Sin darme cuenta, y sin considerarlo por el hecho de no tener grandes expectativas al respecto, llegó el día de mi cumpleaños número veinticinco.
Eran las seis con quince de la mañana cuando desperté y eché un vistazo a mi celular, yendo directo a WhatsApp para revisar los mensajes de mis seres queridos.
El primero que me escribió fue Cristian, que envió un largo mensaje de felicitación que me conmovió tan pronto terminé de leerlo.
La segunda fue Alana, que envió una nota de voz que me alegró el día, pues en el fondo se escuchaban los tiernos balbuceos de una niña; era mi sobrina.
Luego, Eva se conectó conmigo a través de una videollamada y, junto a Cata, me felicitaron y cantaron una canción para mí.
Finalmente, quien me envió un mensaje de texto lleno de emoticonos y su peculiar forma de escribir, fue Camila. Con ese mensaje, creí cerrar el ciclo de felicitaciones, pero eso me bastó para estar feliz.
Fue grato empezar la mañana con esa alegría, y valoré mucho que se acordasen de mi cumpleaños, aun cuando no quería celebrarlo en solitario.
No tenía nada que hacer ese día, así que me levanté para cumplir con mi rutina mañanera y dedicarme de lleno a la holgazanería. Sin embargo, cuando entré a la cocina para preparar mi desayuno, escuché el toque insistente en el timbre de mi departamento.
Al abrir, me llevé la sorpresa de encontrarme a Samuel, quien, por medio de Carla, se enteró de mi cumpleaños. Se le notaba emocionado cuando me abrazó y felicitó, tanto que incluso me pidió que me alistase para salir a divertirnos.
No me esperaba que Samuel tuviese tal consideración, pero apreció mucho que me tomase en cuenta. Así que me duché rápido, cepillé mis dientes y vestí con ropa cómoda, pues alegó que daríamos un paseo por la ciudad, desayunaríamos juntos y me llevaría a un lugar que no conocía.
Salimos del edificio a pocos minutos para las siete de la mañana.
Era un día soleado y fresco con el que no pude evitar tener buenas expectativas.
Tan pronto subimos a su auto, Samuel me pidió que tomase una pequeña caja en el asiento trasero, envuelta en papel de regalo. Le dije que no tenía que molestarse en ello, pero dijo que no era molestia y me insistió que lo abriese; se le notaba más emocionado que yo.
Retiré el papel de regalo con sumo cuidado para no ensuciar el auto y lo coloqué en el asiento trasero, y tan pronto eché un vistazo al logotipo que resaltaba en la parte superior de la caja, no pude evitar mirarlo con asombro.
Tenía entendido que Cartier era sinónimo de calidad y elegancia, y que no cualquiera podía acceder a los catálogos de dicha marca, por eso miré a Samuel con asombro.
—Dale, flaco, dale —indicó Samuel para que abriese la caja.
Hice caso a su indicación y encontré un elegante collar de oro que brilló tan pronto le pegó la luz del día. No pude salir del asombro, aunque también me avergoncé al pensar en la cantidad de dinero que gastó en ello.
—¿Cuánto gastaste en esto, Samuel? —pregunté asombrado y avergonzado.
—Flaco, eso no se pregunta… Cuando recibís un regalo, solo das las gracias.
Si bien tenía razón, no me sentí capaz de aceptar un regalo tan costoso, aunque tampoco quise despreciar su consideración. Fue un tanto incómodo enfrentar ese dilema, pero considerando que lo hizo con la mejor de las intenciones, terminé por aceptarlo.
—Samuel, gracias de verdad, pero…
—Sin excusas, Paúl… Ni en pedo te iba a regalar un reloj de los Power Rangers. Vos merecés más que eso —dijo al interrumpirme.
—Gracias, me gusta mucho —musité.
—De nada, me alegra que te guste —respondió con un dejo de orgullo—. Por cierto, ¿qué te apetece para el desayuno?
—No soy exigente, lo dejaré a tu elección —respondí, mientras me colocaba el collar.
Minutos después, llegamos a un modesto restaurante poco concurrido a causa de las restricciones sanitarias que seguían existiendo para prevenir el coronavirus, aunque ya se empezaba a notar más afluencia en las calles.
Un joven camarero nos entregó el menú que no me molesté en mirar para dejar que Samuel escogiese a su antojo nuestro desayuno, pues quería ver que tan buenos gustos tenía.
