Cerré mis ojos cuando me acosté en aquella cama donde ahora reposaría, pero pronto iniciaría a soñar. Estaba parado en medio de una calle; el cielo brillaba como si fuera mediodía. Los carros pasaban de lado a lado mientras yo comenzaba a sudar por el calor.
—¡Mamá, mamá! —gritó un niño de unos diez años. Su cabello era marrón, vestía una camiseta blanca con un esqueleto y una pantalón corta azul. Su mano jalaba a quien llamó madre, una mujer rubia de pelo largo que parecía de treinta y tantos años. Vestía un conjunto simple de color rojo, ligero para no sufrir por el calor, y llevaba un bolso. Sonreía mientras aquel niño la tironeaba.
—No te apresures, Jacob. ¡Ya comeremos helado!
—¡Pero, mamá! ¡Lo quiero ahora!
—No, ahora debemos reunirnos con tu hermano y papá.
—Hum, está bien.
Al terminar aquella conversación, la mujer detuvo al niño antes de que siguiera de largo y se fuera a la carretera. Sacó de su bolso un teléfono y marcó rápidamente unos números para luego llamar.
—Hola, cariño, te estoy esperando al frente de la heladería.
Con breves y rápidas palabras, colgó y poco después llegó un hombre con una camiseta blanca de manga corta. También llevaba una pantalón corta azul, al igual que mi yo del pasado. Venía acompañado de un niño algo más alto que yo, tenía cabello rubio, corto, camiseta de manga corta y una pantalón corta verde.
—¡Alex, vamos a jugar!
—Todavía no hemos llegado a la playa, Jacob.
—¿No querías un helado? ¡Vamos a comprarlo!
—Bueno, niños, vamos a comer helado y luego nos dirigiremos a la playa.
El grupo se acercó al lugar mencionado, donde compraron cada uno sus helados. Yo, como si fuera un perro, lamía aquella paleta sin piedad, mientras mi hermano se comía el helado a mordiscos, como si compitiera contra mí.
—Es bueno ver que se llevan tan bien, ¿o no, querido?
—Sí, en mis tiempos casi nos peleábamos por ver quién se comía el helado del otro.
—Menos mal que no lo heredaron.
Mientras los padres reían y los niños competían, se acercaban a su destino elegido. Llegaron allí y vi el intenso azul del cielo que se divisaba en el horizonte, igual de fuerte. Cerca había mucha arena donde se encontraban otros grupos de personas.
—Alex, Jacob, ya saben las reglas: nunca ir demasiado lejos, jugar principalmente en la playa y mantenerse cerca de nosotros.
—Entendido —dijimos al unísono mi hermano Alex y yo, para luego tomar la pelota e irnos corriendo.
Nuestro padre nos daba las reglas de manera simple para que no las rompiéramos y nosotros las cumplíamos. Con mi hermano, nos unimos a otros niños de nuestra edad con los que jugaríamos. No fue difícil porque había varias familias con las que armamos un partido de fútbol. Mi hermano lideraba un equipo y yo el otro. Tomamos como canchas unas piedras y medimos una distancia con nuestros pies para que fueran iguales. Una vez listas, iniciamos el partido.
—¡Pasa aquí! —pidió uno de mi equipo y, sin dudarlo, le pasé el balón, pero pronto fue atacado por mi hermano y le arrebató el pase.
—No tan rápido —fui y traté de presionar a mi hermano para evitar que siguiera acercándose, pero se me adelantó. Aunque la defensa de mi equipo lo interceptó y le quitaron el balón.
—¡Sube, sube! —me gritaba aquel niño y yo corría en dirección a la portería rival. Una vez que pasé de la mitad del campo, mi hermano me alcanzó e inició a marcar. Por eso el chico decidió pasarlo a alguien más del equipo. Una vez se hizo el pase, aquel con el balón fue atacado por otros dos chicos del grupo rival. En un intento de salir de ahí y no perder, hizo un pase; fue mala idea porque fue hacia mí y mi hermano lo aprovechó.
