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Chapter 8 - CAP8:Francotirador

Mi cuerpo descansaba en la cama mientras mis ojos se sentían pesados y calmados. Intentando mirar el techo, caía en lo profundo de los pensamientos de mi ser.

Me hallé en un lugar cerrado por cuatro paredes. No había ventanas, pero sí un grupo de camas donde se hallaban varios hombres acostados. De repente, la puerta se abrió y entró un hombre. Al entrar, todos ellos se levantaron al mismo tiempo.

—Tomen sus armas —dijo el hombre, el sargento de mi pelotón, en el que estaba mi yo del pasado.

—¡Sí, señor! —respondían y hacían conforme a la voluntad del sargento.

—Méndez, desde el día de hoy no usarás fusil, sino un fusil de francotirador. Ve a la oficina del coronel.

—¡Sí, señor! —A lo que mi yo del pasado dejó su fusil en la cama, se levantó y salió del lugar. Ahora se veía el suelo de concreto que mantenía varias líneas, en las cuales los vehículos y la gente se guiaban para desplazarse sin crear problemas. Cada quien iba a su destino de la misma manera que yo estaba haciendo. Los edificios que abarcaban el lugar eran de cemento gris, igual que el suelo. Mi indicación era ir donde el coronel, así que fui al edificio más grande, donde había un guardia cubriendo la entrada.

—¿Quién eres y qué quieres?

—Soy Méndez Jacob, vengo a reclamar mi rifle de francotirador —respondí algo tembloroso.

—Entra —dijo el guardia mientras se quitaba del lugar y me daba espacio.

Al entrar, vi varias habitaciones, cada una con su respectiva puerta, pero no estaba en esta primera planta mi destino. Fui y me dirigí a las escaleras, donde subí e inicié a buscar la oficina. Al poco tiempo la encontré gracias a la señal que decía "Oficina del Coronel". Me acerqué a la puerta y golpeé tres veces.

—Toc, toc, toc.

—Abre la puerta. —Con algo de desconfianza, abrí la puerta del sargento y ahí estaba, sentado en su respectivo escritorio con una caja negra y rectangular encima.

—Lo lamento por lo de esa cirugía —inició a disculparse. Cierto, aquella cirugía me había quitado la posibilidad de crecer en mi magia, pero pese a ello no me había rendido; tenía algo que me impulsaba, aunque no sabía qué era.

—No hay problema, encontré una manera de seguir ayudando, incluso si no es mucho —dije. Cierto, había elegido esa arma porque era lo que se adecuaba a mis necesidades: un golpe en el que lo daba todo por el todo.

—Te he conseguido un instructor; debe estar en la recepción. —Al decir esto, el coronel tomó la caja de su escritorio y se levantó para acercarse a mí y entregarme la caja. Era pesada, pero podría aguantar el peso.

—¿En serio? ¡Muchas gracias! —respondí alegremente. No tenía quien me instruyera en el pelotón, pero ahora podría seguir aprendiendo sobre mi nuevo oficio.

—Sigue dándolo todo —dijo el coronel antes de despedirse de mí.

—¡Sí, señor! —dije como despedida y luego me dirigí a la recepción, donde se hallaría mi nuevo maestro. Una vez salí de la habitación, bajé las escaleras y busqué la recepción, en la cual entré. No me fue difícil encontrar a quien ahora sería mi maestro. Vestía el uniforme verde con la clásica camisa de este ejército y en su cuello colgaban unos binoculares. Su cara era angular, ojos azules y su pelo era gris, tal vez por la edad. Lo identifiqué porque era el único del lugar e inmediatamente inició a hablar.

—Así que serás el nuevo francotirador. —Sin saludar, inició a verme de pies a cabeza y, como si hubiera entendido todo de mí, comenzó a juzgarme.

—¿Cómo sabía que soy el nuevo? —pregunté, algo incrédulo y curioso por su respuesta, pero haciendo caso omiso a mi pregunta, continuó observándome.

—Desde aquí veo un hombre que sufre por su orgullo y se levantará para defenderlo. —Pensé que diría cosas malas de mí, pero no fueron las únicas palabras que salieron de su boca—. Pero también veo que eres demasiado impaciente; tal vez esto no sea lo tuyo. —El hombre terminó su juicio, y no sabía qué decir. Preguntaste cómo lo sé; pues es obvio: si no, dime, ¿quién cargaría la caja del francotirador si no es uno? —finalizó con su razonamiento lógico, lo que me hizo avergonzarme de preguntar.

—Sí —respondí algo resignado.

—Soy el sargento Edgar. Conozco tu situación; veo que ya tienes tu rifle. Sácalo y ponlo en tu espalda.

Seguí la orden, bajé mi caja e inicié a abrirla. Al hacerlo, vi el rifle e hice lo indicado. Ahora, con el rifle en mi espalda, me sentía más pesado que con el fusil.

—Supongo que ya estás notando el peso. Lo siguiente es ir a trotar. Vamos.

—¡Sí, señor! —Luego de eso, salimos y nos dirigimos fuera de la zona donde había vehículos o algo similar, lo que nos condujo al bosque. En ese viaje, me llevó a lugares que no había recorrido antes cuando solo usaba mi fusil. El día transcurrió mientras me llevaba de zona en zona por medio de diversos caminos. Algunos eran más fáciles de transitar que otros, pero siempre la dificultad había sido mayor a lo que originalmente pensaba.

