Chereads / En el mundo desconocido / Chapter 33 - Cap33:Rebelion

Chapter 33 - Cap33:Rebelion

Miraba el verde del bosque que se acercaba hacia mí. No, de hecho, me adentraba en ese lugar mientras corría. Mis pisadas rompían las ramas de los árboles al tiempo que me internaba en la oscuridad. Alcé la mirada para observar el cielo, teñido de un cálido naranja. Este espectáculo era la razón por la que debía apurarme y llegar a casa.

Corrí siguiendo el sendero conocido hasta que algo grande, hecho de madera, apareció en mi vista: mi hogar.

—Ufff, menos mal que llegué.

Me tomé un momento para recuperar el aliento y luego entré a la casa. Fui a la cocina, tomé un vaso y lo llené de agua para hidratarme.

—Logré correr desde allá hasta aquí. El entrenamiento diario da resultados. Qué bien.

Una vez que terminé, dejé el vaso en la cocina y subí al cuarto para descansar. Era hora de dormir y reflexionar sobre mí mismo. Me acomodé en la cama, como hacía todas las noches, y cerré los ojos mientras sentía que me transportaba a otro lugar.

—¡Maldito loco! ¿Has perdido la razón? —gritó el coronel, que vestía solo una pijama.

—Nah, no lo creo. Yo no fui quien ordenó asesinar niños —respondí con ojos ojerosos, mirándolo fijamente.

—Tú no sabes nada.

—Ni que tú supieras mucho.

—Tengo la experiencia para decir que lo que haces está mal.

—Bueno, antes de que sigas con tu sermón, déjame hacerte una pregunta: ¿quién define lo que está bien o mal? Yo hago lo que considero justo. ¿Y tú?

El coronel intentó replicar, pero antes de que pudiera, le tapé la boca con un paño y lo até con cuerdas. Me acerqué a la pared donde colgaban fotos llenas de insignias suyas y me pregunté:

—¿De qué sirven estas medallas si al final tus acciones traen desgracia a otros?

Encendí una llama, pero no quemé las fotos; las necesitaría para algo más. Miré el reloj de pared que marcaba las 3:46. Saqué mi radio.

—Aquí viento. Tengo la información. Estoy en el punto.

—Ya vamos en camino.

Pocos minutos después, un científico canoso cruzó la puerta principal.

—La PC estaba sin contraseña. Aquí tienen todo lo necesario —dije, entregándole una USB.

El hombre sonrió.

—Gracias. Con esto podremos revelar la verdad.

Conectó la USB a su portátil y comenzó a adjuntar los datos: creación del portal, misiones, obtención de piedras mágicas, permisos, y todas las faltas éticas cometidas en nombre de la ambición por la magia. Una duda me asaltó.

—Oye, ¿y los documentales sobre la cultura de los seres alados?

—Ah, los añadiré luego. Aunque, pensándolo bien, sería mejor ponerlos al inicio.

—¿Por qué?

—Así las personas conocerán quiénes son y empatizarán más fácilmente.

—Ya veo. Haz lo que consideres mejor. Intentaré algo también.

Me senté frente a la computadora del coronel, moví el cursor y examiné sus redes sociales.

—Dejó la sesión abierta. Publicar desde aquí podría hacer que la información llegue a más personas.

—No es mala idea, pero podrían borrar la información. Usa la cuenta para compartir enlaces; será más difícil eliminarla.

—Gracias.

Comencé a escribir mensajes y publicaciones en cada red social y página gubernamental, desatando la mayor filtración de información confidencial jamás hecha.

—Por cierto, ¿hay información sobre los pelotones mágicos?

—Déjame revisar —respondió el científico mientras pasaba rápidamente por varios documentos. Una vez que terminó, agregó:— Parece que están en otros sitios, pero no logro identificar dónde.

—Bueno, eso facilitará las cosas.

Miré el reloj de pared; marcaban las 5 de la mañana. Aún no era el momento de filtrar la información, pero sí de explicar ante todos lo que había sucedido.

—Aquí viento. Ya vienen las explicaciones. Estaré en la plaza central.

—Entendido.

Con esa decisión en mente, cargué al coronel, aún atado, hacia el lugar. Era extraño caminar así, llevando al hombre que alguna vez representó autoridad y respeto, ahora reducido a un simple rehén. Mientras avanzaba, me invadió un pensamiento amargo: si lo hubiera hecho mejor, quizá no habría sido tan violento. Podría haber capturado a muchos soldados sin derramar tanta sangre. Tal vez no soy tan diferente de él. Ese pensamiento me heló la sangre, pero decidí seguir adelante. Si quería evitar las tragedias de una guerra nacida de la avaricia por la magia, no podía retroceder.

