«No debí comprar este apartamento», pensé una mañana conforme consideraba la oferta laboral de Carla Marshena.
Es cierto que alquilar hubiese sido mejor opción, aunque jamás imaginé que recibiría una oportunidad laboral de ella, así que lo que hice fue hablar con el presidente de la junta de condominio y avisarle que, a pesar del poco tiempo que tenía viviendo en el conjunto residencial, pondría a la venta mi apartamento.
Él no tuvo problemas al respecto, y menos cuando acordamos beneficiarnos mutuamente con el aumento del precio del inmueble, ya que ofrecí venderlo completamente equipado. Así que este se encargó de las diligencias necesarias para la venta, mientras que yo me centré en ponerme al día con mis documentos migratorios.
Muchas diligencias fueron posibles gracias a que el año 2021 trajo consigo une leve flexibilización de la cuarentena, por lo menos en Nuevo León.
Sin embargo, persistía un seguimiento estricto por parte de las autoridades, y a donde quiera que fueses a viajar, debías hacerte una serie de pruebas para descartar un posible contagio.
A pesar de todo, el miedo que alguna vez reinó en la ciudad quedó en el pasado y aquellos objetos que significaban una incomodidad, como el cubre bocas y los guantes, se volvieron parte de nuestra vida cotidiana.
Entonces, pasaron los días, y entre diligencias para estar al día en caso de recibir una llamada de Carla Marshena, recibía a los posibles compradores de mi apartamento para darles un recorrido y acordar hipotéticamente las formas de pago, las cuales preferí que fuesen en divisas norteamericanas.
Fue al cabo de un mes que finalmente vendí mi apartamento con treinta por ciento más de lo que me costó, aunque ese porcentaje lo dividí a la mitad con el presidente de la junta de condominio por su ayuda. Así que, en vista de que ya no tenía un hogar, me vi en la necesidad de volver por unos días a la casa de Uriel.
Ahí, revelé que regresaría al Distrito Capital con la esperanza de recibir una oferta laboral desde Argentina, cosa que no le agradó a Uriel. De hecho, me dijo con cierta molestia que no le gustaba la idea de distanciarnos nuevamente, aunque a fin de cuentas, y considerando que era una gran oportunidad para mí, terminó comprendiéndome.
Dejé algunas de mis pertenencias en casa de Uriel, así como también un regalo para Eva, esto con la intención que ella conociese a las personas que formaron parte de mi vida en un periodo de tiempo complicado para el mundo.
La señora Tomassi, por su parte, me deseó la mejor de las suertes y me pidió, como una madre le pide a su hijo, que regresase a casa cuando no tuviese a dónde ir.
Se le notaba la preocupación en el rostro, sobre todo por verme depender de un bastón para caminar, así que me vi en la situación de decirle que no tenía que preocuparse y que agradecía de corazón su ofrecimiento.
El día de mi despedida, con un dejo de tristeza ante la idea de abandonar nuevamente mi ciudad natal, recibí por parte de Uriel un bloc de notas y un bolígrafo de edición ilimitada; unos de los mejores regalos que me dieron en la vida. Mientras que la señora Tomassi preparó un delicioso pastel de carne para el camino, creyendo que viajaría en autobús.
No les había dicho que antes de regresar al Distrito Capital, pasaría unos días en Ciudad del Valle, y no por el hecho de hablar con mis padres, sino para despedirme de la única persona que me importaba en ese lugar.
El ambiente en el aeropuerto era estresante, los soldados del ejército no nos permitían circular con libertad y los agentes de la policía municipal daban un pésimo trato a los viajeros que recién llegábamos.
De hecho, tuve que sacrificar mi pastel de carne para recibir un trato preferencial por parte de un grupo de soldados que me ayudaron a abordar rápido un avión con destino a Ciudad del Valle; fue un vuelo de treinta minutos.
Cuando llegué a Ciudad del Valle, y a pesar de contar con una buena cantidad de dinero en mi cuenta bancaria gracias a mi trabajo y la venta del apartamento, preferí hospedarme en un hotel barato, cercano al Palacio de Eventos que en ese entonces fungía como refugio para personas vulnerables.
La situación con respecto a la pandemia pareció ser bastante compleja, o esa fue la impresión que tuve, pues el ritmo de vida que noté en la ciudad era deprimente.
Ese mismo día, hice una llamada telefónica a Camila, que al principio me colgó creyendo que era un desconocido; había olvidado mencionarle que cambié de número telefónico.
En mi segundo intento, cuando exclamé su nombre y se dio la oportunidad de escucharme, se alegró mucho al saber que era yo y estaba en Ciudad del Valle; me reclamó el no haberla contactado durante tanto tiempo.
Tras explicarle que me habían asaltado, le propuse que se encontrase conmigo en la cafetería del señor Francisco, misma que empezó a frecuentar desde que se la recomendé; que bien me vino tener una amistad tan duradera con él, incluso se alegró mucho cuando me vio.
A mi sobrina se le complicaba salir de casa por la constante vigilancia de mis padres, pero le incité de nuevo a ser rebelde y usar a modo de excusa que necesitaba despejar su mente; para mi asombro, el plan funcionó.
