Mientras tanto, en el Reino Nórdic...
Lejos de las profundidades de la mina, El dominio de Leblanc se encontraba sumido en el caos. Tras la devastación de Ciudad Blanca, los rumores sobre la masacre de la familia Ashki se habían extendido por todos los rincones del Reino.
Los ciudadanos de Nórdic temían que se avecinara una guerra, mientras el Consejo de Nobles trataba de averiguar qué fuerza había perpetrado tal atrocidad.
Casi un mes después de la masacre de los Ashki, El Señor Ashki, junto con el Señor Leblanc, aceleraban su marcha hacia la Cuidad Blanca, cabalgaban a toda velocidad, pero lo que no sabían era que un destino aún más cruel los aguardaba.
En el camino, fueron interceptados por un ejército no identificado. Alrededor de 5 mil Hombres de armaduras negras, con emblemas desconocidos, surgieron de entre los árboles como sombras vivientes. El Señor Ashki intentó parlamentar, pero pronto se dio cuenta de que no tenían buenas intenciones.
Habían dejado a la infantería marchar a su paso mientras ellos avanzaban a máxima velocidad con la caballería, a pesar de aún no haberse recuperado completamente de las heridas de batalla, lo acompañan 2 mil jinetes de elite de la casa Ashki, junto a 4 mil jinetes del señor Leblanc.
Muchos caballos y hombres estaban exhaustos del viaje apresurado, tenían varios días cabalgando a máxima velocidad, deteniéndose apenas lo suficiente para descansar y comer.
—¡Nos han tendido una emboscada! —gritó el Señor de Leblanc, desenvainando su espada.
El caos estalló. Flechas llovieron desde todas direcciones, y los caballos se encabritaron. El Señor Ashki luchaba por mantenerse firme, cortando a los enemigos que se acercaban demasiado. Pero por cada hombre que derribaba, parecían aparecer tres más.
—¡No podemos ganar! —gritó uno de los guardias—. ¡Debemos huir!
—¡Retirada, dispersión! —ordenó Ashki, sabiendo que la supervivencia era ahora lo único que importaba.
Con el enemigo pisándoles los talones, huyeron a través del bosque, dejando atrás a varios de sus compañeros caídos. Solo la oscuridad de la noche les dio refugio, ocultándose de la vista de sus perseguidores.
En el caos, el señor Leblanc también desapareció, Ashki decidió buscar refugio en un territorio vecino con sus soldados, mientras enviaba un mensajero para avisar a las fuerzas de infantería que todavia marchaban en dirección a la trampa.
Los fieles soldados heridos en su mayoría lo siguieron con firmeza, hasta llegar a un pueblo en la orilla de un río. Ciudad Diroth, en ella un conocido de la familia, podría ser su última oportunidad para reestablecer guarniciones y retomar su largo camino a casa.
Aunque todos estaban preocupados por llegar a casa en sus corazones, sabían que aquello no era el fin. La ciudad Blanca no seguirá siendo su hogar, no sólo la ciudad, el Reino Nórdic estaba siendo atacado desde las sombras y la Ciudad Blanca, su ciudad hogar, era solo el comienzo.
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Arthur hace mucho tiempo había llegado a la mina con la mente dispersa y la voluntad quebrada.
Al principio, fue muy difícil adaptarse, pero a medida que los días se transformaban en semanas, algo dentro de él cambió. El ritmo monótono de golpear las rocas, día tras día, le brindaba un extraño espacio para reflexionar, y, aunque su cuerpo se debilitaba por el esfuerzo, su mente se afilaba como la hoja de un cuchillo.
En algún momento sus pensamientos sobre su hermana no dejaban de repetirse en su cabeza. Cada vez que levantaba el pico, la veía frente a él, su rostro pálido y aterrorizado, mientras la dejaba atrás, sin pensar que sería una despedida.
"¿Estará bien? ¿Habrán logrado escapar? ¿Papá sabrá lo que ha sucedido?" Estas preguntas lo atormentaban, pero con el tiempo, aprendió a dejar de lado esas preocupaciones, al menos temporalmente.
Sabía que pensar demasiado en lo que había dejado atrás solo lo haría débil. Aquí, en la mina, debía ser fuerte.
El dolor, las piedras y el sudor se convirtieron en sus aliados. Cada golpe de pico revelaba algo más que cristales. Descubrió su capacidad de adaptación, su habilidad para detectar las fallas en las rocas, para encontrar la forma más eficiente de cavar. A medida que los días avanzaban, ya no era solo un prisionero. Se había convertido en uno de los mejores extractores de la mina. Y esa habilidad le otorgaba algo valioso: respeto.
