— Arthur: Gracias, señor Lee; habló con cansancio en la voz; haré lo mejor que pueda.
— Señor Lee: Bien, sé que lo harás, yo cubriré tus espaldas, así que no te preocupes, dedícate a excavar.
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Tres meses antes...
Después de un mes de arduo trabajo en la mina, ese día, Terry llegó acompañado de cuatro nuevos esclavos y un anciano, aumentando el grupo a diez personas.
Sus pasos resonaban por la cueva mientras empujaba a los recién llegados hacia el interior.
— Terry: Escuchen bien, estos son sus nuevos compañeros, a partir de ahora trabajarán juntos para cumplir con sus deberes. Cada uno de estos desgraciados tiene una historia, pero cómo todas las historias, son parte del pasado o de su imaginación.
¡Aquí solo importa lo que saquen de la roca!
— ¡Tú! Acércate, decía mientras señalaba a uno de los hombres que estaba detrás de él.
Era un anciano que apenas podía mantenerse en pie. Aún así sin compasión alguna, lo empujó con fuerza hacia adelante, lo que hizo que el hombre tropezara y cayera de rodillas al suelo polvoriento.
Sin pensarlo, Arthur corrió hacia él y lo sostuvo por el hombro antes de que colapsara por completo.
— Anciano: Gracias, joven. Murmuró con dificultad.
— Arthur: No es nada, debería descansar señor.
Antes de que pudiera continuar, Terry señaló a los otros tres esclavos con un gesto impaciente.
— Terry: ¡Corpudo!, señalando a un hombre musculoso, de piel oscura y músculos marcados.
Este tipo no sé en qué utilizaba su cuerpo musculoso, pero ahora le serán útiles esos brazos para excavar. ¡Trabaja bien!
El hombre con cicatrices que revelaban años de trabajo y lucha, miraba a su alrededor con una expresión que mezclaba tristeza pero determinación. Su rostro, endurecido, no mostraba ni una pizca de miedo. Era alto, con hombros anchos y una presencia imponente.
El siguiente en ser señalado fue un hombre de estatura media, con una complexión más delgada y ágil.
— Terry: ¡Justo! Dijo con una sonrisa sarcástica. Un ladronzuelo que creía que podía robar sin pagar las consecuencias. Tal vez sus manos rápidas le sirvan para algo más que hurtar.
Justo mantenía una sonrisa ladeada mientras con sus ojos escudriñaba el lugar. Su cabello desordenado y su andar ligero le daban una apariencia felina. Aunque ahora estaba atrapado en la mina, había algo en su actitud que sugería que nunca dejaría de buscar una oportunidad de aprovecharse de los demás, como si cada rincón de la cueva estuviera a su disposición.
El siguiente en dar un paso al frente era un hombre fornido, de barba abundante y brazos cruzados, que mantenía una expresión severa.
— Terry: Él es Jean, un exsoldado capturado de Nórdic. Aunque ahora sólo le espera la muerte. ¡Será mejor que disfrutes la nueva vida!
Jean tenía la mirada fría y distante. Aunque ya no era un soldado, su postura firme y sus ojos duros dejaban en claro que no había olvidado cómo luchar, incluso en las peores circunstancias. Su cabello corto y sus rasgos ásperos lo hacían parecer un guerrero al que no le quedaba mucho por perder.
Finalmente, Terry señaló al último esclavo, un hombre delgado con cicatrices visibles en las manos y la cara.
— Terry: Flacucho; dijo con desdén; él es un alquimista venido a menos y traído aquí por no pagar sus deudas.
El hombre bajó la mirada, evitando el contacto visual con los demás. Su piel tenía marcas de quemaduras antiguas, como si su pasado estuviera literalmente grabado en su carne. Había una extraña fragilidad en él, y su semblante delataba el desgaste físico y mental de alguien que había perdido mucho más que su libertad.
— Terry: Ahora que están todos, trabajen bien juntos. ¡Recuerden, aquí van a vivir por siempre!
Con esa advertencia, Terry se desvaneció entre las sombras de la cueva, dejando a los nuevos esclavos con el resto del grupo.
Arthur ayudó al anciano a sentarse en una esquina más cómoda, mientras los otros comenzaban a adaptarse a su nuevo entorno.