Supongo que quiso sorprenderme con un desayuno cursi, ya que pidió media docena de panqueques con Nutella y fresas, una ración de pan tostado, jugo de naranja, café y mermelada de piña. De mi parte, le pedí al camarero una botella mediana de agua mineral y una tortilla de huevos.
Samuel pasó parte del desayuno hablando, inesperadamente, de su vida personal.
Me dijo que le faltaba poco para graduarse de la universidad y ansiaba fundar su propio centro de rehabilitación.
Su labor como fisioterapeuta era increíble, de hecho, gracias a sus intervenciones semanales, estaba por dejar mi dependencia del bastón.
También me habló de una chica uruguaya que conoció a través de Instagram; reveló que se hablaban por videollamadas y que estaba considerando visitarla durante las vacaciones de verano.
Yo, cómo no tenía mucho que mencionar, apenas le mencioné un par de proyectos personales en los que pretendía pedir el apoyo y patrocinio de Carla. A él le pareció una excelente idea, aunque me recomendó centrarme en metas que no se relacionasen a la fotografía.
Samuel siempre creyó que mi potencial no estaba ahí, sino en mi capacidad para conectar con la gente. Incluso me incitó a estudiar Relaciones Públicas; se corría el rumor de que las clases presenciales estaban próximas a empezar.
Esa idea la tuve en consideración, pues no era del todo descabellada. En cierto modo me sentí motivado, aunque me desanimé con el recuerdo de mi exposición frente a la junta directiva de Tourist Adventure.
Tan pronto terminamos de desayunar y discutir por el pago de la cuenta, ya que no me quiso dejar pagar la mitad, salimos del restaurante y seguimos recorriendo la ciudad; no sabía qué otra sorpresa esperar de Samuel.
En el poco tiempo que pasamos juntos, ya había disfrutado de gratas experiencias, así que ya no esperaba más como regalo de cumpleaños. Sin embargo, y considerando que las vías que tomaba no se dirigían ni una a mi departamento, supe que seguiría llevándome a lugares que me hiciesen pasar un día diferente.
Me incomodó un poco que se tomase tantas molestias por mí, por eso creí necesario pedirle que me llevase a mi departamento, pero de repente, me distrajo una sorpresiva videollamada de Susi, de quien no esperaba recibir un mensaje siquiera, pues hacía mucho que no hablábamos.
—¡Paúl! ¿Cuánto tiempo? Feliz cumpleaños, ¿cómo la estás pasando? —preguntó al saludarme con euforia.
—¡Susi! Qué sorpresa, ha pasado mucho tiempo, gracias por recordar mi cumpleaños. Me da gusto verte, no esperaba saber de ti hoy… Y bueno, pude pasar todo el día en la cama de no ser por mi mejor amigo —respondí emocionado.
Volteé la cámara hacia Samuel y le pedí que saludase a Susi, aunque apenas volteó debido a que estaba conduciendo.
—Me da gusto que hayas salido… Paúl, no te imaginas lo mucho que te he extrañado, hace poco estuve en Ciudad del Valle y fue raro ir sin tener la dicha de verte —dijo.
—La vida nos permitirá un reencuentro, ya lo verás —contesté con optimismo.
—Me gusta la idea, y deseo por sobre todas las cosas que seas feliz —respondió.
—Lo soy, Susi, sobre todo por la sorpresa que me ha causado verte hoy, gracias por acordarte de mí —dije.
—De nada, me alegra saber que estás bien… ¡Bueno! Ya debo irme, te quiero mucho, Paúl, y espero que la sigas pasando genial, cuídate —dijo al despedirse.
Samuel se alegró cuando notó mi felicidad.
Jamás esperé que Susi se acordase de mí y me contactase, pues no lo hizo en mis cumpleaños anteriores; quizás porque estuvo ocupada en sus conferencias y su labor de escritora.
A fin de cuentas, después de una mañana en la que conocí nuevos lugares y pasé tiempo de calidad junto a Samuel, me llevó al departamento casi a las dos de la tarde.
Yo le agradecí por haberme permitido pasar un cumpleaños agradable e inolvidable, a lo que él respondió que en el próximo año celebraríamos de mejor manera.
Una vez que estuve solo en mi departamento, fui a la cocina para preparar algo de comer. Estaba hambriento, ya que a Samuel se le pasó por alto llevarme a almorzar.
Me apetecía comer algo distinto a lo que cocinaba usualmente, así que saqué la carne del refrigerador para hacerla salteada con vegetales y jengibre.
