La plaza del pueblo estaba llena de murmullos. Era un día soleado, pero la alegría habitual se había visto ensombrecida por un aire de inquietud que parecía haberse apoderado de todos. Kael, que ayudaba a su madre a organizar la venta de frutas y verduras, notó cómo los rostros de los aldeanos estaban marcados por la preocupación. Sus ojos se deslizaban de un grupo a otro, como si esperaran que el cielo cayera en cualquier momento.
Mientras acomodaba unas manzanas, escuchó fragmentos de conversaciones a su alrededor. Un grupo de hombres se había reunido cerca de la fuente, hablando en voz baja. Kael estiró el cuello, tratando de captar lo que decían.
—...no son solo rumores. La tensión en Ventaris ha crecido. Dicen que se están preparando para la guerra —dijo uno de los hombres, su voz baja pero clara.
—Y no es solo eso. También hay avistamientos de bestias raras en los alrededores —respondió otro, su tono tenso—. Algo grande se avecina, lo siento en mis huesos.
Kael se sintió invadido por un escalofrío. Se preguntó qué podía significar todo eso para su hogar. Su mente voló hacia su hermana pequeña, dormida en la casa, y sus padres, quienes siempre se esforzaban por mantener un ambiente seguro y feliz. Se preguntó si ellos también estaban escuchando los mismos rumores inquietantes.
—Esos extranjeros que llegaron la semana pasada... —continuó el primero—, no son de este continente. Aportan historias de un culto que se expande como el fuego.
Las palabras "culto" y "fuego" resonaron en su mente, pero Kael apenas tuvo tiempo de reflexionar cuando su madre lo llamó desde la mesa de venta.
—Kael, ven aquí y ayúdame con esto —dijo, mientras señalaba un cesto lleno de fresas. Su voz era dulce, pero había una nota de tensión subyacente que no pasó desapercibida para él.
Mientras ayudaba a su madre, su mente seguía volviendo a lo que había escuchado. ¿Qué era ese culto? ¿Por qué todos parecían tan asustados? Trató de ignorar el nudo en su estómago, pero era difícil hacerlo. A medida que avanzaba el día, comenzó a notar otros grupos de aldeanos que se reunían en los rincones del pueblo, hablando en voz baja. La preocupación se estaba convirtiendo en un tema recurrente, y Kael no podía dejar de sentir que algo estaba por cambiar.
Más tarde, cuando terminó su jornada en la venta, se encontró con Cedric, su hermano mayor. Se notaba que Cedric había estado entrenando, su cabello estaba desordenado y su ropa desgastada por el ejercicio. Pero en lugar de la usual camaradería entre hermanos, Cedric lucía molesto.
—¿Por qué no estuviste entrenando en lugar de ayudar a madre? —preguntó, con los brazos cruzados.
—Estaba trabajando, Cedric. Y hay cosas más importantes que entrenar. ¿No has oído los rumores? —respondió Kael, un poco desanimado por la falta de apoyo de su hermano.
Cedric frunció el ceño. —Solo son rumores, Kael. Siempre habrá chismes. Lo que realmente importa es la fuerza. Debes concentrarte en eso, no en las habladurías de los viejos del pueblo.
Kael sintió un chispazo de frustración. Su hermano siempre había considerado que la fuerza era lo único que importaba. —Pero si algo sucede, si esos rumores son ciertos, ¿qué pasará con nosotros? No solo se trata de ser fuerte. Hay que estar preparados —argumentó.
Cedric se dio la vuelta, dejándolo atrás con una risa burlona. —Siempre con tus preocupaciones. Te va a hacer débil, hermano.
Kael sintió una mezcla de decepción y enojo mientras observaba a Cedric alejarse. En su mente, se preguntó si su hermano alguna vez entendería que la fuerza no solo provenía de los músculos, sino también del conocimiento y la preparación. Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando notó a algunos aldeanos susurrando de nuevo en la taberna.
Decidido a averiguar más, Kael se acercó sigilosamente, intentando escuchar la conversación sin que lo notaran. Se asomó por la ventana y vio a un grupo de adultos sentados alrededor de una mesa, las expresiones en sus rostros eran sombrías.
—Los cultos han estado moviéndose hacia nuestras tierras, como si estuvieran buscando algo —dijo una mujer con un delantal manchado de harina—. No podemos ignorarlo.
—Y algunos de los nuestros han comenzado a desaparecer. Se dice que se han unido a ellos —agregó un anciano, su voz temblorosa, pero firme.
Kael se sintió helado. La idea de que alguien de su pueblo pudiera unirse a un culto tan oscuro le llenó de inquietud. Quería entrar y exigir respuestas, pero la sensación de ser un niño impotente lo detuvo. Aun así, decidió que debía hacer algo.
Se alejó de la ventana y se encontró con uno de sus amigos, Lira, que lo miraba con curiosidad. Ella era un poco más joven que él y siempre había admirado su determinación.
