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Chapter 3 - Capitulo 3: Esclavo

—je je je, interesante, yo me encargo de ésto ahora, ¡Tráiganme el sello de hierro!— dijo mientras se acercaba a dónde se encontraban arrodillados, heridos y sin fuerzas.

El otro hombre, Shadow, quien de inmediato se dirigió al horno, mientras todos lo miraban con respeto, agarró una especie de bastón metálico de más o menos un metro de largo, la punta irradiaba un resplandor, en ella una figura de una gota y un sol. Era un diseño simple pero dominante cuando lo miras en el metal al rojo vivo.

Arthur intentó resistir, pero fue en vano. El hombre tomó el sello y lo estampó en la piel de Arthur, riendo con sadismo.

—Te enviaré a un lugar del que nadie regresa. Para que vivas un infierno y mueras miserablemente.

Con un grito ensordecedor que se pudo escuchar a cientos de metros a la redonda, pues, después de haber terminado la sangrienta lucha, quedó atrás un silencio perturbador.

Arthur se desplomó, sus ojos viendo la última bandera de su familia consumida por las llamas, al dirigir su mirada al cielo, observando cómo la luna roja se posaba sobre él, casi cómo si estuviera disfrutando de las atrocidades que le estaban sucediendo a él, antes de pensar cualquier otra cosa sintió un golpe abrumador que lo hizo perder la consciencia.

Al sentir un golpe brusco, despertó sintiendo un dolor inmenso por todo su cuerpo, estaba atado con cadenas y su cabeza cubierta con una tela negra que obstaculizaba su visón.

Por el sonido de los cascos y el movimiento agresivo del carruaje a medida que avanzaban, pudo determinar que estaban en una carretera y que el camino que estaban recorriendo es un sendero muy escarpado.

6 días pasaron en un parpadeo, el carruaje ya no iba tan apresurado como antes, era alimentado con agua y pan por una abertura en la tela.

Al no tener nada en qué enfocar sus pensamientos, se perdía en sus temores más grandes, estaba preocupado por su hermana Sophia, no podía dejar de imaginar todo lo que le podría pasar si es capturada por los asesinos de su familia, en ese momento sus pensamientos fueron interrumpidos por un frenado abrupto del carruaje, se detuvieron para descansar a lo largo del camino y algunas veces al pasar puntos de control del Reino, podía escuchar el modo de hablar de los soldados, con escuchar eso pudo saber que ya no se encontraba en el Reino Nórdic.

Al llegar a un camino dónde no se sentían los golpes de rocas o huecos, imaginó inmediatamente que habían entrado a una ciudad. Posiblemente sea el destino dónde lo llevarían.

Escucha como se abre el carruaje y es jalado con mucha fuerza por las cadenas, al bajar y ponerse de pie, le dan a beber agua y unos segundos después, sintió mareos y poco a poco perdió el conocimiento.

De un momento a otro despierta poco a poco, a medida que abre su ojo, una tenue luz en una pared de piedra y el sonido de gotas de agua caer en un pequeño charco en el suelo es lo primero que llega a sus sentidos, al observar bien su entorno se percata de que se encontraba en una cueva iluminada por un cristal azul que con su brillo solo podía ver algunos detalles de su alrededor.

El aire era denso y frío, impregnado de humedad, y el olor a moho llenaba todo el lugar, intentó levantarse precipitadamente, pero un dolor agudo recorrió su cuerpo. Su pecho estaba vendado, su mano izquierda inmovilizada, su ropa estaba hecha jirones y tenía moretones en cada rincón de su piel. Al tocar su rostro, notó una venda áspera que cubría la mitad izquierda de su cara, que al tocarla pudo sentir cómo si el mismísimo infierno estuviera tocando su mejilla.

Gimiendo de dolor, Arthur se incorporó lentamente, observando su alrededor. La cueva era pequeña, apenas lo suficiente para una cama de piedra improvisada y algunos objetos desgastados. Las paredes eran oscuras, con gotas de agua deslizándose por ellas y formando charcos en el suelo. Se apoyó en la pared rugosa, intentando mantenerse en pie. El musgo resbaladizo bajo sus dedos no ofrecía mucho apoyo, pero consiguió arrastrarse hasta una tela parecida a piel animal desgastada que cubría la entrada.

Entró en una habitación más grande, con algunas entradas similares a la que acababa de atravesar, un poco más iluminada y con un intenso olor a tierra mojada, el área tan espaciosa despertó su interés y al levantar su mirada pudo observar algo parecido a una puerta metálica con muchos patrones y 2 dragones alrededor de la misma curvandose alrededor de ella y con sus dos garras delanteras sujetando lo que podrían ser las cerraduras de la puerta.

"Imposible llegar tan lejos"- pensó mientras prestaba atención a su alrededor, comenzó a fijarse en la cueva, tenía alrededor de 8 habitaciones similares a dónde estaba, pudo oír algunos ruidos y murmullos en una de ellas, que parecía tener luz al otro lado, dió algunos pasos hasta ella y con su mano derecha levantó la tela de cuero.

