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Chapter 27 - Cap27:Luchar

Entré en mi casa con los peces que había pescado y el venado que había cazado.

—Casi te me escapas.

Coloqué el venado en la mesa y me dirigí a la cocina, donde abrí la nevera.

—Entonces, aquí guardaré el pescado y el ciervo.

Comencé a meter el pescado en la nevera. Acto seguido, tomé un cuchillo de carnicero.

—Es hora de dividir el cuerpo, aparte de despellejarlo.

Procedí a cortar al venado en varias partes para poder guardarlo. Una vez que terminé, inicié el proceso de quitarle la piel.

—Con eso ya debería estar.

Guardé las porciones del venado en la nevera. Ahora sí tenía más comida; no moriría de hambre.

—Con esto, un problema menos.

Más calmado, me dirigí a mi habitación, donde finalmente descansaría después de un día en el que había salido a cazar para no morir de hambre. En mi cama, me arropé y me dispuse a dormir. Mi cuerpo se sentía como si la arena me tragara, llevándome a otro lugar, en un tiempo distante al presente.

—¡Mierda!

Ese era mi yo del pasado, corriendo en medio del bosque.

¡Bam, bam, bam!

Sonaba detrás de mí, mientras me concentraba en escapar de quienes me perseguían.

—Tu muerte será indolora si te entregas, traidor.

Un hombre con el mismo uniforme militar que yo gritaba desde atrás, pero usé un árbol para ganar distancia.

—¿Entregarme? ¡Ni loco!

Me oculté en la copa del árbol y observé al tipo que me seguía.

—Si lo hiciera, no sería mejor que las personas que asesiné.

Con esa respuesta, volví a saltar de copa en copa, moviéndome lateralmente... o al menos, eso intentaba.

¡PUM!

Algo chocó contra mí. Era un soldado distinto.

—Te estamos dando una oportunidad para que no sufras, idiota.

Vi que no podía liberarme sin usar la violencia, así que, aprovechando la corta distancia, utilicé mi magia elemental de fuego en mi mano y agarré su pierna.

—¡Ayyy!

El soldado soltó su agarre para luego sujetarse la pierna quemada.

—¡Deja de joder!

En ese momento, levanté mi revólver y apunté al soldado. Lo observé una vez más; era un chico de mi misma edad, o incluso menor. Se había involucrado en este conflicto.

—Perdón.

Mi mano tembló, pero disparé, acabando con su vida. Sin detenerme a mirar el cuerpo, volví a correr.

—¡Maldito! —gritó quien parecía ser su sargento, acercándose rápidamente para un combate cuerpo a cuerpo—. ¿Quién te crees para asesinar a la gente, sucio traidor?

Con lágrimas en sus ojos, lo miré de nuevo, sintiendo un dolor punzante en el pecho. En su lugar, yo haría lo mismo.

—No soy nadie, pero debo intentar solucionar este problema.

Corrí hacia él para luchar. El sargento lanzó un gancho potenciado por el viento; lo bloqueé usando mi brazo, cubierto con magia de tierra.

—¡Maldito!

Retiró su puño y se preparó para un uppercut, pero entendía bien qué podía hacer. La experiencia adquirida en peleas callejeras desde joven solo se había fortalecido en el ejército, dándome la ventaja. A pesar del dolor en mi cuerpo vendado, alcé mi pistola y le disparé en la cabeza, acabando con su vida.

Otro soldado llegó al lugar, mirando el desastre que había dejado.

—¡Hijo de puta!

Intentó apuntarme con su metralleta, pero era tarde. Mientras él trataba de entender qué había pasado, yo ya lo tenía en la mira.

¡Bam!

El sonido de mi arma resonó al arrebatar otra vida. ¿Seguiría haciéndolo?

—¿Realmente valdrá la pena?

Me tambaleé mientras miraba los cuerpos inertes de esos soldados. Ellos no deberían estar aquí; deberían luchar por la justicia y regresar a casa. Pero estaban siendo utilizados por el coronel para buscar un recurso valioso, aun corriendo el riesgo de que no regresaran. Me senté un momento, dejando que las lágrimas fluyeran. Sollozaba en silencio, donde nadie más me escucharía, hasta que reuní las fuerzas para levantarme. Tomé mi radio y hablé:

—Aquí Viento. He acabado con tres agresores.