—¿Qué pasa, Kael? Te ves preocupado —dijo, inclinándose un poco hacia él.
—He estado escuchando cosas sobre un culto que está causando problemas. Y los adultos parecen asustados. Debemos hacer algo —respondió, tratando de no sonar tan ansioso.
Lira, una amiga de Kael que vivía en el pueblo, lo miró, con una mezcla de admiración y preocupación. —Siempre te preocupas por los demás. A veces me pregunto si deberías dejar de hacerlo y concentrarte en entrenar, como dice tu hermano.
—No puedo ignorar lo que sucede. Si hay un peligro, necesitamos estar preparados —dijo Kael, su voz llena de determinación.
—¿Y cómo planeas hacerlo? —preguntó Lira, intrigada—. No somos más que niños.
Kael pensó por un momento, sintiendo el peso de su propia insignificancia. Pero en su interior, una chispa de resolución comenzó a encenderse. —Podemos investigar. Quizás encontrar algo que nos dé más información.
Lira asintió, aunque con cierta duda en su expresión. —Está bien, pero si nos atraparan...
—No nos atraparán. Seremos cuidadosos. Solo necesitamos saber qué está pasando. Si logramos ayudar a los adultos a darse cuenta de la amenaza, quizás ellos también nos vean como algo más que niños.
Así que esa noche, Kael y Lira se adentraron en el bosque cercano al pueblo, donde algunos de los aldeanos habían mencionado avistamientos extraños. Con la luna como única fuente de luz, avanzaron entre los árboles, cada crujido bajo sus pies resonando en la oscuridad.
La tensión en el aire era palpable. Mientras caminaban, Kael sintió cómo su corazón latía con fuerza, no solo por el miedo, sino también por la adrenalina de estar haciendo algo. Quería demostrar que era más que un niño asustado; quería ser alguien que protegiera a su familia y a su hogar.
De repente, escucharon un sonido. Era un susurro distante, una especie de canto que parecía flotar entre los árboles. Kael se detuvo y miró a Lira, quien parecía tan sorprendida como él.
—¿Escuchaste eso? —susurró.
Ella asintió, y juntos, se acercaron más. El canto se hacía más claro, un sonido casi hipnótico que parecía llamar a su curiosidad. Cuando finalmente llegaron a un claro, se encontraron con un grupo de personas vestidas de túnicas oscuras, sentados en círculo alrededor de una fogata. Sus rostros estaban cubiertos, pero los símbolos en sus vestimentas eran claros: eran los signos del culto del que habían oído hablar.
Kael sintió un escalofrío recorrer su espalda. Tenía que hacer algo. Pero justo cuando estaba a punto de moverse, Lira lo detuvo.
—Es peligroso. Debemos volver —susurró, tirando de su brazo.
Sin embargo, Kael estaba decidido. Quería escuchar lo que decían, quería saber más sobre ellos y su propósito. Aún así, sabía que debía ser cauteloso.
Se agachó y se movió lentamente, intentando acercarse sin ser visto. Desde su escondite, escuchó palabras que enviaron una ola de horror a través de él.
—Pronto, todo cambiará. Con el fuego purificaremos este mundo —decía un hombre, su voz grave resonando en la noche—. Aquellos que se opongan a nosotros solo serán cenizas.
Kael sintió que su corazón se detuvo. La amenaza era real, y era más siniestra de lo que había imaginado. Tenía que informar a su familia y a los demás, pero sabía que debía hacerlo de manera astuta.
Decidió que era el momento de irse. Se volvió para hablar con Lira, pero ella ya estaba mirando en dirección opuesta, sus ojos muy abiertos, llenos de miedo.
Kael se volvió para hablar con Lira, pero ella ya estaba mirando en dirección opuesta, sus ojos muy abiertos, llenos de miedo.
—Kael… —susurró, apenas logrando hablar—. ¡Mira!
Siguiendo su mirada, Kael se dio cuenta de que una figura se acercaba al claro desde la oscuridad del bosque. El corazón le latía con fuerza en el pecho, y sintió que la adrenalina corría por sus venas. La figura, envuelta en una capa oscura, avanzaba con paso firme, y su presencia parecía absorber la luz de la luna.
—Debemos irnos, ahora —dijo Lira, temblando de miedo.
Sin pensarlo dos veces, Kael asintió y se dio la vuelta, llevándola con él. Comenzaron a retroceder silenciosamente, asegurándose de no hacer ruido, pero justo cuando creían que habían conseguido salir sin ser vistos, un crujido bajo sus pies rompió el silencio de la noche.
La figura se detuvo en seco y miró en su dirección. Un instante que pareció una eternidad pasó mientras Kael sentía que el aliento se le cortaba. La figura levantó la cabeza, y Kael pudo ver un rostro que, aunque parcialmente cubierto, revelaba una mirada intensa y amenazadora.
