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Chapter 16 - CAP16:Papá

Mis párpados se cerraron, más no entendí en qué momento me dormí, pero sí entendía que lo estaba. Ahora yo no estaba en mi cabaña solitaria, estaba rodeado de personas que escuchaban a un hombre.

—¡Amén!

—¡AMÉN! —todos dijeron al unísono.

—Eh, eh. —Entre ellos estaba un niño; era mi yo del pasado, estaba algo dormido en la silla. A su lado estaban mi hermano, madre y padre. Una vez que se levantaron, todos estábamos afuera. El lugar de antes era una capilla y ahora me rodeaba la naturaleza. Tenía un camino realizado con piedras, cercas que limitaban el camino, árboles alrededor y un cielo despejado, un sol caliente, pero no abrazador.

—Jacob, ¿de qué hablaron? —mi padre inició a interrogarme.

—Ehhhhh...

—Ah, mi hermano se quedó dormido.

—Alex, si lo ves dormido, debes despertarlo, eres el mayor.

—Ya, ya, cariño. Jacob, ¿recuerdas aquel día sobre Jesús y el intérprete de la ley?

—Sí, mami, ese sí me acuerdo; Jesús le pide que diga los mandamientos.

—Sí, hijo, ¿cuántos eran los que mencionó Jesús?

—Dos.

—Oye, que él recuerde la vez pasada no significa que deba dormir el día de hoy.

—Cariño, recuerda que es muy pequeño y no siempre se quedará despierto; aparte de que la vez pasada fuiste tú el que se quedó dormido.

—Hey, pero fue porque yo trabajé hasta tarde.

—Y eso no te salva de que te dormiste.

—Ahhh, está bien, tú ganas.

—Hijo, volviendo al tema, ¿cuáles fueron?

—No me acuerdo bien.

—Ja. —Mi hermano se metió ante mi duda—. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Y el segundo era: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

—Bien hecho, ven y dale un abrazo a mamá. —Mi mamá se agachó para abrazar a mi hermano mientras yo miraba y preguntaba.

—Mamá, entonces se puede decir que se trata de amar.

—Sí.

—¿Pero qué es el amor?

—El amor puede ser muchas cosas, desde algo romántico hasta algo de amistad.

—¿Pero cómo se relaciona con los mandamientos?

—Simple, si amas a tu prójimo, ¿le harías mal?

—Ehhh, pues no.

—Exacto, en eso se resume.

Era un recuerdo de una conversación cotidiana; hubiera pensado que era algo casual de mi familia, pero eso del amor me había impactado. Una vez que terminé de pensar en eso, sentí como mi ambiente se desvanecía; ya no estaba en la capilla de antes, ahora me encontraba en una calle, era de día y estaba ahí caminando. Mis ojos, rojos de llorar, estaban presentes, mis manos sucias estaban a la vista, cada paso que daba era lento y cada vez que daba uno miraba de un lado a otro.

—Oye, maldito mocoso. —Un adolescente salió de un callejón donde estaba mirando. Al verlo, mi yo se abalanzó en contra de él, mientras el hombre intentó evadirlo.

—Aggh... —El hombre ahora estaba en una posición fetal; mi yo pequeño había decidido golpearlo en su entrepierna y ahora se dedicaría a seguir golpeando su cara.

—Uno, dos, uno, dos. —Mi yo parecía un poseído, desquitando su ira contra el tipo que salió. No se detuvo ni se detuvo hasta que ya no pudo seguir golpeando; mis manos, ahora más rojas y sucias, ya no estaban para golpear. Me fui y tomé rumbo a mi casa. Entré en ella; la casa ahora estaba sucia en su entrada y el olor a alcohol abundaba, parecía que no había sido limpiada en un largo tiempo. Mi padre estaba en la mesa, recostado, sus ojos rojos y cara roja estaban ahí.

—...

—...

Nos miramos entre sí y no hubo palabras. Me miró e incapaz de mantenerme viéndolo, se sirvió otra bebida de alcohol y yo fui a mi habitación. Al entrar, rompí en llantos sin hacer nada más que eso.

—Mamá, hermano. —Eran las únicas palabras que salían de mi boca. Cuánto tiempo había pasado desde aquello, no lo sabía. Mientras lloraba, al final quedé dormido. El día siguiente inició y durante el día fui y me bañé. Papá aún seguía sumido en sus botellas, mientras yo hacía un poco de arroz y huevos; me serví a mí mismo y luego a mi padre.

—...

—...

Ni hablamos; como marionetas, nos movíamos intentando olvidar el dolor. Salí de mi casa en busca de peleas; mi rutina era únicamente el conflicto para intentar distraerme. Cada vez que veía a alguien con quien pelear, lo hacía; era la única manera de olvidar aquel dolor.

—Oye, chico, creo que esto te puede interesar. —Un hombre me habló; él vestía un traje formal y estaba en un carro de modelo.

—¿Y tú quién eres?

—Vamos, no me trates así, creo que esto te puede ayudar. —El hombre me dio un plástico transparente con un polvo en su interior.

—¿Drogas?

—Hey, no las llames así, solo piensa que es una medicina para tu dolor.

—...

Al verme pensar mientras miraba el producto, sonrió y habló.

—Creo que será algo que te ayudará; si te gusta, en tres días trae algo de dinero y te daré más, esta vez será gratis.