—Nos detendremos aquí —el sargento me dio una señal y nos detuvimos en el lugar—. Inicia a tomar posición; pon tu rifle primero, luego inicia a calibrarlo. —Inicié a realizar la orden justo cuando terminó, bajé el rifle de mi hombro y lo coloqué en el suelo, pero incapaz de calibrarlo, pregunté:

—Señor, ¿cómo calibro mi rifle?

—Inicia a limpiar. —Saqué el paño e inicié a limpiar el rifle por todos lados—. Esto es para que no haya mugre que interfiera en el tiro.

—Ahora cárgalo con la munición que te dieron en la caja. —Miré la caja y, como había dicho, tenía balas.

—Ajusta la mirilla para que quede alineada con el cañón. —Moví el rifle hasta ponerlo de manera que me pidió.

—Inicia a calibrar la mira; esta se debe ajustar cada vez que inicies a realizar un tiro. —Continué sus instrucciones hasta terminar mis preparaciones.

—Mira bien el bosque. —Fue la siguiente orden que me dio, así que, con mis ojos, intenté ver a la distancia lo que había. Solo podía ver algunos caminos, pero en general, muchos árboles.

—Supongo que no lo ves. Mira a ese árbol. —Señaló a un árbol que estaba a 10 metros de mí, y cuando vi más claro, era un saco de boxeo vestido como soldado.

—Si hubiera sido un enemigo, no lo hubieras notado, pese a lo cerca que está. —Él tenía razón; sin poder contradecirlo, me mantuve en silencio esperando qué era lo siguiente que diría.

—Te lo dije, eres muy impaciente; por eso no pudiste ver lo que estaba al frente tuyo.

—Sargento, entonces, ¿qué debería hacer?

—Eres un francotirador; puedes, no, debes tomarte el tiempo para analizar. —El hombre rectificó, dictando lo que debía hacer.

—Sí, señor —al igual que solía hacer todo el tiempo con las órdenes de mis superiores.

—Veo que te has acostumbrado a decir "sí, señor"; eso es problemático. —Viendo otro de mis defectos, creó una nueva crítica contra mí—. Dime, ¿por qué solo aceptas?

—Porque yo creo que será algo importante —dije, algo vacío. En realidad, no comprendía mucho y por eso seguía las órdenes. Cuando se me dijo que debía aceptar una misión, fue una de las veces que desafié a mis superiores, pero esto era por mis valores que me hacían sentir que debía aceptar esta misión en la que no sabía nada.

—Es un buen ideal, pero sabes de dónde salen las piedras mágicas. —Esta pregunta era aquella que no podía resolver; incluso si le preguntaba a mi sargento, él tampoco sabía responder.

—Yo no lo sé, pero escuché rumores de que hacen experimentos con algo que no es de este mundo. —Me dio una frase que no podía entender. ¿Algo fuera de este mundo? ¿La carrera aeroespacial avanzó tan rápido?

—Eso es todo lo que sé, pero no creas que solo por luchar por tu ideal estás haciendo bien. Cuestiona todo; cuestionate a ti mismo antes que todo.

—Lo intentaré —dije, pero aunque mis palabras eran afirmativas, mi cuerpo tembló porque no era capaz de hacerlo.

—Con el paso del tiempo, lo podrás hacer. —Intentó consolarme, pero sentía que si intentaba juzgar sin más, no sería lo mejor; sería mejor analizar lo que hay al frente de mí, como había dicho el instructor.

Así pasó el tiempo, en el cual entrené durante el día mis habilidades como francotirador, pero al llegar la noche iniciaba mi entrenamiento mágico. Para ello, me llevaron a un campo de tiro en el cual me instalé como había practicado con anterioridad.

—Méndez, ya que no podrás crecer tu magia, tendrás que entrenar tus habilidades; será en tu caso el viento para que tengas una mejor puntería y velocidad.

—Sí, señor —dije mientras analizaba cómo podría hacerlo. Tal vez debería intentar hacer que la bala corte mejor el viento para darle más velocidad y aumentar su precisión. Mis posibilidades eran limitadas y debía elegir con cuidado porque mi mana era limitado.

—Serán tres tiros, cada uno debe contener alguna de las cosas que has mencionado. —En respuesta, seguí su orden. Mi primer tiro fue aquel que cortó mejor el viento; fue más preciso y rápido, junto con que el sargento había medido mi tiempo.

—Tiro 1 a 300 metros, tiempo esperado 0,375 segundos, resultado 0,1875 segundos; ciertamente lo estás haciendo bien.

Inicié con mi segundo tiro.

—Tiro 2 a 500 metros, tiempo esperado 0,625 segundos, resultado 0,3125; sigue así.

Con ese elogio, inicié el tercer tiro.

—¡Soldado, lo has fallado!

—Disculpe, tengo la mente algo ocupada.

—¡Soldado, más te vale dejar a un lado tus preocupaciones si no quieres terminar muerto! —El hombre me tomó del hombro; pese a sus duras palabras, sentía algo de calma y quería decir algunas cosas.

—Sargento, quisiera saber de dónde vienen las piedras mágicas.

—Ya les había dicho que no lo sé.

—Escuché que no son de este mundo; dígame, ¿por qué, aunque aceptamos esto, no nos han dicho de dónde las consiguieron?

—Eso es algo de los altos mandos y no podemos saberlo —expresó mientras se sentaba a mi lado—. Pero si te enteras y quieres dejar esto, te lo permitiré.

—Gracias.