Sonidos distantes a mi alrededor me despertaron lentamente, aunque todo seguía oscuro y tenía vagos recuerdos de esa pesadilla.
Quise levantarme como cada mañana, pero por alguna razón, mi cuerpo no reaccionaba, así que me relajé y me dejé llevar por el pensamiento que surgió.
«Tal vez sea una parálisis de sueño», pensé.
Sin embargo, los sonidos distantes se hicieron cada vez más claros y, junto al repetitivo sonido de alguna máquina que me molestó, escuché las voces desesperadas de algunas personas que buscaban un doctor.
Tal vez pasó un minuto, o dos, cuando de repente sentí el tacto de una persona sobre mis párpados, mismos que abrió para encandecerme con una luz que me hizo doler la cabeza.
—Despertó —dijo una voz grave con seriedad.
—¡Gracias a Dios! —exclamó con alegría una voz que me resultó familiar.
—Te dije, cariño… Te dije que todo iba a estar bien —contestó otra voz familiar.
—Tenemos que seguir examinándolo, así que traten de mantener sus expectativas por debajo de lo normal —sugirió aquella persona de voz grave.
—Pero, ¿va a mejorar? —preguntó una tercera voz familiar.
—Es lo que esperamos, señorita —respondió esa persona de voz grave.
—Valeska, no te mortifiques, ¿sí? Fue un accidente y lo importante es que Paúl va a mejorar —dijo esa voz masculina familiar que me calmó.
Pensé que esas imágenes proyectadas en mi mente, de una camioneta acercándose a mí y el sonido chirriante de los neumáticos al frenar de golpe, eran producto de una pesadilla.
Cuando abrí los ojos por voluntad propia y mi vista se acopló al lugar en el que me encontraba, comprendí que había sobrevivido a un aparatoso accidente.
Sin embargo, lo que me mortificó no fue eso, sino la cantidad de recuerdos que invadieron mi mente. Imágenes de esos momentos posteriores que me llevaron a actuar de la peor manera hasta acabar en una tragedia que no solo me afectó a mí.
La primera persona que vi fue a Valeska, cuya apariencia me asombró, pues seguía manteniendo la misma imagen que tenía momentos antes del accidente, aunque sus ojeras me ayudaron a comprender lo preocupada que estaba.
Luego, se me acercó un señor de canosa cabellera con una bata blanca, quien en repetidas ocasiones me ordenó que moviese los brazos, aunque no pude hacerlo por mucho que lo intenté.
—¿No puedes mover los brazos, hermanito? —preguntó Cristian de repente. Sabía que esa voz familiar era de mi hermano; me alegré al punto de querer abrazarlo, pero no pude.
—Los últimos exámenes arrojaron que parte de su actividad cerebral es nula. Será un proceso largo su recuperación, ya que dependerá de su voluntad y esfuerzo —reveló el doctor.
—Se recuperará —aseguró Alana con optimismo; esa era la otra voz familiar que reconocí—. Dime, Paúl, ¿quieres que te traigamos algo? ¿Tienes hambre?
Antes de intentar responderle, tuve que hacer un pequeño esfuerzo, pues me dolía la mandíbula y me ardía la garganta.
—Agua —logré musitar.
Valeska fue quien sacó un envase de agua mineral de un pequeño refrigerador para servirla en un vaso desechable y darme de beber con sumo cuidado.
Ese trato tan delicado me hizo entristecer, y no pude evitar llorar al notar el amor con el que me atendió.
—Tranquilo…, tranquilo… Ya lo malo pasó —musitó ella con ternura.
Cristian se acercó con una servilleta para secar mi boca y Alana salió para comprar algo de comer, pues mi hermano alegó tener hambre al igual que Valeska.
Me sentí dichoso al experimentar ese amor incondicional, pero de pronto, un desesperante vacío se apoderó de mi pecho cuando noté que el resto de mi familia no estaba presente.
●●
Con el paso de los días, mejoré con una rapidez que asombró al doctor a cargo de mi caso, aunque comer sólidos se me dificultó por la cantidad de aftas que salieron en mi boca y garganta.
Quien se quedó a cargo de mi cuidado fue Valeska y una enfermera llamada Rosangela, misma que mi hermano contrató cuando se hizo responsable de cubrir todos los gastos que estaba generando mi estancia en la clínica.
«¿Por qué es Cristian solamente quien se hace cargo de todo?» Me pregunté, aunque la respuesta llegó al cabo de una semana, cuando pude recuperar el habla con normalidad y me centré en interrogar a Valeska.
—Valeska, ¿podemos hablar a solas cuando Rosangela salga? —pregunté—. Perdón, Rosi, es algo estrictamente familiar.
Rosangela esbozó una sonrisa encantadora cuando la llamé Rosi, pues le había encantado que la llamase de esa forma.
—Tranquilo, entiendo —dijo ella con simpatía.
