En una posada secreta, seis figuras encapuchadas discutían en una pequeña habitación iluminada apenas por unas velas. La tensión era palpable, y las miradas se cruzaban con un aire de conspiración. El plan estaba en marcha, y esta noche se decidiría el destino de una antigua familia.
- Esta noche presenciarán la caída de esa familia arrogante y altanera -dijo uno de ellos, su voz impregnada de malicia.
-Debo decir que Sir Cavil me ha abierto los ojos -respondió otro, inclinándose ligeramente-. Jamás pensé que encontraría la manera de deshacerse de los Ashki.
-No sea modesto, señor Lewing -intervino una tercera voz-. Todo esto ha sido posible gracias a usted y su familia. Su conexión con el mensajero de la luna sangrienta ha sido clave. Sin su intervención, nada de esto hubiera sido posible.
-Agradezco sus palabras, pero no olvidemos que esto es el esfuerzo conjunto de todos nosotros.
El hombre que había hablado primero hizo un gesto impaciente.
-Muy bien, señores, dejemos los halagos para otro momento. Es hora de discutir los pasos finales.
-Lo veo impaciente, cabeza de familia Snow -comentó Lewing, observando a su compañero con una sonrisa ladina.
-No se trata de impaciencia -replicó Snow, mirando hacia la puerta-. Tengo otros asuntos que atender, y no pienso quedarme aquí mucho tiempo.
-No creo que alguno de ustedes planee quedarse mucho tiempo aquí -dijo Snow con un tono serio-. Sería un error ser descubiertos por el señor de la ciudad.
Justo en ese momento, la puerta de la pequeña sala crujió al abrirse lentamente, interrumpiendo la conversación. Todos los presentes giraron la cabeza al unísono, sus miradas cargadas de desconfianza y precaución. Un hombre bajo y de aspecto descuidado, que claramente no era parte de la élite que allí se encontraba, apareció en el umbral. Era el dueño de la posada, con los ojos bajos en un gesto de sumisión.
Llevaba entre sus manos una carta sellada.
-Mis señores... -dijo con voz temblorosa mientras caminaba con pasos cautelosos hacia la mesa-. Una carta para usted, señor Lewing.
El señor Lewing alzó una ceja, intrigado, y extendió la mano para tomar la carta. El silencio en la sala era denso, solo interrumpido por el crujido de la puerta mientras salia de la habitación el dueño de la posada, mientras todos observaban atentamente la carta al romperse el sello y sacar el papel. Lewing desdobló la carta, y sus ojos recorrieron las líneas con rapidez.
-Ha llegado el momento -dijo finalmente, rompiendo el silencio, su voz impregnada de una frialdad calculada-. Todo va según lo planeado.
Los demás lo miraron expectantes, y Snow fue el primero en romper el silencio.
-¿Qué dice la carta? -preguntó, impaciente.
Lewing dejó la carta sobre la mesa y la giró levemente hacia el centro, como si quisiera que todos la vieran, aunque él fue el encargado de explicar su contenido.
-El señor de la ciudad y el jefe de la familia Ashki se han retirado de la frontera durante la batalla decisiva. Han sido gravemente heridos, y no se espera que regresen pronto hasta recuperarse de las heridas más graves, tenemos uno o dos meses para elaborar un plan de contingencia y tender una trampa para deshacernos de ellos -explicó Lewing, con un brillo de satisfacción en los ojos.
Los murmullos comenzaron entre los presentes, pero Lewing levantó una mano para silenciarlos.
-Además -añadió-, el comandante de la luna sangrienta ha invadido la casa Ashki y acabado con la mayoría de nuestros problemas, nos envía la orden de acabar con todos los miembros restantes de la familia Ashki que se encuentran dispersos por el ducado. Quiere que terminemos con todos ellos lo antes posible.
Hubo un silencio tenso en la sala, hasta que Rich se inclinó hacia adelante, visiblemente incómodo.
-¿Órdenes de ese extranjero? -dijo con desdén-. No estoy de acuerdo en recibir instrucciones de alguien de fuera, aunque nos haya sido útil hasta ahora.
Snow asintió, sus ojos entrecerrados en señal de desconfianza.
-Tampoco me agrada la idea de que un forastero nos esté diciendo qué hacer -dijo-. Hemos hecho este trabajo por nuestras propias razones, no por cumplir con sus deseos.
Antes de que la conversación pudiera escalar, Cavil intervino, su tono sereno y calculador.
-No es cuestión de aceptar órdenes -. Eliminar los restos de los Ashki es un asunto que nos beneficia a todos. No podemos dejar cabos sueltos. Si alguno de ellos sobrevive, podría buscar venganza o, peor aún, recibir ayuda de las otras provincias.
