"Gracias, señor Lee", dijo Arthur, con un dejo de cansancio en la voz. "Haré lo mejor que pueda."
—Bien, sé que lo harás —respondió el anciano, su voz calmada y llena de experiencia—. Yo cubriré tus espaldas, así que no te preocupes. Dedícate a excavar y yo cuidaré nuestras cosas aquí.
Arthur asintió en silencio. Mientras cargaba su saco de piedras hacia el registro central, comprendió que las piedras defectuosas eran su mayor salvación, y debía aprovecharlas al máximo si deseaba sobrevivir en ese mundo subterráneo.
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Tres meses antes...
Después de un mes de arduo trabajo en la mina, el grupo al que Arthur pertenecía se encontraba incompleto. Faltaban manos para poder cubrir la extensa área de extracción. Sin embargo, ese día, Terry, el capataz, llegó acompañado de cuatro nuevos esclavos, aumentando el grupo a diez personas. Sus pasos resonaban por la cueva mientras empujaba a los recién llegados hacia el interior.
—Escuchen bien —dijo Terry con voz grave y autoritaria, observando a todos—, estos son sus nuevos compañeros. A partir de ahora trabajarán juntos para cumplir con sus deberes. Cada uno de estos desgraciados tiene una historia, pero cómo todas las historias, son parte del pasado o de su imaginación. ¡Aquí solo importa lo que saquen de la roca!
—¡Tú! Acércate, decía mientras señalaba a uno de los hombres que estaba detrás de él.
Uno de los recién llegados, era un anciano que apenas podía mantenerse en pie. Terry, sin compasión alguna, lo empujó con fuerza hacia adelante, lo que hizo que el hombre tropezara y cayera de rodillas al suelo polvoriento. Sin pensarlo, Arthur corrió hacia él y lo sostuvo por el hombro antes de que colapsara por completo.
—Gracias, joven —murmuró el anciano con dificultad—.
—No es nada—respondió, ayudándolo a mantenerse en pie—. Debería descansar señor.
Antes de que pudiera continuar, Terry señaló a los otros tres esclavos con un gesto impaciente.
—¡Corpudo! —gritó, apuntando al primero, un hombre musculoso, de piel oscura y músculos marcados—. Este tipo no sé en qué utilizaba su cuerpo musculoso antes, pero ahora solo usará esos brazos para excavar. ¡Trabajen bien!
El hombre con cicatrices que revelaban años de trabajo y lucha, miraba a su alrededor con una expresión que mezclaba resignación y determinación. Su rostro, endurecido, no mostraba ni una pizca de miedo. Era alto, con hombros anchos y una presencia imponente que no podía ocultarse incluso en esa situación de esclavitud.
El siguiente en ser señalado fue un hombre de estatura media, con una complexión más delgada y ágil.
—¡Justo! —continuó Terry, con una sonrisa sarcástica—. Un ladronzuelo que creía que podía robar sin pagar las consecuencias. Tal vez sus manos rápidas le sirvan para algo más que hurtar. ¡A ver de que te sirve robar ahora!
Justo mantenía una sonrisa ladeada mientras con sus ojos escudriñaba el lugar. Su cabello desordenado y su andar ligero le daban una apariencia felina. Aunque ahora estaba atrapado en la mina, había algo en su actitud que sugería que nunca dejaría de buscar una oportunidad de aprovecharse de los demás, como si cada rincón de la cueva estuviera a su disposición.
El siguiente en dar un paso al frente era un hombre fornido, de barba abundante y brazos cruzados, que mantenía una expresión severa.
—Él es Jean —anunció Terry—. Un exsoldado capturado de Nórdic. Aunque ahora sólo le espera la muerte. ¡Será mejor que disfrutes la nueva vida!
Jean tenía la mirada fría y distante. Aunque ya no era un soldado, su postura firme y sus ojos duros dejaban en claro que no había olvidado cómo luchar, incluso en las peores circunstancias. Su cabello corto y sus rasgos ásperos lo hacían parecer un guerrero al que no le quedaba mucho por perder.
Finalmente, Terry señaló al último esclavo, un hombre delgado con cicatrices visibles en las manos y la cara.
—Debilucho—dijo con desdén—. Un alquimista venido a menos. Así que ahora solo se encargará de romper piedras.
Bajó la mirada, evitando el contacto visual con los demás. Su piel tenía marcas de quemaduras antiguas, como si su pasado estuviera literalmente grabado en su carne. Había una extraña fragilidad en él, y su semblante delataba el desgaste físico y mental de alguien que había perdido mucho más que su libertad.
—Ahora que están todos, trabajen bien juntos —finalizó Terry—. No hay lugar para los débiles o los que no pueden seguir órdenes. ¡Recuerden, aquí van a vivir por siempre!
