Kael se encontraba en un rincón del asentamiento, observando a las personas que lo rodeaban con una mezcla de curiosidad y cautela. Había sido recibido, pero no aceptado del todo. Los habitantes de este lugar eran una mezcla de desesperados, fugitivos y exiliados, y cada uno de ellos llevaba consigo historias de traición y supervivencia. En sus ojos, Kael podía ver los ecos de su propia lucha interna, la misma lucha que lo había llevado a perderlo todo en su vida pasada.
A pesar de las aparentes muestras de hospitalidad, la atmósfera en el asentamiento era tensa. Las conversaciones se desvanecían cuando Kael se acercaba, y los ojos de los habitantes se desviaban hacia él antes de rápidamente volver a lo que estaban haciendo, como si intentaran ignorar su presencia. Sabían que era un extraño, un forastero, y no podían permitirse la confianza ciega. Este era un lugar donde las alianzas se hacían y deshacían con la rapidez de un latido, y Kael entendía perfectamente esa dinámica.
Durante su tiempo allí, había hablado con algunos de los habitantes, y cada conversación le dejaba una sensación más pesada en el pecho. Una anciana, con el rostro surcado por arrugas profundas y los ojos apagados por el dolor, le contó sobre su familia perdida. "Los de Aetheris nos abandonaron", dijo con una voz quebrada. "Creyeron que éramos prescindibles, que nuestros sacrificios no valían la pena. Nos dejaron aquí, a merced de las criaturas, a merced de este lugar maldito."
Kael había escuchado historias similares de otros: de familias separadas, de traiciones cometidas por aquellos en quienes confiaron, de promesas rotas por aquellos que afirmaban ser líderes. Pero lo que más le impactó fue la sensación de que todos, de alguna manera, compartían una culpa, una sensación de haber sido responsables de su propia caída.
En sus noches de insomnio, Kael reflexionaba sobre esas historias. Cada una de ellas era un eco de su propia vida, de las decisiones que había tomado en el pasado, cuando buscaba poder a toda costa sin importar a quién arrastraba consigo. Cada error, cada traición, lo había llevado a ese punto de no retorno. Al igual que los habitantes de este asentamiento, él también había sido arrastrado por su propio orgullo, y el precio de ese orgullo había sido la pérdida de todo lo que amaba.
Pero lo que más le pesaba no era solo el pasado, sino lo que estaba ocurriendo en ese mismo momento. El asentamiento no era un lugar de paz. Había constantes tensiones entre sus líderes, y Kael se encontraba en medio de ellas. Aunque no lo admitieran abiertamente, los líderes del asentamiento tenían diferentes enfoques sobre cómo sobrevivir. Algunos, como la mujer fuerte que lo había recibido, abogaban por una convivencia más organizada, por la construcción de una comunidad sólida que pudiera resistir los embates de las criaturas y las tensiones internas. Otros, sin embargo, preferían un enfoque más individualista, donde cada persona debía valerse por sí misma, sin depender de los demás.
Un día, Kael fue testigo de una discusión acalorada entre dos de los líderes. Uno de ellos, un hombre de cabello largo y barba espesa, gritó: "¿Creen que podemos vivir como una familia aquí? No somos una maldita familia. Somos sobrevivientes, y cada uno debe velar por sí mismo. La cooperación es una debilidad, una ilusión de seguridad que no existe en Silence."
La mujer de rostro curtido que había hablado con Kael antes respondió, su voz firme y llena de resentimiento: "Y cuando todos estemos muertos, ¿quién quedará para decir que teníamos razón? Si nos matamos entre nosotros, no seremos diferentes a las criaturas. Necesitamos unidad, necesitamos un propósito común."