Lewing asintió, apoyando a Cavil.
-Estoy de acuerdo -dijo firmemente-. Si queremos asegurarnos de que la familia Ashki no se recupere jamás, debemos encargarnos de esta tarea. Yo mismo me ocuparé de aquellos que están más cerca de la frontera. No podemos arriesgarnos a que alguien logre escapar.
Snow y Rich intercambiaron una mirada, pero finalmente, tras unos segundos de reflexión, asintieron, aunque sin mucho entusiasmo.
-De acuerdo -dijo Snow-. Pero asegúrense de que esto termine rápido. No quiero que esta misión se prolongue más de lo necesario. Todavía debemos lidiar con el señor de la ciudad y el líder Ashki antes de que regresen a la ciudad.
-Pienso lo mismo -dijo otro de los presentes, el señor Rich-. Terminemos esto rápido.
-De acuerdo. -Snow asintió-. Decidamos cómo será la división de las propiedades de los Ashki.
Mientras tanto, en la casa principal de la familia Ashki.
Los edificios comenzaban a arder, y la sangre empapaba los suelos, tiñendo las piedras de un rojo profundo bajo la luz de la luna. Los cuerpos sin vida de los hombres yacían por doquier, mientras los gritos de mujeres y niños, arrastrados por los invasores, resonaban en la oscuridad.
En el centro de todo esto, Arthur Ashki, joven amo de la familia, luchaba desesperadamente con los pocos soldados que aún le quedaban.
Eran sólo una docena, heridos y agotados, rodeados por cientos de guerreros enemigos. En un momento determinado, entre las filas de atacantes, un grupo de seis jinetes apareció, abriéndose paso. Dos de ellos portaban banderas negras con una luna blanca con un lago rojizo debajo de ella y con una herida en la parte inferior de la que caían gotas de sangre.
-Te he buscado por mucho tiempo, Ashki -dijo uno de los jinetes, su voz grave y despectiva-. Han pasado diez meses desde la última vez que me viste. Al principio no sabía ni quién eras o de dónde eres, Eres peor que una cucaracha, difícil de encontrar, pero una vez te encuentran, eres tan fácil de matar como si de ellas se tratase, con una simple pisada.
Arthur entrecerró los ojos, reconociendo al hombre.
-¡Tú! -gritó, con una mezcla de sorpresa y furia-. ¡Maldito!
El jinete sonrió, complacido.
-Me encanta tu expresión miserable. ¿Qué se siente ver a tus hombres masacrados? Estás rodeado y lo que te espera ahora es una miserable experiencia de vida, o se podría decir, 'muerte'. No tienes escapatoria, hoy tu destino será decidido.-
-¿Esto es obra tuya? -preguntó Arthur, mirando a su alrededor con una mezcla de incredulidad y odio.
-Que pregunta tan tonta, ¿mi obra? te equivocas, todo ésto es obra tuya, yo solo cumplo con mi papel en ésta magnífica obra maestra, ¡Tu eres el protagonista!-respondió el hombre levantando cada vez más el tono de voz a medida que hablaba, con una sonrisa siniestra y el brillo de la luna de sangre reflejado en sus ojos-. Ya todo está hecho, deberías haberme matado cuando tuviste la oportunidad. Ahora es demasiado tarde para arrepentirte.
Arthur apretó los dientes, su ira contenida apenas por el peso de la desesperación.
-Eres un desgraciado demonio. ¿Cómo eres capaz de manchar la Ciudad Blanca con sangre? ¿Acaso no temes a las consecuencias? Mi padre, El señor de la ciudad no se quedará de brazos cruzados, y las otras familias tampoco.
El jinete estalló en una risa desquiciada.
-¡Ja, ja, ja! Nadie vendrá a salvarte. Tu padre en éstos momentos debe de estar moribundo en algún campamento de guerra. El señor de la ciudad está ocupado en la frontera, también ha sido herido. Así que, para cuando se enteren de lo que ha pasado aquí, ya no existirá más la familia Ashki, en cuanto a las otras familias... bueno, todas codician lo que tú y los tuyos poseen. Al final de todo ésto, tus propias riquezas han sido lo que he pagado como precio por deshacerme de ti y tu familia. ¡Ja ja ja!
Arthur bajó la mirada, su mente tratando de procesar lo que acababa de oír.
-Eso... no puede ser.
-Oh, pero lo es. -El jinete hizo una señal con la mano-. ¡Maten a todos! Menos a él. Ese es mío.
En la posada, la reunión secreta continuaba.
