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Chapter 5 - Capítulo 5

Casi todos los días hablaba con Eva y Susi a través de Skype, a quienes les informaba de mis avances respecto a mi progreso físico y mental.

Ambas se mostraron orgullosas por las buenas noticias, e incluso se ofrecieron a buscarme empleos mejor remunerados como community manager, pero preferí seguir por cuenta propia, pues de esa forma sentía que no era un inútil.

Valeska fue dejando de visitarme progresivamente con el paso del tiempo, y no le reproché que lo hiciese, pues los ratos que compartía conmigo, los empezó a compartir en quien se convirtió su novio; un buen chico, debo decir.

Otra persona con la que mantenía contacto a través de Facebook era Sabrina, que, para mi asombro, me reveló que estaba a punto de casarse. Recuerdo que lo dijo con un dejo de tristeza, pero le pedí que no se sintiese así, pues me alegró que encontrase el amor en otro hombre.

Algo que también me asombró en esa época fue enterarme por medio de Susi que estaba a punto de publicar su segundo libro; una autobiografía que tituló Sombras de una infancia robada. En ella, a diferencia de su primera obra, se centró en lo que enfrentó conforme pasaba por el complejo proceso de rehabilitación.

Susi tuvo la amabilidad de regalarme su obra un mes antes de su publicación, firmada con una dedicatoria que me conmovió, pues en ella resaltaba lo agradecida que seguía conmigo. Incluso, alegó que nunca podría pagarme lo que hice para salvarla de aquel mundo oscuro, aunque gran parte de la superación fue a causa de su voluntad.

Cuando leí el libro y me enteré de aquellos detalles que nunca pudo revelarme en persona, comprendí la razón por la cual Susi no quería escapar de ese mundo nocivo en el que vivía. En otras palabras, buscaba destruirse lentamente con la esperanza de dejar de sufrir y morir.

Me sentí como un imbécil al creer que yo estaba pasando por un mal momento, pues, aunque no lo parezca, Susi sufrió mil veces más de lo que yo sufrí a pesar de haber sido arrollado por una camioneta.

Era un libro triste y difícil de asimilar, sobre todo porque en sus páginas estaba escrita su realidad. Lo bueno fue que el final dejaba un mensaje de esperanza y superación, y de corazón deseé que su obra superase, por mucho en ventas, a su primera publicación.

Eva, Valeska y Susi, al igual que Cristian y Alana, fueron las personas que me permitieron seguir adelante y superarme; eso ya lo he dejado bastante claro. Pero un día, conforme revisaba algunas publicaciones en Facebook, me llegó una inesperada solicitud de amistad que me dejó sin palabras.

Mi hermano se extrañó cuando pasó a mi lado de camino a la cocina, y tras echar un vistazo a la pantalla de la laptop y ver el nombre de mi mejor amigo de la infancia, también se sorprendió.

—Tenía años sin saber de la existencia de Uriel —dijo mi hermano.

Ver el nombre de Uriel fácilmente podría ser motivo de genuina alegría, pero, ¿cómo podía darle la cara a una persona a quien prometí visitarla hacía tanto tiempo y que, para colmo, había olvidado por completo su existencia?

—¿No aceptarás su solicitud? —preguntó Cristian.

—No sé, no me siento capaz de volverle a hablar —respondí con notable arrepentimiento.

—Anda, acepta… Si te envió una solicitud es porque quiere saludarte y conversar contigo —alegó mi hermano.

—¿Tú crees? —inquirí avergonzado.

—Claro, ese chico y tú eran como uña y mugre. Estoy seguro de que quiere retomar la amistad que compartieron —respondió.

Tan pronto acepté la solicitud de amistad, en cuestión de segundos, recibí un mensaje de Uriel, quien en un testamento relató lo que había sido su vida desde que me mudé.

Uriel nunca perdió la confianza en mí, por eso no dudó en revelarme detalles de su vida que no creí necesarios revelar, como el hecho de escaparse de casa un mes porque no lo dejaron salir a una fiesta o que estaba a punto de graduarse de la universidad en la facultad de literatura.

También me habló de sus aventuras románticas y los éxitos que gozaba su padre en el ámbito laboral, así que me alegró que me hablase con total confianza de su vida. Sin embargo, responderle de igual manera me costó mucho, pero se trataba de mi mejor amigo.

No omití un solo detalle de mi vida.

Le conté absolutamente todo lo que viví en Ciudad Esperanza, y hacerlo me quitó un enorme peso de encima.

Con Uriel me abrí como no lo había hecho en ocho sesiones de terapia con el doctor Efraín Clark, el psicólogo que se encargó de mi rehabilitación mental.

«Debo ser más abierto con el doctor Clark», pensé, antes de seguir conversando con mi mejor amigo.

●●

Luego de tres citas en las que fui completamente sincero con el doctor Clark, descubrí que padecía un severo cuadro depresivo que ocultaba con un comportamiento alegre y optimista.

Siempre tuve el defecto, según él, de enmascarar la pena, el dolor, la culpa y la tristeza, con una personalidad muy ajena a lo que era yo realmente.

