Al cabo de unos meses, tras salir de una cita con el médico, quien alegó que en pocos días podría dejar de depender de mi bastón, Cristian insinuó que estaba listo para tener un empleo; sus palabras salían como si estuviese ocultándome alguna sorpresa.
Yo me mantuve sereno. No quería comportarme cual niño con juguete nuevo ni mostrarle demasiada emoción; me conocía muy bien como para darse cuenta que, por dentro, estaba eufórico.
Mi hermano comentó que uno de sus tantos pacientes era el señor Pablo Lovera, quien era dueño y director general de uno de los periódicos con mayor circulación del Distrito Capital y el país; El Informante.
Cristian reveló que le habló de mi experiencia como fotógrafo profesional y community manager, aunque también le dijo que mi condición física no era la mejor, dado el accidente que sufrí.
Con estas palabras de mi hermano, intuí que no era seguro que obtuviese un empleo en El Informante, pero de igual manera me preparé para llevar mi currículo y presentarme ante el mismísimo señor Lovera, quien se encargaría de entrevistarme.
Cuando llegamos al apartamento, al cabo de media hora Cristian salió de nuevo para seguir con su jornada laboral, por lo que dejé salir la euforia que tanto me costó contener, aunque Alana me regañó con severidad por los saltos que di.
Alana preguntó la razón de mi alegría, así que le revelé la buena noticia que mi hermano me dio y entendió la causa por la que estaba tan alegre.
—Aún no sé cuándo me llamarán, pero por la forma en que Cristian me dio la noticia, puede que sea en los próximos días —dije.
—Me da gusto, Paúl, y espero que tengas la oportunidad de desempeñarte a nivel profesional en esa compañía —contestó Alana.
—Quiero ir a comprar ropa para la entrevista, ¿me acompañas? —pregunté.
—No puedo, tengo que preparar el almuerzo —respondió.
—Pero, ¿al menos puedo ir yo solo? Hay una tienda que está a una cuadra de aquí.
—Sí, ve tranquilo, pero que no se te ocurra irte a otros lugares —dijo con recelo.
—¿Acaso eres mi mamá? —pregunté con voz socarrona.
—Creo que me he ganado el derecho a fungir como autoridad y figura materna para ti —respondió con severidad.
—Sí, tienes razón, y agradezco de todo corazón todo lo que has hecho por mí… Prometo que compraré tu postre favorito en la pastelería de la esquina —dije con un dejo de vergüenza.
●●
Una semana después, acudí a la oficina de recursos humanos de El Informante.
A cargo de la entrevista estuvo una señora amargada que, al principio, me juzgó mal por depender de un bastón.
Decidí ignorarla y solo responder a sus preguntas, aunque me extrañó que no me entrevistase el señor Lovera, como mencionó mi hermano al dejarme frente al edificio de la empresa.
Fui muy paciente ante las ofensivas preguntas, pues la muy desgraciada, cada vez que podía, decía cosas como: «un cojo no puede correr» o «los cojos necesitan un asistente y no podemos correr con ese tipo de gastos».
Supongo que intentaba ahuyentarme, pero no lo logró, ya que estaba entusiasmado por la posibilidad de tener un trabajo.
Tras culminar la entrevista, la gerente de recursos humanos me dijo con recelo que me llamarían en caso de contratarme, a lo que respondí agradeciendo con simpatía y calma; ella frunció el ceño.
Pensé que todo acabaría ahí, pero justo antes de salir de la oficina, la señora comentó con notable desprecio que jamás permitiría que un inválido como yo trabajase en una empresa tan prestigiosa.
Alegó que no merecía ningún trabajo en El Informante y mucho menos el que estaba solicitando, pues dado mi falta de movilidad, no podía postularme como fotógrafo.
Mi objetivo era comenzar en el área de administración web, diseño gráfico o community manager, puestos laborales que estaban por quedar vacantes. Así que opté por ignorarla y salí de la oficina.
Al salir del edificio y reencontrarme con mi hermano, a quien había llamado con antelación para que me llevase a casa, le comenté que todo estuvo de maravillas con tal de no preocuparlo. Así que regresamos al apartamento y me relajé un rato antes de buscar empleo en otras empresas.
Pensé que la intervención de esa señora ante el señor Lovera sería contraproducente, pero al día siguiente recibí para mi asombro una llamada del mismísimo señor Lovera.
Este me pidió que asistiese a su oficina para concederme otra entrevista, e incluso reveló que una de sus empleadas escuchó la forma en que la gerente de recursos humanos me entrevistó, por lo que se sentía avergonzado ante el trato de su empleada para conmigo.
El factor suerte estuvo de mi lado, gracias a esa persona que nos espió durante la entrevista y no dudó al momento de decirle todo al señor Lovera.
