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Chapter 12 - Capítulo 12

Con el emprendimiento puesto en marcha, Uriel y yo nos centramos en la promoción de nuestro producto en redes sociales. Mi experiencia como community manager nos fue de gran ayuda, y con la idea de mi amigo de ofrecer una oferta de dos por uno en los primeros cien pedidos, logramos una hazaña comercial.

En tan solo un mes de arduo trabajo y esfuerzo, sobre todo por parte de las señoras Tomassi y Heredia, logramos recuperar la inversión e incluso generar un treinta por cierto de ganancia neta.

Cuán afortunados nos sentimos por tener, más allá de una distracción y un trabajo, una fuente sólida de ingresos. Pero, sin lugar a dudas, el mejor mes para Confecciones Tomassi, nombre de nuestro emprendimiento, fue julio.

Habíamos llegado a un acuerdo con una tienda de textiles que en medio de la cuarentena se declaró en banca rota; por ende, compramos las mejores telas a muy buen precio. Esto nos permitió ofrecer a nuestra creciente clientela una excelente calidad y eficiencia en nuestros cubrebocas.

La mayoría de nuestros clientes eran servidores públicos de Nuevo León, mismos que nos permitieron llegar a acuerdos contractuales con algunas clínicas, la estación de bomberos y la comandancia principal de la policía nacional.

También hubo personas que nos hacían pedidos por unidad a través de nuestras redes sociales y otros que adquirían cubre bocas al por mayor para su reventa.

Nos resultó impresionante que nuestro emprendimiento a la vez generase empleo a otras personas, aunque a Uriel no le agradó lo de las reventas. De igual manera, lo hice cambiar de parecer al decirle que en tiempos de crisis no podíamos estar con el egoísmo de por medio, ya que a fin de cuentas, el sol sale para todos.

Lo increíble, a mediados de julio, fueron las proyecciones económicas que tuvo el emprendimiento para el fin de año, y resulta que tenía patentado un negocio que, si bien no me daría tantos beneficios como lo hicieron mis acciones, me permitiría multiplicar considerablemente el dinero que invertí.

Tales eran nuestras ganancias que la señora Tomassi consideró la contratación de dos chicos de la urbanización para agilizar los procesos de empaquetado y la atención al cliente mediante las llamadas telefónicas que recibíamos.

Sin embargo, a mediados de agosto, enfrentamos un pequeño inconveniente en nuestro emprendimiento, pues resulta que a Uriel le empezaron a llegar una cantidad abrumadora de obras por editar; cientos de autores se habían hecho con los servicios de la empresa editorial para la que trabajaba.

Desde entonces, Uriel vivía tan ocupado que poco salía de su estudio, por lo que dejó de ayudarme con la promoción y publicidad de Confecciones Tomassi en las redes sociales. El pobre estuvo a punto de renunciar cuando se vio saturado de trabajo, pero por suerte, le duplicaron el salario y pudo seguir adelante con un empleo que se tornó demandante en esa época.

●●

Una mañana recibí una llamada de Cristian, contándome que la situación en el Distrito Capital se había calmado un poco, aunque alegó que seguía siendo problemático realizar sus compras semanales.

Escuchar a mi hermano expresarse con un dejo de calma me alivió bastante, aunque la noticia que me dio después me dejó un poco asombrado.

Resulta que, se enteró por medio de Noel, que él y Francis se habían divorciado.

El confinamiento les vino mal y aquella situación los llevó a tener discusiones a menudo.

Noel en ese entonces vivía con mis padres y se había llevado consigo a Camila, que ya tenía trece años.

Cristian comentó que Francis estaba amenazando a mi hermano con dejarlo en la ruina si no compartía la custodia de mi sobrina, pero Camila no quería estar con su mamá.

Para ese entonces, mi excuñada ya era un problema andante con su personalidad pedante y no dudaba al humillar a los que consideraba inferiores; se había vuelto demasiado exigente.

Cuánto deseé hablar con Camila en esos momentos y decirle que todo iba a estar bien, que contaba conmigo, pero no le iba a mentir a mi sobrina diciendo cosas que jamás iban a suceder.

A partir de entonces, Cristian me ponía al tanto de la situación entre Noel y Francis, y de cómo nuestros padres evitaron meterse en ese problema a pesar de las súplicas de nuestro hermano. Lo más que hacían era aconsejarlo y decirle que buscase apoyo en otro abogado, y aprovechase que Camila estaba de su lado.

Si bien no me afectó mucho la situación de Noel, ya que seguía algo resentido, no pude evitar preocuparme por él; a fin de cuentas era mi hermano.

Además, enfrentaba una situación que podía afectar psicológicamente a Camila, y no quería que mi sobrina saliese afectada por cosas en las que no tenía una mínima culpa.

Por otra parte, en medio de mi preocupación, a mediados de septiembre recibimos la visita de Thiago Carvalho, un empresario e inversionista portugués popular en Nuevo León y dueño de muchos comercios que para entonces habían cerrado; quizás por eso se interesó en Confecciones Tomassi.

Tras tener una breve conversación cortés y amistosa, el señor Carvalho nos indicó que estaba dispuesto a comprar nuestro emprendimiento, y, aunque sabía que Confecciones Tomassi valía más de lo que ofreció, dada las proyecciones que teníamos para finales de año, acepté la oferta por el hecho de descuidar el negocio a causa de mis preocupaciones y el estrés que se evidenciaba en el rostro de la mujer a quien consideré mi madre en ese entonces.

