Mi cuerpo se sentía pesado. Me caía lentamente al suelo mientras el asqueroso olor a restos de carne inundaba mis fosas nasales.
—¡Qué asco! —fue lo último que dije antes de quedar igual que una piedra durmiendo e iniciar a recordar.
Sentí como si mis ojos se abrieran. Estaba mirando el horizonte; el sol estaba saliendo, pero...
—brr— el frío me helaba los dedos hasta que temblaban. Me encontraba en un lugar bastante amplio, algo neblado, aunque era posible que cuando el sol estuviera en lo más alto, estaría muerto de calor, como si estuviera en un desierto. Había algo lejos de mí, árboles. Al ver detalladamente esos árboles, eran de unos dos o tres metros. Era como si protegieran el lugar, porque rodeaban el lugar. Más en la cercanía se veían zonas de uno o dos pisos hechos de ladrillos. El suelo estaba hecho de concreto y había varias líneas en el suelo que la gente usaba para movilizar adecuadamente sus vehículos. Seguí y me moví por el lugar mientras me acercaba a un lugar de puertas abiertas que estaba vacío, pero al poco tiempo comenzó a llegar gente por ahí. Mientras observaba a la gente, llegó un grupo en el que reconocí a alguien.
—¡Ahhhh, ahhhh, ahhh! —Era aquel hombre que vestía de negro, que era yo en mis recuerdos. Se veía más bajo y su pelo tenía un corte muy corto, pero también era más pequeño que en mi otro recuerdo. Esta vez vestía pantalones verdes y una camisa de esqueleto mientras trotaba. Su cara se cubría con su sudor, pero no era el único. Estaba en un grupo de nueve personas que vestían de la misma manera, donde seguía el ritmo de los demás.
—¡Un, dos! ¡Un, dos! ¡Un, dos! —gritaba el hombre que lideraba el grupo. Tenía un rostro autoritario, con ojos que, como si fueran espejo de su alma, exigían respeto y honra. No titubeaba por el frío, a pesar de lo fuerte que era su presencia; era tal que se reflejaba en su voz. Por cada vez que hablaba diciendo "uno", todos daban el paso derecho, mientras que si decía "dos", daban el izquierdo. Gracias a esto, todos mantenían el mismo ritmo, haciendo que sus pisadas fueran bastante fuertes y temblara un poco el suelo con cada paso, mientras llevaba al grupo a unas bases donde se estaban acercando diversos grupos.
Al llegar al lugar, un hombre salió de una de las bases. Era algo arrugado, pero esto no le quitó su presencia llena de vigor, la cual se sentía en cada paso que daba. Mirarlo a los ojos era difícil porque sentía que quería que diera el 120% de mí, incluso antes de hablar. Esto puso a todos rígidos, pero se mantuvieron firmes.
—Eyy, ¿ese no es el coronel? —uno de los del pelotón le preguntó a mi yo del pasado. Este tomó y tragó saliva rápidamente y respondió de la misma manera.
—Sí, oye, ¿por qué me lo preguntas si yo soy aquí el nuevo? —respondió mientras su voz comenzaba a temblar.
—Pues rara vez los vemos; ya ni me acordaba de su cara —afirmó el del pelotón.
—Supongo que tendrá algo que decir —dije, sintiendo lo lógico que era.
—Eso es obvio —respondió, algo más enojado.
—Entonces, ¿por qué nos preocupamos? —preguntó el otro.
—Simple, generalmente el sargento es quien se encarga de dar la información.
Una vez más tomó saliva mientras miraban al coronel, sin saber qué hacer más que quedarse callados y esperar que hablara el hombre.
—Sargento Salazar, venga inmediatamente con su pelotón a la oficina —con su potente voz llamó a uno de los pelotones.
—¡Sí, señor! —respondió el hombre que lideraba el pelotón en el que mi yo del pasado se encontraba. Todos los del pelotón se pusieron rígidos.
—¿Qué hacen? —gritó el sargento al grupo—. ¡Muévanse y vamos! —exigió, y el grupo en seguida cumplió la orden y se dirigió al lugar designado.
Al llegar al lugar, lo observé. Era muy amplio, lo suficiente para que una vez que entráramos todos los del pelotón, incluso habría seguido teniendo bastante espacio. Junto a la altura de la habitación no era para demeritar, porque seguro podría pararme sobre mí mismo y tendría algo de espacio. En la oficina había una ventana que nos mostraba el campo donde estaba el pelotón antes. Junto a ella había un sofá extremadamente largo. La habitación estaba adornada con unas fotos del coronel, pero sin arrugas, en las que su ropa tenía varias medallas. El suelo contenía una alfombra. En el fondo de la habitación se encontraba un escritorio y al frente varias sillas. Al mirar ahí al frente, estaba sentado, esperando mientras miraba.