Al llegar al lugar, las personas se quedaron boquiabiertas. Algunos se llevaban las manos a la cabeza; otros murmuraban entre ellos: "¿Ese no es el desertor?" o "¿Quién se cree?". Me paré frente a ellos e inicié mi discurso.

—¿¡Ustedes pelean por lo que es justo o por su país!?

No sabía cómo comenzar, así que lancé esa pregunta a manera de grito, expresando el dilema que me carcomía. El silencio dominó, y todos me observaban sin saber qué decir.

—Yo, por mi parte, me alisté aquí porque mi padre fue asesinado por el narcotráfico, buscando justicia.

Hice una pausa, observando sus reacciones. Continué:

—Eso es lo que buscaba. Me uní al pelotón que enfrentó a esos criminales para limpiar el país. Fuimos el pelotón más destacado en las guerras contra los narcos. Recibimos dinero y elogios. Se suponía que siempre mataríamos a quienes lo merecieran.

Suspiré antes de plantear la pregunta crucial:

—¿Pero qué harías si un día te ordenan matar a un niño?

Mis palabras finalmente rompieron el silencio. Escuché murmullos: "Eso no puede ser" o "Eso es demasiado". Sonreí con amargura, sintiendo que por fin ganaba su atención.

—Pues resulta que el coronel ordenó matar no solo a un niño, sino a un grupo de civiles.

Apunté mi arma al coronel, quien me miró con los ojos desorbitados.

—¿Es verdad? ¿El coronel realmente dio esa orden? —preguntó un soldado, incrédulo.

—Sí. —Saqué un papel y lo mostré a la multitud, donde se detallaban los planes para aquella masacre, destinada a obtener piedras mágicas. —¿Ahora me crees?

El soldado tomó un momento para procesarlo, luego miró al coronel y, lleno de rabia, corrió hacia él.

—¡Eres un desgraciado! —le propinó una patada en el estómago. No fue el único; otros lo siguieron y comenzaron a golpearlo.

—¡Deténganse! —ordené. —Ahora no es el momento para esto.

Logré detenerlos. Sabía que no podíamos dañarlo aún; era un rehén que debía cuidar.

—El coronel aceptó las órdenes del gobierno. Fue el gobierno quien propuso atacar.

Estas palabras hicieron que todos se detuvieran, temblando de indignación.

—Entonces, ¿por qué lucharán? ¿Por su país o por lo que es justo?

La multitud respondió al unísono:

—¡Por lo que es justo!

Sonreí. Ahora contaba con su apoyo para detener esta guerra provocada por la magia.

—Gracias por aceptar. Tomen sus cosas.

Aunque no quería involucrarme en la política, ahora me había convertido en el rostro del movimiento. Necesitaba liberar toda la información. Saqué mi radio.

—Aquí viento. Liberen la información.

—Hecho.

Finalmente, abrí la caja de Pandora que traería caos al mundo, pero sabía que era necesario para lograr el cambio.

Llevé al coronel a su oficina y le quité el trapo de la boca.

—Bonito discurso. Tal vez creas que haces lo correcto, pero esto será tu caída —dijo con una sonrisa amarga.

—Qué irónico que lo diga alguien que ya cayó.

—¿Y qué? Después de todo, no somos tan diferentes. Seguimos lo que creemos correcto y hasta usamos los mismos métodos.

Sus palabras me enfurecieron. Lo levanté y lo empujé contra la pared, apretando su cuello.

—No. Yo no mato inocentes.

—Tal vez no lo hagas directamente, pero ahora que revelaste la información, la gente peleará por obtener la magia.

Un sabor amargo invadió mi boca, pero lo acompañó una risa amarga.

—¿Y eso? ¿Crees que no hay otras maneras de obtener magia?

El coronel se congeló, pero luego retomó su discurso.

—Supongo que ganaste esa parte, pero igualmente morirán inocentes por tu culpa. Al final, no eres mejor que yo.

Le volví a tapar la boca. Tenía razón, pero no me rendiría. Haría todo lo posible por salvar a la mayoría.

—Si esto termina rápido, no morirán.

El coronel me miró con cansancio, como si quisiera demostrarme la inutilidad de mis esfuerzos. Sabía que no podría evitar todas las muertes, pero debía intentarlo.

—Supongo que por eso quisiste matarlos —murmuré.

Al observar sus insignias, comprendí que, de no haber conocido el mundo mágico, habría terminado igual que él. Estiré mi mano hacia esas medallas y las quemé con magia.

—No quiero volverme como tú.