El sol apenas comenzaba a iluminar las primeras horas de la mañana cuando Kael salió en silencio de la casa, tratando de no despertar a su familia. El bosque cercano se había convertido en su refugio secreto, el lugar donde podía intentar sus entrenamientos sin que nadie lo juzgara ni lo detuviera. Su cuerpo aún se sentía pesado, como si llevara una carga invisible, pero no estaba dispuesto a detenerse.
Al llegar al claro donde entrenaba, Kael se concentró en su respiración, tratando de relajar sus músculos y de conectar con el flujo de Vitalis que, aunque débil, empezaba a entender mejor. Sabía que el control del Vitalis dependía no solo de la cantidad de energía que poseía, sino también de su capacidad para armonizarlo con su cuerpo. Había escuchado que los humanos podían adaptar el Vitalis a sus habilidades, y que diferentes razas tenían enfoques únicos.
Los elfos, por ejemplo, eran conocidos por su dominio preciso y elegante de la magia, capaces de manipular el Vitalis como si fuera una extensión de ellos mismos, logrando hechizos complejos sin apenas esfuerzo. Los hombres-bestia, en cambio, preferían utilizar el Vitalis para potenciar sus cuerpos, enfocándose en la fuerza y velocidad. Kael admiraba esa versatilidad, y aunque aún no sabía qué estilo le sería más adecuado, se inclinaba hacia la forma física de los hombres-bestia, deseando mejorar su cuerpo débil.
Tomando una postura de combate que había visto en algunos guerreros, Kael trató de enfocar su Vitalis en sus brazos y piernas. Cerró los ojos, visualizando la energía fluyendo dentro de él como si fuera agua corriente. Aunque el proceso era arduo y le costaba mantener la concentración, poco a poco comenzó a sentir una ligera calidez en sus músculos, indicio de que el Vitalis estaba empezando a responder.
Mientras Kael se concentraba, un crujido de ramas lo sacó de sus pensamientos. Al abrir los ojos, vio a Cedric, su hermano, mirándolo con una mezcla de sorpresa y desagrado. Cedric no solía madrugar, y mucho menos salir al bosque. Kael se tensó al instante, anticipando los comentarios sarcásticos de su hermano.
—¿Qué haces aquí, Kael? —preguntó Cedric, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño—. No pensé que te encontraría "entrenando" otra vez.
Kael sintió un nudo en el estómago, pero no bajó la mirada. Había aprendido que mostrar debilidad ante su hermano solo le daba más razones para menospreciarlo.
—Estoy entrenando —respondió con firmeza—. Aunque no lo creas, estoy decidido a mejorar.
Cedric soltó una risa burlona.
—¿Mejorar? No tienes la constitución para esto. Deberías quedarte en casa y dejar de soñar con cosas que no te corresponden.
Las palabras de su hermano eran como cuchillas. Durante años, Kael había intentado entender por qué Cedric lo despreciaba tanto. Su hermano siempre parecía verlo como una carga, alguien débil y sin futuro. Aun así, Kael no retrocedió.
—Puede que mi cuerpo sea débil ahora —dijo, con los puños apretados—, pero eso no significa que no pueda cambiar.
Cedric suspiró y se acercó unos pasos.
—Eres terco, Kael. Esa terquedad solo te llevará a fracasar.
Antes de que Kael pudiera responder, Cedric le lanzó una espada de madera, que Kael apenas alcanzó a atrapar. La madera era tosca y pesada, pero no dejó que eso lo intimidara.
—Si de verdad quieres mejorar, muestra que puedes defenderte —dijo Cedric, adoptando una postura defensiva—. Aunque dudo que puedas durar siquiera un minuto.
Kael sintió cómo su corazón se aceleraba, pero aceptó el reto. Aunque el miedo a fracasar estaba ahí, también lo estaba su determinación. Observó los movimientos de Cedric y trató de anticipar el primer ataque.
Cedric atacó con rapidez, y Kael apenas tuvo tiempo de levantar su espada en defensa. El impacto fue mucho más fuerte de lo que había anticipado, y el dolor recorrió sus brazos. Cedric no estaba reteniendo su fuerza, y eso hacía que cada golpe fuera una lección dolorosa.
Cada vez que Kael intentaba contraatacar, su hermano esquivaba con facilidad, dejándolo expuesto a nuevos ataques. Sin embargo, Kael no se dejó vencer tan fácilmente. Trató de usar el Vitalis en sus brazos para resistir los golpes, aunque su control era limitado. Cedric, sin embargo, lo notó y soltó una carcajada.
—¿Vitalis? No sabes lo que haces, Kael. Eres solo un niño jugando a ser guerrero.
Kael sintió que la frustración se acumulaba dentro de él, pero decidió no rendirse. Con cada golpe y cada caída, su cuerpo se volvía más pesado, pero su espíritu se mantenía firme. Sin importar cuántas veces cayera, se levantaba de nuevo, enfrentando a su hermano con una mirada decidida.
Después de varios minutos, Cedric finalmente bajó su espada, visiblemente molesto.
—Basta. No sé por qué insistes en esto, Kael. Solo te estás lastimando. Deberías aceptar tus límites.
Cedric se alejó, dejándolo en el claro, pero Kael no se sintió derrotado. Aunque su cuerpo dolía y su respiración era entrecortada, se prometió que no dejaría que las palabras de su hermano lo definieran.
Tras el encuentro con Cedric, Kael continuó entrenando en solitario, intentando recordar cada movimiento y cada error que había cometido. Sabía que necesitaba mejorar su fuerza y resistencia, pero también comprendió que su verdadero obstáculo no era su hermano, sino su propio cuerpo.
Se concentró en practicar los movimientos básicos de esgrima, enfocándose en la técnica en lugar de la fuerza bruta. Aunque sus golpes eran débiles, trataba de encontrar la postura correcta, manteniendo el equilibrio y aprovechando la poca energía de Vitalis que podía controlar.
Con el paso de las horas, su cuerpo comenzó a resentir el esfuerzo, y su visión se volvió borrosa. El cansancio era tan intenso que apenas podía mantenerse en pie, pero una parte de él se negaba a rendirse. Recordó las palabras de su hermano, el desprecio en su mirada, y eso le dio fuerzas para continuar.
*que le pareció satisfactorio.
**La promesa de un nuevo amanecer**
Cuando el sol comenzó a ponerse, Kael miró sus manos llenas de ampollas y sintió una mezcla de dolor y satisfacción. Sabía que su camino sería largo y difícil, pero también comprendió que cada paso que daba lo acercaba a su meta. No importaba cuántas veces cayera o cuántas palabras duras recibiera de su hermano; él estaba decidido a seguir adelante.
Con una sonrisa cansada, Kael regresó a casa, sintiendo que había dado un pequeño pero importante paso en su camino hacia la fuerza y la independencia. Aún no tenía el control total sobre el Vitalis, ni la habilidad física para enfrentar a alguien como Cedric, pero tenía algo que nadie podía quitarle: su voluntad.