Pasaron un par de días y no supe casi nada de Carla, salvo sus actualizaciones en Instagram y Facebook, dónde empecé a seguirla por curiosidad.
Seguía pensando en esa ola de negatividad que me invadió repentinamente cuando salimos del estudio fotográfico de Sensation, y también la forma en que Carla se molestó por mostrarme de tal manera.
De hecho, le había enviado algunos mensajes justificando que esas palabras las dejé salir por un desliz emocional, aunque no me respondió, ni me dio noticias de mi retorno al trabajo.
Por suerte, una mañana recibí un mensaje a través de WhatsApp por parte de Carla, que en realidad era un enlace de Google Maps con la ubicación de una tienda de ropa.
Yo me confundí un poco por ello, aunque al cabo de unos segundos reveló lo que pretendía al enviarme a ese lugar.
Carla: ve a esa tienda y encarga un traje formal. Ya informé al propietario que vas de mi parte… Necesito que luzcas perfecto para nuestra reunión.
«¿Nuestra reunión?» Me pregunté confundido, a la vez que respondía con un emoticono con el que pretendí dar una respuesta positiva.
Así que, como no tenía nada que hacer y necesitaba comprar algunas especias para el almuerzo, me alisté con ropa cómoda y salí del edificio a pocos minutos para las diez de la mañana.
Los nubarrones en el cielo anunciaban la llegada de una fuerte lluvia, por lo que preferí contactar a un conductor de Uber que me dejó frente a una tienda llamada Domenico's cuando le indiqué la dirección.
Pensé que sería una tienda común como a las que acostumbraba ir, pero aquello más bien parecía una elegante sastrería en la que fui recibido con un trato bastante cordial y tal vez preferencial, pues Carla había dado referencias fáciles de notar en mí; mencionó el bastón y mi forma de caminar.
Ahí, un señor de quizás unos cincuenta años, muy bien vestido y con un marcado acento venezolano, me atendió con amabilidad al igual que su esposa, quien me sirvió una taza de café cuyo aroma y sabor me impresionaron.
El señor Jorge, dueño de la tienda, junto a su esposa, la señora Cristina, me mostraron varios trajes y un smoking cuya elección se me dificultó por mi incapacidad de tomar una decisión. Así que, considerando que ellos conocían más de la moda y elegancia, les pedí que escogiesen la prenda que mejor se adecuase a mi cuerpo.
Fue el señor Jorge quien eligió un traje gris elegante con el que lucí increíble. Fue tal el asombro que me costó creer que ese era yo frente al espejo conforme miraba mi reflejo.
—Sabía que con esa elección se vería apuesto —comentó la señora Cristina.
—¿De verdad lo cree? —pregunté avergonzado.
—Claro que sí, además de que impones respeto —respondió el señor Jorge.
—Si evitas encorvarte, te garantizo que te verás perfecto —comentó la señora Cristian.
—Tendré en cuenta su comentario —dije—. Bien, ¿dónde debo pagar?
—No chico, no te preocupes por eso… La señorita Marshena ya corre con tus gastos —respondió la señora Cristina.
—Sí, y ten esto —dijo el señor Jorge al entregarme una tarjeta con la información de un estilista—. Te recomiendo que vayas con esta persona, así lucirás más elegante y apuesto para tu velada.
«¿Velada?» Me pregunté confundido conforme tomaba la tarjeta, aunque no le presté mucha atención.
A fin de cuentas, di las gracias a la amable pareja y me dirigí a la dirección del estilista, quien resultó ser el propietario de un salón de belleza bastante concurrido, aunque al decirle que iba de parte del señor Jorge, me atendió de inmediato y personalmente.
Su nombre era Santiago, y resultó ser más joven de lo que imaginé, aunque no por serlo carecía de experiencia, pues demostró el profesionalismo que lo caracterizaba al cortar mi cabello.
Hacía bastante tiempo que no cortaba mi cabello, y menos con ese estilo moderno que me hizo ver más joven y atractivo.
—Sabía que eras más guapo de lo que se apreciaba a simple vista —comentó Santiago con un dejo de emoción.
—Gracias —musité avergonzado.
—¿Tenés una cita con tu novia? —preguntó con voz socarrona.
—La verdad, es una reunión con mi jefa —respondí.
—Así que es eso… Aunque me extraña que te preocupes tanto por tu apariencia si es solo una reunión —alegó.
—Es su exigencia… Tener una jefa como la mía no es fácil —dije con voz socarrona.
—¿Puedo saber dónde laburas? —inquirió con amabilidad, tratando de mantener una conversación que no se tornase incómoda para ambos.
—En Tourist Adventure —respondí.
—¿Eh? ¿En serio? —preguntó Santiago con un dejo de asombro.
Apenas asentí para responder, mientras que él se mostró pensativo y mantuvo silencio por unos segundos. Parecía buscar una manera de preguntar por alguien en específico.
—Supongo que te has encontrado con Carla Marshena —dijo.
—De hecho, es ella mi jefa —revelé.
Santiago pareció asombrado y afligido al mismo tiempo, lo cual llamó mi atención, aunque no tanto como para atreverme a preguntar.
—Bien, te diré una cosa, querido, o mejor dicho, un solo consejo te voy a dar… Dedicale a Carla un trato único y especial. Haz que se sienta única ante tus ojos y decile todas las veces posibles que es la mujer más hermosa del mundo, así te lo discuta con modestia —dijo con una seriedad que me tomó desprevenido.
—Perdona, pero solo tendremos una reunión laboral —respondí en medio del asombro.
De pronto, sonó mi celular con una notificación de WhatsApp. Justamente era Carla avisándome que pasaría por mi departamento a las nueve con treinta de la noche.
«¿Tan tarde?» Me pregunté inconforme, aunque no tenía la opción de oponerme.
—Haceme caso, querido… Toma en cuenta mi consejo —insistió Santiago; su rostro seguía demostrando aflicción.
—Debes apreciar mucho a Carla —dije.
—Es una amiga muy querida —respondió, y de pronto, acabó la conversación.
A fin de cuentas, le dije a Santiago que tendría su consejo en consideración y pedí la cuenta por el corte de cabello, aunque este dijo que no me preocupase por ello.
Al principio pensé que Carla se encargaría de pagar, pero Santiago me pidió a modo de pago que le garantizase una inolvidable velada a mi jefa.
«¿Velada?» Me pregunté confundido, al igual que con el señor Jorge.
No tenía idea de qué se traía Carla entre manos, pero tanto el señor Jorge y la señora Cristina como Santiago, sabían algo de lo que no estaba al tanto e implicaba la situación emocional de mi jefa.
No sabía nada de su vida, y en sus redes sociales se limitaba a publicar información respecto a sus trabajos. Por ende, se me dificultó llegar a una conclusión coherente, ya que en mi mente solo pensaba en asuntos laborales relacionados con su objetivo personal.
Lo mejor que pude hacer fue esperar el momento de encontrarme con Carla y seguir el consejo de Santiago, aunque me ponía nervioso darle un trato tan atrevido. No fue fácil pensar en un equilibrio que me permitiese hacerla sentir bien sin parecer uno de los tantos pretendientes que supuse que tenía.