El señor Carvalho y yo llegamos a un acuerdo al cabo de una semana. Él, en mi presencia, se encargó de hacer una transferencia a mi cuenta bancaria tan pronto firmamos nuestro contrato.

Quise darle la mitad del dinero a la señora Tomassi, pero aceptó tan solo un treinta por ciento, lo cual era bastante y que dividió con su vecina, Uriel y los jóvenes que tuvimos como empleados.

Entonces, debido a la excelente suma de dinero que se sumó a mi capital en mi cuenta bancaria, y considerando que las medidas de restricción estaban disminuyendo su severidad, tomé la decisión de mudarme y comprar un apartamento en el centro de Nuevo León.

Uriel y la señora Tomassi no estuvieron de acuerdo con que me mudase, pero ya bastante me habían ayudado hasta entonces; no quería seguir siendo una carga, por mucho que colaborase con los gastos mensuales.

Además, anhelaba disfrutar de mi independencia y aceptar la oferta laboral que me ofreció el señor Lovera cuando me informó del retorno de las actividades en El Informante.

Fue en noviembre cuando finalmente pude comprar un apartamento pequeño en un edificio residencial ubicado en el centro de Nuevo León, en una zona bastante segura y cerca de los lugares que consideré importantes.

Mi capital se redujo considerablemente con mi adquisición, además de las compras que hice respecto a los electrodomésticos que quería y algunos juegos de mueble.

Llevar a cabo la mudanza fue tarea fácil, pues solo llevaba conmigo mi equipaje.

En cuanto a los permisos para movilizarme por la ciudad, tuve la suerte de contar con el apoyo del señor Lovera, quien contactó a un conocido suyo en Nuevo León para que me consiguiese un permiso especial que se les otorgó a los periodistas y trabajadores de sectores no tan esenciales.

Se sintió extraño tomar mis primeras decisiones importantes sin la intervención de Cristian, pero de igual manera tenía que informarle de mi mudanza y pedirle que me enviase las cosas que dejé en su apartamento.

Él se mostró bastante alegre y orgulloso por mi decisión, aunque de pronto rompió a llorar durante nuestra llamada telefónica, por lo que continué hablando con Alana. Mi cuñada me felicitó y también demostró su orgullo y aprovechó el momento para decirme que enviaría unos obsequios.

Fue sin duda alguna una de las mejores épocas de mi vida, sobre todo cuando al cabo de una semana de haberme establecido en mi apartamento, poco amueblado por cierto, el señor Laya, presidente de la junta de condominio, me llamó para notificar que habían llegado varios envíos a mi nombre.

Fue sorprendente que todas las compras que realicé a través de Amazon llegasen el mismo día.

Eran bastantes cosas y necesité la ayuda de varios vecinos que me ayudaron a subir todo hasta mi apartamento ubicado en el sexto piso.

Nos tomó más de tres horas subir todo, por lo que a modo de agradecimiento les invité el almuerzo y algunas cervezas.

El olor a nuevo impregnó mi departamento, y me llevó un par de días ordenar y limpiar el desastre que dejé luego de desembalar los muebles y electrodomésticos.

La encomienda de mi hermano tardó dos semanas en llegar, y cuando subí a mi departamento, lo primero que hice fue encender mi laptop donde había una nota pegada en la pantalla con la caligrafía de Alana que decía: «Hay una guía de decoración en el escritorio en formato Word, espero que te sirva».

Le eché un vistazo y no perdí tiempo para poner manos a la obra ante los consejos de mi cuñada.

Tardé una semana en terminar con la decoración, y me encantó como lucían las cortinas y los adornos de madera que ella y mi hermano me obsequiaron.

Cuánta satisfacción sentí cuando finalmente pude llamar hogar al pequeño pero acogedor espacio. La sensación de orgullo llenó el vacío de las tristezas que por instantes invadían mi mente; había encontrado mi éxito personal.

Fue increíble la forma en que todo surgió de la nada, sin planificarse y quizás ahí estaba la razón de sentirme realizado, aunque me faltaban cosas por comprar.

Además, con la nueva oferta laboral que acepté por parte del señor Lovera, ya tenía una fuente de ingresos que me permitiría mantener mi nuevo estilo de vida, aunque me seguía quedando dinero para sobrevivir tres meses sin empleo.

La oferta laboral fue inusual, pues debido a que Elizabeth renunció a El Informante, tuve que cubrir también la labor periodística, un trabajo que conocía pero que jamás había ejercido y en el que no era profesional.

El señor Lovera dijo que no me preocupase, pues seguíamos atravesando una crisis financiera en la empresa y no podía contratar a nuevos periodistas.

Así que, a fin de cuentas, me pidió que buscase noticia, redactase las informaciones recolectadas, tomase fotografías y se lo enviase al departamento de edición, dónde se encargarían de corregir mis fallas en la labor periodística.

Atreverme fue otra de las buenas decisiones que tomé, además que gracias a mi nuevo trabajo, obtuve un salvoconducto que me permitía circular por la ciudad por un periodo de ocho horas diarias, aunque fue un tanto complicado transportarme sin un vehículo; a fin de cuentas, tuve que contratar a un transportista.