Seis meses después
Después de que Carla y yo llegásemos a un acuerdo laboral en el que empecé a fungir como su fotógrafo personal, mi vida experimentó un ligero cambio que me llevó a vivir experiencias inimaginables.
Ya mi trabajo no consistía en cumplir con un horario de oficina, si no que tenía la oportunidad de viajar con ella a dónde me indicase y tratar de obtener las mejores tomas fotográficas que solicitaban en las distintas empresas que la querían como imagen representativa.
Carla, desde que dio su gran paso como modelo profesional al salir en la cubierta de Sensation, empezó a recibir bastantes ofertas laborales, por lo que al mismo tiempo me beneficié bastante por las remuneraciones que recibía de su parte; jamás imaginé que ganaría tanto dinero siendo fotógrafo.
Así, gracias al tiempo que solíamos pasar juntos en nuestros viajes, nos hicimos buenos amigos, siendo esto un potenciador en el crecimiento de nuestra mutua confianza.
De hecho, no había lugares a los que Carla no fuese sin mi compañía, pues alegaba que no le gustaba salir sin mí; decía que se sentía a salvo conmigo.
Fueron unos meses increíbles, sin lugar a dudas, y conocí muchos lugares de Argentina que me fascinaron y quería volver a visitar, aunque para ello eran necesarias unas vacaciones que no llegarían hasta que finalizásemos con nuestros compromisos laborales.
Es más, tal fue la cantidad de trabajo que tuvo Carla, que se vio en la necesidad de dimitir como vicepresidenta de Tourist Adventure.
Al señor Marshena no le agradó tal decisión, pero lo aceptó con tal de respetar el trabajo de su hija, aunque también impuso la condición de que, al terminar con nuestros compromisos laborales, retomásemos nuestras responsabilidades en Tourist Adventure; sí, al final me recontrató.
Entonces, llegó el cumpleaños número veintinueve de Carla, a falta de unos pocos compromisos con unas marcas de ropa juvenil que la querían como imagen representativa. Me enteré de este evento gracias a Samuel, aunque siendo honesto, no tenía idea de qué regalarle a una mujer con sus gustos.
El señor Marshena realizó una reunión en honor a Carla, aunque esta contó con pocos invitados; la mayoría eran miembros de la familia y sus amigos más cercanos.
La residencia Marshena fue el lugar elegido para la celebración, una a la que me negué ir por la certeza de saber que no encajaría en medio de tanta gente refinada. Sin embargo, tal fue la insistencia de Carla y Samuel que, a fin de cuentas, terminé yendo.
Vestí para la ocasión con un traje negro que compré en Domenico's, y llevé mi cámara, intuyendo que tanto el señor Marshena y el resto de los invitados querrían inmortalizar la celebración tomándose fotos con Carla.
No me comporté como un invitado, sino que hice el papel de un empleado, razón por la cual Carla no se mostró contenta y empezó a decirles a todos que éramos amigos, y en tono de broma, a insinuar que compartíamos más que una amistad.
El ambiente era bastante agradable.
A los invitados se les notaba alegres conforme la ingesta de alcohol iba en aumento; cada vez estaban más risueños y conversadores.
El único momento en que la situación se tornó incómoda, al menos para Carla, fue cuando llegó un sujeto de quizás unos treinta años o más, con un atractivo que llamó la atención de los presentes.
Se le notó desesperado mientras preguntaba por Carla, y por mucho que quise ayudarlo, me abstuve porque no sabía quién era.
De igual manera, este sujeto dio conmigo en un punto de su búsqueda, por lo que al preguntarme por ella, con amabilidad le indiqué dónde estaba; cometí un error.
Samuel evitó que ese sujeto se acercase a su hermana. Incluso empuñó sus manos y estuvo dispuesto a atacarlo de no haber sido por la intervención del señor Marshena, que lo tranquilizó.
Carla estaba furiosa con el inesperado visitante.
Ni siquiera quiso mirarlo; fue sencillo deducir que era su exnovio.
Yo, por mi parte, me acerqué con la intención de apoyarlos, pero Carla me fulminó con la mirada antes de reclamar mi pequeña metida de pata.
—¡Vos, tarado! No pudiste fingir como los demás —reclamó.
—Solo quería ayudar —musité para defenderme.
La forma en que Carla me increpó me afectó un poco a nivel emocional, pues tuve recuerdos del momento en que papá me enfrentó tras descubrir que había recaído en la adicción a las drogas. Para colmo, aquellos que nos rodeaban, me empezaban a mirar mal, por lo que simplemente me di la vuelta y me fui de la residencia Marshena.
Ni siquiera tuve la fuerza para disculparme por mi error, y hubiese perdido mi tiempo si lo hiciese, pues tanto Samuel como el señor Marshena, en apoyo a Carla, se centraron en discutir con aquel inesperado invitado.
●●●
Carla no volvió a hablarme desde entonces.
Había pasado más de un mes y mis alternativas se redujeron a considerar que era el fin de nuestra relación laboral y amistosa.
Por ende, tomé la decisión de regresar a mi país.
Supongo que afronté la situación con sensatez porque pasé la página y contacté a alguien que sabía que me tendería la mano.
Cuando recibí la respuesta del señor Lovera, alegando que necesitaban fotógrafos para las nuevas ediciones semanales de una revista que empezó a circular con éxito en el Distrito Capital, decidí sin arrepentimiento enviarle un correo con el que pretendí ofrecerme para ese puesto y las labores en que me necesitase.
Redactar mi respuesta me llevó poco más de cinco minutos, y justo antes de enviarla, me llegó un mensaje a través de WhatsApp por parte de Eva.
