Al final de una velada que se tornó un tanto deprimente a causa de mi historia, no tuvimos más alternativas que despedirnos del señor Teodoro.
Carla fue quien habló por nosotros dos, alegando que la cena estuvo exquisita y el ambiente inmejorable, mientras que yo apenas di las gracias.
Eran las once de la noche cuando Carla le pidió al chofer que nos llevase a su apartamento, lo cual me confundió por pesnar que me llevarían primero.
A partir de entonces, me asombró lo rápido que pasó el tiempo, y tan sumido iba en mis pensamientos que no presté atención al incómodo silencio que había entre nosotros.
Las imágenes que se proyectaron en mi mente fueron escenas felices con mis padres y todos mis hermanos, así como también las de aquella parrillada en la que conocieron a Eva.
Debido a ello, deseé profundamente regresar en el tiempo para evitar los errores que cometí, aunque una parte consciente de mí llegó a la conclusión de que, si no fuese por tantas caídas, no estuviese disfrutando la experiencia que estaba teniendo en Argentina.
Entonces, llegamos a una zona residencial bastante llamativa por sus lujosas casas y edificaciones, así como también establecimientos comerciales y restaurantes que seguían abiertos.
Intuí que estábamos llegando al apartamento de Carla, uno del que poco me había hablado, ya que alegó no pasar mucho tiempo en este. Así que empecé a preparar mi despedida y agradecimiento, pero tan pronto el chofer se detuvo frente a un gran edificio, me pidió que bajase con ella.
Por alguna razón, tal vez por mi vulnerabilidad emocional, no le llevé la contraria y bajé con ella del auto. Carla demostró bastante amabilidad conforme me guiaba desde la recepción hasta el ascensor, en el cual marcó el último piso.
El silencio seguía reinando entre nosotros, pero no era incómodo ni desesperante.
Fue como si ella me estuviese comprendiendo y buscando una manera de ayudarme a persuadir esa aflicción que sentía a pesar de sentir que me había quitado un peso de encima.
Segundos después, salimos del ascensor y nos dirigimos al único apartamento disponible en el lugar, es decir, el penthouse.
Tan pronto entramos, admiré con un dejo de asombro la belleza y elegancia del apartamento, así como el delicioso aroma a canela que ambientaba la sala de estar.
—Me agrada la canela —musité.
—Vení, acompañame —dijo con amabilidad, invitándome a su sala de estar—. ¿Te apetece algo de beber?
No supe cómo responder a esa pregunta, pues pensé que esperaba una respuesta acorde a la ocasión, pero me limité a pedir lo que podía ingerir.
—Agua estaría bien —musité.
Carla se dirigió a la cocina y volvió con una bandeja en la que colocó un recipiente de cristal con agua mineral, dos copas relucientes y una botella de vino.
Antes de sentarse, colocó con suma delicadeza la bandeja en una elegante mesa frente al sofá en el que me invitó a sentarme y me sirvió agua en una de las copas.
Tenía mucha sed a causa de los nervios que emergieron por estar a solas en su apartamento; por eso me bebí el agua como si estuviese en medio de un desierto caluroso. Mientras que ella se sirvió un poco de vino y lo degustó conforme miraba a través de un enorme ventanal con vista a la ciudad.
Tras unos segundos de silencio, Carla me miró extrañada, y a diferencia de mí, siguió bebiendo su vino mientras seguía observándome.
No sé si esperaba algo de mí, pero lo más que se me ocurrió fue romper el silencio con una pregunta sencilla.
—Sé que no debo preguntarte esto, pero ¿vives sola? —pregunté.
—Podría decir que sí, pero Matilde viene de lunes a sábado y se la pasa todo el día aquí manteniendo mi hogar acogedor, limpio y ordenado —respondió.
—¿Matilde?
—Sí, Matilde es quien cuida el apartamento, ya que gran parte del día estoy trabajando… La conozco desde que era una niña; antes era mi nana —respondió con desinterés.
—Entiendo —musité.
Ella me miró de soslayo y frunció el ceño, cómo si empezase a desesperarse por mi estado de ánimo.
—Lo siento mucho… No te he agradecido por invitarme a tu apartamento, lo cual aprecio tanto como la confianza que depositas en mí —dije, con la esperanza de tranquilizarla.
—No te preocupes, solo quiero hacerte compañía esta noche —reveló.
Esas palabras me tomaron por sorpresa, pues no esperé que tuviese tanta consideración conmigo. Apenas oculté la felicidad, aunque no pude evitar que algunas lágrimas se me escapasen.
—Gracias —musité a duras penas.
Carla colocó su copa en la bandeja y se acercó a mí para abrazarme.
La acción pudo ser atrevida en otras circunstancias, pero en ese momento fue algo que realmente necesitaba, por eso correspondí mientras aguantaba las ganas de llorar.
—Entiendo tus sentimientos, Paúl, aunque yo, a diferencia de vos, perdí a mi madre hace muchos años —reveló.