Tomó el balón y fue de nuevo rumbo a mi portería. Mi equipo se había separado antes, pero yo intenté hacer algo. Sin embargo, mi hermano pateó antes de que pudiera evitarlo. El portero no fue capaz de atraparlo, aunque se lanzó.
—¡Goooool!
—Ya tendremos oportunidad, ¡todavía no ha terminado! —nos motivó uno de los chicos de mi equipo para continuar, así hasta llegar a la tarde.
—Niños, es hora de irnos —mi padre se nos acercó para darnos ciertas noticias.
—Ahhh, bien, vamos, papá —mi hermano fue el primero en insistir en irnos. Su voz cansada demostraba que quería irse.
—Emmm, no, papá, déjanos un poco más —insistí, todavía quería jugar un poco más.
—No, chicos, vamos de una —mi padre seguía insistiendo, pero llegó mamá.
—Está bien, jueguen un poco más, pero que sea rápido.
—¡Gracias, mamá! —dije feliz.
—Ahh, bueno, jugaremos —mi hermano, agotado y algo apurado, aceptó aquella respuesta.
Una vez terminé de conversar con mi madre, me reuní con el equipo.
—Vamos perdiendo —dijo uno.
—Sí, había pasado mucho tiempo desde que iniciamos, pero estábamos perdiendo por una gran goleada. Ellos tenían 17 goles, a diferencia de nosotros que teníamos solo 9, pero todavía tendríamos aquella arma para ganar, así que la anuncié:
—¡Último gol gana! —desesperado, antes de probar el sabor de la derrota, usé esa estrategia: todo o nada, perfecto cuando vas perdiendo y sabes que no puedes ganar, pero aún tienes esperanza.
Rápidamente, el grupo se formó para darlo todo, al igual que el opuesto. Sería malo si, por confiados, ellos ganaran. La mayoría de ellos estaban en mejor condición, pero mi hermano estaba agotado. Esto era bueno porque era el mejor jugador, pero nosotros también estábamos algo cansados, aunque no nos rendimos.
—¡Vamos! —grité mientras iniciaba a correr con el balón. Uno del equipo rival vino e intentó robarme el balón, pero me había anticipado al igual que otro y se puso en posición de recibirlo. Mi hermano intentó ir a por él, pero, al estar agotado, no lo alcanzó. La defensa rival trató de atacarlo, pero tampoco lo logró y con eso logró avanzar.
—¡Goooool! —gritó mi equipo al unísono. Ese partido había sido divertido, pero era hora de irnos cada uno a su casa.
—Nosotros nos adelantaremos —dijo mi madre con mi hermano.
—Está bien, nosotros daremos unas vueltas.
—Ehh, pero, ¿por qué?
—Ya te lo diré luego —dijo mi padre sonriendo. Luego de eso, me separé de mi hermano y madre, tomamos un bus y dimos unas vueltas por la ciudad.
—Papá, ¿por qué estamos haciendo esto?
—¿Sabes qué día es hoy?
—Es el 3 de febrero... ah, cierto, ¡es nuestro cumpleaños! —Ante la respuesta que di, mi papá, sonriendo, me abrazó y me alzó.
—Exacto, hoy cumples 12 años y yo 37.
Ambos felices disfrutamos del momento. Como ya había anochecido, nos dirigimos a nuestra casa. Una vez dentro, encendí las luces felizmente, pero todo estaba igual.
—¿Papá y mamá?
—No lo sé. Pensé que tendrían las preparaciones listas. Tal vez solo se están demorando.
—¿Estarán bien?
—Sí, eso creo.
Revisé el lugar en busca de pistas. Era posible que intentaran darnos un susto para luego iniciar con la fiesta. Primero miré el escritorio; este estaba limpio, sin nada que hubiera en él, como si no hubiera sido usado más allá de la mañana. Fui a la cocina; esta tenía platos sucios, tal vez del desayuno. No solo eso, fui a las habitaciones esperando ver algún rastro de ellos, pero al entrar en las habitaciones no encontré nada; estaban despejadas, no tenía la cartera ni rastro del balón. Inquieto, hablé con mi padre.
