Con los nervios dominándome, sin experiencia profesional, un informe mal redactado y una idea que ese día me pareció una ridiculez, presenté ante Carla y la junta directiva de Tourist Adventure un proyecto enfocado en el atractivo de Buenos Aires según mi punto de vista.
Carla, quien quiso evitar que caminase desde el departamento hasta el edificio de la compañía, mandó a Enrique en mi búsqueda, que con una serenidad envidiable, a diferencia de los días en que me llevó a conocer los logares que le indiqué, me entregó un traje formal y comentó que, a petición de nuestra jefa, vistiese con esas prendas tan finas que me hicieron lucir cual ejecutivo exitoso; me asombro que supiese mi talla.
Enrique esperó en recepción mientras volvía al apartamento para cambiarme, y al volver con una apariencia bastante diferente para lo que acostumbraba, mostró su asombro y aprobó el buen gusto de Carla con un pulgar arriba.
Durante el corto trayecto hasta el edificio de la compañía, Enrique estuvo hablando y quejándose de la gestión del entonces presidente de Argentina. Eso en parte me ayudó a encontrar un poco de calma, pues estaba seguro que mi presentación iba a ser un desastre.
Lo peor fue cuando llegamos al edificio y, en completa soledad, subí hasta la sala de juntas. Ahí me recibió Carla con su apariencia elegante de siempre, digna de una mujer con el cargo que representaba.
Carla apenas me saludó con los buenos días, mientras mantenía esa seriedad que la caracterizaba, aunque no fue eso lo que me aterró, sino las trece personas que yacían sentadas alrededor de una enorme mesa rectangular.
Supe de inmediato que no les agradaba mi presencia y mucho menos estaban de acuerdo con la decisión de mi jefa; esas miradas frías y despectivas me hicieron recordar el rechazo de mis padres.
Para colmo, Carla no dio tiempo a presentaciones, pues se notaba que no se llevaba muy bien con su junta directiva. Apenas se dirigió a una señora que me miró con desdén tan pronto le entregó una copia de mi informe, misma que le había enviado el día anterior.
Al parecer, era quién más jerarquía tenía después de Carla, pues fue ella quien me autorizó el inicio de mi presentación, alegando que tan solo contaba con treinta minutos para convencer a la junta directiva.
«¡Treinta minutos!», pensé alterado.
Las exposiciones de ese tipo nunca fueron un problema para mí. Ya había demostrado en mi etapa colegial y universitaria que podía realizar excelentes presentaciones.
Sin embargo, la situación frente a los mal encarados directivos era muy diferente, por lo que recurrí a un ejercicio de respiración que me ayudó a encontrar por instantes la calma.
A fin de cuentas, inicié mi presentación aprovechando cada minuto al máximo y mencionando esos parques que tanto pedían la presencia de los visitantes, los modestos restaurantes donde la simpleza de un buen café era suficiente para pasar el rato y aquellas plazas que se hacían más concurridas conforme pasaban los días.
Me sentí como en el colegio, exponiendo de manera inevitable con un tono infantil, pero mantuve el enfoque cuando explicaba el potencial turístico de los lugares que había conocido y el impacto que estos tendrían si se hablaba de ello adecuadamente en la próxima edición de la revista.
Como Carla ya había recibido mi informe con antelación, no mostró reacción alguna, a diferencia del resto de la junta directiva, quienes demostraron un rotundo desacuerdo con sus gestos.
Fue evidente que no les agradó mi propuesta.
Creo que ni yo les agradaba, pues estaban hasta desesperados por salir de la sala; a decir verdad, tuve la certeza de que no convencí a nadie, salvo tal vez a mi jefa que tomó la palabra tras culminar mi presentación.
—Debo decir que tu propuesta es interesante, Fernández, pero se nota que no tenés la experiencia investigativa que implica la labor periodística —comentó.
—Sí, bueno, lo que pasa es que…
—No he terminado de hablar —interrumpió con severidad—. De momento, trabajaremos con este proyecto y nos haremos cargo de la cantidad de errores que cometiste. Por suerte, tu idea es buena y tus fotografías son fascinantes; con esto podemos cubrir la sección de turismo local.
—Carla, la idea del joven me parece absurda… Debemos apegarnos a la tradición. Nuestros lectores querrán saber más de los lugares emblemáticos sin importar cuantas veces hayamos publicado información sobre ello. Es mejor indagar en otro tipo de historias que caer en esta ridiculez —dijo un señor de canosa cabellera y mirada fulminante.
—A cada lugar que visitó Fernández, se le dedicará un artículo —dijo Carla sin considerar las palabras de ese señor—. La edición de abril debe constar mínimo de ochenta páginas. Es la meta a la que debemos aspirar desde ahora… Tenemos trabajo que hacer y poco tiempo, muchas gracias por estar presentes.
Todos abandonaron la sala de juntas refunfuñando; era un ambiente laboral tóxico a decir verdad.
Yo, por mi parte, sin asimilar la decisión de Carla, la acompañé hasta su oficina para pedirle una explicación, pero se anticipó a mis reclamos tan pronto estuvimos a solas, alegado que mi idea le había fascinado.
—No le entiendo, jefa… Si le gustó mi presentación, no debió ser tan crítica conmigo —dije.
—Por supuesto que debí serlo, Fernández —dijo, a la vez que tecleaba en su laptop sin quitar la vista de la pantalla.
Yo la miré con impotencia.
Fue la primera vez que me molesté con ella por su forma de ser; incluso quise reclamar que me sentía ofendido.
—¿Se te ofrece algo más? —preguntó cuándo notó que seguía de pie en su oficina.
—No, para nada —respondí.
—Entonces ve a casa y tomate unos días libres, te llamaré cuando te necesite —ordenó.
—¿Qué hay de mi trabajo? —pregunté.
—Tranquilo, ya cubriste nuestras prioridades. La cubierta de la nueva edición digital está perfecta y las estrategias de marketing que aplicaste están dando frutos, ni hablar de tu labor como community manager… Resultaste ser más eficiente de lo que esperaba, Fernández, sí que me asombraste —respondió.
No tuve más que decir, así que regresé a mi oficina para tomar mis cosas e irme a casa, aunque no tenía idea de que hacer en los días libres que Carla me concedió.