Al abrirla, la intensa luz provocó que quedara sin visión por un minuto, el aire pesado y sofocante de la mina lo golpeó de lleno, provocando una tos momentánea.

Pudo escuchar un alboroto y gritos por todas partes, se veían hombres de todo tipo de envergadura, muchos de ellos casi en el punto de desnutrición y muchos niños empujando carros cargados de piedras brillantes y cestas llenas de minerales brillantes, algunos similares a las rocas que iluminaban la cueva de donde había salido.

A lo lejos se percibían sonidos metálicos de los picos chocando contra la roca, que resonaba como un eco incesante, acompañando del murmullo y quejidos de fatiga. Las caras de la mayoría de hombres eran grises, agotadas, cubiertas de suciedad y sudor.

No prestó mucha atención, ya que, al ver niños en la cueva le habían traído de nuevo a su mente todo tipo de recuerdos de los niños de su familia, antes de la masacre, superponiendo las caras de los niños asesinados, pasando de tener una sonrisa brillante, a ser un cuerpo inerte carente de signos vitales.

De entre esos recuerdos surgió uno dónde pudo ver la viva imagen de su madre, un recuerdo que se repetía una y otra vez en su cabeza. Su madre con una cara completamente llena de pánico, al ver a su hijo, fingiendo una sonrisa llena de dulzura y de no tener arrepentimientos le dijo en un tono alto y escalofriante; "¡Huye! ¡Sobrevive, busca a tu padre, te amo hijo!" las últimas palabras que pudo escuchar y que alimentará aún más su deseo de venganza. Apretando su mano fuertemente e impotentemente.

El asesino levantó su espada enorme que a los ojos de Arthur reflejaba en su hoja la luz de la luna, el tiempo parecía ralentizarse a medida que bajaba hasta con un sonido similar al de una sandía estrellarse en el suelo, vió caer su cabeza y rodar hasta que se detuvo justo con sus ojos bien abiertos viendo hacía él.

Un escalofrío le recorrió la espalda, mientras intentaba con todas sus fuerzas salir del agarre de sus soldados quienes lo llevaban cada vez más lejos de su madre, quién protegiendo su vida y sacrificando su vida por él, cerró los ojos, intentando bloquear el dolor, pudo sentir el sentimiento indescriptible de odio llenando su corazón, interrumpido inmediatamente por el sonido de un látigo que golpeó a sus pies.

El sonido seco y violento hizo que girara la cabeza. Un hombre corpulento, con músculos marcados y una cicatriz profunda en la mejilla izquierda con la forma de un rayo, lo observaba con una sonrisa torcida. Llevaba una armadura de cuero que cubría la parte inferior de su cuerpo, mientras que sus hombreras de metal estaban sujetas de forma rudimentaria con correas de cuero.

—¡Vaya! —se burló el hombre, dejando caer el látigo sobre el suelo polvoriento—. El bello durmiente ha despertado. —¡Finalmente!, me preguntaba si ibas a dormir para siempre o morirías, tus heridas son terribles, es un milagro que todavía estés vivo.

Arthur lo miró confundido, pero el dolor y su estado anímico lo hizo permanecer en silencio. Llevó la mano a su rostro, sentía un intenso dolor y una sensación de ardor que lo hacía sentir como si todavía su piel estuviera siendo quemada.

No podía ver lo que había debajo de sus vendas, pero él sabía lo que significaba, la marca de esclavo. Una marca que tradicionalmente se usaba para identificar quién es un esclavo, mientras que la figura de la marca representaba la marca personal de quién lo convirtió en esclavo.

—¿Quién eres? —preguntó con la voz ronca—. ¿Dónde estoy?

El hombre soltó una carcajada, que terminó tan pronto como empezó.

—Ya tendrás tiempo para conocer mi nombre, muchacho. —Hizo una pausa y sus ojos se afilaron—. Lo único que tienes que saber por ahora es que yo mando aquí. Y tú harás lo que te diga, si quieres seguir vivo.

Arthur escuchaba a medias lo que decía aquel hombre, ya que el dolor en sus costillas era tan insoportable, que lo hacía tambalearse.

—Mueve tu trasero y sígueme—ordenó el hombre, dándole un empujón brusco—. Has estado dormido tres días. Ya es hora de que te ganes la comida. —Con un gesto de la mano, señaló una mesa destartalada al final de la cueva—. Coge tu ración y ponte a trabajar. Y más te vale hacerlo rápido.

Sin otra opción, caminó con torpeza hacia la mesa. Tenía un tropiezo con cada paso, pero logró recoger un cuenco pequeño con algo que apenas podía llamarse comida. Con la mirada baja, siguió al hombre hacia lo que parecía ser una vasta mina subterránea.

Los pasillos de la cueva se extendían en todas direcciones, formando un laberinto de túneles que descendían en espiral hacia las entrañas de la tierra. Los techos eran altos, sostenidos por vigas de madera desgastada que crujían con el peso de las rocas. En cada rincón había hombres trabajando, sus cuerpos encorvados bajo la fatiga, mientras empujaban carros llenos de piedras brillantes y cristales de diversos colores. A lo lejos, una plataforma subía por un sistema de poleas hacia un nivel superior, transportando los carros llenos de piedras y minerales.

