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Chapter 15 - Sentido de Pertenencia

Kael observaba el amanecer desde una colina cercana a la aldea, donde el viento fresco traía el olor a tierra húmeda y el suave murmullo del río al otro lado del pueblo. La vista era pacífica, y por primera vez en mucho tiempo, Kael sintió que este era su hogar. Era un sentimiento extraño, uno que nunca había experimentado en su vida anterior. Todo parecía más real, más intenso: el susurro de los árboles, el calor de su familia, el bullicio de la aldea al despertar.

Durante sus primeros años en este mundo, había sentido que no encajaba en ningún lugar. Su vida pasada estaba marcada por una ambición que lo consumía, y que lo había llevado a perder todo y a todos. Aquí, en cambio, no deseaba poder ni riquezas; solo anhelaba proteger lo que tenía, estas pequeñas pero valiosas conexiones.

Al regresar a la aldea, Kael se encontró con su amigo de la infancia, Tarek, quien cargaba una cesta de leña y lucía una sonrisa despreocupada en su rostro. Tarek era un joven fuerte, de cabello castaño claro y ojos amigables, cuya actitud optimista siempre lograba calmar a Kael.

"¿Desde cuándo madrugas tanto, Kael?" bromeó Tarek al verlo acercarse.

Kael sonrió y tomó parte de la leña que llevaba su amigo. "No quería perderme el amanecer. Hoy es un buen día, ¿no crees?"

"Lo sería si no tuviera que cargar todo esto al otro lado del pueblo," dijo Tarek, sacudiendo la cabeza. "Pero supongo que ese es el precio de vivir en una aldea tan tranquila."

Mientras caminaban juntos hacia el mercado, Tarek le hablaba de los planes para la próxima festividad del pueblo. Era una de las celebraciones más importantes, y la plaza se llenaba de risas, música y puestos de comida. Los niños correteaban entre los puestos, mientras los adultos bailaban y compartían historias alrededor de las hogueras. Kael se encontró anticipando ese día, deseando ver a todos juntos, como una gran familia.

Cerca del mercado, se encontraron con Silvia, la hija del herrero. Ella sostenía varias herramientas que su padre le había encargado reparar, y cuando vio a Kael, le dedicó una sonrisa cálida. Silvia siempre tenía una expresión de amabilidad, aunque detrás de esa sonrisa se podía intuir su fuerza y determinación. Había crecido trabajando con su padre en la herrería, y Kael admiraba su habilidad y paciencia.

"Hola, Kael. Hola, Tarek," saludó ella, mirando a ambos con una sonrisa que hizo que Kael sintiera un leve calor en sus mejillas.

"Hola, Silvia," respondió él, intentando sonar casual, aunque sus palabras sonaron más torpes de lo que hubiera querido. Tarek notó su incomodidad y le dio un codazo en el costado, riéndose en silencio.

"Kael, ¿te importaría ayudarme más tarde en la herrería? Mi padre tiene unos encargos grandes, y sé que tienes mano para las herramientas," pidió ella.

"Claro, estaré allí," respondió Kael rápidamente, tratando de ocultar su entusiasmo. La idea de pasar tiempo con Silvia era algo que esperaba sin comprender muy bien por qué. Había algo en ella que le hacía sentir paz y confianza.

Mientras caminaban por el pueblo, Kael no pudo evitar notar cómo todos parecían llevar una vida tan sencilla y, a la vez, tan plena. Conocía a cada rostro, a cada nombre. Había crecido rodeado de estas personas y ahora, poco a poco, se daba cuenta de lo importante que se habían vuelto para él.

Cuando regresó a casa más tarde ese día, vio a su padre afilando una espada en el taller de la familia, y se unió a él para aprender. Su padre, un hombre de manos fuertes y llenas de cicatrices, pero con una mirada cálida, siempre había sido su mayor apoyo. A pesar de que Kael no había nacido con el mismo talento para la herrería, su padre le enseñaba con paciencia, mostrándole cada detalle y confiándole pequeñas tareas que lo hacían sentir útil.

"Kael," le dijo su padre mientras le pasaba la espada para que revisara el filo, "has cambiado mucho últimamente. Estoy orgulloso de ti. Veo en tus ojos una fuerza que no tenías antes."