—...

Mi yo guardó el producto en su bolsillo y no habló más; cada uno fue por su camino. Mi yo, ahora con más silencio, se dedicaba a buscar violencia; la gente ya no se veía por el sitio, cada vez miraba más rápido a todos los rincones, me volteaba con velocidad al no entender nada. Se supondría que vería gente por ahí.

—PUM. —Un golpe sordo se escuchó en el sitio; mi cuerpo pesado se desplomó en el suelo.

—Al fin el imbécil cayó, ¡rápido, vengan!

Un grupo salió de donde vino el hombre; ellos traían palos y bates listos para vengarse. Al igual que yo hice con el adolescente el día de ayer, hoy fui golpeado de pies a cabeza. El cuerpo me dolía en todo sitio y la violencia no se detenía.

—Ahh, ayuda. —Intenté pedir a alguien que pasaba en el sitio.

—¡TÚ! Maldito desgraciado. —El hombre se unió a la violencia en contra de mí en vez de socorrerme.

—Tú, tú, tú, enviaste a mi hijo al hospital y él te llamaba amigo, ni loco te ayudo.

La golpiza no se detuvo hasta que anocheció; tenía el odio de todos y mi relación con mi padre no era ni de lejos buena. Cuando terminó todo eso, cojeando, me dirigí a mi casa. Entré en la casa y, como antes, mi padre estaba allí bebiendo.

—... eh... ¡Hijo!

Mi padre se levantó de donde bebía y se dirigió a mí.

—Cállate.

Ni pensé en aceptar su compasión; me fui a mi habitación donde ahora dormiría y esperaría al día siguiente.

—¡ZAS! —Un sonido potente sonó; era en la casa y en la habitación de mi padre. Era raro; mi padre se quedaría bebiendo de inicio a fin del día. Me levanté; el dolor de mi cuerpo seguía presente, pero mi curiosidad era mayor. Entré y entendí lo que pasó.

—¡Papá!—

Mi padre estaba tirado en el suelo, tenía una cuerda en el cuello y una silla a un lado.

—Ahgh, papá, detente, por favor. —Mi padre, ahora en el suelo, me miraba; sus ojos rojos se empezaron a llenar de lágrimas, su voz balbuceaba sonidos, más no con palabras. No dije nada más, sino que me senté en la cama; mi padre solo me miró, él también se sentó a mi lado. Sentía que el aire era difícil de respirar, mi cuerpo era difícil de mover, no podía mirar a mi padre a los ojos; mi boca se sentía reseca, tal vez de tanto llorar. El tiempo pasó hasta el amanecer; decidí salir de la habitación, no sin antes llevarme la cuerda.

Entré en mi habitación, miré el polvo que el hombre me había dado; si lo hiciera ahora, ¿qué pasaría? Me sentiría bien, eso no lo dudaba, pero si lo hiciera ahora tal vez mi padre volvería a intentar suicidarse. El mero pensamiento me hizo pararme e irme donde estaba él; mi padre estaba sentado en la cama como si reflexionara sobre sus pecados. Me lanzó

esa mirada con sus ojos ahora rojos; ni él ni yo podíamos mantener nuestra mirada fija. Él se había intentado suicidar y yo estaba pensando en drogarme hasta olvidar mi nombre.

—Hijo, veo que lo sigues intentando.

—No me hables. —Pese a mis preocupaciones anteriores, no me sentía capaz de hablar con él; cada quien se había ahogado en su propio vaso.

—Debemos hablar.

—¿¡Qué hablar?! No hay nada, ahora solo eres un borracho.

—Hijo, te entiendo, pero quiero que me prometas dos cosas.

—¿¡Por qué lo haría!?

—Solo escúchalo y luego me dices.

—No, no quiero.

—Hijo, solo quiero decirte que quiero cambiar y que tú también cambies.

—¿¡Cómo puedo hacerlo!? Ni tú lo has logrado. —Abrazando a su padre, las lágrimas que intentaba retener ahora se desparramaban como cuando un vaso lleno se voltea.

—Y esta es la segunda promesa: que nunca nos rendiremos.

—Está bien, nunca me rendiré.

Nuestras lágrimas caían; el tiempo pasó hasta que mi corazón descansó. Me había tumbado primero por la muerte de mamá y Alex, pero no la pude superar porque ni mi papá ni yo podíamos entender que ahora solo estaríamos. Ahora que lo entendía, podía fluir mis emociones. El tiempo pasó hasta que finalmente pudimos hablar.

—¿Papá?

—Sí, hijo.

—Eh, ¿por qué te querías suicidar?

—Cuando te vi golpeado de esa manera, no fui capaz de imaginarte ver morir; fui a intentar lo más rápido para no verlo.

—Papá, deberíamos irnos a otro lugar.

—Creo que podemos empezar desde cero ahora.

—No, la gente me odia.

—Hijo, ¿qué fue lo que prometimos?

—Que no me rendiría, pero aquí no puedo iniciar.

—Está bien, conozco una finca donde podremos ir a vivir.

—Gracias, padre.

Esa vez le oculté el hecho de que me había ofrecido drogas; no mencioné a nadie para evitar mayores problemas. En cambio, intenté ir lejos durante un tiempo para que pudiéramos darnos el tiempo adecuado para curar.