Una noche, mientras preparaba mi cena después de tener un día aburrido en el que me la pasé viendo anime y comiendo chucherías, recibí una inesperada llamada telefónica de Carla.
Fue extraño ver su nombre en la pantalla de mi celular, pues los días libres que me concedió se convirtieron en un mes en el que no supe nada de ella, ni siquiera por medio de Samuel con quien salía en ocasiones.
Tal fue mi confusión y asombro que, por mi distracción, mi tortilla de huevos terminó siendo un revoltillo.
Para ser honesto, no tenía intenciones de atenderle, pero suponiendo que se trataba de un asunto laboral, le contesté.
Me asombré cuando comentó que me necesitaba en un asunto de vida o muerte, y entré en pánico tras asumirlo de manera literal.
El pánico duró escasos segundos tan pronto aclaró que necesitaba un fotógrafo urgente para una sesión fotográfica en una revista de moda, una muy conocida y cuya cubierta llegué a ver en su escritorio.
—No entiendo por qué me necesitas a mí, ¿acaso no tienen ellos sus propios fotógrafos? —pregunté.
—Pero que pelotudo… Sos peor que Dory. Olvidás las cosas muy rápido —respondió exaltada.
—Ok, ok… Alguien de confianza, pero jefa, yo no soy fotógrafo de modelos, lo mío es el paisajismo —alegué.
—No me vengas con pelotudeces. Si se trata de dinero, te voy a pagar muy bien —replicó.
—No es por el dinero, aunque supongo que no me vendría mal —contesté.
—Ya paso por vos, no me hagas esperar —avisó.
Debido a que era poco el tiempo que tenía para comer, preparé un sándwich con huevos revueltos cuyo sabor no pude degustar por comerlo rápido.
Al terminar mi cena, me incomodó un poco no poder limpiar lo que ensucié, pero fui a mi habitación y me cambié con lo primero que encontré en el armario; un conjunto bastante casual y tal vez descuidado.
Pasaron poco más de diez minutos cuando bajé a recepción con la esperanza de no encontrar a Carla ahí, pues temí que reclamase mi impuntualidad, pero no había nadie. Sin embargo, al salir del edificio, me topé un Audi R8 azul estacionado frente al mismo.
«¿Cuánto dinero gana esta mujer?» Me pregunté asombrado.
—Buenas noches —dije al subir a su auto.
—Tardaste dos minutos, a pesar de que dije que estaría aquí en diez —reclamó.
—Lo siento —musité.
Por unos instantes me molesté, pues más allá de no poder disfrutar mi cena, tuve que aguantarme su mal humor. Aun así, me causó gracia que llevase un pijama infantil que la hacía lucir encantadora, es decir, todo lo contrario a la imagen que tenía de ella.
A fin de cuentas, nos tomó poco más de veinte minutos llegar al estudio fotográfico de la revista Sensation, y mientras observaba la cantidad de personas que trabajaban en el lugar, Carla me pidió que esperase junto a un agradable sujeto que se encargaba de la iluminación del set y al que todos llamaban Eddy, que me ofreció una galleta salada y té de limón para relajarme; estaba muy nervioso.
—Tranquilo, pibe, tomátelo con calma —dijo Eddy.
—Intento calmarme, pero con una jefa como la mía, me resulta difícil —respondí.
—Sí, te entiendo —contestó, a la vez que esbozaba una sonrisa traviesa.
—No es por eso… Lo que quiero decir es que ella me quitaría la cabeza si hago mal mi trabajo. Cuando veníamos para acá me comentó que esta es la gran oportunidad de su carrera como modelo, y yo no tenía idea de eso —revelé con persistente nerviosismo.
—¡Vos fotógrafo, vení! No tengo toda la noche para esto —reclamó un sujeto desde el set.
Algunos me miraron mal por mi dificultad para caminar con normalidad, pues sin mi bastón, era complicado mantener un buen andar.
En esos momentos, ante las miradas que mal me juzgaban, le reproché a Carla su decisión de dejar mi bastón en el auto, aunque ya era tarde para los lamentos.
En fin, aquel sujeto malhumorado me increpó con una lluvia de preguntas que apenas pude responder; no entendí mucho de lo que dijo por lo rápido que hablaba.
Por suerte, Carla salió al cabo de treinta minutos, por lo que la humillación a la que me enfrentaba pasó a segundo plano, al igual que el mal humor de aquel imbécil que no dejó de regañarme conforme me interrogaba.
Pude haberme molestado de no haber sido por la belleza de Carla al salir del vestidor.