Estaba un poco ansioso conforme recordaba aquella niña que siempre luchaba por ser el centro de mi atención. Eran muchos los años que habían pasado y no sabía con qué clase de personalidad me iba a encontrar.
Cuando llegué a la cafetería y mi vista se centró en aquellos hermosos ojos color ámbar que me hicieron recordar el primer día en que la tuve en brazos, no pude evitar tener la necesidad de abrazarla, pero me abstuve de hacerlo debido a las restricciones para prevenir el coronavirus.
Camila estaba preciosa, su belleza florecía y era evidente que se convertiría en una mujer hermosa.
—¿En serio eres Camila? ¡No! Tú no puedes ser mi sobrina, ella es una niña encantadora, no una muchacha tan bella como tú —dije en tono de broma al encontrarnos.
Ella estaba sentada cerca del lugar en que el señor Francisco atendía y podía estar a su pendiente; de hecho, lo saludé a él también, asintiendo con la cabeza cuando cruzamos miradas.
—Tío, los niños crecen y maduran, o sea, ya no soy una niña —dijo con aquella gracia típica de las adolescentes.
Ya que estaba bajo mi cuidado, la invité a la mesa que solía compartir con Eva y nos pusimos al corriente de todo lo que había sucedido desde que llegó a casa de mis padres.
Camila comentó que Noel vivía en constante despecho tras ser engañado por Dinorah, mientras que de Francis no sabía nada, que ni un saludo le dedicaba a su hija; me decepcionó el comportamiento de mi excuñada.
Por mi parte, le conté con más detalles el asalto que sufrí, ya que se le hacía extraño verme depender de un bastón, aunque resaltó que lucía cual noble inglés del siglo XIX vestido con prendas del siglo XXI.
A fin de cuentas, tuvimos un grato reencuentro, nada exagerado y en el que solo priorizamos el hecho de estar juntos después de tanto tiempo. Compartimos una deliciosa merienda, reímos y lloramos, e incluso hablamos de su futuro, pues Camila anhelaba ser modelo profesional, y yo estaba más que dispuesto a apoyarla.
Por desgracia, nuestro tiempo junto se nos terminó, por lo que tuvimos que despedirnos, aunque antes de hacerlo, le propuse que nos viésemos de nuevo a la mañana siguiente, pues tenía en mente mostrarle un lugar con el que me pudiese recordar siempre que se sintiese sola; quise que experimentase un momento inolvidable y único que nos marcase a ambos.
Al día siguiente, antes de encontrarnos, le pedí a Camila que vistiese con ropa cómoda, preferiblemente deportiva. Alegué que iríamos de campamento y que tenía un permiso especial por parte de las autoridades para hacerlo, ya que en su perspicacia intuí que me preguntaría al respecto.
Camila y yo nos encontramos en la cafetería del señor Francisco, con quien estuve conversando desde una hora antes e incluso contactó a un amigo en la comisaría para que nos hiciese el favor de transportarnos.
Camila llegó a la cafetería antes de las nueve con treinta de la mañana, y se mostró asombrada cuando supo que nos iríamos en una patrulla; segunda vez para mí.
Durante el trayecto, Camila no paró de hacerme preguntas sobre el lugar al que nos dirigíamos y la razón por la cual llevaba una cámara fotográfica; su comportamiento infantil, lo disfruté.
Nuestro trayecto se vio interrumpido por algunos soldados del ejército que nos pidieron volver a casa, aunque gracias a la intervención del oficial de la policía, pudimos seguir adelante.
Antes de llegar a ese barrio en el que tantas veces estuve con Eva, nos situamos cerca de una alcabala de la Policía Nacional en la que el oficial estaría de servicio hasta las tres de la tarde, por lo que tenía tiempo suficiente para disfrutar de esos hermosos lugares que Ciudad del Valle ocultaba en ese denso bosque de pinos.
Camila no demostró miedo cuando empezamos a caminar por aquel barrio lleno de recuerdos para mí, aunque fuese una zona deprimente dada la situación que muchos vivían.
Sus preguntas me llegaron como ráfagas conforme seguíamos caminando hasta que llegamos a ese riachuelo y a todas me tomé el tiempo de responderlas.
—Entonces, ¿en esas ruinas vivía la tía Eva? —preguntó, conforme cruzábamos el riachuelo antes de adentrarnos al bosque.
—Sí, y ten cuidado de resbalarte —respondí.
—Es increíble que conozcas un lugar como este. Ya no parece un barrio, sino una reserva natural —comentó.
—Lo mejor está por venir —dije con un dejo de emoción.
Pensé que Camila se detendría antes de adentrarnos en el denso bosque de pinos, pero al contrario, demostró un espíritu aventurero que envidié, pues la primera vez que estuve en ese lugar con Eva, me negué a entrar.
Una vez que estuvimos dentro del bosque, y con la repentina sospecha de que nos estaban siguiendo, tomé caminos aleatorios para despistar a quien sea que estuviese detrás de nosotros.