Por la tarde, tan pronto me presenté en la oficina del señor Lovera, este reveló que la gerente de recursos humanos fue despedida y que, además, tenía como principal objetivo que su hijo tomase las oportunidades laborales a las que me postulaba; por eso me trató mal e incluso manipuló mis respuestas en la entrevista.
El señor Lovera, a diferencia de la amargada señora, me dio un trato cordial y amable.
Quizá me tuvo un poco de lástima y me consideró en gran medida por la influencia de mi hermano, pero no le presté atención a esos detalles y procedimos con la entrevista.
Al principio, el señor Lovera hizo preguntas respecto a mis referencias laborales, por lo que hice mención de mis trabajos remotos y las experiencias que tuve en Ciudad del Valle como fotógrafo.
Enumeré un par de eventos sociales en los que trabajé antes del accidente, así como fiestas y bodas de la alta sociedad, por lo que el señor Lovera se mostró atento e interesado; era alguien a quien se le daba muy bien escuchar a los demás.
—Se nota que tienes responsabilidad laboral y sobre todo ética. Sin embargo, Paúl, debes estar consciente de que en El Informante siempre estamos en busca de los mejores profesionales. Nuestro objetivo es ofrecerles a nuestros lectores la verdad con fundamentos y pruebas. No somos partícipes del amarillismo, ya que es la seriedad e imparcialidad lo que nos representa —dijo.
—Lo entiendo perfectamente, señor, es lo que me motiva para querer trabajar aquí —respondí.
—Creo que no me entiendes —replicó.
—¿Señor? —pregunté confundido.
—A lo que me refiero es que, en tu condición actual, no puedo considerarte como fotógrafo para ninguna de las secciones de nuestro periódico.
—Oh, entiendo perfectamente, señor… Pero no me postulo como fotógrafo, aunque aspiro a serlo tan pronto termine de recuperarme —respondí.
—Ya veo —musitó, a la vez que se mostraba pensativo y echaba un nuevo vistazo a mi currículo—. ¿Sabes? En estos días he notado una preocupante deficiencia en nuestra presencia digital. Nuestro sitio web prácticamente ha sido abandonado por los administradores y en nuestras redes sociales no hay actualizaciones ni novedades de lo que hacemos.
El señor Lovera hizo una pausa cuando entró un joven que dejó en su escritorio una taza de café, a quien agradeció con amabilidad antes de dar un sorbo a su humeante bebida.
—Eres joven, Paúl, y dado que tienes conocimientos en el área digital, ¿qué tal te vendría trabajar como nuestro gestor y administrador de redes sociales? El salario no es bueno, pero dependiendo de los resultados que tengas, podría considerar ofrecerte una mejor remuneración en el futuro —sugirió al continuar.
—Pues sería un honor, señor —dije, emocionado.
Dado que llegamos a un acuerdo, estrechamos nuestras manos y esperamos a que una de sus empleadas se presentase con el contrato laboral, el cual firmé sin siquiera tomarme el tiempo de leer.
Significó un pequeño error, pero mi intuición decía que no había que preocuparse.
●●
Empecé a trabajar al cabo de una semana, y tuve buenas expectativas con mi nuevo empleo, sobre todo cuando conocí a mi compañera de oficina, Lucy Colmenares.
Era la nueva diseñadora web de El Informante y con quien hice un buen equipo, ya que, además de llevarnos bien, compartíamos ideas parecidas para la renovación digital del periódico; me sentí a gusto con ella.
Lucy tenía veintinueve años, era una experta en programación y diseño web, y se describía a sí misma como una amante de la computación.
Tenía una apariencia encantadora. Incluso parecía una muchacha de dieciocho años, sobre todo por su vestimenta juvenil.
Ella se convirtió en el alma de nuestra oficina y me dio unos cuantos consejos que me permitieron rendir de mejor manera en mis labores. Incluso me dijo que sacase provecho de mis habilidades como fotógrafo y diseñador gráfico para hacer de nuestras redes sociales más dinámicas y llamativas.
Gracias a sus consejos, me adapté de la mejor manera al ámbito laboral y logré mis objetivos antes del tiempo estimado, por lo que con el paso de un mes, logramos nuestra meta de posicionar las redes sociales y el sitio web de El Informante entre las plataformas más visitadas y seguidas del Distrito Capital.
El señor Lovera, notablemente satisfecho con nuestra labor, cuya influencia se notó en las ventas del periódico y algunas ediciones especiales de revistas, nos felicitó en la fiesta de aniversario de El Informante y sumó un excelente bono a nuestro salario.
Cristian y Alana, quienes estuvieron invitados a la fiesta, se mostraron orgullosos cuando el señor Lovera nos llamó a Lucy y a mí al escenario, dónde incluso tuvimos la oportunidad de dar un discurso en el que, si bien no di detalles de mi accidente, el cual mencioné, sí aproveché para agradecer a aquellos que habían influido en mi vida de manera positiva.