Esa noche, el señor Lee lo llamó.
—Arthur, ya han pasado algunas semanas desde que comenzamos a entrenar tu capacidad de adaptarte a la mina y fortalecerte, para que puedas extraer piedras lo mas rápido posible. —dijo Lee, dándole una palmada en la espalda—.
Has mejorado mucho, ahora ya has alcanzado el nivel de muchos de los experimentados.
Asintió, limpiando el sudor de su frente. Le costaba admitirlo, pero su maestro tenía razón. La mina, aunque agobiante, le había enseñado algo invaluable: disciplina.
—Hoy podríamos descansar un poco —continuó Lee—. Nos tomaremos la noche para beber algo y compartir con los otros. Es hora de que conozcas a los demás.
—Pero, Maestro, no conozco a ninguno de los otros que trabajan aquí. He pasado la mayor parte del tiempo dentro de la cueva —dijo, con un tono de inseguridad.
Lee soltó una risa grave.
—No te preocupes por eso, tu maestro se ha encargado de hacer conexiones aquí y allá. Incluso he investigado mucho sobre cómo funcionan las cosas en esta mina. Y déjame decirte, no es tan diferente de lo que ocurre afuera. Mientras paguemos a los jefes de la mina a tiempo, podremos hacer reuniones y compartir todo lo que queramos.
Arthur frunció el ceño.
—¿No hay guardias? —preguntó—. Eso significa que si no quiero trabajar y decido irme por mi cuenta, ¿podría hacerlo?
—No es tan fácil, pero podrías tener libertad de salir, si ocupas los primeros puestos de extracción—respondió Lee, agitando una mano como si alejara una mosca molesta—. Pero si haces eso, solo harás que vayan tras de ti y te maten. La lucha por el poder en la mina es más cruel de lo que piensas.
Arthur suspiró, sabiendo que la libertad no era algo que pudiese tomar a la ligera. Lee, con su mirada seria, continuó.
—De las facciones que conociste cada uno tiene su propio territorio y, si no tienes cuidado, podrías caer en medio de sus disputas.
Supremacy: una organización de asesinos.
Jefes del Abismo: los líderes de la mina, una de las facciones más poderosas.
ShadowDemon: cuyo propósito sigue siendo desconocido.
—Según los rumores, la quinta entrada podría estar cerca del área donde trabajamos, posiblemente conectada con túneles más antiguos. Uno de los esclavos intentó escapar por allí, pero desapareció y nunca se supo si logró su objetivo o fue capturado.
Arthur escuchaba atentamente mientras le explicaba las complejidades del lugar, las disputas por el control de las áreas de extracción más valiosas. Pero una cosa llamó especialmente su atención.
—¿Dices que existe una quinta entrada, señor? —preguntó Arthur, con los ojos entrecerrados—. ¿Y que estamos más cerca de ella?
Lee sonrió, una sonrisa astuta.
— Escuché rumores de que la entrada sur, está por ser descubierta, algunos esclavos tienen información de cómo está distribuida la mina, han hecho la distribución en mapas actuales de la mina, por eso es que todas las 3 facciones principales han enviado muchos espías hasta esta zona, así que si descubres algo, no le debes decir a nadie, sólo a mí.
—Pero para descubrirlo, tendremos que investigar por nuestra cuenta. Arthur asintió lentamente. Cada vez tenía más claro que, si había una forma de escapar de esta pesadilla, era por esa entrada antigua.
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Llegaron al salón principal donde se reunían los otros mineros. Las paredes de piedra húmeda y el tenue brillo de las antorchas creaban un ambiente sombrío, pero el grupo de esclavos lograba transformar el lugar con su camaradería y risas ruidosas. Un grupo peculiar y bullicioso lo recibió con bromas y miradas curiosas.
—¡Chicos! —anunció Lee con una sonrisa satisfecha—. Aquí está mi gran discípulo, Arthur. Si no fuera por él, no podríamos disfrutar de esta noche de camaradería. ¡Salud por él!
—¡Salud por el chico! —gritó uno de los mineros mientras levantaba una jarra de metal.
Arthur se sonrojó ligeramente, incómodo por ser el centro de atención. Lee comenzó a presentarle a cada uno de los presentes.
—Este es Claus —dijo señalando a un hombre enorme, de músculos abultados y barba descuidada—. No te dejes engañar por su tamaño, es más sentimental que cualquier otro.