Leí el mensaje para enterarme que tanto Eva como Cata reiniciarían su gira por Latinoamérica, lo cual me alegró bastante, al punto de pedirle información de su siguiente concierto para encontrarme con ellas antes de volver a mi país.
A veces es graciosa la forma en que suceden las cosas, pues esa distracción bastó para que los acontecimientos posteriores evitasen mi partida de Argentina.
Por mantener contacto con Eva, fue que evité enviarle mi respuesta al señor Lovera, y cuando tuve la oportunidad de hacerlo, recibí una llamada telefónica de Cristian, también a través de WhatsApp, lo que evitó que leyese los catorce mensajes que Carla me envió conforme hablaba a gusto con mi hermano.
Estaba tan distraído y relajado que salí al balcón de mi habitación para sentarme en el barandal del mismo, lo cual hacía en ocasiones a pesar de lo peligroso que era.
De pronto, se escuchó un estruendoso sonido desde la sala de estar; alguien había tumbado la puerta de la entrada principal, al parecer con una patada.
El pánico que sentí fue tal que me despedí de mi hermano y corrí aterrado a mi habitación para esconderme debajo de la cama, pues creí que se trataba de unos ladrones.
Sin embargo, a quienes miré correr en medio de la desesperación hacia el balcón, fue al recepcionista del edificio y una Carla que empezó a llorar y gritar.
—¡Dios mío! ¡Saltó! ¡Llama a emergencias! —exclamó Carla en medio del pánico.
—Pero señorita, no se ve nada en el piso, mejor bajo para asegurarme —respondió el recepcionista tras asomarse por el barandal.
—Es obvio que no salté —dije al salir debajo de la cama—. ¿Cuál era la necesidad de irrumpir así en el departamento? Creí que eran ladrones.
—¡Paúl, pelotudo! ¿Por qué me asustas de esta manera? —preguntó Carla a duras penas, pues seguía llorando como una niña aterrada.
—¿Por qué habría de saltar? No estoy tan loco como para hacerlo —repliqué.
—Es que te vi en el barandal y temí lo peor —musitó, recuperando de a poco la calma.
—Solo estaba hablando con mi hermano —revelé.
Carla se me acercó entre sollozos para abrazarme y pedirme que la perdonase por haberme dejado de hablar.
Dijo que se sentía culpable y que su orgullo no le permitía llamarme.
Entonces, revisé mi celular y vi los mensajes que me envió a través de WhatsApp, mismos en los que me pedía encontrarnos en un café hasta que entró en pánico y tomó la decisión de visitarme.
Carla seguía refugiada en mi pecho conforme leía otros mensajes en mi celular, mientras que el recepcionista decidió dejarnos a solas, alegando que llamaría al personal de mantenimiento para arreglar la puerta de la entrada principal.
De pronto, Carla se separó unos centímetros de mí para darme la cara; sus ojos brillaban a causa de las lágrimas que limpié con delicadeza.
Fue extraño verla en ese estado, así que pretendí disculparme, pero inesperadamente, ella me tomó de las mejillas y me besó en los labios; me aparté al instante a causa del asombro y la confusión.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—A ver… —Hice una pausa y suspiré—. ¿Pretendes que corresponda a tu beso después de todo el tiempo que estuviste sin hablarme? No me parece correcto, Carla.
—Paúl…
—Déjame hablar, por favor…, he estado todo este tiempo esperando una llamada porque creí que de haberte llamado yo, me ignorarías. Además, exageraste demasiado en tu cumpleaños por mi error y me hiciste sentir culpable, que es lo peor.
—Lo siento mucho —dijo a modo de excusa.
—Yo sé que sí, por algo viniste a darme la cara. Sin embargo, ya es tarde. Con esto no quiero decirte que no te perdono, porque lo hice el día en que me dejaste de hablar. Así que permíteme darte las gracias por las oportunidades que me has brindado y por tu amistad. Buenos Aires me gustó mucho, pero he decidido regresar a mi país —sentencié.
—Paúl, no podés irte —objetó de inmediato.
—Puedo y quiero, Carla —repliqué.
—No te vayas, por favor… Te necesitamos en Tourist Adventure para la nueva edición. Necesito que me acompañes a Mar del Plata —contestó de inmediato.
—O sea que no viniste por mí, sino por trabajo —dije, un tanto indignado.
—Ya demostré que vine por vos —respondió con repentina vergüenza, a la vez que su rostro se ruborizaba.
Pensé en el beso, aunque no me dejé llevar por ello y tomé en consideración el tema laboral, pues a fin de cuentas, no había enviado mi respuesta al señor Lovera.
Además, no sabía cuánto me iban a pagar y tenía la oportunidad de conocer Mar del Plata, lo cual me resultó tentador.
—¿Por cuánto tiempo estaríamos en Mar del Plata? —pregunté.
—Calculo un mes o quizás dos —respondió, repentinamente esperanzada.
—¿Con todos los gastos pagos? —insistí.
—Efectivamente —dijo.
—Puedes contar conmigo, pero sigo molesto por lo que hiciste —alegué.
Carla esbozó una sonrisa al notar que mi orgullo era falso, pues no se me daba bien hacerme el orgulloso; de hecho, se me acercó para darme un abrazo y sollozar de nuevo.
—¿Qué pasa? —pregunté al notar su preocupación.
—Solo pensé lo peor —musitó a duras penas.
Tal vez era el sentimiento de culpa lo que la mortificó, así que le pedí que no se preocupase y dejase de pensar en ello. No fue el mejor consuelo, pero al menos seguía a su lado, permitiendo que se refugiase en mí conforme afrontaba su tristeza.