Ya finalizaba mi jornada, era hora de descansar, ya que la luz del sol se había ocultado y el brillo de la luna era lo que daba inicio a la noche. Sentarme en las orillas de mi cama era parte de mi rutina. Vivir de esta manera tan aislada se sentía similar a algunas cosas de mi pasado, tal vez aquella vez que me alejé de mi padre. Aunque ahora las cosas eran diferentes porque estaba literalmente solo, mientras que en aquella ocasión estaba aislado en mente, pero no en cuerpo.
—Tan similar y tan distinto, qué raro.
Con ese pensamiento, moví las suaves mantas y me acosté entre las cobijas, sintiendo una calidez que me acogería hasta el amanecer. Al pesarme los ojos, mi cuerpo se sintió diferente, como si fuera más liviano y me transportara a un momento de mi pasado, donde ahora estaba en medio de un pasillo vacío. Allí estaba mi yo de 18 años parado.
—¡Hey!
Mi yo comenzó a gritar mientras salía de su parálisis y empezaba a correr hacia un lugar donde había unas diez personas rodeando a alguien.
—¡PUM!
El puñetazo que di resonó y atrajo la atención de las personas que rodeaban a esa persona.
—Maldita sea, no quería que vinieras.
De entre esas personas, el que estaba en el medio era Jonathan, quien se levantó y puso sus brazos en posición de pelea.
—Oye, no me critiques. Después de todo, ¿quién en su sano juicio pelea contra diez personas?
Me puse al lado de mi amigo y la gente se abalanzó contra nosotros. Dimos puñetazos y patadas para librarnos de ellos, pero era difícil al estar rodeados. Así seguimos un buen rato hasta que fuimos los últimos en pie. Una vez que terminamos, salimos a caminar hacia casa. El cielo estaba oscuro y lo único visible eran los edificios.
—Haa, no imaginé que sería tan difícil, Jacob.
—Pues claro que lo era, y luego yo soy el soberbio.
—Si no lo fueras, no habrías entrado.
—Oye, vi a un amigo peleando, es normal que me una.
—Ja, siempre tan amistoso. Eso me trae recuerdos.
—Cierto, cierto. ¿Recuerdas aquel día?
—Sí, parecías un pitbull intentando mantener la calma.
—Claro que lo era —dije con un suspiro, mirando al cielo donde vi las estrellas—. Ya sabes esa parte de la historia.
—Lo sé. Viniste aquí para alejarte de malas influencias.
—Sí, aunque ahora sigo peleando de vez en cuando, ya no soy el violento de antes.
—Aún recuerdo que el día que nos conocimos te estuve molestando hasta que me golpeaste.
—Ja, cierto. Ese día me molestabas por saber mucho de mi pasado hasta que me hartaste.
—Todavía recuerdo que cuando lo hiciste, empezaste a llorar porque no querías ser violento. Bueno, aquí nuestros caminos se separan. Ten cuidado, Jacob.
—Sí, hasta luego, Jonathan.
Cada uno tomó un rumbo diferente y se dirigió a su casa. En mi camino, avanzaba oyendo el bramido de las vacas, el sonido del viento pasando entre los cultivos y el motor de los tractores hasta que llegué a mi casa. Giré la manija y entré sin problemas. Fui directamente a la cocina, donde no había nada preparado.
—Qué raro. Supongo que papá está durmiendo. Ay, otra vez se olvidó de poner seguro a la puerta cuando duerme.
Mientras me quejaba, comencé a cocinar, tomando los ingredientes de la nevera. Teníamos lo justo y necesario para los dos. Me puse el delantal y cociné carne, plátano, arroz y frijoles.
—Esto debe ser suficiente.
Feliz con mi comida, la serví para mi padre y para mí. Pronto tomé un plato y subí al segundo piso, donde estaba la habitación de mi padre.
—Huele raro.
Un leve olor a hierro llegó hasta mí. No tendría sentido que fuera de la comida recién preparada, pero, inquieto, me acerqué más rápido y el olor se intensificó.
—Toc, toc, toc.
Toqué la puerta de metal esperando una respuesta, pero no obtuve ninguna. Volví a tocar más fuerte, con el mismo resultado. Abrí la puerta y vi la escena. El olor a hierro se intensificó y no era el único. Se sentía un olor a pólvora que llenaba la habitación, un olor que no había podido detectar antes desde el primer piso. Allí, en la cama, había un hombre. La sangre cubría el suelo debajo de él, pero estaba arropado. Miré más detalladamente y a duras penas reconocí que era mi padre. Su cara estaba golpeada y roja. Sin pensarlo, levanté la manta que lo cubría y desearía no haberlo hecho. Allí estaba el cuerpo, dividido en extremidades. Al ver la situación, el plato que tenía en las manos cayó y se rompió en mil pedazos. Di unos pasos hacia atrás mientras empezaba a recordar la historia de mi padre. Aquel hombre que, pese a sus errores, decidió intentar darme una nueva vida, el hombre que vendió su casa y me trajo al campo aunque no teníamos mucho dinero, el hombre que fue un ejemplo de no rendirse. Ahora, al volver la mirada, solo veía el grotesco cuerpo de mi padre. Incapaz de investigar, decidí hacer una llamada mientras mis lágrimas brotaban.
—Policía, ¿cuál es su emergencia?
Con la voz algo quebrada, respondí:
— ¿qué hago? Han asesinado a mi padre.
—Eh...
—¡VENGAN LO MAS RÁPIDO!
—Señor, enviaremos a la policía.
