Gracias a que conté con un horario laboral flexible y mantuve una excelente conexión con Carla, me adapté muy bien a mi rutina diaria.
Debía estar en mi oficina a las ocho con treinta de la mañana y terminaba con mi jornada a las cuatro de la tarde.
No necesitaba disponer del transporte público, ya que el apartamento estaba cerca, además de que caminar de ida y vuelta me resultó un buen ejercicio para recuperarme progresivamente, aunque seguí dependiendo de mi bastón.
En ocasiones me encontraba con Samuel en el edificio, quien me saludaba animado y con notables ganas de mantener largas conversaciones conmigo, en las que me invitaba incluso a desayunar, pero dado que Carla era bastante estricta, no me permití incumplir en cuanto a mis responsabilidades y puntualidad.
Mi relación con Carla era estrictamente laboral.
De hecho, me llamaba por mi apellido y solo se dirigía a mí para hacer observaciones de mi trabajo o despejar dudas en asuntos que se escapaban de su entendimiento.
Fueron raros los días en que me pidió que la acompañase durante el almuerzo, y a pesar de ello, nuestras conversaciones se limitaban a lo laboral, pues mencionaba sin muchos detalles sus metas personales, mismas que no tenían nada que ver con Tourist Adventure.
Debido a que trabajaba de lunes a sábado, aprovechaba los domingos para pasar tiempo con alguien a quien empecé a considerar un buen amigo.
Samuel fue alguien que me ayudó bastante al momento de persuadir los momentos de soledad; compartir mi tiempo con él fue increíble.
Samuel me llevó a conocer los lugares que consideraba los mejores, zonas en las que me sentí bastante a gusto conforme manteníamos conversaciones casuales y, pocas veces, personales.
Tales recorridos me ayudaban a retomar mis habilidades como fotógrafo, aunque en ocasiones se me dificultaba obtener buenas fotografías por mi dependencia del bastón. Eso en parte me desesperaba, pero sabía que era de vital importancia tener paciencia en ese lento proceso de recuperación.
—Che flaco, ¿vas a pasarte la mañana tomando fotos? —preguntó Samuel; era el tercer domingo que acordamos salir.
—Samuel, ya te he dicho que me llamo Paúl —repliqué.
—Es de cariño, boludo —contestó al esbozar una sonrisa burlona—. Pero, decime una cosa, ¿cuándo vas a contarme la razón por la cual usas bastón?
Samuel, desde que empezó a tenerme confianza, se interesó bastante en saber la razón por la cual dependía de un bastón.
Apenas le había dicho que fui víctima de un asalto en que el ladrón me atacó para robar mis pertenencias, pero nunca estuvo convencido de esa verdad.
—Me gustaría tomarme un poco más de tiempo para hablarte de ello, lo siento —respondí avergonzado.
Su semblante cambió de repente.
Tal vez se mostró indignado, pero relatarle que más allá del asalto, sufrí un accidente por estar bajo los efectos de las drogas, significaba tener que recordar los peores errores de mi juventud.
En esa ocasión, Samuel me llevó a conocer la Plaza Constitución, donde caminamos sin decirnos una palabra.
Era una zona bastante concurrida, en la que incluso un chico tropezó conmigo al punto de lastimarme; tuve que sentarme en el suelo por el dolor que sentí.
Samuel se mostró bastante preocupado al notar mis muecas de dolor, e incluso exigió al chico que se disculpase, aunque este al contrario, en su etapa de adolescente rebelde, lo ignoró.
Esa fue la primera vez que vi a Samuel tan molesto, tanto como para ir tras aquel chico, aunque le pedí que no le prestase atención y me ayudase.
Entonces, Samuel cargó conmigo y me llevó hasta una zona despejada, en la que de pronto me hizo unos masajes cual profesional de la fisioterapia.
Eso fue inesperado, aunque oportuno; lo miré con asombro.
—¿Qué? Estudio para ser fisioterapeuta —alegó.
—Pues se nota… se nota —dije agradecido.
De pronto, sentí un poco de culpa ante la confianza que no había depositado en él. Samuel evidentemente no era una mala persona. Supe que no me juzgaría mal si revelaba toda mi verdad.
—¿Sabes? Sufrí un accidente hace tres años —revelé.
Samuel no dijo nada, solo siguió con el masaje.
—Escapaba de una pelea con mi padre, y cuando salí corriendo de casa, crucé la calle sin notar que una camioneta se aproximaba. No recuerdo mucho de...
