Unos días después de despedirme de Camila y el señor Francisco, y dar un último paseo en una ciudad que tantos recuerdos produjo en mí, partí hacia el Distrito Capital viéndome obligado a pagar un boleto aéreo en primera clase para un vuelo de tres horas.
Necesitaba hacer varias diligencias en el Distrito Capital, pues más allá de comentarle a mi hermano sobre la posibilidad de irme a Argentina, debía comunicarle al señor Lovera que, por dicha razón, renunciaría a mi puesto laboral en El Informante.
A todos quería agradecerles por las oportunidades que me brindaron, ya que nada de lo que estaba viviendo hubiese sido posible si fuese por el apoyo que recibí desde el momento en que abrí mis ojos tras despertar del coma.
Antes de partir de Ciudad del Valle, le pedí a mi hermano que me esperase en el aeropuerto entre las dos y tres de la tarde, pues la salida de mi vuelo se retrasó y al final el avión despegó a pocos minutos para las once de la mañana.
El viaje por lo menos fue relajante y apenas éramos cuatro pasajeros en primera clase; recibimos buena atención y entablé una conversación con un señor de gustos muy refinados.
Horas después, cuando me reencontré con Cristian, este no se contuvo para darme un abrazo aún con los reclamos de algunos agentes de la Policía Nacional que nos pidieron respetar las medidas preventivas contra el COVID-19. Estaba feliz de verme, aunque se preocupó al notar mi dependencia del bastón.
Cuando le conté que me asaltaron y me atacaron, se mostró muy indignado, como no lo había visto en años. Apenas pude tranquilizarlo diciendo que ya estaba junto a él y eso era lo que importaba.
De camino a su apartamento, estuvimos hablando de Camila y lo desamparada que estaba, aún contando con la atención de papá y mamá.
Cristian se mostró preocupado por la situación de nuestra sobrina, pero era poco lo que podíamos hacer, pues a pesar de la ausencia de Noel en su vida, era él quien velaba por ella y pagaba su educación, caprichos y lujos; nuestro hermano no era la mejor figura paterna, aunque a fin de cuentas era su padre.
—Y, ¿qué tal el trabajo? —preguntó Cristian para cambiar de tema.
—Pues no me quejo, 2020 fue un año complicado, sobre todo con lo que me tocó vivir en mi labor periodística —respondí.
—Debió ser difícil tener que ver tanta desgracia —alegó.
—Traumatizante sería la palabra adecuada —dije.
Cristian se preocupó cuando dije esas palabras; incluso optó por seguir hablando de Camila.
—Camila me comentó que la llevaste a una hermosa laguna y le obsequiaste doscientos dólares… Ojalá que papá no se entere. Lo mejor será que esconda el dinero para cuando lo necesite.
—Sí —respondí—, lo bueno es que ahora duerme en mi antigua habitación, así que le mencioné los escondites dónde solía guardar…, tú sabes…, esa mierda.
—El pasado, pisado y superado, hermanito… Espera a llegar al departamento para que te asombres con el mejor regalo que me ha dado la vida.
—¿Qué? ¿Acaso estás embarazado? —pregunté a modo de broma.
No esperaba que mi pregunta fuese certera, pues la reacción de mi hermano demostró que había dado en el clavo.
—Sí, ¡estás embarazado! Felicidades, Cristian.
Cristian esbozó una sonrisa que lo hizo rejuvenecer diez años; vi en su expresión a aquel joven que llegó durante esas vacaciones para revelarme que Alana había abortado.
Él quería tanto a ese bebé como al que estaba esperando entonces. Tal vez por eso no pudo evitar sentirse afligido ante ese doloroso recuerdo.
Cuando llegamos al apartamento, no pude ocultar el asombro de ver a Alana con un avanzado estado de embarazo. Lucía hermosa y encantadora con su vestido. Ella se mostró alegre y emocionada por la segunda oportunidad que le daba la vida para ser mamá.
Mi cuñada intentaba ser una buena anfitriona, pero Cristian le recordó que no debía hacer demasiados esfuerzos; tendrían a una hermosa niña a la que llamarían Alana Paulina.
Ese primer día en el departamento se me complicó decirles que iba a renunciar a mi empleo en El Informante y que esperaba una oferta laboral desde Argentina, aun cuando para ello podían pasar hasta meses, como intuía.
