Otro día acostado en mi cama, descansando de lo que había hecho en el día. Había experimentado más con la magia elemental para ayudarme en las tareas cotidianas. Con eso en mente, me arropé y me dispuse a dormir.
En medio de esa noche, comencé a recordar algunos momentos de mi pasado. Eran recuerdos de cuando me encontraba en medio de un bosque con mi pelotón. No estábamos en el campamento que habíamos establecido previamente, sino en el asentamiento que se suponía íbamos a atacar. Preparábamos nuestros planes para emboscar al próximo grupo enemigo que llegara y lo que haríamos después.
—Con esto, la reunión ha terminado —les dije a los hombres de mi pelotón y a los soldados de Aglala. Habían pasado tres días desde mi encuentro con ella, en el cual logré ganar su confianza.
—Oye, Jacob, ¿cuándo crees que abrirán la puerta? —preguntó uno de mis compañeros.
—Pienso que en unos tres días. Creerán que ya estamos sin recursos y que nos habrán eliminado.
—¿Y qué haremos mientras tanto?
—Vamos a descansar. No debemos agotarnos antes de tiempo.
—Entonces, ¿podemos…?
—No —lo interrumpí mientras sacaba una botella de cerveza hecha por los pueblerinos—. No lo haremos. Debemos estar en óptimas condiciones.
—¿En serio? Antes tú eras el que proponía emborracharnos.
—Sí, pero jamás en una misión.
—Bueno, espero que todo salga bien y podamos beber después.
—Sabes que, incluso si salimos de aquí, no será lo primero que hagamos.
—Sí, sí, hay muchos problemas.
—Entonces, ¿por qué insistes?
—La verdad, me gustaría beber tranquilamente, sin preocupaciones.
—Incluso si no estuviéramos en esta misión, dudo que fuera más tranquilo.
—Ah, qué molesto.
—¿El qué?
—Que tienes razón.
—Supongo que es lo que hay.
—Está bien, pero prométeme que cuando esto termine, podremos beber unas cien cervezas.
—Entraremos en coma alcohólico antes de terminar.
—Ja, esa es la idea.
Pasó el tiempo mientras vigilábamos. Un día, finalmente, el portal se abrió y un grupo de seis hombres cruzó. Portaban armas: rifles, escopetas, pistolas y metralletas. Nosotros debíamos aprovechar el momento en que estuvieran desprevenidos para acabar con ellos de la manera más silenciosa y rápida posible. Entonces, iniciamos nuestro plan.
—Aquí Viento. El grupo se dirige al asentamiento sin separarse.
—Entendido, entonces comenzamos.
Un ruido brusco en los arbustos alertó al grupo enemigo.
—Soldado, investiga eso —ordenó el sargento.
El soldado obedeció, revisando con el fusil en mano.
—Señor, no encontré na— ¡AYYYYY!
El hombre no pudo terminar su frase. Fue arrastrado rápidamente hacia el bosque.
—¡Maldita sea! Nos han encontrado. Pidan refuerzos.
Aproveché el instante en que uno de los hombres iba a usar la radio.
—¡BAM!
El disparo de mi rifle atravesó la cabeza del hombre y destruyó la radio.
—¡Mierda, escóndanse!
Sin saber que habíamos anticipado su reacción, aprovechamos que no estaban listos y comenzamos una lluvia de balas que acabó con el pelotón.
—Listo, nos largamos.
Nuestra emboscada había sido un éxito, y debíamos irnos lo más rápido posible para atravesar el portal. Aunque la distancia era considerable, teníamos ayuda. Unos hombres alados nos cargarían y nos llevarían hacia el portal.
—Tremendo, ellos nunca esperaron eso. —¿Qué esperabas de tu sargento, García? —Nada más. Estás a la altura, Jacob.
Una vez que entráramos al sitio, debíamos adueñarnos del laboratorio.
—¿Entonces, ahora viene lo fácil? —En efecto.
Cuando tocamos suelo, comenzó la segunda parte de nuestro plan.
—Aquí vamos.
Lancé una granada cegadora al portal y nos cubrimos los ojos y oídos. Tanto mi pelotón como los hombres de Aglala entraron. Lo primero que hicimos fue dispersarnos para ocupar la sala y evitar cualquier llamado de auxilio.
—¡Rápido! ¿Quién es el científico a cargo?
Amenacé con una metralleta, y un hombre canoso se levantó ante mi llamado.
—Soy yo. —Apaga la luz.
Mi plan para evitar un llamado de auxilio era primero eliminar esa posibilidad.
—E-entendido.
El hombre caminó y lo seguí apuntándole hasta que desactivó la luz. Ahora, sin iluminación, no podrían hacer esa llamada, pero los hombres de Aglala usaron las lámparas de aceite que habían traído.
—Ahora pasen los teléfonos. —Lo siento, pero no los tenemos aquí. —Debí suponerlo.
Al fin y al cabo, esto era un proyecto que debía mantenerse en lo más bajo. El científico tragó saliva antes de continuar.
—Entonces, ¿qué debemos hacer?
—Estarán aquí bajo nuestras órdenes durante las próximas tres semanas.
—¿Pero para qué?
—El mundo sabrá lo que ha ocurrido aquí.
—¿Qué? ¿Sabes que esto puede conducir a una guerra, y no a cualquier guerra,si no a una tercera guerra mundial?
—Sí, sí, pero si sabían eso, ¿por qué decidieron continuar?
El hombre retrocedió mientras me miraba a los ojos.