—No tenemos tiempo que perder, vamos al grano —inició el coronel con una mirada algo enojada, pero no entendía a quién dirigía esa mirada. Esto hizo que mi cuerpo se tensionara y yo solo podía mirar la escena sin poder cambiar nada, como si algo malo fuera a ocurrir.
—Señor, ¿para qué se nos requiere? —superando el peso de la mirada, el sargento inició a hablar.
—No puedo revelar detalles hasta que acepten.
—Eso no servirá; mis hombres están aquí para cumplir con un deber y eso suena a una petición posiblemente política —rechazó fuertemente el sargento.
—Entiendo su postura, pero insisto, porque esto no es de política —volvió el coronel.
—Mis hombres luchan por su país. Si quiere que luchen, dígales el por qué deben arriesgar sus vidas —dijo, orgulloso y enojado.
El coronel tomó un poco de aire y exhaló mientras sonreía, como si hubiera encontrado un tesoro invaluable.
—Es bueno que tengas esa postura; me recuerdas a mi juventud. Les diré una palabra, pero esta no debe salir de la habitación.
Al finalizar de decir eso, el grupo mantuvo la respiración; ni siquiera el simple movimiento de la ropa hizo sonido y reinó el silencio unos instantes para luego proseguir.
—Magia —dijo el coronel mientras intentábamos procesar lo que había dicho. Ese elemento había generado más dudas que respuestas y el pelotón intentó hablar, pero las palabras no salieron debido a la incredulidad.
—¡Eso no tiene sentido! —quien gritó fue el sargento; ahora no tenía el rostro determinado de antes, sino rojo de ira. Inició a acercarse a pasos rápidos pero pesados al coronel—. Has menospreciado a mis hombres y su valor, y no solo conforme con ello, intentas hacerlos luchar por algo que no existe. —El sargento, pese a sus valores, cerró su mano y se acercó con la clara intención de golpear a su superior, quien mantenía la calma pese a la situación.
—¿Fumas? —preguntó de manera casual, como si nada estuviera pasando, mientras sacaba un cigarrillo.
—Cállate, maldito idiota —insultó mientras se acercaba.
—Supongo que no —tomó el cigarrillo que tenía en sus manos y se lo puso en la boca y acercó un dedo al final del cigarrillo. Se vio como de su dedo salió una llama con la que terminó prendiendo el cigarrillo.
—Dijiste que no existía, ¿ahora qué dices? —dijo como si hubiera ganado la batalla—. Resulta que sí existe y que se puede usar; solo piensen en las posibilidades que esto puede traer. —Añadió, y esto nos hizo temblar.
El pelotón se tomó un tiempo para analizar lo que había pasado. Habían llegado para recibir una misión y esta tenía que ver con la magia, pero no podían saber cuál era la relación de ellos con la magia.
—Parece que nos estamos entendiendo. ¿Confiarán en mí y la misión? —volvió a preguntar el tema original. Mi yo del pasado fue el primero en levantar la mano, casi por inercia.
—Yo lo haré —afirmó con una voz dura, mientras en sus ojos tenía un brillo, como si él fuera a lograr mover el mundo.
—¿Estás seguro? —preguntó uno del pelotón, cuestionando a mi yo del pasado.
—Claro, más bien, ¿por qué dudaría? Una pequeña llama puede iniciar un incendio sin dejar evidencia de quién lo inició. Quiero evitarlo.
—Yo también —dijo otro del pelotón e iniciaron a levantar su mano, hasta que quien no había levantado la mano era el sargento.
—Solo dime que esto es por el bien del país —dijo el sargento.
—En efecto, así será.
Uniéndose a los demás, levantó la mano.
—Lo que buscamos es la creación de un grupo mágico —inició a explicar el coronel.
—¿Pero cómo podemos usar la magia? —preguntó uno del pelotón.
—Nuestros científicos lo han logrado. Por el momento se tendrán que trasladar y luego podrán iniciar con su proceso.
—¡Sí, señor! —afirmó el pelotón.
—¿Por qué debemos usar solo nosotros la magia? ¿No era mejor un grupo más grande? —preguntó otro del pelotón.
—La magia, aunque funciona para todos, está bajo investigación. Tenemos que iniciar con un grupo pequeño para formar las bases —finalizó el coronel.