Sentí que hablarles sobre eso de buenas a primeras les arruinaría la alegría del momento, y la verdad es que me encantaba la manera en que presumían el embarazo como para echarlo todo a perder con una noticia delicada.
Ellos eran muy felices en ese entonces.
Bueno, supongo que siempre lo han sido porque nunca me enteré de algún problema grave de su parte.
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Dos días después, cuando le comenté a Cristian que recibiría una oferta laboral de Argentina, tal como intuía, se entristeció al punto de no dirigirme la palabra por unas horas. Alana también se mostró afligida, pero al menos tuvo la amabilidad de escucharme al explicar mis objetivos.
—¿Estás seguro de aceptar una oferta como esa? —preguntó Alana.
—Una vez, Cristian me dijo que debía aprovechar mi juventud para conocer el mundo. Mencionó eso de salir de mi zona de confort… Por eso creo que esta es la oportunidad perfecta —respondí.
—Entiendo —musitó Alana—. Pero de igual manera, no es fácil aceptar la idea de dejarte ir tan lejos.
—Nunca es fácil dejar ir a quienes amamos, pero es parte de la vida… Yo los entiendo perfectamente. Pasé por lo mismo cinco veces cuando vi a mis hermanos y a Eva irse de casa —alegué.
De repente, Cristian regresó a la sala de estar y se sentó al lado de Alana. Tenía un mejor semblante en comparación a cuando se fue a su habitación.
—Apoyaré cualquier decisión que tomes, Paúl, pero…
—No será para siempre, Cristian, si veo que no me va bien, regresaré cuanto antes —dije al interrumpirlo.
—¿Estás seguro de viajar tan lejos? —preguntó.
—Todavía no es un hecho, aún no recibo la oferta… Puede que incluso nunca llegue, pero de igual manera, debo estar prevenido. Por eso le comenté al señor Lovera que en cualquier momento puedo renunciar —respondí.
Dicho eso, jamás imaginé que, al cabo de una semana, recibiría un correo electrónico de Carla Marshena presentándome su oferta laboral, un contrato que firmé tras leerlo y un boleto aéreo en primera clase con destino a Buenos Aires desde el Aeropuerto Internacional del Distrito Capital.
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Entonces, con el paso de unos días, me despedí de Alana con un cálido abrazo, un beso en su mejilla y hablando como idiota a su panza, diciéndole a mi sobrina que la visitaría tras su nacimiento.
Cristian me llevó al aeropuerto y me ayudó con el equipaje. También se aseguró de dejarme bajo el cuidado del personal de la aerolínea. Me causó gracia la manera en que seguía tratándome como a un niño.
Mi hermano y yo nos despedimos con un abrazo y dedicándonos promesas en las que priorizamos un futuro reencuentro. Lloramos juntos y nos costó separarnos, pero tuvimos que manejar la situación como los hombres que ya éramos.
—Deseo de todo corazón que te vaya bien, Paúl… Esperaré con ansias noticias de ti —dijo Cristian con voz entrecortada.
—Gracias, te escribiré tan pronto me establezca… Supongo que nos comunicaremos por Facebook antes de comprar una línea con el código de área argentina —respondí.
—Paúl —musitó.
—¿Sí? —inquirí.
—Cuídate mucho, por favor —dijo, conteniendo las ganas de llorar.
—Lo haré —respondí, sintiendo ese dolor que le causaba verme partir, por eso le di otro abrazo.
Cristian dejó escapar un breve sollozo, así que lo consolé por unos segundos más y dejé que se desahogase.
—Cristian, agradezco todo lo que has hecho por mí… Ten en mente que lo que logre a partir de ahora será gracias a ti. Te amo, hermano. Sin ti nada de esto sería posible, y juro que te haré sentir orgulloso —dije.
Cristian asintió y finalmente me dejó partir.
Al verlo alejarse de mí, fue cuando logré dejar escapar la tristeza que me generaba despedirme; no pude evitar llorar.
Entonces, abordé a las cuatro con treinta de la tarde, teniendo la suerte de contar con la atención de una amable y atractiva tripulante de cabina.
Me sentí especial por ser su centro de atención, pero me enteré que todo era a petición de Cristian, que incluso desde la distancia que nos empezó a separar, me siguió cuidando.