Los días en el campamento de Rothar pasaron lentos, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en Silence. Kael se despertaba antes del amanecer, cuando la niebla aún envolvía el claro, cubriendo todo como un manto pesado y gélido. El aire, denso y cargado de Vitalis residual, parecía distinto en este lugar, como si la misma tierra respirara con él, una respiración profunda y cansada. Aunque la cueva de Rothar le ofrecía refugio, no era un lugar acogedor. Aquí, en el corazón de Silence, todo era una lucha constante: una lucha por sobrevivir, por adaptarse, por entender cómo moverse en este terreno hostil.
Rothar no era un hombre dado a las palabras amables ni a las explicaciones innecesarias. Al principio, Kael pensó que su actitud distante era simplemente un reflejo de su naturaleza como superviviente, pero pronto comprendió que era mucho más que eso. Rothar no se preocupaba por el bienestar de Kael, al menos no de la forma en que Kael estaba acostumbrado. No había ánimo, ni consuelo. En cambio, Rothar ofrecía lecciones brutales, lecciones que probaban los límites de la resistencia de Kael, tanto física como emocionalmente.
"El mundo no tiene tiempo para tus dudas", dijo Rothar en una mañana, mientras Kael se tambaleaba tras una serie de ejercicios agotadores. "Si dudas, si piensas demasiado, mueres. Aquí no hay lugar para el miedo. Solo para la acción."
Kael observó a Rothar mientras se levantaba del suelo, el sudor empapando su camiseta rota. Su cuerpo estaba en peor forma que cuando había llegado, pero no podía permitirse descansar. No podía permitirse la debilidad. No en un lugar como este.
Rothar caminaba de un lado a otro del claro mientras hablaba, como si no tuviera necesidad de detenerse ni un segundo. "Hoy vas a aprender a cazar. Pero no como en tu mundo. Aquí, las criaturas no te dan una segunda oportunidad. Si fallas, te matan."
Kael tragó saliva, sintiendo cómo su pulso se aceleraba. Había visto las criaturas que merodeaban por Silence. Algunas, enormes y feroces, otras más pequeñas pero igualmente letales. Sin embargo, aún no entendía cómo podría ser capaz de enfrentarse a ellas con las manos vacías. Había llegado a este continente sin ningún tipo de habilidad especial, sin nada más que su conocimiento de la magia y el Vitalis. Y ahora, sin más recursos que su propio cuerpo, tendría que enfrentarse a un mundo completamente distinto.
"Tu primera lección", continuó Rothar, "es aprender a moverte sin ser visto. Las criaturas de Silence tienen sentidos agudos. Cualquier ruido innecesario, cualquier movimiento abrupto, te pondrá en su radar. Y no hay vuelta atrás cuando te encuentran."
Kael frunció el ceño. No podía negar que tenía razón. Durante los primeros días, había cometido varios errores, ruidos involuntarios que alertaron a las criaturas cercanas. Fue Rothar quien lo rescató en esos momentos, enseñándole a moverse en silencio, a ser invisible. Pero esa invisibilidad era más que solo evitar ser visto: era evitar ser detectado en todos los sentidos. Un suspiro, un crujido en el suelo, el leve perfume de un sudor o el polvo en el aire, todo podía delatarlo. Kael aprendería a manejar esas sutilezas.
"Recoge esas ramas", ordenó Rothar, señalando el suelo. Kael miró alrededor, siguiendo las instrucciones. "Hoy aprenderás a hacer trampas."
Kael tomó una rama seca del suelo y la observó en silencio. No era una herramienta, no era una espada ni una lanza, nada con lo que pudiera enfrentarse directamente a las criaturas. Pero Rothar no quería que usara las herramientas de manera convencional. Quería que Kael pensara. Quería que lo usara para su ventaja en un terreno hostil, donde la confrontación directa significaba la muerte.
"Vamos a construir una trampa", dijo Rothar, arrodillándose frente a un arbusto de hojas secas. "Pero no cualquier trampa. Una que no se vea, que no se oiga, y que no te cueste esfuerzo. Algo que las criaturas no puedan detectar."