—¡Ah! Mira lo que tenemos aquí, pequeños curiosos —dijo la figura con una voz profunda y resonante, llenando el aire de un poder perturbador.
Kael sintió que su corazón se hundía. Era evidente que habían sido descubiertos, y cualquier intento de escapar de esa situación ahora era inútil. Sin embargo, no podía permitir que el pánico lo controlara. Recordando las enseñanzas de su madre sobre la importancia de la calma en momentos de crisis, se giró hacia Lira.
—Corre —dijo con firmeza—. Yo los distraeré.
Lira lo miró con ojos grandes, y por un momento, pareció querer protestar. Pero Kael no le dio tiempo. Se dio la vuelta y, con todo el coraje que pudo reunir, gritó.
—¡Eh! ¡Lo que están haciendo es horrible! ¡Deberían avergonzarse!
El efecto fue inmediato. Los miembros del culto se giraron hacia él, sorprendidos, y la figura en la capa sonrió con malicia.
—¿Un héroe que se atreve a desafiarnos? —dijo, avanzando hacia él con una calma que lo aterrorizaba.
Kael se sintió en un dilema. Quería proteger a Lira, pero en el fondo sabía que su vida estaba en juego. Mientras la figura se acercaba, él retrocedió, buscando una salida. El fuego del culto iluminaba los rostros de aquellos en el círculo, mostrando su devoción y locura en igual medida.
—No tienes idea de a qué te enfrentas, niño —dijo el hombre de la capa, extendiendo una mano hacia él—. Pero pronto lo descubrirás.
En ese instante, Kael recordó las palabras de su madre sobre la importancia de la estrategia. Aprovechando la confusión, se dio la vuelta y comenzó a correr hacia el bosque, llamando a Lira.
—¡Vamos! ¡Corre!
Ambos se lanzaron a la oscuridad del bosque, el aliento agitado y el pánico en sus corazones. Tras ellos, oyeron las voces del culto, gritos de ira y una advertencia ominosa que resonaba en la noche. Kael sabía que no podían detenerse, que la única opción era avanzar y buscar la seguridad del pueblo.
Corrieron durante lo que pareció una eternidad, hasta que finalmente llegaron a la periferia del pueblo. Se detuvieron, intentando recuperar el aliento. Kael miró a su alrededor, asegurándose de que no los seguían.
—¿Estás bien? —preguntó Lira, su voz temblando.
—Sí... creo que sí. Pero debemos contarle a los demás. No podemos dejar que esto quede así —dijo Kael, su determinación renovada.
Juntos, se dirigieron a la casa de Kael. A medida que se acercaban, su corazón se llenaba de un nuevo tipo de miedo. No solo tenían que advertir a su familia sobre el culto, sino que también debían lidiar con la creciente inquietud que estaba invadiendo el pueblo.
Al llegar, encontraron a su madre en la cocina, preparando la cena. Sus ojos se encontraron y, al instante, notó que algo no estaba bien.
—¿Qué les pasa? —preguntó, levantando una ceja—. Ambos se ven pálidos.
Kael dio un paso adelante, su voz apenas un susurro. —Madre, escuchamos cosas. Un culto en el bosque. Se estaban reuniendo y... y estaban hablando de fuego y de cambiar el mundo.
La expresión de su madre se tornó grave, y Kael sintió una punzada de miedo en su estómago. Ella dejó caer la cuchara que tenía en la mano, y su rostro se endureció.
—¿Un culto? ¿De qué estás hablando, Kael?
Kael tragó saliva, luchando por mantener la calma. —Lo vimos. Había hombres con túnicas oscuras, estaban hablando de planes. Debemos advertir a los demás.
Su madre asintió lentamente, pero había una preocupación evidente en su mirada. —Debemos avisar a tu padre. Y hay que reunir a la comunidad. No podemos permitir que el miedo se apodere de nosotros.
Mientras su madre se dirigía hacia la puerta, Kael sintió un rayo de determinación recorrer su cuerpo. Sabía que el camino por delante sería peligroso, pero no podía dejar que sus temores lo controlaran.
La calma que había creído experimentar en su hogar se había desvanecido, y con ella, la inocencia de su infancia. Era el momento de enfrentar lo que se avecinaba. No solo por él, sino por su familia, su hogar y todos aquellos que amaba. La sombra del culto ya no era solo un rumor: era una amenaza real, y Kael se comprometió a hacer lo que fuera necesario para proteger a los suyos.
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Este capítulo se centra en la tensión creciente en el pueblo, la curiosidad de Kael por los rumores y su primer encuentro con la oscuridad que acecha a su hogar, llevando a una toma de decisiones y a un compromiso por parte de él de luchar contra esta amenaza. Con esto, se establece el trasfondo emocional y la motivación de Kael para los siguientes eventos, manteniendo un tono de inquietud y anticipación.
Si necesitas ajustes o deseas continuar con otro capítulo, házmelo saber.