Claus le dio un apretón de manos que hizo que Arthur sintiera la presión en sus huesos.
—Encantado, chico. —Claus le sonrió—. Espero que no te dé miedo hacer bromas, porque aquí nos reímos o morimos.
Arthur asintió, aún un poco nervioso, pero empezando a relajarse. El siguiente en la fila era un hombre delgado, de mirada astuta y sonrisa torcida.
—Este es Justo —continuó Lee—. Ten cuidado con él, sus manos son las más rápidas que he visto. Justo, Ven a conocer a Arthur, para que pruebes tus habilidades con él.
Con pasos torpes Justo se acerca a Arthur con una mirada amigable, le extiende su mano en señal de saludo, da un par de palmadas en la espalda y cuando estaba a punto de retirarse se voltea y le muestra algo que sostenía en su mano.
Justo le mostró un anillo que, para sorpresa de Arthur, era suyo.
—Se te cayó esto —dijo Justo con una sonrisa burlona.
—¿Cómo... en qué momento...? —murmuró Arthur, mirando su mano sorprendida.
Los demás estallaron en carcajadas.
—Guarda tus cosas mejor la próxima, amigo. Por que me llaman el "Ladrón perfecto".
Arthur recuperó el anillo, fingiendo una sonrisa, con un poco de disgusto.
Lee siguió con las presentaciones.
—Este es Rubén, el más antiguo del grupo. —Señaló a un hombre de pelo canoso y piel curtida—. Lleva más tiempo aquí que cualquier otro.
Rubén sonrió, mientras levantaba una copa de alcohol y se la bebía salvajemente, mientras se deslizaban algunas gotas por su mejilla.
—Luego de terminar su botella agregó. He visto cosas que ni te imaginas, muchacho. Si necesitas consejos sobre cómo sobrevivir aquí, soy tu hombre. —Su tono era paternal, pero había algo extraño en sus ojos.
—Y este —dijo Lee mientras señalaba a un hombre de ojos fríos y rostro inexpresivo— es Rein, también conocido como "serpiente venenosa". No habla mucho, pero cuando lo hace, vale la pena escuchar.
Rein apenas inclinó la cabeza en señal de saludo, sin decir una palabra.
Luego presentó a los tres hermanos: Fred, Ted y Jet, todos parecidos físicamente, pero cada uno con una personalidad única. Fred, el mayor, era serio y tranquilo; Ted, el del medio, no dejaba de bromear; y Jet, el más joven, siempre observaba a su alrededor con curiosidad y desconfianza.
Nosotros somos inseparables, aunque no somos hermanos de sangre, hemos vivido desde pequeños juntos.
Finalmente, Lee señaló a un hombre apartado, con cicatrices en el rostro y una postura firme.
—Y él es Jean, un excaballero. No habla mucho, pero es el mejor guerrero que tenemos. —Rubén, desde su lugar, añadió con una sonrisa—. O al menos lo era antes de que lo trajeran aquí.
Jean asintió brevemente, sin apartar la mirada del fuego que iluminaba el salón.
El grupo se sentó alrededor de una mesa improvisada, con pedazos de pan, algunos frijoles y carne seca, era poca la comida, que apenas saciarían su hambre. Arthur observaba a cada uno, dándose cuenta de lo diferentes que eran, pero a la vez, lo unidos que parecían por la dura realidad que compartían.
—¿Cómo... cómo llegaron ustedes aquí? —preguntó con cautela, rompiendo el silencio que había caído sobre el grupo.
Claus fue el primero en responder, con una sonrisa melancólica.
—Yo era herrero en una pequeña aldea al norte del Reino Nórdic. Todo iba bien hasta que los soldados de Kayros llegaron y arrasaron con todo. Luché, claro que sí, pero... no puedes enfrentarte a un ejército solo con un martillo. Me capturaron y me trajeron como esclavo.
Claus bajó la vista, su sonrisa desvaneciéndose.
Rubén fue el siguiente en hablar.
—A mí me traicionaron mis propios hombres —dijo con amargura—. Era comandante de una pequeña guarnición. Éramos más de mil hombres que nos dedicamos a cortar rutas de suministros, pero uno de mis oficiales vendió información al enemigo. Fui acusado de conspirar contra la corona y me condenaron a la esclavitud. —Suspiró—. La lealtad no vale nada en este mundo.
—Yo era un gran ladrón —intervino Justo, encogiéndose de hombros—. Demasiado bueno para mi propio bien. Robé a la futura esposa del principe de Kayros, después de recibir la recompensa y huir fui descubierto gastando el dinero en apuestas y acabé aquí. Pero no me arrepiento de nada.