—Paúl —me interrumpió—, entiendo, es algo personal, tranquilo… ¿Te sentís mejor?
Asentí avergonzado y no dije una sola palabra más, hasta que, al cabo de unos minutos, me tendió la mano para ayudarme a levantarme.
Luego, regresamos al auto y entablamos una inesperada conversación acerca de su hermana. Supe entonces que Carla tenía veintiocho años, nada que ver con lo que aparentaba.
También supe que, en ocasiones, a Samuel le molestaba ser su mandadero, pero lo hacía porque, a fin de cuentas, le admiraba y respetaba; consideraba a su hermana un ejemplo a seguir.
De ese modo, en medio de la admiración que expresó, descubrí que a Samuel le encantaba hablar de Carla. Veía en ella una figura materna, e incluso me advirtió que de propasarme o faltarle al respeto, me las vería con él.
Sus celos me hicieron reír por instantes y a la vez admiré el amor que le tenía a su hermana; eso me hizo recordar a Eva.
—Sos el primero que ríe con mi amenaza —dijo.
—No me siento amenazado, Samuel, me parece admirable que seas así con ella. Me haces recordar el cariño que le tengo a mi hermana —contesté.
—¿Tenés una hermana? No sabía eso, boludo —respondió con un dejo de asombro.
—Cómo podrías saberlo… Apenas he hablado de mi vida personal —dije con un dejo de vergüenza.
Samuel asintió conforme conducía y mantenía su vista fija en la vía. Concentrado y de perfil, se parecía bastante a su hermana.
—¿Sabes? Sería genial salir más seguido contigo, me agradas bastante —dije, agradecido por su amistad y compañía.
—Bueno, con los domingos es suficiente… Ya del resto, le perteneces a mi hermana —alegó.
—¿Qué haces para divertirte entonces? —pregunté.
—Antes de responder, decime que te gusta el fútbol —contestó.
—En efecto, Samuel, me encanta el fútbol —alegué.
—Ahora decime que preferís a Boca antes que a River —dijo con notable interés en mi respuesta.
—La verdad, no sé qué responderte…
—Flaco, no podés decirme que sos de River.
Aquellas palabras salieron con sentimiento, como si fuese un delito que me pudiese gustar otro club.
—Yo no sé mucho de fútbol argentino —dije a modo de excusa—. Pero si me convences, puede que me haga aficionado de Boca Juniors.
Samuel me miró indignado y dijo unas palabras que me demostraron su obsesión con el club.
—Paúl, para ser hincha de Boca tenés que sentir los colores del club, ir a la Bombonera y entonar nuestro glorioso cántico, y gritar los goles con fuerza hasta quedarte afónico… Es cuestión de vivirlo, boludo.
—¡Vaya! —exclamé—. Entiendo tu pasión, pero de momento, aunque me gusta el fútbol, no es de mis prioridades por ahora.
Al cabo de unos minutos, tras seguir hablando de fútbol, Samuel me dejó en el edificio residencial a las cuatro de la tarde, y justo antes de que partiese, le propuse que fuese mi terapeuta; él aceptó y en tono de broma me dijo que cobraba caro.
Cuando entré al departamento, estuve sentado en la sala de estar, pensando en que preparar para la cena.
Luego fui a mi habitación y me recosté un rato en la cama. Tomé mi celular y revisé mi WhatsApp; mi lista de conversaciones solo la conformaban Samuel, Cristian, Alana, Susi, Eva, Cata, Carla y Camila.
Opté por decirle a Carla que la había pasado bien con su hermano, pero justo ante de escribirle, recibí un mensaje de Cristian.
Mi hermano decía que Alana había entrado en labores de parto. Las contracciones se le presentaron antes de lo estimado y ya la habían internado; estaba por nacer mi sobrina.
Pensé decirle que se tranquilizase, pero las notas de voz no dejaban de llegar. Lo más que pude hacer fue tenerle paciencia y escuchar sus palabras de desesperación, emoción y miedo.
Horas después, cuando terminé de cenar, Alana Paulina nació midiendo cuarenta y dos centímetros, y pesando poco más de tres kilos. Vino al mundo perfectamente sana, con rasgos idénticos a los de su mamá como su nariz respingada y la forma de sus labios.
Entonces, emocionado y orgulloso por la llegada de un nuevo miembro a la familia, le pedí a Cristian muchas más fotos de las que me había mandado, pues quería presumirle a Carla y a Samuel que tenía una nueva sobrina.