Tras salir de aquella tercera sesión en la que supe el problema con el que debía lidiar, Alana, quien me acompañó esa tarde, reveló que estaba de aniversario con Cristian.

—¿Quieres decir que Cristian tomó el turno completo hoy para darte un día libre? —pregunté.

Nos dirigíamos a un supermercado cercano a la clínica en el que Alana pretendía comprar los ingredientes para una cena sorpresa.

—Sí, tu hermano siempre exagera en sus formas de consentirme, así que quiero consentirlo de igual manera —respondió Alana.

En el supermercado tardamos unos minutos apenas, aunque de igual manera pude recordar la vez en que Eva y yo nos fuimos de compra con el cupón que ganó en el concurso de talento que se llevó a cabo en el colegio; acordarme de eso me hizo sonreír.

Una hora después, ya en el apartamento de mi hermano, Alana puso manos a la obra en su cena sorpresa, aun cuando eran las seis con quince de la tarde. Admiré su determinación al momento de llevar a cabo sus labores en la cocina; su habilidad culinaria era envidiable.

Al cabo de una hora, me pidió que estuviese pendiente de la salsa de carne que preparó, pues quería sorprender a mi hermano con uno de sus platillos favoritos; pasta a la boloñesa.

En el comedor finamente decorado, había dos copas de cristal reluciente y una botella de vino tinto.

No me percaté de eso cuando llegué; Alana era bastante habilidosa al momento de preparar sorpresas.

Entonces, tan pronto apagué la estufa, ya que la salsa estaba lista, fui a la sala de estar y me senté un rato en el sofá para esperar a mi hermano.

Unos minutos después, Alana salió de su habitación con una apariencia que me dejó sin palabras.

Ella siempre fue hermosa, pero ese día se superó a sí misma.

Alana se detuvo frente al espejo de cuerpo entero de la sala de estar y luego giró en mi dirección para pedir mi opinión. Se veía hermosa, elegante y sensual, y sin necesidad de ir a un salón de belleza, había logrado un gran cambio que me dejó boquiabierto y me hizo tropezar con mi bastón al momento de levantarme del sofá.

Alana se ruborizó al notar mi asombro; sus hermosos ojos brillaron y ante mi admiración, quizás se sintió cohibida. Por eso me anticipé al expresar con respeto lo que pensaba de ella.

—Alana, estás bellísima. Definitivamente, Cristian se sacó la lotería contigo.

—Gracias, ¿crees que le guste? —preguntó.

—¿Pero qué pregunta es esa, mujer? ¡Claro que le va a gustar! De hecho, debemos estar prevenidos con el número de emergencias porque puede que el asombro lo haga desmayar.

Alana dejó escapar una risa sutil, y entré en pánico cuando fue a la cocina para echarle un vistazo a la comida que preparó.

Yo le dije que no se preocupase, que me encargaría de servir la cena y atenderlos durante la velada, cual camarero de restaurante fino; temí que estropease ese hermoso vestido.

Fue mi momento de brillar y hacerme cargo de una cena romántica.

Cristian llegó a las ocho con veinte de la noche. Se le notaba agotado y estresado, pero el asombro fue más grande que el agotamiento cuando miró a Alana sentada con elegancia en el sofá de la sala de estar.

Me acerqué con formalidad e hice una inclinación hacia mi cuñada.

—Madame, ¿a qué hora sirvo la cena? —pregunté, imitando un pésimo acento francés.

Alana se limitó a sonreír y yo me emocioné por ver cómo sus ojos brillaron al notar el asombro de Cristian.

—Monsieur, ¿le importaría ir a su recámara? He de pedirle que use un atuendo acorde a la ocasión.

Cristian esbozó una sonrisa y, sin decir una palabra, fue a ducharse, afeitarse y vestirse con un elegante traje azul marino. Mi hermano se veía bastante apuesto y atractivo, por lo que junto a Alana hacía una pareja de ensueño.

La bella pareja estuvo en la sala de estar conversando y bebiendo vino tinto mientras yo servía la cena con una vestimenta casera que dañaba la ocasión y un equilibrio poco convencional. Aun así, desempeñé lo mejor posible mi papel de refinado camarero francés y les ayudé a disfrutar de una noche agradable.

—Mi vida, aunque el servicio ha estado a la altura, nuestro camarero no se ha presentado con la mejor vestimenta, ¿qué opinas de eso? —le preguntó Cristian a Alana mientras que yo servía unos panes al ajillo que mi cuñada preparó.

—Solo puedo decir que ha desempañado muy bien su labor —respondió Alana, a la vez que me dedicaba una bella sonrisa.

—Monsieur, Madame…, disfruten de la velada —dije al terminar de servir el resto de la cena.

Estaba orgulloso de mi hermano y admiré la forma en que, a pesar del tiempo que llevaba de relación con Alana, la seguía enamorando.

Lo consideré mi ejemplo a seguir, e incluso me hice ideas de mí tratando de enamorar a una mujer como él lo hacía con Alana.