—Entendido, Viento. Eso debería ser suficiente. Corto.

Terminamos la comunicación y miré a los soldados que acababa de matar.

—Ustedes no merecían esto.

El dolor en mi pecho creció. Eran hombres usados por los deseos de otros.

—Desearía que esto no ocurriera, pero no se puede.

Con esto, decidí ir hacia el portal. Allí encontré a mis compañeros del pelotón. Sus caras frías y el silencio comunicaban lo mismo: esto era una mierda.

—Salazar, dime, ¿cómo va lo del servidor?

—Con lo que hemos armado gracias a los científicos y a la gente alada, lo tendremos listo en unas horas.

—Genial. ¿Y Aglala?

—Está en el asentamiento, quejándose de que no le pedimos ayuda a sus hombres para defender el sitio.

—¿Cuántas veces debemos explicarle que no podemos correr ese riesgo?

—Tiene un punto válido: necesitamos toda la ayuda posible.

—¿Y arriesgar que, si los ven peleando, lo interpreten como un llamado a la guerra? Por eso los asignamos a apoyar a los científicos.

—Ella lo sabe, pero no quiere que nuestros esfuerzos sean en vano.

—Agh... iré a hablar con ella otra vez.

Pasé por el portal, llegando al asentamiento en busca de Aglala. Vi las casas de madera, sus cultivos y a la gente con ropas simples, que contrastaban con mi uniforme militar.

—No entiendo por qué hacen tantas estupideces; suena a puro orgullo.

La princesa se desahogaba con los aldeanos que solo intentaban seguirle la corriente.

—Cierto, cierto. Debería aceptar nuestra ayuda.

—No.

Interrumpí la conversación.

—Si los dejamos luchar, podrían ser grabados, lo que podría provocar la guerra.

—Pero Jacob, las noticias tardarían semanas en volverse populares.

—Ahí te equivocas, Aglala.

—¿Eh?

—Cuando publicas algo en internet, se hace público para todo el mundo al instante.

—Espera, ¿entonces eso significa que...?

—Sí, la gente se enteraría de lo que está pasando, y quien controle la información sería el gobierno.

—Ah, eso lo hubieras explicado desde el principio en vez de dar tantas vueltas.

—¿Cómo querías que te lo explicara?

—Solo dime que si nos graban, torcerán la información en su favor. No solo que es una mala idea.

—Entendido.

Ella me miró entrecerrando los ojos y se acercó.

—Oye, ¿cuántas horas estás durmiendo?

—Eh...

Sentí que mi cuerpo temblaba ante la pregunta. Yo era quien hacía más guardias, así que dormía muy poco.

—Seis horas —mentí. En realidad, dormía tres horas, con algunas siestas intercaladas.

—No, eso es mentira. Mira tu piel; se ve fatal. Y ni hablar de esas ojeras.

—No te preocupes por eso.

La miré a los ojos.

—No puedes vivir así. Después le dejarás todo al contrato.

—Pero ni siquiera he firmado el contrato.

—Sí, pero seguro pondrás toda tu confianza en él.

—No lo haré.

—Estoy segura de que lo harás.

—¿Sabes qué? Dejemos eso. Dime, ¿qué ha pasado con Jonathan desde que entró?

—Nadie lo sabe.

—Mierda, desearía tener una respuesta ahora mismo.

—No te preocupes. Es alguien increíble.

—Sí, lo sé. Por eso lo llamé.

—Y dime, ¿crees que lo logrará?

—Si es una prueba sin magia, lo hará genial.

—Realmente desearía confiar en la gente así.

—¿Acaso no puedes?

—Claro que sí, soy una princesa. Debo ser un ejemplo con mis acciones.

—Pero eso no te impide confiar en los demás.

—Cuando fracases por confiar, lo entenderás.

—Entonces espero nunca fracasar por confiar en alguien.

—Yo también te deseo esa suerte.