El cielo está cubierto de nubes cuando me dirijo a la fiesta esa noche. A pesar de mi incertidumbre, acepté la invitación de Alex. No sé si fue por la insistencia de Carla o por mi deseo desesperado de sentirme normal por un rato, pero aquí estoy, caminando hacia la casa de uno de los chicos más populares del campus. El sonido de la música y las voces ya se escucha desde la calle, y mientras más me acerco, más noto cómo se mezcla el bullicio con un latido sordo en mi interior, ese murmullo que nunca me abandona del todo.
La casa está iluminada con luces de colores, y la puerta principal está abierta, con gente entrando y saliendo, algunos con copas en las manos, otros riendo y bailando en el jardín delantero. Intento tomar aire y calmarme, pero hay una parte de mí que se siente fuera de lugar. Tal vez no debí venir.
Justo cuando estoy a punto de retroceder, Carla aparece a mi lado con una sonrisa resplandeciente y un vaso de alguna bebida en la mano.
—¡Te encontré! —dice, rodeándome con un abrazo rápido—. Ven, todo el mundo está adentro, y Alex estaba preguntando por ti.
La sigo, aunque mi cuerpo parece resistirse a la idea de estar rodeada de tanta gente, pero ignoro la sensación y continúo adelante, intentando contagiarme del entusiasmo de Carla. La música se intensifica cuando entramos a la casa, y el ambiente festivo del que se suponía que debía contagiarme me hace retroceder, definitivamente me siento como una pieza fuera de lugar en un rompecabezas.
Alex y Eric, junto a su novia Liah, aparecen entre la multitud, saludándome con una sonrisa amplia y un gesto amistoso. Eric es guapo, demasiado guapo, y siempre con una actitud que no logro soportar. Se me hace increíble que existan chicos como él, sobre todo porque está constantemente intentando flirtear conmigo a pesar de tener una novia como Liah. Me incomoda, pero siempre lo disfraza de broma.
—¡Sabía que vendrías! —dice Alex mientras me pasa un vaso con algo—. Bienvenida a la diversión.
Tomo un sorbo, sabiendo que no necesito mucho para dejarme llevar, pero antes de que pueda perderme en la charla trivial y las risas, algo cambia. La música se vuelve distante. El bullicio de la gente a mi alrededor se amortigua. Y, de repente, ahí está de nuevo: ese latido interno que no logro ignorar.
Mis ojos se nublan por un momento, y el aire a mi alrededor parece volverse más denso. La sensación de calor en mi pecho regresa, más fuerte que antes. Casi siento que el aire se electrifica, que la realidad se rompe en mil pedazos, aunque solo sea por un segundo.
—¿Estás bien? —pregunta Alex, inclinándose hacia mí con preocupación.
No puedo responder. Mi corazón late con fuerza, y siento una presión creciente en mis sentidos. Mi visión, mi oído, todo parece intensificarse. Las luces, las voces, el sonido de la música... es como si todo se amplificara. Y luego, lo siento.
Ella. Esa voz. Ese susurro que me acompaña desde siempre, pero que ahora es más claro. Casi como si estuviera frente a mí, como si pudiera verla.
"Estoy contigo... Ven... despierta".
Doy un paso hacia atrás, tambaleándome ligeramente. Carla y Alex se acercan, sus rostros llenos de confusión, pero antes de que puedan decir algo más, las luces en la casa parpadean. Un silencio extraño cae sobre la habitación por un breve segundo, como si el tiempo mismo se detuviera.
Y entonces, de la nada, siento una energía oscura. Algo o alguien me está observando, más allá del bullicio de la fiesta, más allá de este momento. Es como si la luna misma estuviera observando cada uno de mis movimientos.
—Amery... —Carla coloca una mano sobre mi hombro, su voz es suave pero cargada de preocupación—. ¿Estás bien? Te ves pálida.
—Sí, solo... necesito aire —digo, apartándome de ellos sin esperar una respuesta.
Salgo al jardín trasero, donde el sonido de la música aún se escucha, pero ya no parece importarme. La noche es más fría de lo que esperaba, y la luna, llena y brillante, me recibe desde el cielo despejado. La energía en mi interior vuelve a agitarse, más fuerte que antes, y me doy cuenta de que no puedo escapar de lo que sea que está ocurriendo dentro de mí.
"¿Por qué no lo escuchas?" —susurra una voz femenina en mi mente, clara y serena—. "¿Por qué no aceptas lo que eres?"
Me detengo en seco, el corazón latiéndome en los oídos. Esa voz... no es solo un eco lejano. Es real. Está aquí. Puedo sentir su presencia, una sombra acechando, observándome desde algún rincón del jardín, entre los árboles, oculta por las sombras.
Mis manos tiemblan, y una sensación de peligro se arremolina en mi pecho. Pero, al mismo tiempo, hay una extraña familiaridad. Como si lo que estoy sintiendo no fuera del todo desconocido. Como si esa oscuridad hubiera estado conmigo todo este tiempo, acechando bajo la superficie.
—¿Quién eres? —murmuro, sin saber si estoy hablando en voz alta o solo en mi mente.
El aire se vuelve más pesado, y el latido en mi pecho se vuelve más fuerte, más insistente. Mi piel hormiguea, y antes de que pueda reaccionar, siento algo moverse detrás de mí.
Giro rápidamente, pero no hay nadie. Solo el viento moviendo las ramas de los árboles. Pero sé que no estoy sola. Lo sé.
Y entonces lo veo. Por un instante, algo —o alguien—, se mueve entre las sombras del jardín. No puedo distinguir su forma con claridad, pero su presencia es innegable.
La voz susurra de nuevo, esta vez más fuerte, más clara.
"Es hora de despertar, Amery. No puedes huir de lo que eres".