Kael bajó la mirada, sintiéndose honrado y un poco avergonzado. "Solo trato de hacer lo mejor, padre. No quiero ser una carga."

Su padre sonrió y puso una mano en su hombro. "Eres parte de esta familia, Kael. Aquí siempre tendrás un lugar."

Estas palabras calaron profundamente en Kael. Un lugar, una familia… esas eran cosas que nunca había valorado antes y que ahora significaban todo para él.

Sin embargo, no todo era armonía. Su relación con su hermano mayor, Aric, se había vuelto cada vez más tensa. Aric siempre había sido el hijo fuerte, el que los vecinos elogiaban por su valentía y habilidad en combate. Al principio, Kael pensaba que su hermano lo protegía por cariño, pero últimamente había notado algo diferente: Aric lo miraba con recelo, como si cada habilidad que Kael demostraba fuera una amenaza a su posición.

Esa tarde, mientras Kael practicaba en el patio algunos ejercicios de Vitalis, Aric se acercó, cruzándose de brazos y observándolo con una expresión seria.

"¿Por qué insistes tanto en esto, Kael?" preguntó Aric, con un tono que mezclaba curiosidad y desdén. "No tienes la constitución para algo como el Vitalis. ¿Por qué no te dedicas a algo más… adecuado para ti?"

Kael suspiró, sintiendo la hostilidad oculta en las palabras de su hermano. "No pretendo competir contigo, Aric. Solo quiero ser útil. Quiero proteger a nuestra familia también."

Aric soltó una risa sarcástica. "¿Tú, protegernos? No te engañes, Kael. Estás poniendo en riesgo a nuestra familia más de lo que la estás protegiendo."

Las palabras de su hermano lo hirieron más de lo que quería admitir. Había intentado, en cada momento, acercarse a él, pero parecía que esa distancia solo se hacía más grande.

Antes de poder responder, su madre llamó desde dentro de la casa. Estaba acunando a su hermana pequeña, que empezaba a despertar con hambre. Kael aprovechó la llamada para alejarse, agradecido por la interrupción. Mientras sostenía a su hermana en brazos, observando sus diminutos dedos que se aferraban a su camisa, volvió a sentirse en paz. Esta pequeña, frágil e indefensa, era parte de lo que deseaba proteger, sin importar los desafíos que enfrentara.

Al día siguiente, durante su trabajo en la herrería, Silvia lo observaba mientras él ayudaba a su padre con las herramientas. En un momento, ella se le acercó, y con una sonrisa cómplice, le ofreció un trozo de pan recién horneado.

"Te ves concentrado hoy, Kael," comentó Silvia, mientras Kael aceptaba el pan con gratitud.

"Quiero mejorar. Tengo mucho que aprender," respondió, masticando y sintiendo el sabor simple pero reconfortante del pan. Silvia era alguien con quien podía hablar sin reservas, y eso le hacía sentir algo que nunca había experimentado.

"Sabes," continuó ella, mirándolo con seriedad, "siempre has sido especial para mí, Kael. No solo por lo que haces, sino porque siempre has cuidado de los demás sin esperar nada a cambio. Eso es algo que pocos en este mundo tienen."

Sus palabras lo hicieron enmudecer. Silvia siempre parecía verlo como nadie más lo hacía. Por un momento, Kael deseó detener el tiempo y quedarse en ese instante.

Al final del día, mientras el sol se ocultaba y las sombras cubrían la aldea, Kael se quedó mirando su hogar, sus manos aún sucias por el trabajo en la herrería, y sintió algo que iba más allá de las palabras. Era un vínculo profundo, un sentimiento de pertenencia que nunca había experimentado antes.

Sabía que este lugar, esta gente, eran ahora parte de él. Y mientras estuviera vivo, haría todo lo que estuviera a su alcance para protegerlos.

Sin embargo, en el fondo de su mente, aún resonaban las palabras de su hermano. La sombra de la duda siempre estaba ahí, y sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse no solo a sus propios miedos, sino también a la hostilidad creciente que veía en los ojos de Aric.

Esa noche, antes de dormir, Kael hizo una promesa en silencio, una promesa que solo él escucharía: *protegería a su familia y su aldea, sin importar las dificultades o sacrificios que eso implicara.* Este era su hogar, y no lo perdería.