Al cabo de una semana, el señor Marshena me hizo una oferta laboral para trabajar en Tourist Adventure como asistente de Carla, quien estuvo dedicada a la nueva edición de la revista.
No era mucho lo que tenía que hacer, solo brindar mi apoyo a Carla, cumplir con sus peticiones y, pocas veces, supervisar a los empleados encargados de la sección de diseño y publicidad.
Para entonces, a pesar de las noticias que se seguían escuchando del coronavirus, se estaba retomando la normalidad en muchos sectores comerciales y Tourist Adventure no fue la excepción; de hecho, el trabajo se tornó demandante.
A pesar de ser su asistente, pocas fueron las veces que hablé con Carla, ya que nuestro cruce de palabras se limitaba a lo laboral.
Me resultó un tanto desesperante tenerla tan cerca y a la vez lejos, aunque mantuve la compostura cuando me empecé a proponer que nuestra relación no podía cruzar los límites de la confianza que nos teníamos.
Es cierto que, desde aquella noche en que juntos nos quedamos dormidos con un cálido y reconfortante abrazo, deseaba tenerla a mi lado, sentir su suave tacto, oler su adictivo aroma e incluso besarla.
Sin embargo, temía que tales impulsos me llevasen a malinterpretar la relación que había entre nosotros, por lo que traté en la medida de mis posibilidades mantener una distancia prudente.
Entonces, día tras día, la distancia entre Carla y yo se hizo más notable a pesar de verla a diario y tenerla a solo unos metros de mí, por lo que acepté el hecho de que nuestra relación se mantendría en lo laboral.
Aun así, una tarde en la que terminamos temprano con nuestras labores, en vez de despedirme de mí como acostumbraba, Carla me invitó a un café para conversar de un tema que catalogó de importante.
El trayecto hasta el café estuvo silencioso, en mayor medida por lo concentrada que estaba Carla mientras conducía.
Traté de ser como ella y mirar al frente, pero, de reojo, no pude evitar admirar lo elegante y sensual que se veía al volante; esa mujer se estaba apoderando de mis pensamientos otra vez.
Llegamos, al cabo de cinco minutos, a un elegante establecimiento con estilo inglés en el que incluso ofrecía libros a los clientes para que disfrutasen de la lectura junto a un buen café o su merienda favorita.
No había mucha gente en el lugar, aunque de igual manera, Carla le pidió a la camarera que nos buscase una mesa solitaria en la que se sintió a gusto al momento de sentarse.
—En unos días se publicará la nueva edición de la revista —comentó después de que hiciésemos nuestra orden.
—Me alegra, porque han sido días bastantes ajetreados —respondí.
—Sí, y bueno, no perderé mi tiempo con conversaciones casuales, así que dime una cosa, Paúl, ¿no has considerado tener una casa o un departamento propio? —preguntó.
«Siempre yendo directo al punto», pensé conforme la miraba fijamente a sus bellos ojos azules.
—Pues… Desde que llegué a Buenos Aires, tuve la oportunidad de hacerlo, pero no quería invertir mi dinero de esa forma, así que preferí mantenerlo como fondo de emergencias. Pero ahora que tengo un buen salario, siento que no me hace falta comprar una casa o departamento, pues puedo cubrir mis gastos personales, el pago de la renta mensual e incluso ahorrar —respondí.
—Entiendo —musitó.
Carla hizo una pausa debido a que la camarera llegó con nuestra orden; ambos pedimos té de manzanilla y canela.
—Yo compré una casa —reveló de repente tras dar un sorbo a su té.
«Los Marshena y sus cosas» pensé, pues me pareció una locura que comprase una casa teniendo un lujoso apartamento.
—¡Vaya! Felicidades, me alegro mucho por ti —dije, simulando asombro.
—Será nuestra casa —musitó, desviando la mirada.
Cuando me regresó su mirada y esbozó una de esas sonrisas que dicen más que las palabras, me congelé por completo.
No lo podía creer.
Fue tan repentino que lo consideré una broma.
—¿No vas a decir nada? —preguntó.
Carla se mantuvo seria.
No titubeó al cuestionarme.
Ahí supe que no era una broma.
—¡Paúl! —exclamó.
—No sé qué decirte… ¿Cómo pretendes que te dé una respuesta? —repliqué, aterrado y confundido.
Ella frunció el ceño y se mostró decepcionada, mientras que yo traté de asimilar sus palabras, pues era evidente que Carla me estaba considerando su pareja sentimental.
—Ya le dije a mi padre que somos novios —dijo.
—¿Eh? —fue lo único que pude expresar.
—Espero que no consideres lo de nuestra noche en Mar del Plata como un afortunado accidente, porque no lo fue. Me entregué a ti porque…
De pronto, Carla se interrumpió a sí misma y dio un sorbo a su té; pareció estar nerviosa y tímida por unos segundos, aunque recuperó rápido la compostura.
