A pesar de lo que me reveló Valeska respecto a la decisión de mis padres y el resto de mis hermanos, no sentí odio ni rencor hacia ellos, aunque, de igual manera, no estaba dispuesto a recibir sus visitas si hubiesen cambiado de parecer.
Tenía que comprenderlos. Después de todo, no era para menos, aun con esa escalofriante consideración de preferirme muerto.
También tuve en mente disculparme y demostrar lo arrepentido que estaba de mis acciones.
Los recuerdos de ese día bien pudieron ser un detonante para la depresión, pero opté por ser fuerte y ver el lado bueno de mi situación.
Bien es cierto que estaba postrado en una camilla con el cuerpo inmóvil, teniendo apenas la capacidad de comer sólidos y hablar con normalidad. Eso fácilmente podría ser otro detonante más para la depresión. Sin embargo, el hecho de contar con las visitas diarias de Valeska y que a través de su celular tuviese la oportunidad de conversar con Eva, Susi y Cristian, que había regresado al distrito capital, me alegró bastante.
Por parte de Eva, enfrenté los regaños de una hermana mayor preocupada y decepcionada, en el que en más de una ocasión se mostró frustrada ante la posibilidad de no poder abofetearme.
Yo apenas pude disculparme y mostrar mi arrepentimiento. Aunque no caí en el error de hacer promesas falsas; no conocía mi estado mental como para hacerlo.
Susi fue todo lo contrario a Eva, pues desde nuestra primera videollamada se mostró arrepentida y culpable, alegando que mi tragedia fue por el hecho de habernos conocido.
Yo hice todo lo posible por persuadir tales pensamientos, aunque fue bastante complicado. Incluso le dije que merecía estar en la situación que me encontraba, pues no tuve la fuerza mental que ella tuvo tras desintoxicarse.
«Asumir la responsabilidad es una buena terapia mental», dijo mi hermano antes de regresar al distrito capital. Por eso le dije en repetidas ocasiones a Susi que no debía sentirse responsable de lo que me sucedió.
Mis conversaciones diarias con Cristian usualmente eran casuales, aunque se le notaba el arrepentimiento por no estar a mi lado. Yo comprendí que no podía descuidar su consultorio odontológico, lo cual era su principal fuente de ingresos y lo que le permitía costear mis gastos médicos.
En cuanto a Valeska, ella decidió congelar sus estudios en la universidad para cuidar de mí, aunque a causa de tal decisión, tuvo una pelea con sus padres.
Por esa razón, abandonó su hogar, buscó un empleo y rentó un departamento con el apoyo económico de sus tíos, quienes sí la comprendieron e incluso le enviaron dinero para la compra de todos los insumos médicos que me mantuvieron vivo cuando estuve en el hospital público.
Por esas cosas buenas que me permitieron sobrevivir, además de la gente que me apoyó a pesar de mis errores, es que pude tener la fortaleza mental para seguir adelante, aunque el tiempo no estuvo a mi favor.
La paciencia y constancia fueron de vital importancia en mi proceso de recuperación, así como también mi voluntad y determinación, pues el esfuerzo que debía hacer era inmenso.
Tan solo mover el dedo índice de mi mano derecha a voluntad me tomó una semana, pero sentir que podía recuperar la movilidad progresivamente me motivó y emocionó. Todo lo que debía hacer, al tener la autorización del doctor para iniciar la terapia de rehabilitación, fue dar mi máximo esfuerzo día a día.
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Recuerdo el primer día en que salí de esa habitación junto a Valeska, quien estaba igual de emocionada que yo y preparaba su celular para tomar grabaciones de mi progreso.
Pasaron siete meses desde entonces, y ya era capaz de mover casi todo mi cuerpo, a excepción de mis piernas. También, para mi asombro y vergüenza, tuve un par de erecciones frente a Valeska y Rosangela, quienes a modo de broma me tacharon de pervertido.