—Creo saber lo que quieres averiguar, y estoy segura de que no estás listo para escucharlo —alegó Valeska, quien leía un libro mientras Rosangela terminaba de darme los últimos medicamentos del día.
Yo miré a Valeska confundido, razón por la cual desvió la mirada con notable tristeza.
—Bueno, ya he terminado por hoy, estaré prestando apoyo en la clínica, así que si me necesitan, no duden en llamarme —dijo Rosangela.
—Gracias, Rosangela, eres un sol —respondí para despedirla.
—Gracias por todo, Rosi… Esto sería más complicado sin ti —continuó Valeska.
Rosangela salió al cabo de unos minutos y Valeska acercó una silla a mi camilla.
Hacía una semana que me habían trasladado a una habitación en medio del coma, pues con todas las cirugías y exámenes realizados, lo que restaba era esperar; por suerte empecé a recuperarme.
—¿Cuánto tiempo estuve en coma? —pregunté sin rodeos. Valeska se asombró por la forma directa en que lo hice.
—Dos meses, recién saliste de terapia intensiva hace una semana —respondió.
—¿Solamente mi hermano ha corrido con los gastos? —inquirí con un dejo de preocupación.
—No, yo he aportado mis ahorros, aunque él los aceptó a modo de préstamo. Pero, los mejores aportes que sigue recibiendo tu hermano son de Susana, Cata y Eva.
Escuchar esos nombres me alegró tanto como me entristeció, pues no había mencionado a aquellos que también me importaban.
—¿Qué hay de mis padres y el resto de mis hermanos? —pregunté.
—¿De verdad quieres saberlo? —replicó con nerviosismo.
—Créeme, Valeska, no hay nada peor que ser arrollado por una camioneta. Así que no te preocupes, dímelo —contesté.
Valeska miró hacia abajo por unos segundos y suspiró en dos ocasiones; era evidente que le incomodaba revelarme la verdad.
—Tras el accidente, lo único que hicieron tus padres fue llamar a emergencias —reveló.
Valeska se notó presionada, pero no se contuvo al demostrar su molestia.
—Ellos ni siquiera han venido a visitarte, al igual que el resto de tus hermanos —continuó.
Verla tan frustrada me desesperó un poco, pero inmóvil, apenas podías recurrir a las palabras para tranquilizarla, aunque preferí dejar que continuase.
—Tus padres ni siquiera se molestaron en avisarle a tus hermanos, y estuviste una semana en el hospital público hasta que pude decirle a Eva que estabas muriendo. Por suerte me respondió y se encargó de contactarlos, pero a fin de cuentas, solo Cristian se mostró dispuesto a apoyarte —dijo.
Valeska apretó sus puños por la rabia que sentía, pero se tranquilizó tras realizar un ejercicio de respiración.
—Entiendo —musité.
Ella me miró y dejó en evidencia su frustración nuevamente, pues no había terminado de revelarme lo que pasó tras el accidente.
—Tus padres y tus hermanos se reunieron hace un mes con la finalidad de decidir qué haríamos contigo, pues los días pasaban y no salías del coma —continuó Valeska—. Eva se unió a la reunión por medio de una videollamada, y yo fingí ser tu novia para poder estar presente.
—¿Entonces? —inquirí.
—Todos, salvo Cristian, Eva y yo, habían tomado la decisión de pedirle al doctor a cargo de tu caso que te desconectasen del respirador artificial. Alegaron que lo mejor era terminar con tu sufrimiento y evitar los gastos innecesarios de dinero que producirían mantenerte vivo —respondió.
—Supongo que hubo discusiones —insinué.
—En efecto, lo hubo —dijo—. Eva se enfureció y, de pronto, se desconectó de la videollamada, mientras que Cristian discutió agresivamente contra tus padres y hermanos, siendo apenas apoyado por mí y Alana. Cuando nos encontramos afuera, donde tenía su auto estacionado, tu hermano tomó la decisión de trasladarte a una clínica privada y hacerse cargo de ti.
Siendo honesto, no supe cómo seguir respondiendo, a pesar de lo feliz que me hizo saber lo mucho que mi hermano me amaba, al punto de perdonar mis errores.
—Eva fue quien se encargó de contactar a Susana, que se sintió culpable y lloró inconsolablemente al enterarse de tu accidente. Ella no dudó a la hora de apoyar a tu hermano económicamente, tal como Cata y tu hermana lo han hecho hasta ahora —continuó.
—¡Vaya! Debo mejorar rápido para pagar todo lo que han hecho por mí —contesté avergonzado.
—Tonto, no queremos que nos pagues nada… Solo anhelamos que te recuperes —replicó ella con un dejo de tristeza.
Cuánto me hubiese gustado acariciar sus mejillas y limpiar las lágrimas que brotaron de sus ojos, o tener la fuerza para abrazarla y consolarla, pero estaba recibiendo mi castigo postrado a esa camilla sin poder moverme y aceptando la humillación de estar dependiendo, en todo, de otras personas.