Algo que no me esperaba durante el viaje al compartir tiempo y momentos a solas con Carla, fue la vulnerabilidad que me caracterizaría al apreciar sus encantos femeninos, esto gracias a la confianza que me tuvo desde el primer día al rondar con prendas un tanto reveladoras por la habitación del hotel.
Yo, en mi intento de ser respetuoso o fingir ser correcto, me hacía el distraído cuando pasaba a mi lado, pero era imposible no dejarse embelesar por una mujer tan hermosa y sensual como Carla.
Para colmo, una mañana en la que desperté más temprano de lo normal y con algo de frío, decidí tomar una ducha caliente para relajarme antes ir a desayunar.
Usualmente, cuando despertaba entre las ocho y nueve de la mañana, Carla solía estar en el gimnasio del hotel, por lo que no solíamos comer juntos el desayuno.
Esa mañana, sin embargo, no fue así, pues al abrir la puerta del baño mientras frotaba mis ojos, soñoliento, me encontré con ella saliendo de la bañera.
Las mejillas de Carla se enrojecieron y, avergonzada, gritó alarmada a la vez que me pedía que cerrase la puerta.
Al principio, la inesperada sorpresa me ayudó a despertar más rápido, mientras sentía como mi corazón latía con rapidez y mi rostro se calentaba, aunque luego empecé a reír conforme escuchaba sus reclamos.
—¿No te enseñaron a tocar la puerta antes de entrar? —preguntó con notable molestia.
—Solía hacerlo durante la primera semana, pero siempre estabas en el gimnasio cuando despertaba —respondí a modo de excusa.
—Eres un pervertido —replicó.
—¡Oye, no! Todo menos eso. No fue a propósito y lo sabes muy bien —reclamó.
—Tendré que vengarme de ti —dijo.
—Puedes hacer lo que quieras, pero al menos acepta mi disculpa —respondí.
—En ese caso, quiero que me acompañes a cenar hoy y celebres conmigo el éxito de nuestra jornada laboral —contestó.
—Cuenta conmigo —dije.
De ese modo, acordamos compartir una cena después de las ocho de la noche, aunque no me gustaba mucho la idea, pues eso implicaba tener que vestir de manera formal por los gustos de Carla en cuanto a restaurantes para celebrar.
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El restaurante se prestaba para una velada relajante, con excelente música de fondo y un ambiente acogedor. No era tan lujoso como imaginé, aunque la elegancia y el estilo los caracterizaban, pues todos los trabajadores cumplían con las normas de etiqueta que Carla comentó antes de llegar.
Carla había hecho una reservación, por lo que fuimos atendidos de maravillas desde el momento en que llegamos.
Nuestra mesa estaba ubicada cerca de un ventanal con vista al mar bajo una hermosa luna llena que se reflejaba en el océano a pesar de la marea. Era un ambiente increíble sin lugar a dudas.
—Bastante romántico el ambiente, ¿no crees? —pregunté conforme echaba un vistazo a la carta.
—Hermoso y relajante, a mi parecer —respondió Carla.
—Bien, yo pediré pasta carbonara, pan al ajillo y agua —dije.
Carla me miró extrañada, como si le asombrase la simpleza de mi pedido.
—¿No queres más nada? —preguntó.
—Con eso estaré más que satisfecho —respondí.
—Pero al menos brinda conmigo… Pediré una botella de vino tinto —dijo.
—No bebo alcohol, pero si es solo una copa, la aceptaré —alegué.
A partir de entonces, tras realizar nuestra orden, conversamos tan a gusto de nuestras vidas que no dimos importancia a lo que sucedía a nuestro alrededor.
Encontramos la forma de que nuestras personalidades encajasen y se complementasen, y tan sumidos estuvimos en nuestros temas de conversación que terminamos de comer sin darnos cuenta, ni hablar de la botella de vino que bebimos y la otra que pidió para seguir disfrutando de la velada.
Admito que cometí el error de dejarme llevar y romper con mi abstinencia, pero no me sentí aterrado con la sensación de mareo que produjo mi estado de ebriedad, pues, a pesar de también estar un poco ebria, Carla impuso un límite al pedir la cuenta tras terminar de beber la segunda botella de vino.
Entonces, regresamos al hotel caminando, ya que este se encontraba a unas cuadras del restaurante.
Me asombró descubrir que, en estado de ebriedad, Carla fuese más risueña y agradable. Incluso hasta tenía un excelente sentido del humor que nos hizo reír a carcajadas por sus ocurrencias.
Ella llevaba sus zapatillas en las manos y tenía puesto mi blazer por el frío que hacía.
En un punto de nuestro trayecto, tuve que cargarla como a una princesa por la humedad, lo cual nos acercó más de lo que imaginaba.
Cuando llegamos al hotel, fuimos el centro de atención en la recepción.
Aunque nadie nos dijo nada, los presentes se limitaron a sonreír con incomodidad conforme armábamos un pequeño escándalo con nuestras risas.
En el ascensor, mientras subíamos a nuestro piso, Carla empezó a decir incoherencias que confundieron a quienes subieron con nosotros; yo apenas contuve las ganas de reír.
Una vez que estuvimos frente a nuestra habitación, en repentina soledad y en un pasillo con iluminación tenue, Carla impidió que abriese la puerta y me tomó de las mejillas con sus frías manos; apenas me quejé por ello.
Su mirada se centró en la mía y por unos instantes noté un brillo particular que me hicieron admirar la belleza de sus ojos, como si estuviese en una especie de trance adictivo del que no quería salir.
—Hoy la pasé increíble, gracias —musité.
Ella apenas esbozó una sonrisa y me besó en los labios sin responder a mis palabras.
Lo más impresionante de todo, es que no me asombró que me besase, si no que correspondí a su beso con una pasión que explotó de repente dentro de mi ser.
Carla me quitó la llave de la habitación y abrió con una agilidad impresionante, como si no estuviese ebria, y una vez que estuvimos a solas, nos entregamos sin miedo a la desbordante pasión.
Jamás imaginé que Carla se entregaría a mí de tal manera; me costó comprender que esa hermosa y sensual rubia estuviese haciendo el amor conmigo, incluso pensé que estaba soñando.
Sin embargo, todo era parte de una satisfactoria realidad que no dudé en aceptar, y sin pensar tanto en si lo hacíamos por el calor del momento o nos queríamos, seguimos entregándonos en una apasionante faena que nos unió más de lo que estábamos.