Los momentos alegres venían acompañados de estos progresos en mi cuerpo, por lo que Susi, Eva y Cristian tomaron la decisión de pagar sesiones de terapia de rehabilitación en una de las mejores clínicas de la ciudad, mucho mejor capacitada y con profesionales especializados en mi caso.
Ciertamente, los primeros días de terapia fueron un fracaso, pero teniendo a Valeska como motivadora y poniendo a prueba mi fortaleza mental, logré progresivamente los progresos estimados.
Fue irónica la forma en que algo como el dolor, que usualmente repudiamos y no queremos experimentar, fue un motivo de alegría al sentir uno de los tantos calambres que experimentaba.
El fisioterapeuta alegó que eso era sinónimo de progreso, y Valeska no dudó en grabar el momento a pesar de las quejas que vociferé.
—Podemos decir que este es el primer progreso en la recuperación de movilidad en sus piernas —comentó Valeska mientras seguía grabando.
—Así es —confirmó el fisioterapeuta—, aunque esto será algo que deberás enfrentar hasta que recuperes de lleno la movilidad, ya que sufrirás calambres seguidamente a partir de ahora.
—No me alegra escuchar eso, pero tampoco me molesta —dije—, y ya deja de grabarme, Valeska.
Valeska esbozó una sonrisa traviesa y acercó su celular a mi cara, aprovechándose de que no podía defenderme porque me sostenía de las barras de apoyo.
—Sí que se llevan bien ustedes dos, ¿son novios? —preguntó el fisioterapeuta.
—Pues… puede ser —respondió ella con voz socarrona.
—Es mi esposa, estamos recién casados —respondí con fingida seriedad.
—¿En serio? —preguntó el fisioterapeuta, que empezó a masajear mi pantorrilla cuando se me pasó el dolor.
—Así es —respondió Valeska—, hacemos una bonita pareja, ¿verdad?
El fisioterapeuta solo asintió y yo contuve las ganas de reír.
Me agradaba la forma en que Valeska era capaz de seguirme la corriente en mis bromas.
De hecho, eso fue uno de los factores que me ayudaron a persuadir la depresión cuando me encontraba vulnerable en cuanto a lo emocional.
Valeska fue mi gran cómplice en un proceso largo y extenuante a nivel emocional y físico, pero tanto ella como yo, tan pronto pude dar los primeros pasos sosteniéndome de las barras de apoyo, supimos que el tiempo invertido en la terapia valió la pena, pues de ahí en adelante, todo fue progreso tras progreso.
Así, con el paso de tres meses más, haciendo un año completo de terapia para recuperar la movilidad total de mis piernas, pude recibir el alta médica y empezar a valerme por mí mismo, aunque preferí permanecer unos días internado en la clínica con el objetivo de hacerme algunos exámenes a nivel general.
Los resultados fueron satisfactorios, y cuando le conté a mi hermano de ello, este casi rompió a llorar de la emoción. De hecho, Alana fue quien tuvo que seguir en la videollamada para recibir mis noticias, pues antes de regresar a la casa de mis padres, quería quedarme un tiempo con Valeska.
Valeska y yo necesitábamos reflexionar antes de volver a nuestro vecindario, pues ella también quería disculparse con sus padres. Así que decidimos esperar una semana más para hacerlo.
También dimos las buenas noticias a Susi y a Eva, quienes tuvieron una reacción similar a la de Cristian, sobre todo cuando les mostré la forma en que podía caminar sin ayuda de nada ni nadie; bueno, en realidad dependía de un bastón, ya que mi pierna izquierda seguía presentando una leve dislocación que se arreglaría con caminatas diarias.
Los nuevos obstáculos a superar parecían ser el menor de los problemas, pero en realidad era todo lo contrario, pues superarlos no solo dependía de nosotros. Sin embargo, fuimos optimistas y nos preparamos para enfrentar a nuestros padres, a quienes no habíamos visto por más de un año.