Con esa advertencia, Terry se desvaneció entre las sombras de la cueva, dejando a los nuevos esclavos con el resto del grupo.
Arthur ayudó al anciano a sentarse en una esquina más cómoda, mientras los otros comenzaban a adaptarse a su nuevo entorno.
Lee soltó un suspiro largo mientras se acomodaba en el suelo frío.
—Gracias—,dijo el anciano con voz ronca. — No sé cuánto tiempo podré soportar esto, pero al menos, ahora sé que tengo un buen muchacho a mi lado.
— ¿Cuál es tu nombre? Preguntó con curiosidad el anciano.
—Yo soy Arthur, tengo un mes de haber llegado aquí, así que no se mucho de éste lugar, ¿Y usted?
—Mi nombre, hace mucho tiempo que he abandonado mi identidad, puedes llamarme Lee.
—Señor Lee, un gusto conocerlo, decía mientras inclinaba su cabeza levemente.
No debes inclinarte ante cualquier persona chico, nunca sabes que intenciones tienen los demás hacia ti, éste lugar es muy peligroso.
Arthur, aún sorprendido por la situación, se limitó a asentir. Sabía que el tiempo en la mina sería duro, pero algo en la presencia del anciano lo hacía sentir una extraña calma, le hacía recordar a su tío, quién lo cuidó y le enseñó tantas cosas durante toda su vida, el señor Lee era como un rio de agua fría que fluye en ese infierno.
—Déjeme enseñarle el lugar, señor Lee. No es mucho, pero es donde pasaremos... quién sabe cuánto tiempo—.
El anciano dejó escapar una risa seca. —Tal vez para ti haya esperanza, muchacho. Pero para mí... cuando llegue ese momento, ya no tendré fuerzas para seguir—.
—Sin lugar a dudas, saldré de aquí. Cuando lo haga, todos me seguirán—.
Lee lo miró con seriedad. —me gusta tu entusiasmo, tal vez lo logres. Cuando lo hagas recuerda llevarme contigo, cof cof cof—.
—¿Está bien?
—Si, no te preocupes, gajes de la edad, no te preocupes por eso, vamos a descansar.
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De vuelta al presente...
Arthur había comenzado a trabajar a un ritmo extenuante, sacando más piedras que nunca. Pero no dejaba de pensar en aquel primer encuentro con el señor Lee, cuando lo vio caer y lo ayudó a ponerse en pie. Ahora, después de todo lo aprendido en estos tres meses, entendía mejor las palabras de Lee sobre la fortaleza mental.
En ese entonces, solo era un esclavo más, con la esperanza de escapar algún día. Ahora, gracias a los consejos del anciano y su propia voluntad, estaba en camino de convertirse en alguien mucho más fuerte. Las enseñanzas del señor Lee abarcaban más que solo mover un pico, su cuerpo era más resistente que antes, ya podía sentirse muy cómodo aunque haya estado trabajando todo el día.
Había aprendido a concentrarse, a ignorar el cansancio y la desesperación. Cada golpe contra la roca era un paso más: nunca se rendiría. El sudor que caía por su rostro era señal de que el camino que estaba recorriendo era el correcto.
—Aún tienes tiempo —le había dicho Lee hacía poco—. Pero ten cuidado. No dejes que el odio te consuma. Este lugar ya ha destruido demasiadas vidas.
Sabía que su deseo de venganza lo impulsaba, pero también entendía que debía controlarlo. Si se dejaba llevar solo por el odio, sería consumido por la misma oscuridad que atrapaba a tantos en la mina. Pero si lograba usarlo de manera correcta, lo convertiría en la fuerza que lo sacaría de allí.
Arthur apretó los puños y, con renovada determinación, volvió a golpear la roca. Sabía que tenía un largo camino por delante, pero ya había tomado su decisión.
Lee comenzó a toser nuevamente, mientras su cuerpo temblaba.
—¿Está enfermo, señor Lee?" preguntó Arthur, preocupado.
—Enfermo... Se podría decir que no, mi cuerpo y mente han pasado por muchas dificultades durante toda mi vida—, decía mientras suspiraba y enfocaba su mirada al vacío.
—Incontables guerras, luchas, cuántas masacres y cuántos llantos he tenido que escuchar, al principio es difícil de soportar, pero cuando te acostumbras a todo eso, vas perdiendo tu humanidad de a poco, con el paso de los años te conviertes en un monstruo sin sentimientos, pero al final, cuándo caes débil por la edad, todo lo que has obtenido por la fuerza, se te será arrebatado de la peor manera.
