Kael se levantó al amanecer, como solía hacerlo cada día. El cielo estaba teñido de un leve tono rosado, anunciando el inicio de un día tranquilo, o al menos, eso era lo que parecía. Últimamente, los rumores del culto de las Llamas Eternas lo habían dejado intranquilo, pero había tratado de mantenerse enfocado en sus entrenamientos y deberes en la herrería familiar. Mientras limpiaba las herramientas de su padre, sus pensamientos divagaban hacia el bosque que rodeaba al pueblo y las historias que había escuchado en la taberna días antes.
Ese mismo día, su madre lo llamó desde la puerta, cargando en brazos a su hermana recién nacida, que dormía plácidamente envuelta en una manta. La vista de su hermana siempre le traía una sensación de paz que él mismo no lograba entender del todo.
"Kael, necesito que lleves algunas cosas al otro lado del pueblo. Es para el herrero Thoran. También me pidió si puedes ayudarlo con unos encargos. ¿Podrás?"
Kael asintió, notando cómo su madre se veía algo cansada después de tantas noches de cuidar a la pequeña. "No te preocupes, madre. Lo haré enseguida."
Recogió una bolsa de suministros y partió en dirección a la herrería de Thoran. Al llegar, se encontró con Silvia, la hija del herrero, quien estaba ocupada con unos materiales. Silvia siempre tenía un aire de determinación en su rostro, y sus ojos claros y concentrados no pasaban desapercibidos. Aunque eran amigos desde niños, Kael se sentía ligeramente nervioso cada vez que hablaba con ella.
"Buenos días, Silvia," saludó, intentando sonar natural.
Silvia levantó la vista y le sonrió. "Kael, justo a tiempo. Mi padre te estaba esperando."
Antes de que pudiera responder, Thoran salió desde el fondo de la herrería, cubierto de polvo y oliendo a hierro fundido. Le dio una palmada en la espalda que casi lo hizo tambalearse.
"¡Kael! Qué bueno que llegas. Necesito algo de ayuda en el bosque. Se escucharon rumores de un lobo merodeando cerca, y la gente del pueblo está preocupada."
"¿Un lobo?" Kael sintió una mezcla de emoción y nervios. Aunque había entrenado en secreto, nunca había enfrentado a una criatura salvaje real.
"Sí, algunos aldeanos aseguran que lo vieron cerca de los límites del bosque. Normalmente no nos metemos en sus territorios, pero este lobo ha estado atacando a los animales del pueblo. No quiero que represente un peligro para los niños o los ancianos."
Silvia lo miró con cierta preocupación. "Tienes cuidado, Kael. Los lobos no suelen atacar si no están desesperados. Podríamos acompañarte."
Kael, aunque agradecido, no quería demostrar duda. "No te preocupes, Silvia. Puedo manejarlo."
Silvia dudó un segundo, pero asintió, aunque no sin un último consejo: "Si ves que es peligroso, regresa. No tiene sentido arriesgarse por un lobo."
Kael asintió y, con la bendición de Thoran y Silvia, se dirigió al bosque. Mientras avanzaba, trataba de mantener la calma y recordar sus prácticas con el Vitalis. Aunque había progresado en su control, sabía que su cuerpo aún era débil. Había sentido una pesadez extraña en las últimas semanas, algo que, según su padre, era por el esfuerzo que le exigía el entrenamiento. Sin embargo, Kael sospechaba que había algo más, aunque no quería preocupar a nadie.
A medida que se adentraba en el bosque, el ambiente se volvía más sombrío y silencioso, y Kael afinó sus sentidos, esperando algún signo del lobo. Caminó durante un rato sin ver nada, hasta que un movimiento rápido entre los arbustos llamó su atención.
"¿Quién anda ahí?" murmuró, agudizando su mirada.
Entonces, de entre los árboles, apareció la figura de un lobo flaco y de pelaje gris oscuro. Los ojos del animal destellaban con una mezcla de hambre y rabia, y su cuerpo estaba tan delgado que Kael podía ver las costillas sobresaliendo. Comprendió que el lobo estaba desesperado, probablemente herido o enfermo, lo que lo hacía aún más peligroso.
El lobo se lanzó hacia él sin previo aviso. Kael apenas tuvo tiempo de reaccionar. Alzó su mano y canalizó el Vitalis que había acumulado en sus entrenamientos, formando una barrera rápida alrededor de su brazo. El impacto fue fuerte y lo hizo retroceder varios pasos, pero logró esquivar el mordisco del lobo.
