Con mis ojos abriéndose lentamente, inicié mi día mirando el techo de madera. Me senté en el borde de la cama y luego dirigí la mirada hacia la ventana, donde un nuevo y bello día comenzaba.
—Así que hice algo de ese calibre.
Fue mi primera frase. Esos recuerdos de capturar una base militar eran lo que había soñado y sabía que ocurrieron en un pasado distante, de quién sabe cuántos años. Me estiré un poco antes de levantarme e ir a desayunar. Bajé, preparé mi comida y me senté en la sala de estar.
—Debería explorar un poco más.
He estado viviendo este último tiempo centrado únicamente en mi entrenamiento, saliendo solo para cazar o despejarme. Pero esas salidas no resultaron del todo bien, como aquella vez que fui atacado por una manada de lobos. Tal vez debería probar otro lugar. Quizás encuentre cosas nuevas o incluso personas que puedan guiarme en mi entrenamiento mágico. Los libros me han servido como una buena base, pero no puedo encontrar todo en ellos. Ya lo había comprobado con la falta de explicaciones sobre la magia de vitalidad.
Tan pronto como terminé mi desayuno, salí de mi casa y subí a un árbol para tener una vista más clara del panorama. Miré el verde de las copas, que tapaban mi visión como si fueran lo único que existiera en el mundo. Pero todo tiene límites, así que decidí avanzar en una dirección que nunca antes había recorrido.
Pasé entre los árboles, que me hacían sentir más pequeño de lo que era, o tal vez solo me recordaban lo mucho que había cambiado. Ya no tenía la altura de cuando era militar; el contrato me había hecho volver a un estado anterior.
—Debí consultar mejor las condiciones.
Siendo sincero, nunca comprendí del todo las cláusulas del contrato. Pero debía cumplirlo por dos razones principales: primero, porque me ayudó en momentos difíciles; segundo, porque no quería enfrentar las consecuencias de romperlo.
Mientras avanzaba por el oscuro y verde bosque, que susurraba con el viento, noté algo a la distancia. Se veía borroso por estar a kilómetros, pero la distancia no era un problema; podía recorrerla. El simple hecho de ver algo allí me llenó de esperanza. Mis pasos, rompiendo hojas y ramas, me acercaban cada vez más. Lo que vi fueron casas de ladrillo.
—Así que hay gente.
Con esa motivación, miré a mi alrededor. Me encontraba en una colina y, si mantenía el paso, llegaría a las casas en unos minutos. Tomando una respiración profunda y sonriendo, apuré el paso. Cada zancada me impulsaba hacia mi objetivo, que se sentía más cercano. Minutos después, llegué. Las casas eran grandes, como la de madera donde me refugiaba, pero había un camino de cemento.
Emocionado, toqué la puerta de la primera casa que encontré. ¿Quién saldría? No lo sabía. ¿Por qué tocar la puerta de un desconocido? Tampoco tenía una razón, pero sentía que debía conocer a la gente que podría encontrar allí. No podía quedarme encerrado en casa; necesitaba explorar el mundo.
—Toc, toc.
Mis manos hicieron el clásico sonido en la puerta. Afuera, parado, mi mente se llenó de posibilidades: ¿sería un hombre tranquilo viviendo con su familia? ¿Una anciana respetable cuidando a sus nietos? ¿O tal vez niños recién llegados de la escuela?
—¿Por qué nadie salió?
Pregunté al vacío. Decidí mirar por la ventana por si veía algo, pero solo encontré un hogar vacío, silencioso y lleno de polvo. Parecía desocupado desde hacía años.
—Miraré en las otras casas.
Negándome a entrar, decidí revisar otras casas. Al hacerlo, me invadió un sentimiento de soledad. No había nadie. Resignado, abrí una puerta al azar; la manija giró fácilmente. El interior estaba equipado como cualquier hogar: pocos muebles, nada guardado, ni siquiera una foto que indicara la presencia de alguien.
—Ah, maldición. Qué soledad.
Me acosté en uno de los escasos sofás. No había ninguna pista de que alguien viviera allí.
—¿Hasta dónde lleva el camino?
Con una nueva esperanza, me levanté y comencé a caminar. Pasé por más casas, todas en el mismo estado de abandono. El lugar era cada vez más desolador.
—¿Qué ocurrió por aquí?
Me pregunté mientras avanzaba con la vista fija en el suelo. Una zona residencial completamente abandonada, sin pistas de vida, sin calendarios que revelaran cuándo fue deshabitada.
Al levantar la mirada, vi algo a lo lejos: un intenso azul. Era algo gigante. Era el mar.
—¿Qué?
Mi primera reacción fue de asombro. Al final, estaba en una zona costera. Corrí hasta un antiguo desembarcadero. Su faro no tenía luz y no había barcos cerca.
—Supongo que no encontraré a nadie por aquí.
Resignado, miré la desértica ciudad y luego al desembarcadero.
—¿Será que todos se mudaron?
Las casas parecían habitables, construidas para durar. Había signos de vida: negocios, parques, escuelas, hospitales. Todo ignorado por mí mientras miraba al suelo.
—¿Por qué no hay nadie?
Con un lugar tan equipado para la vida, era extraño que estuviera vacío. Tal vez algo mayor los obligó a mudarse.
—Si ellos se fueron, tal vez yo también debería irme.
Miré al desembarcadero. Tal vez podría construir un bote, pero primero necesitaba saber dónde estaba. Caminé hacia el muelle y encontré un poste con un mapa deteriorado. No había nombres reconocibles; solo muchas islas.
—¿Dónde están los continentes?
Mi duda era razonable. No había rastros de Asia, Europa, América ni Oceanía. Solo islas.
—Tal vez este mapa abarque un segmento pequeño, y yo estoy en una de esas islas.
Aunque no me ayudó mucho, entendí que debía averiguar más.
—Para cumplir el contrato, debo salir de este lugar. Para salir, necesito saber dónde estoy. Y para eso, quizá deba rodear este sitio.
Formulé un plan. Aunque exagerado, podría lograrlo en menos de tres años si organizaba bien mi tiempo.
—En casa hay muchos libros; tal vez encuentre algo sobre geografía o cómo construir un bote.
Con un nuevo objetivo en mente, regresé a casa antes de que anocheciera por completo.