El anciano soltó un suspiro largo mientras se acomodaba en el suelo frío.
— Anciano: Gracias, no sé cuánto tiempo podré soportar esto, pero al menos, ahora sé que tengo un buen muchacho a mi lado. ¿Cuál es tu nombre? Preguntó con curiosidad.
— Yo soy Arthur, tengo un mes de haber llegado aquí, así que no sé mucho de éste lugar, ¿Y usted?
— Mi nombre, hace mucho tiempo que he abandonado mi identidad, puedes llamarme Lee.
— Arthur: Señor Lee, un gusto conocerlo, decía mientras inclinaba su cabeza levemente.
— Lee: No debes inclinarte ante cualquier persona chico, nunca sabes que intenciones tienen los demás hacia ti, éste lugar es muy peligroso.
Arthur, aún sorprendido por la situación, se limitó a asentir. Sabía que el tiempo en la mina sería duro, pero algo en la presencia del anciano lo hacía sentir una extraña calma. Lee era como un rio de agua fría que fluye en el infierno.
— Arthur: Déjeme enseñarle el lugar, señor. No es mucho, pero es donde pasaremos... quién sabe cuánto tiempo.
— Lee: Ja ja ja... cof cof cof... Tal vez para ti haya esperanza, muchacho. Pero para mí... Hizo una pausa; si alguna vez llega ese momento, es muy probable que esté sepultado bajo tierra.
— Arthur: Sin lugar a dudas, saldré de aquí. Cuando lo haga, todos me seguirán.
— Lee: me gusta tu entusiasmo, tal vez lo logres, cuando lo hagas recuerda llevarme contigo, cof cof cof. Habló mientras lo miraba a los ojos hasta que comenzó a toser.
— Arthur: ¿Está bien?
— Lee: Si, no te preocupes, gajes de la edad, no tiene importancia, vamos a descansar.
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De vuelta al presente...
Arthur había comenzado a trabajar a un ritmo extenuante, sacando más piedras que nunca.
Ahora, después de todo lo aprendido en estos tres meses, entendía mejor las palabras de Lee sobre la fortaleza mental.
En ese entonces, solo era un esclavo más, con la esperanza de escapar algún día. Ahora, gracias a los consejos del anciano y su propia voluntad, estaba en camino a convertirse en alguien mucho más fuerte.
Su cuerpo era más resistente que antes, ya podía sentirse muy cómodo aunque haya estado trabajando todo el día.
Cada golpe contra la roca era un paso más. El sudor que caía por su rostro era señal de que su esfuerzo estaba surtiendo efecto.
"Si quieres venganza, debes ser lo suficientemente fuerte cómo para poder llevarla a cabo, eres joven, aún tienes tiempo", palabras que le hicieron recapacitar y entender que aunque el futuro era incierto, tenía que ser él mismo quien lo forje.
No olvides que aunque puedas hacerte fuerte, debes tener mucho cuidado, no dejes que el odio te consuma y te haga lanzarte precipitadamente a la muerte. En la guerra, un solo hombre no puede conquistar un castillo ni una sola muralla puede detener a un ejército.
Arthur apretó los puños y con renovada determinación, volvió a golpear la roca.
Habían pasado las horas tan rápido y el día de trabajo había terminado sin darse cuenta.
Arthur salió de la cueva y entró en su tienda a descansar.
Lee comenzó a toser nuevamente, mientras su cuerpo temblaba.
— Arthur: ¿Está enfermo, maestro?" preguntó preocupado.
— Lee: Enfermo... Afortunadamente te puedo decir que no, mi cuerpo y mente han pasado por muchas dificultades durante toda mi vida. Dijo mientras suspiraba y enfocaba su mirada al vacío.
— He pasado por incontables guerras, luchas, no puedo ni recordar cuántas masacres y cuántos llantos he tenido que escuchar, al principio es difícil de soportar, pero cuando te acostumbras a todo eso, vas perdiendo tu humanidad de a poco, con el paso de los años te conviertes en un monstruo sin sentimientos.
— Arthur: Pero... ya las guerras entre los siete reinos terminaron hace casi 400 años, con el tratado de paz.