El animal se preparaba para atacar de nuevo, y Kael respiró hondo, recordando lo que había aprendido. Sabía que podía utilizar su Vitalis para aumentar su velocidad y fuerza, pero también conocía los riesgos de abusar de esa energía. Sin embargo, no tenía otra opción.
Concentró el Vitalis en sus piernas y se lanzó hacia el lobo. Sus movimientos eran más ágiles, más rápidos, y logró golpear al lobo con el costado de su brazo, apartándolo de su camino. El lobo tropezó, pero se levantó de inmediato, mirando a Kael con ferocidad.
Kael retrocedió, sintiendo ya el agotamiento de usar tanto Vitalis en tan poco tiempo. Su cuerpo empezaba a doler, y una extraña pesadez se apoderaba de él. No podía entender por qué, pero se sentía más cansado de lo normal.
El lobo volvió a lanzarse hacia él, y en un último esfuerzo, Kael liberó una onda de Vitalis hacia el animal, empujándolo de regreso y haciéndolo caer. Al ver que el lobo no se levantaba, Kael se permitió respirar profundamente, aliviado. Sin embargo, apenas terminó el combate, sintió un dolor agudo en su pecho y cayó de rodillas. Su visión se volvió borrosa, y la respiración le faltaba.
"¿Qué... qué me pasa?" murmuró, sintiendo que todo su cuerpo se debilitaba.
Intentó ponerse de pie, pero su cuerpo no respondía. Las fuerzas lo abandonaban de una manera extraña y aterradora. Comenzó a sentir pánico; estaba solo en el bosque, debilitado y sin entender qué sucedía.
Entonces escuchó pasos acercándose. Cuando levantó la vista, vio a Silvia, quien se había aventurado al bosque después de preocuparse por su tardanza. Al ver el estado de Kael, corrió hacia él y lo ayudó a incorporarse, colocando su brazo sobre sus hombros.
"Kael, ¿qué te sucede? ¿Te sientes bien?" preguntó, con el rostro lleno de preocupación.
"No… no lo sé. Siento como si... mi cuerpo estuviera agotado," respondió él, tratando de recuperar el aliento.
Silvia lo ayudó a regresar al pueblo, manteniéndolo cerca mientras él luchaba por mantenerse consciente. Kael no entendía por qué se sentía tan débil, pero el miedo y la frustración lo embargaban. Había estado tan cerca de demostrar que podía valerse por sí mismo, de superar su debilidad, pero ahora, una extraña debilidad lo vencía.
Al llegar al pueblo, los padres de Kael lo recibieron con rostros llenos de preocupación, especialmente su madre, que lo abrazó con fuerza. "Kael, ¿qué sucedió?" preguntó, sus ojos llenos de lágrimas.
Él intentó calmarla, aunque se sentía avergonzado de haber sido encontrado en ese estado. "Solo me esforcé un poco demasiado, eso es todo," murmuró, tratando de restarle importancia.
Esa noche, Kael se quedó en cama, sintiéndose frustrado y débil. Era consciente de que algo en él no estaba bien, de que había una especie de límite que su cuerpo no podía sobrepasar, a pesar de su entrenamiento. La pesadez en su pecho era como un recordatorio constante de su propia fragilidad.
Mientras miraba el techo de su habitación, pensó en el lobo que había enfrentado y en el poder que había sentido fluir en su interior, solo para ser traicionado por su propio cuerpo después. Apretó los puños, con una mezcla de enojo y determinación. Sabía que tendría que encontrar una manera de fortalecerse aún más, de no volver a quedarse indefenso en el momento que más necesitaba de su vitalidad.
Kael comprendió que su camino no sería fácil y que la verdadera batalla no era solo contra amenazas externas, sino contra su propio cuerpo. Pero ahora, más que nunca, sentía la necesidad de mejorar y proteger a su familia y amigos. La debilidad que lo había frenado ese día se convertiría en una lección, una motivación para volverse más fuerte, sin importar cuánto tiempo o esfuerzo le tomara.
Al amanecer del día siguiente, Kael sintió una nueva determinación en su interior. Se levantaría y seguiría adelante. Aunque la primera prueba había sido dura y había expuesto sus límites, también le mostró lo que debía mejorar.