—Es que... —No, no hay ningún "pero". Al final estaban cometiendo un genocidio y justificándolo diciendo que era por el país. ¿Qué sigue? ¿Decir que todos ellos son malos por intentar defenderse? ¿Convencer al pueblo de que es necesario?
Aquel hombre solo miró al suelo mientras su cuerpo temblaba y sus hombros caían.
—Sí, eso pensaban hacer.
—Oye, ¿y por qué no lo hicieron antes de la cirugía?
—Querían investigar cuáles serían los efectos en el cuerpo humano.
—Bueno, ¿qué más?
—Actualmente hay miles de hombres con poder mágico.
Mi respiración se detuvo en ese instante. Habíamos llegado tarde, y la magia estaba a punto de convertirse en la nueva arma y la razón de una guerra. Pero aún no estaba dispuesto a rendirme.
—Está bien, podremos luchar contra todo eso. Al final, ellos no son los únicos con poderes mágicos.
—¿Ellos te ayudarán?
El científico se refería a los seres alados que nos acompañaban.
—Claro que lo harán. Ellos tampoco quieren la guerra.
—Confío en ti, chico, pero recuerda que tus enemigos saben mucho de ti.
—¿Ah, y qué saben ellos?
—Tu manera de pelear, tus límites y tu personalidad.
—Ya veo, pero eso no me detendrá.
—¿De verdad? Entonces, haz lo que puedas, joven.
—Haré todo lo posible. Por cierto, ¿cuánto falta para que el portal se cierre?
Pregunté, ya que aunque la luz se había apagado, el portal seguía activo.
—La verdad, no lo sabemos. Cada vez el portal tarda más en cerrarse.
—Bueno, pues aprovechemos eso.
—¿Eh? ¿Cómo?
—Si saliéramos, se enterarían de lo que ha pasado. Así que la mejor jugada es usar el portal para llevarlos a otro sitio.
—¿Entonces entraremos ahí y viviremos como rehenes?
—Bueno, en palabras simples, sí.
—¿Al menos tendremos tres comidas y un lugar para dormir?
—Sí.
—¿No seremos golpeados ni nada malo?
—¡Sí!
—Enton...
Interrumpí al científico.
—¡Ah, ya cállate! No soy un ser inhumano como para mandarlos a morir, a menos que lo merezcan.
—Uff, está bien, gracias por todo.
—Pero no se irán todos, ¿entendido?
—¿Eh? ¿Y por qué?
—Debemos asegurar que el portal quede abierto 24/7.
—Entendido, yo me quedaré.
—Y yo también.
Dijo un científico de cabello negro que no tendría más de 35 años. Tanto el científico principal como él se añadieron.
—Bien.
Con eso, nuestro primer paso fue encender la luz para luego llevarlos al asentamiento. Ambos científicos la encendieron e iniciaron la verificación del portal antes de cruzarlo, pero el científico de cabello negro hizo algo inesperado. Mientras revisaba el portal, intentó hacer una llamada de emergencia.
—¡Ayyy!
El hombre sostuvo su mano, herida por una flecha disparada por uno de los hombres de Aglala.
—Miren, estos malditos intentarán asesinarnos si no seguimos sus órdenes. ¿Quién sabe qué pasará con nosotros cuando ya no seamos útiles? ¿Quiénes se creen para usar la magia que les hemos dado? ¿Son mejores que nosotros?
El hombre dio su discurso, incitando a los demás científicos a rebelarse, pero debía controlar la situación.
—Si cumplen las órdenes que les doy, nada malo les pasará, ni en estas tres semanas ni después. Pero, hasta entonces, cumplan con lo que se les pide.
Los hombres se retiraron sin resistencia, y me quedé con mi pelotón junto al tirador de la flecha.
—Se ve que nunca han tratado con rehenes.
—En efecto, cero experiencia.
—Recuerda que debes quitarles todas las opciones y, si necesitas que hagan algo, debe ser lo mínimo posible y vigilarlos en todo momento.
—Entendido.
—Oye, dijeron que tendrías que enfrentar a miles de soldados.
—Sí, eso será difícil. Pero cuento con ustedes.
—Sabes, creo que necesitarás más poder. Asegúrate de entrenarlo.
—Lo intentaría, pero sería inútil.
—¿De qué hablas? Si entrenas, tu magia crecerá por obligación.
—Sabes que en este mundo no usamos magia.
—Sí, y por eso usaban las piedras mágicas para obtener maná.
—En efecto, pero hicieron mal el procedimiento conmigo.
—¿En serio?
—Usaron una piedra más grande de lo adecuado, lo que limitó el crecimiento de mi maná.
—¿Una piedra más grande? Eso debió ser una fusión de catalizadores.
—¿Qué pasa con ellos?
—Recientemente han estado experimentando con ellos para usar hechizos más potentes, pero siempre traen efectos secundarios.
—Bueno, entonces ya tenemos una idea de lo que pasó en mi caso.
—Sí, una lástima, pero hay una alternativa.
—¿En serio? ¿Cuál es?
—Los contratos.
—¿Contratos?
—Donde vivimos hay seres llamados guardianes. Si superas sus pruebas, te conceden un contrato.
—¿Y qué da ese contrato?
—Te permite elegir lo que desees, ya sea riquezas, poder o lo que quieras.
—¿Y a cambio de qué?
—No sé exactamente, pero las pruebas son sin usar magia, solo fuerza física y mental.
—¿Cuánto duran las pruebas?
—Dos semanas.
—No creo poder dedicar tanto tiempo a la prueba, pero conozco a alguien que puede ayudarme si son físicas.
—¿En serio? Eso sería genial.
—Sí, es mi buen amigo, Jonathan.