—Seré directa con vos, Paúl… Ya les dije a mi papá y a Samuel que sos mi novio y que viviremos juntos en nuestra nueva casa —reveló.
—¿Novios? —pregunté asombrado.
—No entiendo por qué reaccionas así, ¿acaso no me ves como tu pareja? —preguntó con un dejo de aflicción.
Esa voz triste me afectó bastante en lo anímico, aunque rápido me llegó el pensamiento errado de que me estaba manipulando, por eso estuve a la defensiva.
—Carla, nosotros en ningún momento hemos compartido una relación tan madura como para considerar vivir juntos. Apenas nos conocemos y compartimos un periodo de tiempo que implica nuestro ámbito laboral. Solo tuvimos momentos que…
—Entiendo, solo he sido un juguete para vos —musitó al interrumpirme.
—No…, no dije eso, es solo que…, es solo que…, tengo miedo —revelé.
—Entonces, ¿por qué dejaste que me enamorase de vos? Estás siendo muy egoísta —reclamó.
—¿¡Enamorada!? —pregunté asombrado—. Carla, no puedes estar enamorada de mí, no he hecho nada que lo amerite.
—No soy una estúpida, Paúl, yo sé lo que siento —replicó.
—Carla, dime que estás bromeando, es una broma, ¿verdad? —inquirí, más aterrado que confundido.
—No tendría por qué bromear con lo que siento por vos… Me decepciona que seas como todos —dijo.
—Pero…
—¿Qué sentís por mí, Paúl? —preguntó; su voz era débil.
Antes de responder por impulso, me tomé el tiempo de reencontrarme con la calma y reflexionar.
No podía darle una respuesta a medias cuando ella aseguraba estar enamorada de mí.
Fue un silencio incomodo de unos segundos en los que Carla no me quitó la mirada. Estaba centrada en mi rostro, como si estuviese analizando mis expresiones.
—Estoy bastante seguro de que me atraes físicamente, pero solo estoy siendo caprichoso… Carla, no sé qué es lo que siento realmente por ti, lo único que puedo decirte es que no te quiero lastimar. Por eso me incomoda esta situación. Ya has sufrido con tu exnovio… Así que prefiero no volver a verte que darte esperanza con un amor en el que podría no corresponderte.
Carla tomó mi mano; su ansiado tacto me calmó.
No me di cuenta de lo mucho que temblaban mis manos cuando lo hizo, ni me percaté de aquellas lágrimas que nublaron mi vista y me dificultaron apreciar sus expresiones.
Mi pecho se sintió vacío cuando le di mi respuesta, y el nudo que se me hizo en la garganta me impidió que pudiese decir lo que tanto quise expresar después.
Fue al cabo de unos segundos que comprendí mi verdad.
Mi temor no era lastimarla, sino comprometerme en una relación dónde no estaba seguro de mis capacidades para cumplir con las expectativas de una mujer tan hermosa e increíble como Carla.
Le tenía miedo a la opinión de la gente, a los medios de comunicación que reconocían su figura pública y a sus familiares.
Temía que el simple hecho de ser mi amiga afectase su carrera como modelo y que, a causa de ello, no pudiese cumplir sus objetivos a largo plazo.
En fin, conforme más pensaba, más eran los miedos que me invadían, por eso no me sentía cómodo al respecto.
—Paúl, no quiero presionarte —dijo de repente—. Quizá cometí el error de no decirte antes que me estaba enamorando de vos, y entenderé si no querés estar conmigo.
No titubeó al decirlo.
Estaba dispuesta a sacrificarse con tal de librarme de una presión que yo mismo me impuse; eso me hacía, además de egoísta, un gran cobarde.
—No sé qué decir o qué hacer —musité—. Quizás sí me gustas o quizás no, no lo sé, estoy confundido. Tengo miedo porque la única vez que me enamoré, la vida se encargó de arrebatarme ese amor. Me aterra que sufras por mi culpa y eso no me lo perdonaría nunca… Así que no me arriesgaré, lo siento mucho, Carla.
—No es un riesgo, Paúl —musitó.
—No entiendo —contesté confundido.
—Paúl, esa sensación de duda y miedo, de no querer lastimarme porque no soportarías verme sufrir, es una buena manera de comprender que te importo más de lo que imaginas. Tus sentimientos siempre fueron evidentes cuando estuvimos a solas, incluso ese momento en el que hicimos el amor. Tú eres el único que ha priorizado mi disfrute, el que me tocó con tanta delicadeza que me hizo sentir única, especial y amada durante el sexo. Por eso y otras acciones fue que me enamoré de vos.
Carla hizo una pausa para dar un sorbo a su té; sus mejillas sonrojadas me permitieron descubrir lo avergonzada que estaba al decirme todo eso.
Por eso la admiré más de lo que ya lo hacía, pues demostró una valentía que poca gente es capaz de demostrar en un momento así.