No supe cómo responderle, y mucho menos consolarla como ella lo hacía conmigo. Así que me limité a seguir correspondiendo a su abrazo.
—Decime una cosa, ¿la pasaste bien? —preguntó de repente.
Medité antes de dar mi respuesta, y lo lógico era decir que sí, pero no quería mentirle al respecto, sobre todo cuando me tenía tanta confianza.
—La verdad es que no. Era un bonito lugar y la cena estuvo de maravillas, pero la sensación de soledad y tristeza me ganó la partida —respondí.
—Me alegra que seas honesto —dijo con voz comprensiva.
Entonces, dado que el abrazo ya se empezaba a sentir incómodo, nos separamos para mirarnos a los ojos; fue impactante apreciar la belleza de una mujer tan cerca.
—Me alegra haberte conocido, Paúl —dijo.
—Yo puedo decir lo mismo, pero la verdad es que te debo mucho —respondí.
—No me debes nada, Paúl, has superado todas mis expectativas. Realmente sos un hombre increíble y capaz al que me gustaría agradecerle de mejor manera su intervención en la empresa y en mi proyecto personal… Es una lástima que hoy sea nuestra despedida —dijo para mi asombro.
—¿Despedida? —pregunté confundido.
Carla asintió con un dejo de tristeza conforme asimilaba mi confusión. Tal vez parecí aterrado, pues creí que me despediría.
—Ayer recibí un mensaje de Gerardo Acuña, el editor en jefe de Sensation. Me comentó que está interesado en vos y quiere hacerte una oferta laboral —reveló.
Cuando escuché el nombre de ese señor y la empresa que pretendía ofrecerme una oferta laboral, me decepcioné un poco, pues el trato que recibí en ese lugar no fue de mi agrado.
—Sé que tenés poco tiempo con nosotros, pero puedo revocar el contrato para que aceptes esa oferta —alegó Carla.
—Pues, la verdad es que no me interesa trabajar con esa gente —contesté.
—Paúl, se trata de Sensation, la revista con mayor distribución en Latinoamérica y con mayores ventas en sus ediciones digitales. No podés rechazarlos —replicó asombrada.
—Puedo y quiero —dije con firmeza.
—¿Y si te despido? —preguntó con voz retadora.
—En ese caso, de todo corazón te agradezco por las oportunidades que me brindaste, y tan pronto termine con mis responsabilidades para contigo y la empresa, regresaré a mi país —respondí.
Carla se mostró asombrada, pues no esperó que mantuviese mi firmeza al no aceptar la oferta de Sensation.
—Carla, la única razón por la que vine desde tan lejos fue porque, en el fondo, quería vivir una aventura y… —hice una pausa, avergonzado—, verte en persona.
De pronto, Carla empezó a reír como si hubiese contado un buen chiste, lo cual me dejó confundido y más avergonzado todavía.
—Bueno, en fin, no pretendo dejar de trabajar para ti —alegué, aun avergonzado y sintiendo un repentino calor en mi cara.
—¿Aún si se trata de Sensation? —preguntó con un tono de voz que nunca había escuchado.
Carla pareció transformarse después de su risa.
La imagen de la jefa severa, madura y responsable que tenía de ella pasó a ser la de una chica tierna, simpática y hasta algo juguetona; mi corazón se aceleró de repente.
—Ni que se trate de la revista Time. ¿Acaso no notaste cómo me miraban en ese estudio? Lo más seguro es que vaya de masoquista a soportar humillaciones —respondí, determinado a seguir con ella.
—Gracias —musitó.
—Soy yo quien está agradecido por la oportunidad que me brindaste. Aprecio tanto que me considerases entre tantos aspirantes. Para mí, es todo un placer estar bajo tus órdenes.
Sus hermosos ojos azules brillaron y sus mejillas se enrojecieron levemente, y por alguna razón sentí la confianza de atreverme a darle suaves caricias que, para mi asombro, correspondió al punto de dejarse caer sobre mi pecho.
—Debo irme a casa —dije con repentino nerviosismo.
—Quedate esta noche —musitó.
Nuestras voces se volvieron susurrantes de repente.
—Lo consideraría un abuso de mi parte —dije, avergonzado y con el corazón latiendo más rápido de lo normal.
—Solo esta noche, por favor —insistió, aferrándose a mí en un abrazo que no pude rechazar.
No dije nada ni mucho menos me atreví a rechazarla; solo me quedé a su lado asimilando esa repentina tristeza que se apoderó de su ser.
Carla empezó a sollozar sobre mi pecho, y lo único que pude hacer fue abrazarla con fuerza para demostrarle que estaba ahí para ella.
Hasta entonces no comprendí su comportamiento, pero al día siguiente supe la razón por la cual me invitó a una cita de forma repentina. No tenía nada que ver con la oferta laboral en Sensation ni con el éxito de Tourist Adventure; era un problema personal que la hizo vulnerable.