Sin embargo, justo antes de iniciar la preparación de mi comida, alguien tocó el timbre de mi apartamento con insistencia. Pensé que se trataba de Samuel, por eso hice un gesto de negación mientras rascaba mi entrecejo.
—¿Qué se te olvidó, Samuel? —exclamé, antes de abrir la puerta.
Mi forma de hablar fue un tanto brusca, ya que pretendía fingir fastidio para molestarlo, pero vaya que me equivoqué y asombré, pues quien estaba frente a mí al abrir la puerta, sosteniendo unas bolsas con el logo de McDonald's, era Carla.
—¡Sorpresa! —exclamó avergonzada—. Sé que no es la gran cosa, pero fue lo único que se me ocurrió.
—¡Carla! —respondí con asombro, a la vez que mi corazón se aceleraba.
No esperaba que Carla se tomase la molestia de ir hasta mi departamento para llevarme algo de comer y tener en consideración mi cumpleaños.
—¡Vaya! Muchas gracias, la verdad es que tengo hambre y no tenía ganas de cocinar —dije emocionado, más que todo por su visita.
—No podía pasar por alto tu cumpleaños y menos dejarte solo en un día tan especial para vos —dijo al entrar, el olor a papas fritas hizo crujir mi estómago.
—Bueno, Samuel pasó toda la mañana conmigo, me llevó a desayunar y me regaló un collar de oro Cartier, ¿puedes creerlo? —pregunté.
—Es un envidioso —musitó con un particular tono de voz que me resultó infantil.
—¿Por qué lo dices? —pregunté confundido.
—Le dije que iba a organizarte una fiesta sorpresa, pero se me presentó un problema con la agencia de Mar del Plata y no pude centrarme en ello —reveló.
—Si te sirve de consuelo, que estés aquí tiene mucho más valor que los obsequios de Samuel, ¡pero no vayas a decirle que te dije eso! —dije avergonzado.
Ella esbozó una hermosa sonrisa y me dio un ansiado abrazo que deseé desde el instante en que llegó. Luego fuimos a la sala de estar para comer y tener como tema de conversación mi niñez.
Fue un placer relatarle lo feliz y mimado que era al ser el menor de cinco hermanos, así como también mencionar la increíble amistad que compartí con Uriel y la manera en que Eva y yo formamos una relación de hermandad con el paso de los años.
A Carla le asombró mi historia con Eva, y puede que no me haya creído mucho de lo que conté, pero al menos se tomó el tiempo de escucharme y permitirme recordar el pasado sin sentirme triste o culpable.
Su compañía fue agradable.
Carla mostró un lado de sí misma que no conocía, muy simpática, amable y graciosa.
Sus ocurrencias me hicieron reír, al igual que las historias que me contó de Samuel cuando era un niño, diciendo que su hermano era un mocoso que lloraba por todo.
Tan pronto terminamos de comer, fuimos a lavar nuestras manos, donde, una vez más, le agradecí por pensar en mí y recordar mi cumpleaños.
Carla esbozó una sonrisa, secó sus manos y regresó a la sala de estar para sacar un sobre con el sello de Sensation.
—¿Esto qué es? —pregunté confundido.
—Son tus honorarios —respondió.
—¿Honorarios? Pero de qué, sino he trabajado en semanas —dije.
—Eso es por la sesión de Sensation —reveló.
—Esto no es necesario, lo hice con todo el gusto del mundo —contesté avergonzado.
—Bueno, son tus honorarios, si no querés cobrar por tu trabajo, entonces tómalo como mi obsequio —replicó.
Yo destapé el sobre y me llevé la sorpresa de sacar mil dólares en efectivo.
No lo podía creer.
—El resto son trescientos cincuenta y ocho dólares que voy a transferir a tu cuenta bancaria en moneda local —dijo.
Me negué a aceptarlo; no me sentía capaz de obtener una remuneración tan grande por hacer algo que hice sin esperar nada a cambio. Pero Carla era tan terca como yo, y al final, terminé quedándome con el dinero.
A fin de cuentas, Carla se despidió de mí a las siete de la noche.
Su compañía fue el más bello regalo de cumpleaños.
Por otra parte, no pude imaginar cuanto cobró ella por ser la modelo estrella de la edición de Sensation, pues, más allá de llevar a cabo su trabajo en Tourist Adventure, apareció en la cubierta de una revista con gran alcance internacional, es decir, su carrera iba en ascenso.