Entré en mi habitación, donde, como de costumbre, era oscura, e inicié a pensar qué era lo que debería hacer. Durante el entrenamiento, había decidido que iría por el libro, pero también que debería fortalecerme primero. Suspiré mientras intentaba analizar qué debería hacer para entrenar de una manera más eficaz, y con esa preocupación en mente, me arropé, pero no podía dormir gracias a la inquietud de lo que podría pasar con el libro: cosas como que un animal se lo lleve, llueva y se dañe o que no me acuerde dónde lo dejé, eran mis principales preocupaciones. Sentía como si no pudiera dejarlo a medias, pero en contra de eso, decidí forzarme a dormir. Al fin pude dormir, y en medio del sueño, inicié a recordar partes de mi memoria que estaban ausentes.
—Uno, dos, tres —Era el sargento Salazar, que entrenaba al pelotón de mi yo del pasado, el cual estaba enterrado en sudor cumpliendo lagartijas. El sargento seguía contando hasta que llegó a cincuenta.
—¡Levántense! —pidió el sargento. A su lado había un hombre con bata que medía unos 1,67 metros. Su pelo era marrón y su cabello era corto, pero incluso así no llegaba a lo del pelotón.
—Hoy es el día en el que se añadirá la magia. —Quien habló fue el científico. En el pasado, habíamos cuestionado la veracidad de la existencia de magia; más al saber que era algo cierto, nos habíamos metido en esto. Algunos de los compañeros se metieron por curiosidad y otros porque sentían que era lo correcto, pero todos quedamos aquí, estábamos entrenando con tal de estar listos para la magia.
—Iremos en orden. García será el primero. —Una vez mencionado, se levantó el hombre. Este estaba al lado de mi yo pasado, pero no era la primera vez que interactuaba. Según mis recuerdos, era aquel hombre que había hablado conmigo cuando vimos al coronel por primera vez.
—Te veré luego —dijo el hombre mientras se levantaba y seguía al científico. Luego de eso, el grupo se quedó en silencio sin saber qué hacer; más quien rompió esa tensión fue el sargento.
—Estará bien —aseguró afirmando mientras veía al lugar donde se había dirigido García—. He visto ya más sobre la magia y cómo la pueden manejar —añadió.
—Sargento, ¿díganos cómo hacen que nosotros podamos usar magia? —preguntó mi yo del pasado sin miedo.
—Hay unas piedras —inició a narrar, pero sus palabras se nos hicieron difíciles de entender.
—¿Piedras? —preguntó el pelotón mientras se acercaban hacia el sargento, abrumándolo en unos momentos.
—¡Oigan, no se amontonen! —al dar la orden, se alejaron, pero el misterio parecía apenas iniciar.
—Hacen una cirugía para añadir las piedras —continuó el general mientras seguía contando lo que sabía.
—¿Espera, eso no es peligroso? —preguntó uno del pelotón sin saber la lógica detrás del asunto.
—Eso pensé al verlo, pero al preguntar me dijeron que luego el cuerpo lo absorbía —afirmó el general mientras se recordaba aquel momento, poniendo una expresión de una sonrisa suave.
—¿Piedras y qué, luego el cuerpo las absorbe? —con los ojos abiertos, aquel hombre del pelotón se acercó nuevamente hacia el sargento.
—Sí, suena raro, pero yo mismo vi lo ocurrido —le respondió el sargento, manteniendo la calma.
—¿Cómo sabes que eso ocurre? —seguía cuestionando aquel hombre mientras su mente intentaba responder antes de saber.
—Radiografías. Pedí las radiografías. —Igual que antes, resolvió su duda, pero parecía que mientras más hablaba, más dudas teníamos.
—¿En serio? ¿Pero no que seremos el primer pelotón con magia? —preguntó sobre la realidad que sabía, más el sargento, como si lo hubiera anticipado, sonreía aun más que antes.
—Sí, pero también se han hecho experimentos en los cuales se usan animales. En unos tres días, ya se ha absorbido por el cuerpo —respondió sin pensarlo como si nada.
—Increíble —respondió el soldado, quedándose sin palabras.
—Sin lugar a dudas, hasta los científicos están emocionados por hacerlo.
—Por cierto, ¿dónde obtienen las piedras? —preguntó uno del pelotón.
—Esa información no me la dieron —dijo el sargento. Parecía que, incluso si habíamos aceptado, no nos daría toda la información.
—Sargento, ¿usted ya se hizo la cirugía? —preguntó uno de los hombres del pelotón.
—Sí —al hacer eso, usó el dedo de su mano y sacó una llama. Incrédulo, el hombre del pelotón se acercó e intentó tocarla.
—¡Ayyy, quema! —dijo mientras se agarraba el dedo, si en verdad quería probar si era fuego.
—Pues es fuego, ¿qué esperabas, que fuera frío? —dijo el hombre mientras todos, incluidos el sargento, se echaban a reír.
—Tenía mis dudas —respondió mientras seguía agarrándose el dedo. Al poco tiempo, salió el que había entrado antes al lugar.
—Estoy completo —dijo mientras presumía. Luego se quitó la camisa, donde en su pecho tenía unos puntos y una herida suturada con dos puntos.
—Ven, ahí está bien —dijo el sargento—. Luego de esto, tendrán la semana libre para que cierre bien la herida —añadió. Luego de eso, todos fueron hasta que tuvieran su cirugía; más mi yo del pasado fue el último. Cuando fue llamado, se levantó con calma esperando los mejores resultados. Entró a la sala donde se habían hecho las cirugías antes, estaba libre de olores. Seguro tenían un protocolo adecuado para quitar todas las posibles infecciones de manera rápida y segura. Me recosté en la camilla, donde me sedaron; mi yo del pasado quedó dormido, más yo no. Inicié a ver una escena que no esperaba.
