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Chapter 22 - Capítulo 22

A las nueve con veinte de la noche, recibí un mensaje de Carla a través de WhatsApp, con el que me avisó que ya me esperaba frente al edificio.

Yo me había alistado con una hora de anticipación, y durante el tiempo que estuve esperando por ella, no dejé de mirarme en el espejo conforme me decía a mí mismo que me veía bien. Sin embargo, la negatividad se apoderó de mí desde el momento en que recibí su mensaje, sobre todo cuando recordé el consejo de Santiago en el salón de belleza.

Al salir del edificio con fingida tranquilidad, aunque completamente aterrado y nervioso por dentro, me topé con un elegante Audi A8 azul oscuro. Intuí que era Carla, así que me dirigí al asiento del copiloto como lo hice la vez en que fuimos al estudio fotográfico de Sensation.

Entonces, un hombre de mediana edad y elegante apariencia bajó del auto y me saludó con cordialidad conforme abría la puerta trasera del mismo. Su elocuencia al saludar y su forma de actuar me dio a entender que era un chofer, así que le agradecí por su amabilidad y subí con un dejo de calma, pues pensé que Carla no iba a estar presente.

Vaya sorpresa me llevé cuando noté la presencia de aquella hermosa rubia, cuya larga cabellera peinada y maquillaje resaltaban aún más lo bella que era. No pude evitar mirarla por completo y asombrarme también con ese elegante y sensual vestido azul marino escotado.

—Buenas noches —musité a duras penas.

Carla esbozó una sonrisa burlona y giró su vista hacia mí, que estaba centrado en la sensualidad de sus piernas.

—Buenas noches, Paúl, mi cara está aquí arriba —dijo con voz socarrona.

«Acaba de llamarme por mi nombre», pensé confundido.

—Lo siento, no esperaba encontrármela aquí, me tomó desprevenido —contesté.

—Me alegra haberte impresionado —musitó, con una repentina tristeza que me hizo recordar la preocupación de Santiago en el salón de belleza.

—Hoy está más hermosa que de costumbre, jefa… Sé que es osado de mi parte decirlo, pero realmente estoy impresionado y no puedo dejar de mirarla. Mi corazón late muy rápido y me pone nervioso estar a su lado —dije.

«Maldita sea, creo que exageré», pensé aterrado, aun cuando lo que dije era cierto.

—Puedes llamarme por mi nombre y dejar los formalismos también —respondió.

—Me costará hacerlo, porque también la respeto mucho —alegué.

—Si sigues siendo formal, habrá un muro entre nosotros —musitó.

Ahí estaba esa repentina aflicción, y realmente me confundió tanto como afectó a nivel anímico, pues me resultó difícil asimilar ver a una mujer tan hermosa en ese estado.

—¿Sucede algo? —pregunté.

—Es algo personal —respondió.

—Entiendo, pero estaré aquí para ti si quieres desahogarte —dije, tratando de ser informal.

Carla esbozó una sonrisa que me tranquilizó, y por unos instantes quise tomarme el atrevimiento de tomar su mano, pero más allá del rechazo, temí que eso me generase problemas laborales.

—La reunión de hoy es para celebrar —dijo de repente.

—¿Qué celebramos exactamente? —pregunté confundido.

—Ya lo verás cuando lleguemos —respondió.

Desde ese momento me hice ideas de un evento lleno de personas elegantes donde Carla se convertiría en el centro de atención, pero en vez de eso, llegamos a una enorme casa en la que nos recibió un señor de elegante vestimenta que nos llevó hasta el patio trasero.

Ahí, en medio de un jardín, había un cobertizo iluminado por una lluvia de luces tenues que hacían el efecto de un par de cortinas; un lugar de ensueño a mi parecer.

Dentro del cobertizo había una mesa cubierta con una fina tela blanca de bordes dorados y en medio, una botella de champaña y dos copas relucientes. El lugar estaba iluminado por tres velas, dando al ambiente un aire romántico que me puso nervioso.