Kael observó en silencio, sintiendo la creciente tensión entre ellos. Algo en sus palabras lo hacía recordar las discusiones que había tenido con su propia gente en el pasado, cuando la lucha por el poder había nublado su juicio. Los líderes del asentamiento no eran diferentes a los que él había conocido en su vida anterior. La lucha por la supervivencia, por mantener el control, los había llevado a tomar decisiones que solo alimentaban más la desconfianza y el resentimiento. Y, en muchos aspectos, Kael sabía que no importaba cuánto intentaran justificarse, ellos también estaban atrapados en su propio ciclo de errores.
Más tarde, mientras caminaba solo por el asentamiento, Kael encontró un grupo de personas reunidas cerca de un fogón. Entre ellos había un hombre joven, con la mirada vacía de quien ha visto demasiado. Su ropa estaba rasgada, y sus manos, cubiertas de cicatrices, sostenían una espada que parecía haber sido forjada a mano. Kael se acercó, curioso.
"¿Qué te trae aquí?" preguntó el joven, sin mirarlo a los ojos. "¿Quieres escuchar otra historia de fracaso?"
Kael lo miró con atención, notando la dureza en su tono. "No sé si es fracaso lo que busco", respondió Kael con cautela. "Pero sé lo que es la lucha."
El joven lo observó por un largo momento, como si evaluara su sinceridad, antes de suspirar. "La lucha… todos luchamos. Pero al final, la pregunta es: ¿qué pasa después de la lucha? Porque aquí, después de tanto pelear, ¿sabes lo que nos queda? Solo más lucha."
"¿Así que has perdido la esperanza?" Kael preguntó, intrigado por su respuesta.
"¿Esperanza?" El joven soltó una risa amarga. "Esperanza es solo una palabra para los que aún tienen algo por lo que luchar. Nosotros… ya no tenemos nada. Solo sobrevivimos porque tenemos que hacerlo. Porque la alternativa es la muerte, y no estamos listos para eso, aunque algunos lo deseen."
Kael entendió la desesperación en sus palabras. En su propia vida, había sido consumido por el deseo de poder, sin ver la destrucción que dejaba a su paso. Pero en ese momento, en el asentamiento, Kael comprendió algo nuevo: la lucha no era solo una cuestión de supervivencia. La lucha era también un modo de vivir, una forma de intentar dar sentido a un mundo que ya había perdido su rumbo.
Al día siguiente, el conflicto entre los líderes llegó a su punto álgido. Se produjo una confrontación abierta en la plaza central del asentamiento. Las voces se elevaron, acusándose mutuamente de ser responsables de las dificultades que enfrentaban. Kael se encontraba entre la multitud, observando cómo la división entre ellos se intensificaba. Los gritos se transformaron en empujones, y pronto, las armas comenzaron a salir. En ese momento, Kael sintió una oleada de emociones intensas. La ira, el miedo, la desesperación… todos esos sentimientos se agolparon dentro de él, y sin quererlo, su Vitalis comenzó a responder. No era el tipo de poder que deseaba, no era el poder absoluto que había buscado en su vida pasada, pero era una manifestación de la energía que fluía a través de él, alimentada por sus emociones.
Fue entonces cuando recordó las palabras de Rothar: *"Deja de luchar contra el entorno; úsalo a tu favor."*
Kael cerró los ojos y se concentró. Recordó sus entrenamientos, sus lecciones. No podía dejar que sus emociones lo dominaran. En lugar de eso, comenzó a canalizar su Vitalis de una forma más controlada, de manera que la energía no lo consumiera, sino que pudiera ser utilizada para calmar la situación. Al principio, fue difícil, y su cuerpo respondió con una oleada de fatiga, pero con cada intento, comenzó a encontrar el equilibrio.
Al final, la tensión en el asentamiento se disipó. No fue una solución definitiva, pero al menos, por el momento, los conflictos se calmaron. Kael observó a los habitantes, su cansancio reflejándose en sus rostros. No había héroes en este lugar, solo sobrevivientes. Y, al igual que él, cada uno de ellos estaba buscando algo: una razón para seguir luchando, una forma de encontrar algo más allá de la oscuridad que los rodeaba.