Arthur lo miró, confundido. —Pero... ya las guerras entre los siete reinos terminaron hace casi 400 años, con el tratado de paz.—
El anciano dejó escapar una amarga risa. —Las guerras están en todas partes. Pero hay otras luchas más sangrientas y más oscuras. Poderes ocultos que mueven sus hilos en las sombras. Esclavizan, masacran... pero con el tiempo lo entenderás.—
—¿Usted cómo sabe eso? Y ¿Por qué está aquí?— preguntó Arthur.
—¿Yo? No te debes preocupar por eso. La verdadera pregunta es, ¿por qué estás tú aquí? ¿Acaso has venido a hacer una excursión a la mina?—.
Arthur guardó silencio un momento antes de responder. —Mi familia fue atacada... En el inicio de la primavera. Fuimos traicionados y atacados en la noche. No sé si alguien más sobrevivió."
Lee frunció el ceño. ¿Y por eso estás aquí?
Entonces, eso significa que ya debiste darte cuenta que el mundo no es tan pacífico cómo lo pensabas.
Arthur asintió. —Lo único que recuerdo es una bandera... una luna sangrienta.—
Los ojos de Lee se entrecerraron. Recordando el nombre de la organización y pensando para si mismo. "Así que uno de los seguidores del demonio ya se han comenzado a mover. Para luego decir —Si vinieron por tu familia, debieron tener algo que ver con tu familia...—
—Yo... Hace más de un año, hice un viaje a el Reino central
Arthur apretó los puños. —No me importa lo poderosos que sean. Dejaron con vida a la persona equivocada.—
Lee sonríe levemente. —Parece que ya sabes lo que quieres.—
—Quiero ser fuerte. Lo suficiente para vengar la muerte de mi familia.—
El anciano lo miró en silencio antes de asentir. "Muy bien... entonces, ven y dame un golpe."
Arthur lo miró, desconcertado. "No puedo hacer eso, señor."
"¡Ven y hazlo, rápido!"
Aún dudoso, dio un paso adelante y lanzó un golpe, pero no con mucha fuerza. De repente, sintió cómo si alguien lo sujetara fuertemente y con un solo movimiento lo hizo volar por los aires, cayendo de espaldas. Dolorido y desconcertado, se levantó, buscando si había alguien más a su alrededor.
¿Buscas a alguien? dijo Lee, con una sonrisa. "Tendrás que intentarlo en serio la próxima vez. Y ya no me llames señor. A partir de ahora, para ti, soy Maestro Lee."
se frotó la cabeza, todavía sorprendido. "Entendido, Maestro Lee."
Lee soltó una carcajada. "Nunca he tenido un discípulo... pero creo que ya sé lo que haré antes de morir. Entrenaré a uno bueno."
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Días más tarde...
Aunque insignificantes en apariencia, las piedras de aurora eran su única salvación por ahora. Sin ellas, no podría conseguir comida ni intercambiar información, y sabía que en ese lugar, la información era importante. Tendría que aprender rápido a moverse en ese oscuro mercado subterráneo si quería sobrevivir... y algún día, quizá obtener la información que le permitiera cumplir su objetivo actual: escapar.
Al término del día, Arthur se encontraba apoyado contra una pared, observando a los demás trabajadores mientras descansaban brevemente. A su lado, el señor Lee, de cabello gris y rostro demacrado, soltó un suspiro profundo.
—Ya no puedo más —dijo Lee con voz cansada—. Estoy listo para morir aquí. No hace falta que trabajes tan duro, chico. No vas a cambiar nada.
Arthur lo miró, Hacía tres meses que el señor Lee había llegado a la cueva, completando el grupo de diez personas.
Arthur apretó los puños. No podía permitir que la desesperanza lo consumiera como a los demás. Tenía que salir, tenía que encontrar una forma de escapar, aunque todo indicara que era imposible. Sabía que su única opción era fortalecerse, física y mentalmente hasta encontrar el camino hacia la libertad.
Arthur no respondió de inmediato. Sabía que el anciano tenía razón. Pero dentro de él, el deseo de venganza seguía creciendo. No importaba cuántos obstáculos hubiera en su camino. Se había hecho una promesa. No iba a dejar que la muerte de su familia fuera en vano.
—Quiero ser fuerte —dijo finalmente, su voz cargada de determinación—. Lo suficiente para vengar a mi familia.
Lee lo miró por un largo rato antes de esbozar una pequeña sonrisa.
—Entonces, joven Arthur... prepárate para lo que venga. Porque el camino que has elegido no será fácil.
Arthur asintió en silencio. Sabía que tenía un largo camino por delante. Pero ya había tomado su decisión.
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El quinto mes en la mina...