Tomamos asiento a petición del amable señor que pasó a ser nuestro anfitrión y nos quedamos a solas en ese ambiente que hubiese sido relajante si no fuese por la presión de estar con una mujer tan hermosa como ella.

—El señor Teodoro es dueño de uno de los restaurantes más elegantes y exclusivos en la ciudad. Le pedí que decorase su patio para…

Carla se interrumpió a sí misma.

Su voz seguía débil y nostálgica; no era la misma de siempre.

—¿Qué es lo que celebramos exactamente? —pregunté con nerviosismo.

—Más que una celebración, es un agradecimiento —respondió con persistente aflicción.

Ella sonreía como en muy pocas ocasiones la había visto.

Estaba radiante y hermosa a pesar de esa aflicción que intentó ocultar desde que nos encontramos.

La situación fue bastante compleja para mí, pues no sabía cómo lidiar con su tristeza y ayudarla a disfrutar de ese entorno tan agradable que nos rodeaba.

—¿Por qué me darías las gracias? —pregunté.

Ella hizo una seña y de pronto se presentó un joven con apariencia de camarero que le dedicó una sonrisa a Carla.

Él colocó sobre la mesa una edición de Tourist Adventure y preguntó si estábamos listos para ordenar.

—No, Mauricio, por ahora estamos bien, te llamaré cuando decidamos, gracias —respondió Carla.

El joven se tomó el atrevimiento de servirnos champaña al notar nuestras copas vacías y se retiró sin decir una sola palabra.

—Es la segunda y última copa de champaña que beberé, no sé si te comenté que soy abstemio —dije avergonzado.

Carla me miró con notable confusión, pero no comentó nada al respecto y se centró en la cubierta de la revista que Mauricio dejó en la mesa.

—Edición de abril, un éxito de ventas en la versión digital con grandes proyecciones para su versión impresa, y todo gracias al aporte que vos hiciste —dijo Carla, luego de dar un sorbo a su champaña.

—Es mérito suyo, jefa… Perdón, todo es gracias a ti, Carla. Es porque confiaste en mí —contesté.

—No seas modesto… Mira que hasta di la orden de adaptar la nueva cubierta a la versión impresa. ¿No te enorgullece que tu trabajo sea visto por miles de personas? —preguntó.

—No estoy siendo modesto, solo atribuyo el mérito a la persona que confió en mí —alegué avergonzado.

—Sos terco, ¿sabes? —dijo—. Pero está bien, me llevaré todo el crédito si es lo que queres.

Su tono de voz fingía despreocupación, pero a mí no me engañaba; Carla seguía preocupada y triste.

—Carla, a todas estas, agradezco de verdad que hayas organizado una celebración tan elegante y hermosa, pero, ¿por qué estamos solo nosotros dos? —pregunté.

Sé que fue una pregunta bastante atrevida, pero lo lógico era que estuviese todo el equipo involucrado en la edición de la revista.

Ella hizo un gesto de negación, cómo si le desagradase que la cuestionase con esa lógica, así que mantuvo silencio conforme echaba un vistazo al menú.

—Decime una cosa —dijo de repente—. ¿Cómo persuadiste a tus familiares para venir a Buenos Aires siendo tan joven?

—No los persuadí —respondí.

La tristeza me tomó desprevenido, pues no esperaba que en una noche tan maravillosa me viese en la situación de recordar a mi familia, tanto a los que me dieron la espalda como a los que me apoyaron.

—Cristian, mi hermano, acaba de tener a su primera hija y supongo que tener esa responsabilidad le permitió dejarme venir. En cuanto a mi hermana, Eva, ella está en México dedicándose a la música, así que no tuvo problemas con mi decisión —revelé.

Carla pareció extrañada tras mencionar solo a dos personas, y supe que no estaría conforme al respecto, por eso me preparé para responder a las preguntas que estaba por hacer.

—¿Qué hay de tus padres? —preguntó.

—Pues, están bien —musité.

—¿Tenés problemas con ellos? —inquirió. Se le notaba bastante interesada en saberlo, tanto que su aflicción pareció pasar a segundo plano.

—Supongo que ellos tienen problemas conmigo —respondí.

—¿Por qué? —insistió.