—Impresionante, ¿no? —dijo el hombre, notando la mirada de Arthur—. Bienvenido al infierno, tu hogar, triste hogar. Esto es lo único que verás por el resto de tu vida.

Arthur permaneció en silencio, pero el hombre siguió hablando, como si disfrutara del sufrimiento ajeno.

Ya habían recorrido alrededor de 2 horas de túneles y cuevas, aquél hombre no dejó de hablar en ningún momento, de lo más importante que había dicho el hombre era sobre los cristales y la vida en la mina.

—Esos cristales que ves en aquel carro son llamados auroras. Se utilizan como fuente de energía para artefactos, armas, e incluso para alimentar la ciudad, son muy difíciles de conseguir, cada día solamente podemos conseguir entre 50 o 70 de ellos. Las piedras que están allí son piedras de aurora, son menos valiosas, pero útiles para fabricar objetos para la nobleza, ésta mina es de calidad media, Cuanto más grande sea una mina, mayor es la calidad de las piedras que se extraen.

Dos piedras del mismo tamaño, pero de diferentes colores tienen diferente carga de energía , las piedras cyan son piedras con poca energía, mientras las piedras celestes y blancas tienen más energía, mientras más claro el color, más pura es su energía, las piedras que iluminan la mina, tienen tan poca energia que solo sirven para iluminar el pasillo unos cuantos días.

—Ahora tú deberás usar tu fuerza para minar y extraer todos los días esos materiales, tu vida depende de ello.

Caminaron por varios túneles que se bifurcan cada cierto tiempo, se podían ver hombres que salían cargando con sacos y carros llenos de rocas por todos lados. El aire era aún más pesado en esta parte de la mina, lleno de polvo y mal olor.

—Chico —dijo sin voltear la cabeza—. Preguntaste dónde estás, Te lo diré.

Estás en la mina - prisión "Cerbero" tienes que saber qué, todos los que trabajan aquí son prisioneros o esclavos, como tú. Si te preguntas si hay alguna esperanza de escapar, olvídalo. Fuera de esta mina, hay un cuartel imperial. Todo aquel que es enviado aquí, es cómo recibir la pena de muerte. Nadie sale de aquí con vida.

Después de escuchar eso apretó los puños, jurando para sí mismo que saldría de éste lugar sin importar a qué extremos tuviera que llegar.

—Olvídate de quién eras, de lo que hacías. A partir de ahora, eres un esclavo, y esa marca en tu rostro lo deja bien claro. —El hombre se detuvo y lo miró fijamente—. Yo soy el encargado de esta área. Mi nombre es Terry, pero me llaman "el Carnicero", no lo olvides.

Con una cara de sorpresa, pensó en ¿por qué tendría ese apodo?, pero no dijo nada.

Terry soltó una risa breve y burlona.

— Tengo ordenes de que no puedes morir hasta que hayas sufrido un infierno y te hayas muerto de cansancio. Pero no hago mucho caso a lo que dicen desde allá, si me eres beneficioso, te dejaré vivir todo lo que puedas.

Continuaron caminando durante lo que parecieron horas. El camino de túneles serpenteaba hacia abajo, y Arthur comenzaba a perder la noción del tiempo. Cada paso le dolía más que el anterior, y su cuerpo herido empezaba a vacilar.

—No lo soporto más, ¿Cuándo vamos a llegar? —preguntó, jadeando de dolor—. No puedo caminar más...

Terry lo miró de reojo, sin detenerse.

—Camina —ordenó—. Llegaremos antes de que el dolor te mate. Al mismo tiempo en el pensamiento de Terry no podía dejar de estar sorprendido, "¿Cómo es que este tipo puede resistir tanto tiempo con ese tipo de heridas? Llevamos dando vueltas por toda la mina más de 2 horas y aún no se desploma".

Al diablo, ya me cansé de dar vueltas sin sentido.

Después de 5 minutos más caminaron hasta llegar a un espacio separado del camino mucho más amplio que una cueva. Parecía un Domo, habían seis cuevas aquí, varios hombres iban y venían cargando piedras y minerales, Terry se detuvo y señaló con la mano.

— Elige un rincón de este paraíso y cava tu propio agujero. ¿Ves esa tienda de allá? Será tu hogar a partir de ahora. Si quieres comida, un lugar para dormir y una mínima esperanza de sobrevivir, será mejor que empieces a trabajar en lo que mejoran tus heridas.—

—Acá los días los dictan el sonido de las campanillas, la primera campanada suena 5 veces y significa el inicio del día, la segunda campanada suena 2 veces y significa que deben ir por sus raciones diarias, por último, suena 4 veces y significa el final del día, para que vayan a descansar. Te recomiendo que hagan vigilancia nocturna y hagan turnos, debes saber que es mejor entregar el producto antes de que suene la última campana, no sabes quién podría darte una sorpresa y quitarte todo.

—No sabes cuántas personas mueren cada noche por rencor o por saqueadores, sin dejar rastros. — decía Terry con un tono intimidante mientras se alejaba de espaldas agitando su brazo derecho sobre su cabeza.