Kael siguió sus indicaciones, recolectando materiales mientras Rothar le explicaba cómo los pequeños detalles podían marcar la diferencia entre la vida y la muerte. A medida que avanzaba en la construcción de la trampa, Kael comenzó a entender lo que Rothar intentaba enseñarle: aquí, en Silence, no podías enfrentarte a las criaturas de frente. Tenías que ser astuto, paciente, y conocer los recursos que te rodeaban. La trampa debía ser simple, pero efectiva: una que pudiera atrapar a una criatura sin hacer el menor ruido, sin llamar la atención.
A pesar de las lecciones, la actitud de Rothar seguía desconcertando a Kael. El hombre apenas le hablaba, se limitaba a señalar lo que tenía que hacer, y luego desaparecía en el bosque, como si todo fuera parte de una rutina diaria. No parecía importarle si Kael se sentía frustrado, si tenía dudas. Para Rothar, todo era cuestión de sobrevivir. El resto era irrelevante.
"¿Por qué me tratas así?" Kael no pudo evitar preguntar una tarde, después de haber fallado varias veces al construir una trampa. "¿Por qué no me enseñas de otra manera? No soy un animal al que tienes que moldear a golpes. Tengo conocimientos, tengo habilidades. ¿Por qué no me usas de una forma más… efectiva?"
Rothar lo miró con esa calma que le era tan característica. Su rostro no mostraba ninguna emoción, como una roca que no cedía ante las olas.
"Porque aquí no importa lo que fuiste en otro lugar", respondió con tranquilidad. "Solo importa lo que eres ahora. Si no aprendes a adaptarte, si no dejas de lado tus antiguas expectativas, no durarás mucho. Los conocimientos que tienes no valen nada aquí, Kael. Tienes que encontrar tus propias respuestas. Y a veces, eso significa hacerlo a través de la brutalidad."
Kael lo miró, sintiendo cómo el peso de esas palabras caía sobre él. Las antiguas habilidades, los recuerdos de su vida anterior, no significaban nada en este nuevo mundo. La magia de Vitalis, que antes le parecía tan poderosa, no era más que una chispa en un mar de oscuridad. Y en ese mar, Rothar era el faro, aunque uno frío y distante.
Los días se convirtieron en semanas. Kael comenzó a adaptarse a la dureza del entrenamiento de Rothar. Aprendió a cazar con trampas, a moverse sin hacer ruido, a estudiar el terreno y las criaturas que lo habitaban. Pero, a pesar de todo, no podía dejar de preguntarse si había una forma diferente de aprender, si realmente su único valor era el de adaptarse a los métodos duros y desalmados de Rothar.
Un día, después de un ejercicio especialmente agotador, Kael cayó al suelo, cubierto de sudor y tierra. Su cuerpo estaba al límite, y el dolor le quemaba en cada músculo. Rothar no dijo nada. Simplemente lo observó desde su posición.
"Ya no puedo más", dijo Kael, respirando pesadamente. "Estoy haciendo todo lo que me pides, pero no entiendo. ¿Qué quieres de mí? No puedo seguir así."
Rothar se agachó lentamente y lo miró a los ojos, como si finalmente hubiera decidido decir algo más allá de las lecciones.
"Quiero que entiendas que aquí no se trata de lo que puedas o no puedas hacer", dijo en voz baja. "Se trata de lo que decidas ser. Nadie va a venir a salvarte. Si quieres sobrevivir, tienes que ser más que lo que crees que eres. No estás aquí por accidente, Kael. Silence ha visto tu tipo antes. Y solo tú puedes decidir si vas a caer o vas a levantarte."
Kael, agotado pero intrigado por esas palabras, lo miró fijamente. En ese momento, algo cambió dentro de él. No solo estaba aprendiendo a sobrevivir. Estaba aprendiendo a ser algo más. Algo que Silence respetara, algo que ni siquiera él mismo entendía aún.
"Lo entiendo", dijo Kael, levantándose con esfuerzo. "Lo entenderé."
Rothar asintió, satisfecho por primera vez en días. Sin decir nada más, se dio la vuelta y desapareció entre la niebla. Kael lo siguió con la mirada, sabiendo que el verdadero entrenamiento apenas comenzaba.