—Carla, perdóname, pero es algo de lo que no me gusta hablar —dije, con una combinación de tristeza y vergüenza.

Carla suspiró y se mostró un poco avergonzada. Tal vez se dio cuenta de lo incómodo que me sentí.

—¿Y dejaste alguna novia en tu país? —preguntó para cambiar de tema.

—No, hace mucho que no he compartido mi tiempo con una chica —respondí.

—Me extraña eso —dijo, mientras me miraba fijamente.

—Bueno, no es porque no haya querido… Es simplemente que cometí demasiados errores —contesté, recordando con dolor mi adicción a las drogas y todas las oportunidades perdidas.

—Entiendo, pero supongo que gracias a eso, hoy eres una persona diferente —alegó.

—Eso me gusta pensar, pero siento que tengo que mejorar muchas cosas de mí —dije, tratando de persuadir la vergüenza que sentí tras recordar mis errores.

—Paúl —dijo; su tono de voz emitía cierta preocupación—. El hecho de que te hayas arriesgado a venir desde tan lejos, demuestra que ya no sos el mismo de antes; es evidente que eres diferente… No conozco tu versión del pasado, pero estoy cien por ciento segura de que cambiaste.

—Si miro en retrospectiva, comprendo que he cambiado —respondí.

Por unos instantes, sentí un vacío en mi pecho que pude llenar haciendo un breve ejercicio de respiración. Carla pareció preocuparse e incluso hizo una seña al camarero para pedirle un vaso con agua.

—Mi pasado no me enorgullece, y menos esos años que me permitieron ser diferente ahora —dije, antes de hacer una breve pausa—. Yo abandoné la universidad cuando estaba a punto de finalizar mis estudios. Me sumergí en un mundo lleno de perdición y drogas, me volví un adicto y perdí a casi toda mi familia. Luego, por mi irresponsabilidad, tuve un accidente que por poco me costó la vida y cuyas secuelas me persiguen a día de hoy.

Carla desvió la mirada y se centró en el bastón que había puesto sobre una de las barandas que embellecían el cobertizo. Mientras que yo, sin darme cuenta, me desahogué.

Hablé de mi vida personal sin temor alguno como única manera de demostrar que en el poco tiempo que la conocía, me sentía capaz de confiar en ella.

—¿Sabes lo que creo? Creo que has madurado lo suficiente para saber que una forma de hacernos con la experiencia de la vida es mediante nuestros errores. No sos el único que ha tenido problemas… Cuanto me gustaría poder apoyarte, pero no soy la mejor en estos momentos para darte un consejo.

Yo la miré asombrado por sus palabras, ya que a pesar de no darme su apoyo, sentí que me comprendía y hasta sentía lo mismo que yo.

Tal vez por eso, me tomé el atrevimiento de agarrar su mano con delicadeza para disculparme, pues estaba siendo egoísta al darle más motivos de tristeza con mis problemas personales.

—Lamento estropear la velada con mis problemas personales —musité.

—No te preocupes, nadie escapa de los problemas si no los resuelve —dijo con voz comprensiva.

Apenas pude asentir ante su certera respuesta.

—Siempre que queramos resolver nuestros problemas, el límite de tiempo no será impedimento para hacerlo —comentó.

Contar con su comprensión me ayudó a abrirme un poco más a ella y hablarle sin temor a ser juzgado de mi vida.

Me agradó que Carla se tomase el tiempo de escucharme atentamente sin interrumpirme y solo responder cuando la situación lo ameritaba.

Fue como si me ayudase a deshacerme del enorme peso que durante años me torturó sin darme cuenta.

Carla me ayudó a entender incluso que, en ese punto de mi vida, sentía un fuerte resentimiento hacia mis padres y el resto de mis hermanos, pues a diferencia de Cristian y Eva, ellos ni siquiera se tomaron el tiempo de escucharme.

A fin de cuentas, la velada se tornó un poco más agradable gracias a la confianza que surgió entre nosotros. Así que decidimos ordenar y disfrutar de la cena con temas de conversaciones referentes a nuestro trabajo.