—¡PERO QUE VENGAN RAPIDO! Quiero que investiguen esto ya, o ¿a quién debo llamar?
—Sí, señor. ¿Dónde se encuentra?
Di mi dirección y esperé a que los agentes llegaran, mientras intentaba buscar culpables. Después de todo, mi padre no tenía ningún enemigo, o al menos que yo recordara. La policía llegó e intentaron consolarme, pidiendo mi testimonio, a lo que respondí con:
—... No sé lo que pasó. Solo llegué y estaba así.
Los policías me hicieron pasar una noche en la estación. Tuve derecho a una llamada y marqué a Jonathan.
—Hey, Jonathan.
—¿Jacob?
—Sí, soy yo.
—Oye, ¿no te fuiste a casa?
—Sí.
—Entonces, ¿por qué me llamas desde una estación de policía?
—Resulta que mataron a mi padre.
—Eh... ¿Espera, qué?
—Sí, como lo oyes.
—No te haré más preguntas, ya voy.
La llamada terminó. Poco después, Jonathan me visitó. Habían pasado ya unos tres días desde entonces. Ahora me encontraba en su casa.
—Aún no logro imaginar quién podría hacerle eso a tu padre.
—Ni yo.
—Toc, toc, toc.
La puerta sonó. Tembloroso, me levanté. No quería que la historia de mi padre se repitiera con mi amigo. Tomé un bate y me acerqué a la puerta, mirando bien antes de abrirla. Era un policía.
—Ahh... —Suspiré, dejé el bate a un lado y abrí la puerta—. Buenas, oficial.
—Buenos días. ¿Es usted el joven Jacob?
—Sí, señor.
—Creo que tenemos información sobre el asesino de su padre.
Esa frase me hizo abrir los ojos más de lo normal. Tomé al oficial de los hombros y lo agité un poco. Ahora conocería lo que había pasado ese día.
—¿De verdad?
—Sí, venga conmigo a la estación.
Salí con el oficial, listo para conocer aquella información que despejaría mis dudas. Una vez allí, empezaron a hablarme.
—Joven, ese día usted venía de la escuela a las 6:00 p.m., ¿verdad?
—Sí, señor.
—¿Tiene a alguien que lo corrobore?
—Sí, ese día Jonathan y yo tuvimos una pelea contra diez personas.
—¿Cree que ellos sean culpables de esto?
—No.
—Iré más directo, ¿tiene usted alguna relación con el narcotráfico, ya sea como consumidor?
—¿Relaciones yo? No... espera, ¿como consumidor? Como tal, no consumí, pero sí me ofrecieron.
—¿Quién?
—Un hombre, no lo recuerdo mucho, pero si lo volviera a ver, lo reconocería.
—Tenemos una lista de sospechosos. Creo que deberías verla.
El oficial salió del lugar y volvió con unas fotos de posibles sospechosos. Miré con cuidado cada foto y busqué al hombre que aquel día me ofreció droga, y ahí estaba.
—Oficial, es este.
Señalé con el dedo a un hombre, el elegante del coche.
—Tenía mis sospechas de él. Es hora de sentenciarlo. El juicio será mañana, y su asistencia será obligatoria.
—Entendido, oficial.
Al día siguiente, me encontraba en una sala amplia llena de personas, y allí estaba aquel hombre.
—La sesión inicia —dictaba el juez.
Yo estaba tranquilo, sin moverme, mientras aquel hombre me miraba impactado, como si no esperara que estuviera ahí.
—Testigo Méndez, diga su testimonio.
Me levanté e inicié a contar lo sucedido. Una vez que terminé, me hicieron algunas preguntas, las cuales eran las mismas que me habían hecho en la comisaría. Pronto se llegó a un acuerdo: aquel hombre estaría en cadena perpetua por asesinato y tráfico de drogas. Pero, ¿cuál sería mi camino ahora? Después de todo, ser médico en esta situación no hubiera ayudado. Cuando terminó el juicio, fui a hablar con el policía.
—Oye, dime, ¿por qué crees que asesinaron a mi padre?
—Por lo que veo, necesitaban que la gente les temiera.
—Pero no veo cómo entra mi padre en todo esto.
—Según investigué un poco, tu padre los había denunciado.
—¿Espera, qué?
Al darme cuenta de la posibilidad, mi cuerpo tembló. Tal vez por eso mi padre no discutió mucho sobre nuestra mudanza. Pero nació una nueva duda.
—¿Cómo pudo enterarse mi padre?
—Ni idea, tal vez vivías de una manera muy salvaje.
"Salvaje" era la palabra clave. En aquel entonces, yo era muy violento por la muerte de mi madre y mi hermano. Tal vez mi padre pensó que denunciando a esas personas evitaría que yo cayera más bajo.
—Sí, en ese entonces era bastante salvaje.
—Supongo que te ofrecieron porque vieron que serías un cliente leal.
—Pero mi padre ya tenía sospechas de que algo así podría pasar.
—Sí, supongo que por eso los denunció y limitaron su actividad.
Finalicé mi conversación con el oficial e inicié a caminar afuera del sitio. Ahí estaba aquel amigo que me había dado un lugar donde dormir, esperándome.
—Hey, Jacob.
—Jonathan.
—Veo que al fin terminó. ¿El tipo quedó encerrado?
—Sí, con cadena perpetua.
—Al fin pagó.
—Sí —respondí, aunque sin mucha fuerza—. Tal vez debería hacer algo mejor. Supongo que cambiaré.
—¿Cambiar qué?
—No seré doctor.
—¿Eh?
—Seré militar.