—Vos me respetas, priorizas mi bienestar y mi felicidad, sé que lo haces… Te he dado oportunidades para que hagas lo que quieras conmigo y, en vez de eso, demostraste ser caballeroso y atento, comprensivo incluso, al punto de permitirme conciliar el sueño como en mucho tiempo no lo conciliaba. Paúl, ningún hombre me ha hecho sentir tan única y amada, y sé que estoy siendo egoísta, pero no quiero dejarte ir, quiero que estés a mi lado por siempre —dijo.
—Carla…
Tan solo musité su nombre; no pude decir más porque dio un leve apretón en mi mano para luego levantarse, acercarse a mí y darme un cálido beso en mis labios.
—Paúl, no soy de hacer promesas, pero si me dejas ser parte de tu vida, prometo que no te defraudaré y me esforzaré para que te enamores de mí —dijo, sin quitarme la mirada; sus ojos tenían un particular brillo que los hacía más hermosos.
No pude decir una sola palabra, pues estaba abrumado y nervioso; mi corazón latía tan rápido que creí que moriría de un infarto.
Carla, por su parte, esbozó una sonrisa y me dio otro beso antes de tomar asiento. Fue una acción con la que pretendió darme tiempo para reflexionar sobre todo lo que dijo y propuso.
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El día previo al concierto de Cata y Eva, decidí sorprenderlas visitándolas en el hotel.
Nos enteramos por medio de publicaciones en la cuenta de Instagram de Eva de que se hospedaban en el hotel Hilton.
Carla me acompañó con la idea de valerse de su fama para evitar inconvenientes con el personal del hotel, quienes, al contrario, nos dijeron en qué habitación se hospedaba Eva.
Mi entonces novia ya era reconocida en gran parte de Latinoamérica tras aparecer en la portada de Sensation y en un par de videos musicales de artistas latinos.
No tuvimos problemas para subir a la habitación, y en la entrada de la misma, estaban un par de sujetos mirando a los lados y pendientes de que nadie sospechoso rondase por el lugar.
Nos acercamos a ellos y me presenté como el hermano de Eva.
Ambos se miraron confundidos, pero no dijeron nada, así que se limitaron a tocar la puerta durante un par de segundos hasta que Eva abrió mostrándose confundida.
—¡Paúl! ¿Qué haces aquí? —preguntó con asombro al notar mi presencia.
—¿Crees que me perdería esta oportunidad de verte? Te extrañé mucho, Eva, me has hecho tanta falta desde que partiste con Cata.
Eva rompió a llorar de la emoción y se abalanzó hacia mí en un cálido abrazo; cuanta falta me hacía tenerla a mi lado.
Por mi parte, limpié sus lágrimas y miré a esos hermosos ojos color avellana. No se esperaba mi visita, aun cuando sabía que yo vivía en Buenos Aires.
Ella miró a Carla. Fue evidente que le conocía por su labor en el modelaje y se asombró cuando supo que era mi novia.
—Cata creyó necesario el cierre de la gira desde que flexibilizaron las medidas de la cuarentena en algunos países. Mañana será el último concierto… Estoy ansiosa por regresar a casa. Extraño tanto a papá y mamá —dijo; se le notaba emocionada.
—Me alegro tanto por ti, Eva… ¿Sabes? Carla no se imaginó que eres mi hermana.
—¿En serio? —le preguntó a Carla.
—Sí, bueno, es que nunca me dio detalles de vos.
—Siempre tan descuidado, Paúl —reclamó Eva.
Eva y Carla entablaron una agradable conversación. Se llevaron muy bien desde el primer cruce de palabras, tanto que por poco y pasé a segundo plano de no haber sido por la llamada telefónica que Carla recibió.
—No te imaginas lo feliz que me siento por verte, Eva… ¿Te enteraste que Cristian y Alana son padres? Tienen a una hermosa niña. Se llama Alana Paulina. Camila también está hermosísima y ya tiene quince años.
—Sí, hablo con ellos en mis tiempos libres… Ya quiero ir a ver a nuestra sobrina. En cuanto a Camila, con ella sí perdí el contacto. Creo que no estaba contenta conmigo porque estuve a favor de mamá cuando la castigó por su rebeldía.
—Yo, al contrario, la incité a ser rebelde.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó confundida.
—Están siendo muy severos con ella.
—Como se nota que es tu consentida.
A fin de cuentas, decidí quedarme con Eva esa noche, mientras que Carla optó por regresar a casa y permitirnos pasar juntos el mayor tiempo posible.
Fue inevitable que tanto Eva como yo no sintiésemos la necesidad de hablar de todas nuestras aventuras, y aunque el tiempo era escaso, estábamos conformes y felices de la grata oportunidad que tuvimos.
Cata regresó de una reunión con el promotor del concierto al cabo de dos horas. Ella se asombró mucho al verme, y no esperé que me abrazase durante tanto tiempo con un cariño que me resultó fraternal y reconfortante.