ojos en todas partes.
Lorian miró a su alrededor, su respiración acelerándose. El viento que antes era cálido ahora se sentía gélido, como si todo a su alrededor estuviera observándolo, juzgándolo.
—¿Y qué sugieres que haga? —preguntó finalmente, bajando la voz—. No pedí esto, pero si se descubre lo que soy, seré destruido.
Cassiel lo observó en silencio por un momento antes de hablar.
—No todos los ángeles verán tu existencia como una amenaza, pero necesitarás aliados. Yo, por ejemplo, puedo guardar secretos, pero incluso el guardián de los secretos tiene sus límites.
Lorian frunció el ceño. ¿Un aliado? ¿Cassiel realmente estaba ofreciéndole su ayuda, o simplemente quería obtener información? El ángel de los secretos nunca daba algo sin recibir a cambio, y eso lo inquietaba.
—¿Por qué ayudarías a un Nephilim? —inquirió, estudiando el rostro del ángel, buscando una fisura en su compostura.
Cassiel, siempre impasible, mantuvo su serenidad.
—Porque incluso los ángeles pueden comprender el peso del destino —respondió, y tras esas palabras, desapareció en la bruma de la noche.
Capítulo 7: Los Ecos del Infierno
Las arenas del cielo eran silenciosas esa noche, pero lejos, más allá de los muros que separaban el Reino de los Ángeles de los territorios oscuros, el Abismo bullía de actividad. En el infierno, las legiones demoníacas se preparaban para una invasión que cambiaría el curso de la existencia. El equilibrio cósmico estaba en juego, y la llegada de Lorian, un Nephilim renacido, había acelerado los planes de los caídos.
Lucifer, el Príncipe de las Tinieblas, se sentaba en su trono, observando el fuego que se arremolinaba en las profundidades del Abismo. Sus ojos destellaban con astucia, su mente trabajando en innumerables estrategias. Los Nephilim, aquellos mestizos entre ángeles y humanos, habían sido erradicados hacía milenios. Pero ahora, un nuevo Nephilim caminaba en los cielos, y eso lo cambiaba todo.
Una sombra serpenteante apareció ante él, la figura de un demonio con una piel rojiza y alas descomunales. Belial, uno de los generales más poderosos del Infierno, inclinó la cabeza ante su maestro.
—El Nephilim ha sido detectado, mi señor. Nuestros exploradores confirman su presencia entre los ángeles —informó, su voz grave resonando en la sala.
Lucifer sonrió, una sonrisa que no era más que un reflejo de su maquiavélica ambición.
—Así que es cierto. El Cielo se ha vuelto débil si han permitido que un Nephilim prospere entre ellos.
Belial asintió, pero no sin preocupación.
—El joven está ganando poder, pero también está en peligro. Seraphiel lo vigila de cerca, y el ángel Cassiel parece estar involucrado.
Lucifer se levantó lentamente de su trono, su figura imponente proyectando una sombra inmensa sobre la sala. Avanzó unos pasos, el suelo temblando ligeramente bajo su peso.
—La guerra está cerca —dijo con voz suave, pero llena de una amenaza insondable—. Este Nephilim será la chispa que incendiará los cielos.
Belial sonrió, sus colmillos reluciendo a la luz del fuego.
—¿Deseas que lo destruyamos, mi señor?
Lucifer se detuvo, meditando la propuesta.
—No. Aún no. Un Nephilim puede ser útil, especialmente si logramos que nos sirva. Si es como los de antaño, su poder crecerá, y será capaz de destruir no solo a sus enemigos, sino también a sus propios aliados, si juega bien sus cartas.
El demonio general inclinó la cabeza.
—¿Y si se resiste?
Lucifer lo miró con ojos penetrantes.
—Entonces, lo destruiremos. Pero no antes de que siembre el caos suficiente entre los ángeles.
Belial asintió, retrocediendo en la oscuridad del Abismo. Sabía que la guerra que Lucifer planeaba sería devastadora. Los demonios estaban listos para tomar el cielo, y con Lorian como una carta de triunfo, el equilibrio de poder cambiaría a favor del Infierno.
Mientras el general se desvanecía en las sombras, Lucifer se giró hacia el fuego nuevamente, sus ojos brillando con una intensidad peligrosa.
—El juego ha comenzado —murmuró para sí—. Y el Nephilim será mi arma más mortífera.
Capítulo 8: Confesiones de la Luz
Lorian regresó al palacio central del Reino de los Ángeles con el corazón pesado. Las palabras de Cassiel resonaban en su mente como un eco interminable. Sabía que cada día que pasaba, su secreto se hacía más difícil de ocultar, pero lo que más lo inquietaba era la creciente fuerza que sentía en su interior. El poder de su herencia Nephilim se estaba manifestando de formas inesperadas, y aunque había aprendido a controlar parte de ese poder, también sentía que algo más oscuro y profundo se estaba despertando dentro de él.
Esa noche, se encontró nuevamente con Seraphiel en los pasillos dorados del palacio. El comandante estaba de pie, observando una vidriera que representaba la primera batalla entre ángeles y demonios, una época de caos y destrucción.
—Es fascinante, ¿no? —dijo Seraphiel sin girarse—. Esta guerra nunca ha terminado, Lorian. La batalla entre la luz y la oscuridad continúa cada día, y no solo en los campos de batalla, sino en los corazones de todos los seres.
Lorian se detuvo a su lado, mirando la misma vidriera. La figura de Miguel, el arcángel líder, levantaba su espada contra Lucifer en la imagen, sus alas desplegadas como un símbolo de victoria y justicia.
—¿Alguna vez has sentido que, sin importar lo que hagas, ya estás destinado a perder? —preguntó Lorian, más para sí mismo que para Seraphiel.
El comandante lo miró de reojo, percibiendo el conflicto en su interior.
—No hay destino fijo, Lorian. Solo elecciones. Y esas elecciones son las que definen quiénes somos, no nuestra naturaleza, ni nuestra herencia.
Lorian sintió un nudo formarse en su estómago. Las palabras de Seraphiel eran como un bálsamo, pero no podían eliminar la verdad que lo atormentaba.
—¿Y qué pasa si tu propia naturaleza es una amenaza para los demás? —preguntó en voz baja—. ¿Y si lo que eres puede destruir todo lo que te rodea?
Seraphiel lo observó con una