Fred, Ted y Jet compartieron su historia en conjunto, vivían como cazadores y recolectores en las montañas del sur de Kayros en la frontera con Seredine, hasta que algunos asaltantes invadieron su territorio y los trataron como esclavos, Cuando no pudieron pagar por su libertad, los vendieron cómo esclavos a Kayros.
—No era justo, pero... bueno, aquí estamos —dijo Fred con resignación.
Arthur escuchaba cada historia con atención, sintiendo cómo su visión del mundo se expandía. No era el único que había sufrido, no era el único con un pasado destrozado por la guerra, la traición o la injusticia. En este infierno subterráneo, todos compartían un dolor común.
Finalmente, Jean habló por primera vez, su voz profunda y llena de gravedad.
—Yo elegí estar aquí.
El grupo se quedó en silencio, sorprendido. Jean continuó.
—Servía a un noble del Reino de Kayros. Cuando descubrí que había participado en la masacre de varias aldeas inocentes, lo maté. Sabía que me condenarían, pero preferí estar aquí que seguir sirviendo a un monstruo. —Cruzó los brazos—. Aquí, al menos, sé quién es el verdadero enemigo.
Las palabras de Jean resonaron en Arthur. Las historias de todos ellos, aunque diferentes, compartían un mismo hilo conductor: la lucha por la supervivencia, aunque fuera en las sombras de una mina.
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Después de las presentaciones y las primeras bromas, el ambiente entre el grupo comenzó a relajarse. Las copas metálicas, llenas con agua tibia y algo de licor barato que habían conseguido intercambiando piedras de aurora defectuosas, empezaban a circular por la mesa improvisada de rocas planas. Mientras bebían, los temas de conversación fluían como río en temporadas de lluvia, que se desbordan en cualquier parte.
Claus fue el primero en mencionar el tema, su voz resonaba grave mientras golpeaba ligeramente la mesa con su puño.
—Se dice que hay más de una entrada en esta maldita mina —dijo, mirando a los demás—. Algunos creen que es posible salir de aquí si encuentras la quinta entrada. Aunque, claro... eso es lo que dicen los viejos cuentos.
Arthur, siempre atento, levantó una ceja. No había escuchado tanto sobre ese rumor, pero algo en la forma en que Claus lo dijo despertó su interés.
Lee, por su parte, guardó silencio, como si midiera las palabras antes de intervenir.
—¿Qué entrada? —preguntó Arthur, aprovechando la pausa—. ¿Dónde está?
Justo, que hasta entonces había estado jugueteando con uno de sus anillos, sonrió de manera astuta.
—Ah, eso es lo que todos quieren saber, amigo. Algunos dicen que está al sur, cerca de donde trabajamos, pero... —bajó la voz, inclinándose hacia Arthur— ... Quienes buscan la salida, desaparecen, nadie se atreve a preguntar.
El aire se tornó denso. Rein, quien solía mantenerse en silencio la mayor parte del tiempo, habló por primera vez esa noche, su voz era apenas un susurro.
—Yo oí que un grupo de esclavos intentó cavar hasta esa entrada hace años —dijo—. Pero desaparecieron. No encontraron cadáveres, ni siquiera huesos. Es como si la mina se los hubiera tragado.
Jean, quien siempre parecía más reservado, no pudo evitar intervenir, aunque mantuvo su tono firme y serio.
—Eso suena a supersticiones —dijo, cruzando los brazos—. Si hubiera una quinta entrada, ¿por qué no habrían intentado sellarla los que controlan la mina?
Justo chasqueó la lengua, haciendo un gesto de desdén.
—¿Y por qué lo harían? —respondió, casi desafiante—. Es posible que ni siquiera ellos sepan dónde está. Después de todo, esta mina es más antigua que muchos de los reinos que conocemos.
Arthur frunció el ceño, intrigado por la dirección que tomaba la conversación. Sin embargo, no pudo evitar notar que Rubén, que tenía más tiempo en la mina, había estado observando todo con una atención inusualmente cautelosa, como si analizara las reacciones de cada uno. Rubén, recorrió su mirada por todos, tomó un sorbo largo antes de intervenir.