Si hubo alguien, supe que logré confundirlo con las indicaciones que siempre me daba Eva, ya que nunca logró dar con el rio de aguas cristalinas que dejó asombrada a Camila; estuvimos durante una hora descansando y comiendo el refrigerio que nos preparó el señor Francisco.
Tras soportar la tentación de darnos un chapuzón, seguimos adentrándonos con pasos lentos en el bosque. Me costaba andar por ciertas zonas en las que sentía dolor de repente y me veía obligado a detenerme.
Camila se mostró aterrada cuando le conté la historia de los indígenas asesinados que Eva me relató hacía tantos años, aunque le aseguré que solo era una leyenda local y que no debía preocuparse; algunos rasgos infantiles persistían en su comportamiento.
Me costó mucho llegar a la entrada de la cueva; no pensé que aquello me significase tanto esfuerzo, pero al final valió la pena.
No voy a olvidar nunca el asombro de Camila cuando atravesamos la cueva y dimos con la vista más hermosa de Ciudad del Valle, ese lugar en el que compartí tantas tardes y noches junto a Eva e imaginamos tantos futuros juntos.
—¡Esto es asombroso! —exclamó Camila.
—Solamente ella y yo, y ahora tú, sabemos de este lugar —alegué.
—¿Cómo es eso posible? —preguntó asombrada.
—Porque siempre dejábamos dinero a simple vista en esa roca —respondí al señalar la roca—. ¡Ah, mira! Todavía está este billete que dejé hace unos años.
—¡Es un lugar secreto! ¡Me encanta! —exclamó con emoción.
—Una cosa que debes saber, Camila, es que aquí solo traemos a las personas que realmente amamos… Tal vez suene inmaduro, pero es lo que Eva me transmitió la primera vez que me trajo —revelé.
—La tía Eva y tú eran muy unidos, ¿verdad? —preguntó.
—Si —musité con un dejo de tristeza.
Camila me miró sin decir una palabra.
El brillo de sus ojos me daba a entender que estaba conmovida; su abrazo fue realmente reconfortante.
—¿Te estás despidiendo de mí? —preguntó con voz entrecortada.
Yo la miré y no pude evitar sentirme triste por lo que le iba a revelar.
—Es posible que me ofrezcan un buen empleo en Argentina, y solo estoy esperando una llamada para irme —respondí.
—¿Por qué? —preguntó con persistente voz entrecortada.
—Es una oportunidad única —respondí apenas, pues tenía un nudo en la garganta.
Ella no dijo nada, solo pegó su rostro a mi pecho y desahogó su tristeza con sollozos.
—Entiendo por qué me trajiste aquí —dijo cuándo recuperó la calma—. Gracias por mostrarme este lugar, te amo tanto y te voy a extrañar mucho.
—Yo también te amo, Camila, y prometo llamarte siempre… Y cuando tenga la oportunidad de enviarte regalos, cuenta con que lo haré —respondí.
Los últimos minutos de estancia en la montaña, estuvimos mirando el horizonte y el panorama que nos ofrecía ese lugar.
Ver a Camila tan tranquila y tal vez reflexiva me hizo pensar que la despedida estaba contribuyendo en su madurez.
Yo, mientras tanto, le escribí una carta a Eva con la esperanza de que tan pronto volviese a Ciudad del Valle, visitase la montaña y encontrase mi mensaje junto a la lápida de la señora Cecilia.
Acá estoy junto a mi sobrina, la persona que más amo en la vida.
¿Recuerdas esa noche cuando me dijiste que solo debíamos traer a las personas que amamos? Bueno, ya he hecho mi parte; Camila no ha dejado de mirar el horizonte y está muy feliz de estar aquí.
Algún día estaré feliz por saber que tú también trajiste a alguien que ames más que a mí. No sé quién vaya a ser esa persona, aunque supongo que lo sabré con el paso de los años.
Eva… No he tenido la mejor vida y he cometido muchos errores, lo sé y he pagado caro por ello, pero, a pesar de todo, no me arrepiento porque, a día de hoy, aprendía a ver el lado positivo de las cosas y, en gran parte, ha sido gracias a ti.
Te amo, Eva, eres lo mejor que me ha pasado en la vida después de mi sobrina.
P.D. Me voy a Argentina; creo que conseguí un buen empleo… Te dejaré la ubicación y el contacto de Uriel (mi mejor amigo) con mi sobrina. Necesito que vayas a su casa, busques mis pertenencias y se lo entregues todo a Camila. También he comprado un regalo para ti, espero que te guste.
La despedida con mi sobrina no fue sencilla, pues tanto ella como yo no queríamos separarnos; cuánto anhelé llevarla conmigo a Argentina.
Mi adorada Camila se fue llorando a casa de mis padres después de llegar a la cafetería del señor Francisco; eso me rompió el corazón.
Al menos, me quedé con el consuelo de haber compartido gratos momentos junto a ella, de cumplir mi promesa y mostrarle uno de los lugares más hermosos de toda Ciudad del Valle, ese lugar que tenía un gran valor sentimental tanto para Eva como para mí.