Me impresionó lo hermosa que lucía con ese vestido veraniego y un sombrero de paja que me recordó a uno de mis animes favoritos. Su bella y sensual piel expuesta me incitó a tocarla cuando se detuvo frente a mí, aunque por suerte pude resistirme.
—Carla, este pibe no me convence, mira nada más como camina —dijo el sujeto malhumorado, que resultó ser el editor en jefe de la revista.
—Paúl es un profesional, Gerardo. Me vas a envidiar cuando veas que tengo al mejor fotógrafo.
«¿El mejor fotógrafo? Esta tipa está loca», pensé.
Temía ser yo quien estropease su gran oportunidad. Incluso mis manos empezaron a temblar, pero tras recibir los consejos y el apoyo de un diseñador gráfico y reflexionar con respecto a la confianza que Carla me tuvo, pude hacer mi trabajo, o al menos intentarlo.
La belleza y sensualidad de Carla causaron furor a nuestro alrededor. Realmente quise admirarla el resto de esa noche, y supongo que me dejé llevar conforme tomé una cantidad absurda de fotografías, mismas de las que solo seleccionaron ocho.
Al notar la emoción de la hermosa rubia, que veía las imágenes en el computador del diseñador gráfico, supe que había valido la pena el miedo, estrés y tiempo invertido.
Fue la primera vez que Carla no se mostró como una jefa, y su emoción era tal que, tras salir del estudio fotográfico, me abrazó fuerte y dio un par de besos en mis mejillas.
No me esperaba ese comportamiento. De hecho, me quedé estático durante el abrazo, como si su tacto tuviese una especie de hechizo paralizante que me hizo perder la noción del tiempo.
—No te imaginas cuan feliz estoy, seremos unas estrellas, ya lo verás —exclamó Carla.
Me extrañó que lo dijese de esa forma, y a juzgar por su sonrisa, comprendió que estaba confundido al respecto.
—¿Seremos? —pregunté.
—Pues sí, Fernández, sos mi fotógrafo personal, para eso te contraté —reveló.
«Así que de eso se trataba», pensé tras recordar ese proyecto personal que mencionó durante nuestra videollamada.
—¿Qué hay de Tourist Adventure? —pregunté de igual manera.
—Esa fue la excusa para que vinieses a Buenos Aires —respondió.
—¿Estoy lejos de casa por un capricho personal? —inquirí con fingida molestia.
—Pues claro que sí, ¿tan pelotudo sos? La revista de mi padre murió el año pasado y no me veo como presidenta de esa compañía. Yo soy modelo y he luchado para eso. Hoy di un gran paso en la industria —alegó emocionada.
Respiré profundo y dejé escapar un largo suspiro, luego rasqué mi ceja derecha y me mantuve pensativo; tal vez por eso pensó que estaba inconforme.
—¿Por qué te enojas? Deberías agradecer que te consideré entre tantos candidatos —dijo con notable molestia.
—No estoy enojado… Es solo que me cuesta creer que todo haya sucedido tan rápido. Nada ha implicado esfuerzo ni sacrificio; de hecho, he llevado una vida sencilla en Buenos Aires —respondí.
Carla no dijo nada al respecto y se dirigió al auto. Así que la seguí y subí casi al mismo tiempo que ella. Dentro de este, mantuvimos un silencio que por segundos se hizo incómodo; no entendí por qué de pronto parecía inconforme.
—¿Sabes? Yo he sido privilegiado desde que nací. Me atrevo a decir que hasta injustamente por el hecho de haberlo tenido todo. Tal vez por eso, tengo esta idea en mente de que no debo tener tanta suerte en la vida, y menos con los errores que cometí hace unos años… He lastimado y decepcionado a gente que me amó incondicionalmente y siento que gozar estas oportunidades y comodidades es una ofensa contra la tristeza, la ira y la decepción que todavía enfrentan —dije.
Carla se mantuvo en silencio, tan solo encendió su auto y lo puso en marcha.
—Jefa, de todo corazón, agradezco las oportunidades que me ha brindado, por eso no he desaprovechado ninguna a pesar de no sentirme capacitado… Espero no decepcionarla y cumplir con sus expectativas, pero también me gustaría que no deposite su fe en mí. Me da miedo que…
—¡Podés callarte de una buena vez! —exclamó de repente.
—Lo siento —musité.
Desde entonces, estuvimos en silencio hasta que llegamos a mi departamento, dónde ni siquiera nos despedimos. Sé que cometí un error al hablarle de tal manera a Carla, pero sentí que fue un mal necesario para que sus expectativas sobre mí no creciesen; tenía miedo de decepcionarla.