—Cuentos de viejas —dijo Rubén, aunque su tono no era convincente. Se inclinó hacia el grupo, manteniendo un tono bajo pero lleno de intención—. Pero les diré algo, muchachos. Hace unos años, escuché a un supervisor hablar sobre esa quinta entrada. Lo llamó... "La Puerta del Tigre blanco". Según él, estaba sellada hace siglos, mucho antes de que el Reino Kayros se adueñara de esta mina. Y no era para que la gente no entrara —su voz bajó aún más—, sino para que algo no saliera.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Arthur, y lo mismo pareció sucederle a varios de los presentes. Rein se retorció en su lugar, incómodo, mientras Justo soltaba una carcajada nerviosa, tratando de disipar la tensión.
—¡Bah! Historias para asustar a los niños. —bromeó Justo—. Lo que importa es que, si hay una salida, necesitamos saber dónde está. Arthur, ¿no es cierto que el viejo Lee aquí te ha estado llevando cerca de esas cuevas? —preguntó con una mirada curiosa.
Arthur notó la súbita atención que captó esa pregunta. No solo Justo lo observaba con ojos escrutadores, sino también Rubén y, lo más sospechoso, Rein, cuyos ojos se habían fijado en cuanto el tema de la exploración salió a la luz. Arthur, que comenzaba a entender mejor las dinámicas de poder en la mina, sabía que había espías en el grupo. Su respuesta debía ser cautelosa.
—Sí, hemos trabajado en esa zona —admitió Arthur con cuidado—. Pero no hemos encontrado nada más allá de las piedras de aurora.
Lee, que hasta ahora había permanecido en segundo plano, decidió intervenir. Su tono era calmado, pero sus ojos brillaban con astucia.
—Los rumores tienen una vida propia en este lugar. Un hombre habla de una puerta al sur y pronto todos creen haberla visto. Pero les diré algo —su voz adquirió un tono más conspirativo—, si existiera una salida, sería mucho más peligrosa de lo que todos imaginan. La mina no deja escapar a nadie con vida sin pedir algo a cambio.
La afirmación de Lee hizo que algunos pensaran un poco, Arthur sintió una chispa de esperanza. El hecho de que Lee no negara directamente la existencia de la quinta entrada, sino que la envolviera en misterio, le confirmó que su maestro sabía más de lo que estaba dispuesto a compartir abiertamente.
Rubén, con su experiencia, no pudo contener su curiosidad.
—¿Y tú, Arthur? —preguntó, mirándolo fijamente—. ¿Realmente crees en estas historias? ¿Piensas que hay una manera de salir de aquí?
Sintió todas las miradas sobre él. Si mostraba demasiada confianza, podrían sospechar que ocultaba algo y eso solo complicaría sus planes de escape. Si por otro lado, se mostraba dudoso, perdería la confianza del grupo.
—Creo que en un lugar como este, cualquier posibilidad de escapar es mejor que rendirse —dijo finalmente—. Pero también sé que si hay una salida, no será fácil. La mina no es solo piedra, hay algo que me pone nervioso cuando termina el trabajo cada día, puedes escuchar sonidos extraños que provienen de algún lugar en lo profundo de la mina.
Las palabras de Arthur sembraron una mezcla de miedo y esperanza en el grupo. Rein intercambió una rápida mirada con Justo, como si estuvieran evaluando cómo utilizar esa información. Jean, por su parte, observaba a Arthur con curiosidad.
En cuanto a Rubén, dejó escapar un resoplido, como si la respuesta del joven no hubiera sido suficiente para saciar su curiosidad.
El ambiente en la mesa se tensó. Aunque seguían bebiendo y bromeando en ocasiones, la creciente sensación de que todos estaban siendo observados y que quizá las personas que están a su alrededor, mañana ya no estén.
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Arthur tomó un trago de su jarra, dejando que el calor del líquido recorriera su garganta. Miró a su alrededor, viendo no solo a esclavos, sino a guerreros, luchadores y hombres que, al igual que él, habían sido arrojados a las profundidades, pero que no se habían rendido.
—Gracias por compartir sus historias —dijo finalmente Arthur, su voz llena de respeto—. Puede que estemos atrapados aquí, pero... algún día saldremos. Y cuando lo hagamos, vengaremos todo lo que nos han quitado.
El grupo asintió en silencio, compartiendo un entendimiento tácito.
La comida continuó entre murmullos y bromas, ahora, se sentía más conectado con ellos. Sabía que no estaba solo en su lucha, y eso le daba fuerzas.
Y, mientras las risas y bromas llenaban el aire, no pudo evitar pensar que, a pesar de todo, tenía una nueva familia en ese infierno subterráneo. Perdiendo el control de sus pensamientos, bebiendo sin parar hasta agotar todas las jarras de alcohol que tenía.