—Llamémosla.
—Cierto.
Mi padre sacó su teléfono; sus dedos temblaban mientras marcaba, pero ágilmente pronto marcó. Acercó el teléfono a su oído y llamó, y el teléfono sonó, sonó y sonó, pero no hubo respuesta.
—¿Papá, por qué mi mamá no contesta?
—Nnn, no lo sé —casi tragándose las palabras, aceptó el hecho de que no entendíamos aquella situación.
—Buzón de correo de voz —el teléfono sonó, pero no dio una solución, por lo que mi padre colgó.
—¿Tu hermano llevó el teléfono?
—Cierto, ¡llámalo!
Otra vez, con sus dedos temblorosos, marcó el teléfono.
—Brrr —sonó el teléfono.
—Ahhh —suspiré con mi padre al unísono y pronto fuimos al lugar del sonido; era la habitación de Alex. Esperamos que estuvieran ahí.
—¿Por qué solo está el teléfono? —Como él dijo, ahí estaba el teléfono en el escritorio, pero no estaban mi hermano ni mamá.
—Brrrr.
Era el teléfono de la sala, al cual corrimos, llegando en un instante y contestó mi padre.
—¿Qué?
—¿¡Papá, quién es!?
Al preguntarle, pronto colgó y me tomó de la mano para llevarme afuera de la casa. La calle no tenía vehículos circulando en ella, pero...
—Ahh, tu madre y tu hermano... ahh... están en el hospital —intentando no llorar, tomó su teléfono y llamó a un taxi.
—Ehh, ¿mamá y Alex estarán bien? —Intenté limpiar las lágrimas que salían; mi voz se apretó, casi incapaz de hablar.
—Están graves... ahh, ah, pero todavía hay esperanza —respondió mi padre. Él también la estaba pasando mal y debíamos mantenernos.
Luego, llegó rápidamente el taxi a nuestro lugar.
—¿A dónde los llevo?
Mi padre, intentando no llorar, tomó una respiración y habló:
—Al hospital.
—Entendido. —El taxista tomó el volante y miró en el retrovisor, nos vio, suspiró y, sin lugar a dudas, aceleró hacia el lugar. El camino era denso y poco transitado.
—Esta ruta nos llevará más rápido. Entiendo cómo se sienten y espero que los ayude.
—Gracias —dijo mi padre; pese a las lágrimas, se expresó, pero yo no pude porque de mí salían sin parar.
Pagamos y nos bajamos del lugar. Pronto, mi padre empezó a correr y yo le seguí. Entramos al lugar y pedimos ser atendidos.
—Ahhg, señorita, mi esposa e hijo entraron a la UCI hoy, ¿cómo van ellos?
La señorita movió algunas cosas en la computadora y revisó los detalles.
—¿Usted es el señor Méndez Esteban?
—Sí, señorita.
—Su esposa, Laura, está en operación, al igual que su hijo, Alex.
—Ahggh, ¿qué fue lo que pasó?
—Según lo visto, fueron atropellados por un carro.
—¿Quién lo conducía?
—Parece que fue un grupo de ladrones; estos ya fueron detenidos y ahora están encerrados. Para el día de mañana, tendrán el juicio.
—Está bien, gracias por la información.
Mi padre y yo nos sentamos en una de las sillas. Así estuvimos hasta que amaneció.
—Señor Méndez —salió un hombre con bata. Mi padre y yo fuimos deprisa hacia él.
—Doctor, ¿cómo está mi esposa e hijo?
—Señor, pese a nuestros esfuerzos, las heridas de su esposa e hijo eran mayores a lo que podíamos hacer. Las hemorragias no pudieron ser tratadas, y esto generó la muerte de su esposa a las 4:53 a. m. Su hijo pasó el mismo destino a las 5:03.