— Lee: Ja ja ja, las guerras están en todas partes, las luchas de poder más sangrientas y más oscuras. También hay poderes ocultos que mueven sus hilos en las sombras. Esclavizan, masacran... Fuaah... con el tiempo lo entenderás.
— Arthur: No entiendo muy bien, ¿Cómo sabe sobre eso?
—Lee: ¿Yo? No te debes preocupar por eso. Déjame darte un ejemplo, responde a mi pregunta ¿Por qué estás tú aquí? ¿Acaso has venido a hacer una excursión a la mina?.
— Arthur: guardó silencio un momento antes de responder. Mi familia fue atacada... Al terminar el festival de la primavera, las demás familias de la ciudad nos abandonaron cuando éramos atacados por un ejército de asesinos en la noche. Hasta ahora no sé si alguien más de mi familia sobrevivió.
— Lee: frunció el ceño. ¿Y por eso estás aquí? Ahora, si ya has sido víctima de la guerra, ¿Porqué todavía dudas de su existencia?
—Arthur: asintió; entiendo su punto. Entonces los de la bandera con la Luna sangrienta son una fuerza oculta.
Los ojos de Lee se entrecerraron. Recordando y pensando para si mismo. "Así que ya se han comenzado a mover".
— Arthur: apretó los puños. No me importa lo poderosos que sean, cometieron el peor error, dejaron con vida a la persona equivocada.
— Lee: sonríe levemente. Parece que ya sabes lo que quieres.
— Arthur: Quiero ser fuerte, lo suficiente para vengar la muerte de mi familia.
— Lee: lo miró en silencio antes de asentir. Muy bien... entonces, ven y dame un golpe.
— Arthur: desconcertado. No puedo hacer eso, señor.
— Lee: ¡Ven y hazlo, rápido!
Aún dudoso, dio un paso adelante y lanzó un golpe, pero no con mucha fuerza, sin darse cuenta, sintió cómo si alguien lo sujetara fuertemente y con un solo movimiento lo hizo volar por el aire, cayendo de espaldas, se levantó, buscando si había alguien más a su alrededor.
— Lee: ¿Buscas a alguien? Con una sonrisa. Tendrás que intentarlo en serio la próxima vez y ya no me llames señor, a partir de ahora para ti, soy oficialmente Maestro Lee."
— Arthur: se frotó la cabeza, todavía sorprendido. Entendido, Maestro Lee.
— Lee: ¡JA JA JA JA! Nunca he tenido un discípulo... pero creo que ya sé lo que haré antes de morir, entrenaré a uno bueno.
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Días más tarde...
Pensando en la información que había obtenido, Arthur tendría que aprender rápido a moverse en ese oscuro mercado subterráneo si quería sobrevivir y algún día... quizá obtener la información que le permitirá cumplir su objetivo actual; escapar.
Al término del día, Arthur se encontraba apoyado contra una pared, observando a los demás trabajadores mientras descansaban brevemente. A su lado, el señor Lee, de cabello gris y rostro demacrado, soltó un suspiro profundo.
— Lee: con cara de angustia. ¡Ya no puedo más!Estoy preparado para morir aquí, no hace falta que trabajes tan duro, no vas a cambiar nada.
Arthur lo miró, confundido, pues aquel hombre, que normalmente sólo lanza palabras positivas y lo obligaba a hacer el trabajo duro, ¿Se estaba rindiendo?
Arthur apretó los puños. No podía creer que la desesperanza consumiera al señor Lee como a los demás.
Después de no decir nada por algún tiempo, le habló
— Arthur: Maestro, no debe decir eso, yo no tengo miedo, tampoco siento que el trabajo de la mina y el entrenamiento hará que cambie de opinión, estoy decidido a dar todo de mi para lograr mi venganza.
Lee lo miró por un momento antes de esbozar una pequeña sonrisa.
— Lee: Entonces, joven Arthur... prepárate para lo que te depara el destino, porque el camino que has elegido no será fácil.
Arthur asintió en silencio. Sabía que tenía un largo camino por delante. había tomado su decisión, así que no había vuelta atrás.
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Un mes después.
El trabajo avanzó a un ritmo agotador, apenas le dejaba tiempo para pensar.
