—Papá.
Fue lo primero que dije mientras me sentaba en la cama. Ese recuerdo seguía en mi mente, y aunque cerrara los ojos, no cambiaba nada.
—Papá, ¿cómo puedo avanzar?
La persona que siempre me había apoyado ya no estaba conmigo. Había pensado en esa posibilidad antes, pero ver cómo mis acciones habían influido y le arrebataron la vida era algo que me hacía apretar los puños.
—Haré lo que pueda.
Esa era mi única respuesta a un hecho que ya no podía cambiar, aunque lo deseara. Con eso en mente, me levanté, aunque con dificultad.
—¡Ay!
Mi pierna aún no había sanado; después de todo, la batalla fue hace poco, y necesitaba recuperarme. La manera lógica era comer y hacer lo que pudiera sin excederme mientras sanaba.
—Tal vez sea una o dos semanas —murmuré, mirando mi pierna.
Las heridas, aunque profundas, no eran tan graves como para impedirme moverme. Solo debía tener cuidado.
—Es hora de comer.
Con eso en mente, bajé las escaleras hasta la cocina y abrí la nevera.
—Bueno, era de esperarse.
La comida estaba empezando a escasear. Ya había pasado más de un mes viviendo solo, y realmente era iluso esperar que estuviera tan llena como al principio.
—Esto limita mis opciones. Debería salir a recolectar algunas frutas después de esto.
Con esa idea, empecé a preparar mi desayuno. Una vez terminado, me senté para disfrutarlo.
—Papá...
Ese nombre vino a mi mente como un pensamiento intrusivo que interrumpió mi comida. Era mi última familia, y lo había perdido por no haber hablado cuando debía. Si tan solo hubiera dicho la verdad en ese entonces, seguramente él podría haber vivido mucho más.
—Pero ya pasaron ochenta años… es irreal.
Mientras comía, recordaba cómo había estado viviendo. Ahora mi vida era solitaria, sobreviviendo y buscando hacerme más fuerte, mientras posiblemente, en el mundo exterior, la gente viviera mil y una comodidades.
—Otras razas... No recuerdo mucho de ellas.
No tenía interés en recordar eso ahora, después de todo lo sabría más adelante. Lo que no podía dejar a un lado era lo que debía hacer ahora.
—¿Qué me aconsejarías, papá?
Sin que hubiera nadie, miré al fondo de la habitación como si esperara un milagro. El tiempo pasó, y el milagro no ocurrió.
—Desearía que solo fuera un mal sueño.
Una punzada en el pecho se hizo evidente al pensar en él. Tantas cosas que podría haber disfrutado con él... Pero mis errores lo arrebataron.
—Debo intentar avanzar.
Ese pensamiento era parte de lo que alguna vez me dijo mi padre. Tal vez esa era la respuesta. Cómo lograrlo era mi problema. Una vez terminé mi plato, decidí usar mi magia de creación para hacer un yeso y una muleta.
—Bien, con esto debería bastar.
Apoyado en mi nueva muleta, caminé hacia el bosque. Abrí la puerta para ver el paisaje, que mis ojos volvían a descubrir. Los árboles me hacían sentir pequeño, el crujir de las hojas y el canto de las aves me daban la bienvenida al bosque.
—Debo tener cuidado.
Revisé mi equipo. Tenía cerca mi revólver, el catalizador y una mochila a la espalda. Debía proceder con cautela y traer frutas para no morir de hambre.
—Bueno, vamos allá.
Empecé a recorrer el bosque, envuelto en sus sonidos alegres. Observaba con atención cada vez que pisaba el suelo, buscando señales de que hubiera algo cerca. A medida que me adentraba, la oscuridad se hacía más profunda y el canto de los pájaros aumentaba. Encontré un campo de flores de diversos colores.
—Desearía quedarme, pero debo avanzar.
Con eso en mente, continué buscando frutas. Pronto vi un árbol grande, con ramas llenas de flores, pero de tronco bajo. En sus ramas colgaban frutas de un color brillante: eran naranjas. Tomé unas cuantas y las guardé, mientras observaba un pajarito de unos diez centímetros, de colores brillantes, moviéndose de flor en flor con sus alas en constante movimiento. Me senté en el suelo frío, mirándolo mientras reflexionaba.
—Papá, ¿estarías orgulloso de mí?