—Señor, por favor, no lo haga —pidió un científico. Aunque no podía ver sus ojos, sus manos temblaron.
—No, esto lo haremos, igual ellos no lo sabrán —afirmó el hombre. Era aquel que nos había llamado a cada uno.
—Pero señor, es muy posible que esto no salga bien —respondió el hombre.
—¿Y qué? Esos tontos se asombraron por esto, es normal que tenga consecuencias —con algunas palabras frías respondió ante la ética del otro.
—Ese sería el caso, pero se ha decidido usar el protocolo estándar —seguía respondiendo el hombre mientras cada vez respondía más lento, como si se quedara sin respuestas.
—Sabes —dijo el hombre, movió su mano sin prisa y la metió en el bolsillo de su chaqueta, mientras el otro hombre se dedicó a mirar. Y por ello sus problemas habían iniciado. El otro hombre había sacado un revólver de su bolsillo.
—Solo hazlo, así ganaremos más dinero —dijo el hombre como si el experimento que tenía en mente fuera mayor que la seguridad de un hombre que había confiado en él. Sin poder hacer nada, el otro científico, que se mantuvo en su ética, ya no podía retroceder y empezó con la operación, donde inició abriendo el lugar donde se pondría la piedra, mientras el otro hombre continuaba apuntando. Más cuando llegó el momento de insertar la piedra...
—¡Hey! Ve al escritorio de allí, revisa en el primer cajón —mandó el hombre sin valores. Sin responder, el otro fue e hizo lo que se le pidió. Allí había una caja que, al abrir, contenía una piedra más grande que la otra.
—Necesita ser más grande la incisión, hazlo —seguía ordenando el hombre armado, confiado. Siguiendo las órdenes, el otro hombre hizo lo que se le pidió y metió la piedra para después suturar la herida. Pero en ese entonces, mientras el hombre bajaba el arma, la puerta se abrió.
—¿Qué mierda? —gritó el sargento mientras veía la situación, pero todo el pelotón, sin dudar, se organizó y corrieron lo más rápido que podían hacia el hombre armado. Este intentó levantar su arma, más al hacerlo, fue golpeado en el estómago por un golpe dado por el sargento.
—¡Aaaaah! —salió el aire de su estómago e intentó levantarse, pero el pelotón lo había desarmado y confiscado su arma.
—¡Hey tú! —llamaron al otro científico—. ¿Qué fue lo que pasó aquí? —preguntó el sargento mientras cerraba sus manos.
—Él me forzó —dijo el científico señalando al hombre antes armado—. Le insistí que no debíamos hacer esto, pero él me apuntó con un arma para que lo hiciera —continuó mientras las lágrimas salían de sus ojos.
—¿¡Qué fue lo que pasó!? —gritó el sargento Sin poder saber lo que había pasado, tenía un mal presentimiento y no fue hasta que se demoraron de más que decidí entrar. ¿Qué ha ocurrido? Su voz estaba algo distorsionada y esta vez no era una posibilidad de ira; era una certeza de que lo estaba.
—Él mandó a usar una piedra más grande. Esto lo hemos experimentado en otros animales; daba un poder algo mayor al inicio, pero no podía crecer luego —dijo con una voz pesada.
—¿Qué? ¿Qué carajos hiciste? —gritó el sargento mientras casi lloraba y, a su vez, pateaba al hombre que estaba en el suelo. Era lógico: un hombre de su pelotón había sido usado como una rata para cumplir el orgullo de aquel hombre, y esto le había dejado una secuela permanente a su cuerpo. Pero no era lo único que ocurría; mi yo del pasado estaba despertando.
—¿Qué pasó? —preguntó al ver que todos estaban reunidos y un hombre en el suelo, mientras su sargento estaba al borde de las lágrimas.
—Este idiota te ha jodido la vida —respondió mi yo del pasado, incapaz de comprender lo que había pasado. Abrió un poco la boca para hablar, pero fue interrumpido por el sargento.
—Este hombre no quiso hacer bien el experimento y esto hizo que ahora no puedas tener más maná.
—¿Qué? —mi yo anterior, incrédulo, intentó entender lo que había ocurrido, pero luego entendió: él ya no podría seguir fortaleciendo su magia. Sus manos temblaron, pero luego se calmó.
—No importa, seguiré —dijo con la misma firmeza que cuando aceptó entrar.
—Pero chico, ya no podrás ser más fuerte —replicó el sargento. Era un hombre exigente, pero esto no lo había privado de sentarse y reírse con sus hombres. Pero ahora vio el futuro arruinado de uno de sus hombres; el propósito de ahí era que todos pudieran usar magia y fortalecer el ejército con la magia, pero ahora uno de ellos no podría crecer.
—Dime, ¿qué te parece que me vuelva un francotirador? Así podré luchar y no seré una carga. —Mi yo del pasado había encontrado una solución. Tal vez su magia no sería la más fuerte, pero si la usaba toda en un tiro certero, era seguro que lograría algo. El sargento se llevó la mano a la barbilla y pensó unos instantes para luego reírse.
—Jajaja, siempre encuentras una solución. Estaba bien, serás el francotirador, pero más te vale estudiar lo que conlleva, porque nadie de este pelotón lo ha sido.