Lo que nunca imaginó fue que el señor Lee, en vez de enseñarle algo, tenía que hacer todo el trabajo pesado, mientras Lee se quedaba sentado fuera de la cueva, contando las piedras y cristales que recolectaba.
— Arthur: ¿Este viejo espera que haga todo por él?". "Se supone que me iba a enseñar a pelear, pero después de un mes trabajando el doble de lo habitual, no me ha enseñado nada".
Mientras golpeaba el suelo de la mina con su pico, escuchó al anciano llamarlo desde la entrada.
— Lee ¡Oye, Arthur!, ¡¿estás holgazaneando otra vez?!; con una sonrisa burlona. ¿Quieres que un viejo como yo te enseñe cómo se trabaja con un pico?
Arthur resopló, agotado. El sudor le recorría la frente.
— Arthur: Estoy esforzándome. Aún así, tú me tienes haciendo tu trabajo. Trabajo el doble. ¿Soy tu discípulo o tu escla...
Antes de si quiera terminar la oración, pudo sentir un golpe en su pecho, se quedaba sin aire, cayendo al suelo mientras el dolor, se esparció por todo su cuerpo, como si un carruaje hubiera pasado sobre él.
— Lee: ¡¿No te han enseñado a respetar a tus mayores?! Recuerdo haberte dicho que no me dijeras anciano o señor, si ni siquiera eres capaz de ver cuándo te doy un golpe tan simple como ése, no podré enseñarte nada.
—Te daré una lección está vez, escucha con atención. si no despiertas tu Aura, no eres más que un simple debilucho, tienes que dominar completamente tus sentidos para poder despertarla, aunque también es importante que tengas talento.
— Arthur: No entiendo, maestro, ¿tengo que sentir mi entorno y no pensar?
— Lee: No te olvides de lo que te acabo de decir, piensa en ello hasta que logres tu propia interpretación. Sigue trabajando sin cuestionar.
— Arthur: Entiendo maestro, dijo mientras entraba a la tienda a descansar.
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Una semana después.
— Arthur: ¡Maestro! Una semana trabajando aquí y lo único que has hecho es contar piedras. se quejó, tirando el pico al suelo.
El anciano se rió.
— Lee: ¿Sabes cuántas piedras has minado? ¿Y cuántas han sacado los demás?
— Arthur: lo miró, confundido. No, no lo sé.
— Lee: Si no estuvieras de holgazan cada vez que puedes, ¡lo sabrías! Los demás han sacado casi el triple que tú. ¡El primer día lograste sacar 20 piedras de baja calidad y 10 de calidad media! Habló sacudiendo la cabeza con desaprobación.
—Pasas más tiempo pensando que trabajando.
Arthur apretó los dientes, sintiéndose frustrado.
— Lee: Si quieres ser mi discípulo, deshazte de todos los pensamientos que te atormentan. Sin metas claras, no hay esfuerzo, sin esfuerzo no hay progreso, sin progreso y sin progreso, perderás tu vida sin lograr nada. Si quieres obtener lo que deseas, debes concentrarte y establecer logros por ti mismo.
—Lee: yo no puedo decirte cuáles son tus metas o lo que tienes que hacer. Si tus metas son impuestas por alguien más, flaquearás ante el primer obstáculo y perderás todo lo que has logrado. Aquí abajo no hay nada más que tú, el pico y las rocas. No pienses en el mundo, tu eres tu propio mundo.
— Arthur: frunciendo el ceño. Entiendo maestro, ésta vez pondré todo mi esfuerzo en ello.
Todo tenía sentido ahora. Algo dentro de él comprendió que, si no podía superar este desafío, si no lograba controlar su frustración y concentrarse, nunca logrará nada por si mismo.
Respiró profundamente, recogió el pico y volvió a golpear la roca con renovada determinación. Cada golpe contra la roca era una promesa a sí mismo, un paso más hacia la fuerza que necesitaba. No se trataba solo de romper piedras, estaba moldeando su propia voluntad.
Lee lo observaba desde la entrada, su mirada, aunque llena de sentimientos, parecía mostrar una intención misteriosa, nadie podría imaginar lo que pasaba por su cabeza en ese momento.