Mi padre fue quien me impulsó a seguir adelante, pero si me viera ahora, ¿estaría feliz de en quién me he convertido? Habíamos pasado por muchas situaciones difíciles, y sabía que él quería lo mejor para mí, pero no podía imaginar qué me diría. Tal vez se quejaría de que no hablé a tiempo o, quizás, entendería mi situación.
—Ojalá pudiéramos volver a hablar.
Esta vez no lloré, porque había aceptado totalmente su muerte.
—Aunque ya no estés conmigo, intentaré darle un nuevo rumbo a mi vida. Gracias por todo.
No sé cómo habría respondido él al hecho que oculté, lo que lo llevó a la muerte, pero sé que me habría motivado a seguir adelante. Y aunque ahora no sepa cómo hacerlo, lo intentaré hasta superar este hecho.
—Gracias, papá.
Con ese adiós, me levanté y observé el campo de flores a mi alrededor.
—Me estoy quedando sin comida. Supongo que hacer un huerto sería buena idea.
No debía alejarme mucho de casa, ya que tendría que pelear contra otras bestias. Pero si creaba un huerto, podría vivir un poco más tranquilo.
—Es hora de organizar mis opciones.
Primero, estaba herido; mi pierna estaba sanando, y estaría un buen tiempo sin poder hacer algo muy exigente. Segundo, la comida de mi nevera estaba disminuyendo y no aguantaría mucho así. Tercero, tengo magia, pero no conozco aún sus límites.
—Espera, cierto, tal vez debería intentar usarla.
Con esa idea, pensé en hacer un pan para alimentarme y usé mi magia de creación para ello. Pronto, el pan se formó en mis manos, y le di un mordisco.
—¡Puaaj!
Escupí el pan que había creado. Su sabor brillaba por su ausencia, su textura era como de algodón, y su peso casi inexistente. Seguro que ni siquiera nutría.
—Tal vez por eso no lo mencionaron en el libro.
Escupiendo los restos de ese pan insípido, me senté nuevamente mirando el campo de flores.
—Bueno, la magia de creación falló, pero, ¿y si uso la tierra como abono?
Recordé los días cuando vivía con mi papá en aquel pueblo, donde conocí a Jonathan. Vivíamos en el campo, y conocía un poco sobre esto. ¿Pero sería suficiente?
—No tengo nada que perder. Es hora de intentarlo.
Me levanté y fui al árbol donde había recolectado las naranjas, usé mi magia de tierra. La energía fluyó de mis manos hacia el árbol, que absorbió mi maná. Mientras más maná ponía, más verdes se volvían las hojas, y empezaron a brotar nuevos frutos.
—Ah... Ah...
Intenté recuperar el aliento. Me había quedado observando cómo el árbol devoraba mi maná, sin poner atención a cuánto usaba, pero había valido la pena.
—Otra naranja… Genial. Pero si yo puedo vivir de esta manera, ¿cómo vivirán los demás?
Sin lugar a dudas, quería conocer el mundo moderno. Solo habían pasado ochenta años, y seguro muchas cosas habrían cambiado o tal vez no. Pero quería quedarme aquí un año para perfeccionar mis habilidades y no parecer un ignorante cuando se trate de magia.
Con eso en mente, volví hacia la casa. Hoy no entrenaría; en cambio, prepararía un campo para sembrar. Con los frutos recolectados, iniciaría un cultivo. Al llegar frente a la casa, tuve una duda.
—Bueno, no quiero usar mi pierna, pero, ¿cómo hago esto?
Tenía un terreno disponible, y me sería de ayuda para lograr mis objetivos. Pero arar el terreno sería lo difícil.
—No tengo otra opción. Tendré que hacerlo.
Usé magia para crear una azada y di el primer golpe.
—¡Ay!
Mi pierna me dolía; aún no sanaba, y este trabajo requeriría todo el cuerpo.
—Tendré que hacerlo solo con las manos.
Entendiendo eso, me agaché y comencé a trabajar lentamente. No quería usar más magia. Me había desgastado antes con esas herramientas y el árbol; usarla de manera imprudente no era una buena idea.
Una vez que enterré todas las semillas, volví a casa para limpiar mi cuerpo. Me bañé, pensando en cómo sobreviviría hasta que mi pierna sanara.
—Debo prepararme para obtener comida usando magia, pero también debo cuidarme.
Me estiré y salí de la bañera.
—Bueno, hasta que sane mi pierna, viviré así. Espero aguantar.