Arthur había comenzado a trabajar en la mina, un ritmo agotador que apenas le dejaba tiempo para pensar. Lo que nunca imaginó fue que el señor Lee, en vez de enseñarle a pelear, lo pondría a hacer todo el trabajo pesado mientras él se quedaba sentado fuera de la cueva, contando las piedras y cristales que recolectaba.
"¿Este viejo espera que haga todo por él?", pensaba, irritado. "Se supone que me iba a enseñar a pelear, pero después de una semana trabajando el doble de lo habitual, no me ha enseñado nada".
Mientras golpeaba el suelo de la mina con su pico, escuchó al anciano llamarlo desde la entrada.
—¡Oye, Arthur! ¿estás holgazaneando otra vez? —gritó el señor Lee, con una sonrisa burlona—. ¿Quieres que un viejo como yo te enseñe cómo se trabaja con un pico?
Arthur resopló, agotado. El sudor le recorría la frente.
—Estoy esforzándome, anciano. Pero tú me tienes haciendo tu trabajo. Trabajo el doble. ¿Soy tu discípulo o tu escla...
—Antes de si quiera terminar la oración, pudo sentir cómo se quedaba sin aire, cae al suelo sintiendo un dolor en su pecho que parecía que hubiera pasado un carruaje sobre él.
—¡No te han enseñado a respetar a tus mayores! Recuerdo haberte dicho que no me dijeras anciano o señor, si ni siquiera eres capaz de ver cuándo te doy un golpe tan simple como ése, no podré enseñarte nada.
—Te daré una lección está vez, escucha con atención. Lo que percibes del exterior, no es más que el reflejo de la información que tus 5 sentidos recolectan de tu alrededor, la envían a tu mente y se convierte en tu "sentir", si no despiertas tu sentir, no eres más que un esclavo de tus pensamientos que ignora sus 5 sentidos.
—No entiendo maestro, ¿tengo que sentir mi entorno y no pensar?
—No te olvides de lo que te acabo de decir, piensa en ello hasta que logres tu propia interpretación. Sigue trabajando sin cuestionar.
—Entiendo maestro, lo dejo mientras entraba a la tienda a descansar.
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—¡Maestro! Una semana trabajando aquí y lo único que has hecho es contar piedras.—se quejó Arthur, tirando el pico al suelo.
El anciano se rió.
—¿Sabes cuántas piedras has minado? ¿Y cuántas han sacado los demás?
Arthur lo miró, confundido.
—No, no lo sé.
—Si no estuvieras holgazaneando cada vez que puedes, ¡lo sabrías! Los demás han sacado casi el triple que tú. El primer día lograste sacar 20 piedras de baja calidad y 10 de calidad media. —exclamó Lee, sacudiendo la cabeza con desaprobación—. Pasas más tiempo pensando que trabajando.
Arthur apretó los dientes, sintiéndose frustrado.
—Si quieres ser mi discípulo, desgaste de todos los pensamientos que te atormentan. Sin metas claras, no hay esfuerzo, sin esfuerzo no hay progreso, sin progreso, no hay disciplina y sin disciplina, perderás tu vida sin lograr nada. Si quieres obtener lo que deseas, debes concentrarte y establecer logros por ti mismo.
—Si tus metas son impuestas por alguien más, flaquearás ante el primer obstáculo y perderás todo lo que has logrado.
—Aquí abajo no hay nada más que tú, el pico y las rocas. No pienses en el mundo, tu eres tu propio mundo.
Arthur frunció el ceño. —Entiendo maestro, ésta vez pondré todo mi esfuerzo en ello.
Todo tenía sentido ahora, aunque pensaba que lo estaban poniendo a prueba más allá de lo necesario. Algo dentro de él comprendió que, si no podía superar este desafío, si no lograba controlar su frustración y concentrarse, entonces no tenía ninguna posibilidad de sobrevivir, ni mucho menos de escapar.
Respiró profundamente, recogió el pico y volvió a golpear la roca con renovada determinación. Las palabras de Lee resonaban en su mente: enfocarse, trabajar, perseverar. Cada golpe contra la roca era una promesa a sí mismo, un paso más hacia la fuerza que necesitaba. No se trataba solo de romper piedras; estaba moldeando su propia voluntad.
Lee lo observaba desde la entrada, su mirada, aunque llena de sentimientos, parecía mostrar una intención misteriosa, nadie podría imaginar lo que pasaba por su cabeza en ese momento.
—Sabía que el joven estaba en camino de convertirse en alguien formidable, pero también sabía que el verdadero reto apenas comenzaba.
Arthur, por su parte, entre sudor y sangre, seguía adelante, sin perder de vista su verdadero objetivo.