-Señores, ¿todos están de acuerdo con los términos? -preguntó Snow, su tono desafiante.
-Señor Snow -dijo el señor Lewing-, su avaricia es superada sólo por su terquedad. Estoy de acuerdo con la división, pero ¿no cree que debería mostrar un poco más de consideración hacia las demás familias?
-No me malinterprete -respondió Snow, cruzándose de brazos-. No les estoy pidiendo estas condiciones por haber participado en el plan, sino por no haber hecho algo por impedirlo. Si me hubiera unido a los Ashki, ustedes no estarían aquí para discutir nada.
Los demás guardaron silencio, asimilando sus palabras.
-Lo que reclamo son los bienes que la familia Ashki debía a la mía. Solo tomo lo que ya me pertenece -continuó Snow, imperturbable-. Dentro de la ciudad Blanca, las propiedades de los Ashki, incluidos sus palacios, fábricas y comercios, serán ahora mías.
Uno de los presentes, el señor Groth, asintió.
-No tengo objeciones -dijo con calma-. Las tierras de cultivo y ganadería que tenían me interesan. También quiero algunas de sus minas al sur del territorio.
-Eso está dentro de lo esperado -concedió Snow-. Nadie podrá manejar esas tierras mejor que usted.
-yo voy a tomar posesión de sus cuarteles y centros de entrenamiento militar- con voz emocionada mientras miraba a todos esperando aprobación.
-Eso no tenías ni qué decirlo, solamente encárgate de las personas que trabajan para Ashki en ese lugar Cavil- recalcó lewing con tono serio mientras lo miraba a los ojos.
- Tienes que deshacerte de los profesores que piensan que su lealtad vale más que su vida - menciono en un casi imperceptible tono suave Snow, lo que hacía parecer palabras con un mensaje oculto.
-El resto ya lo habíamos acordado con el sr Rich y Groth - no hace falta repetirlo una vez más.
-Demos por terminada la reunión, ya es hora de partir y encargarnos cada uno de nuestros propios asuntos- dijo Snow mientras tomaba la carta que estaba sobre la mesa y se dirigía a la puerta.
La habitación se quedó en silencio hasta el momento en que la puerta se cerraba mientras desaparecía la silueta grande e imponente de Sir Snow, El Guardián de Ciudad Blanca.
-Nunca he confiado en ese prepotente hombre - decía el Sr Cavil con tono de desprecio mientras se preparaba para irse.
-Todo sea por lograr nuestros objetivos, no le des importancia a sus palabras- se escuchó en la habitación mientras una tras otra silueta desaparecía en la oscuridad detrás de la puerta.
De regreso en la casa Ashki, Arthur estaba siendo acorralado. El jinete se acercaba lentamente, disfrutando de cada paso.
-Arthur, ha sido un espectáculo verte resistir. Pero ya no tiene sentido. Si te rindes ahora, puede que muestre piedad con los pocos hombres a tu lado y los mate sin dolor.
-¿Por qué? -dijo Arthur, su voz agitada-. ¿Por qué atacaste a mi familia? Ellos no tenían nada que ver con nuestro rencor. Cuando mi padre regrese, te buscará y te destruirá.
-¿Tu padre? -replicó el jinete con desprecio-. Mientras que decía en un grito que se pudo escuchar en toda la mansión ¡¡Shadow!! Tu familia ya no significa nada. Ya no eres nadie, te marcaré como lo que eres: un esclavo.
De un momento a otro se escuchaban pasos y cadenas arrastrándose por el camino de piedras de cuarzo que adornaba toda la mansión. Al mismo tiempo se podía ver como se estaba dividiendo en 2 el ejército de asesinos.
Arthur sintió una electricidad escalofriante recorrer toda su médula hasta que pudo ver lo que veía llegar, un hombre gigantesco, con armadura ligera, manchas de Sangre por todo su cuerpo, detrás de él un carro pequeño con algo parecido a un horno, por cómo se veía salir el humo sobre él, otras 2 personas salieron detras del horno y se acercaron al comandante de la luna de sangre.
-Deberías de enseñarle a tus hombres a tratar mejor a la mercancía, me han estado entregando mercancía defectuosa o muy usada, es una lástima- decía en todo de disgusto uno de los hombres, tenía una túnica blanca con muchas decoraciones y joyas, una mascara de cabra con distintos colores y en su mano un bastón blanco con una figura de oro de una mujer desnuda cuya cabeza era la empuñadura.
-No debes preocuparte, éstos hombres que vez aquí, son el producto principal, en especial ese- señalando a Arthur con una sonrisa macabra.