Rigor notó el cambio en Dariel con preocupación creciente. Ella, quien antes solía ser enérgica y desafiante, ahora parecía distante y abatida. Se quedaba en silencio durante largos periodos, con una expresión apagada en sus ojos. Rigor intentaba acercarse, pero sentía que había una barrera invisible entre ellos.
Sabía que lo que estaba pasando era serio. La depresión postparto era algo de lo que había escuchado, pero ahora estaba viendo sus efectos de cerca. Dariel pasaba mucho tiempo aislada, y apenas mostraba interés en los bebés. Rigor intentaba ayudarla, hablándole con ternura, cuidando de los niños, y haciéndose cargo de la casa para aligerarle la carga.
—No tienes que hacerlo todo sola, Dariel —le decía suavemente, tomándole la mano—. Estoy aquí, para lo que necesites.
Pero aunque Dariel lo escuchaba, no parecía capaz de responder. Sabía que lo que estaba sintiendo era más grande que ella misma, pero no podía encontrar las palabras para explicarlo. Rigor decidió que era hora de buscar ayuda profesional. Quería lo mejor para ella y para su familia.
Rigor, habiendo asumido nuevamente el cargo de director, se sumergió en su trabajo para mantener la Academia en perfecto funcionamiento, pero siempre encontraba tiempo para cuidar de sus bebés, Balzht y Janeth. Se había convertido en una figura paterna devota, mientras Dariel lidiaba con su depresión postparto. Rigor había contratado a profesionales para ayudarla, pero sabía que la recuperación sería un proceso lento.
Victor, ya recuperado, también había vuelto a su puesto como maestro. Aunque todavía arrastraba ligeros traumas en su mano, lo que había pasado lo había fortalecido mentalmente. Enseñar le daba una sensación de propósito, y volver a la academia le recordó lo importante que era su legado para la siguiente generación de héroes.
En los pasillos de la Academia, la rutina parecía haberse estabilizado. Los estudiantes volvieron a sus entrenamientos y lecciones, mientras tanto Rigor y Victor mantenían una relación cordial y profesional, compartiendo sus preocupaciones y desafíos. A pesar de las dificultades personales, ambos sabían que debían seguir adelante, no solo por el bien de sus seres queridos, sino también por la seguridad de la Academia.
En otro rincón del mundo, Evil Victor seguía luchando con sus impulsos oscuros, pero tenía a su lado a Victoria, su esposa. Ella era su equilibrio, el faro que mantenía sus demonios a raya. A pesar de su naturaleza maligna, Evil Victor encontraba en ella una fuerza que lo hacía querer ser mejor, o al menos mantener el control.
Cuidaban su relación con dedicación, y aunque Evil Victor seguía sintiendo esos impulsos destructivos, siempre se detenía antes de actuar. En momentos de duda o frustración, se sentaba con Victoria para hablar, buscando consejo sobre cómo enfrentar el mundo sin recurrir al caos y la destrucción. Victoria, con una calma y sabiduría propias, siempre le hablaba de la importancia del autocontrol, de cómo su poder podía usarse de manera más honorable y productiva, algo que Evil Victor encontraba difícil de aceptar, pero que intentaba por ella.
Estas charlas eran su manera de conectar, de aferrarse a la humanidad que aún quedaba en él. Con Victoria a su lado, Evil Victor mantenía sus impulsos en jaque, y aunque sabía que la maldad siempre estaría presente, había encontrado una razón para no dejarse consumir por ella.
Victoria, aunque lo amaba profundamente, también tenía sus propios miedos sobre el lado oscuro de Evil Victor. Sabía que él luchaba por ella, pero también que esa batalla interna nunca terminaría del todo. Aun así, se comprometía a estar a su lado, siendo su ancla en el caos que siempre amenazaba con desatarse dentro de él.
Mientras tanto, Rigor se dedicaba a cuidar a sus hijos con una ternura que contrastaba con su personalidad seria y reservada. Aunque Dariel seguía lidiando con su recuperación y el distanciamiento emocional, él asumió el rol de cuidador con gran responsabilidad. Sabía que era un momento delicado tanto para ella como para los pequeños.
Cada día, Rigor preparaba los biberones con la leche materna que Dariel había dejado, y alimentaba a Balzht y Janeth con paciencia. A pesar de las noches sin dormir y el cansancio que venía con la paternidad, nunca se quejaba. De vez en cuando, se detenía a observar a sus hijos mientras dormían, y una pequeña sonrisa se le escapaba, pensando en cómo dos seres tan pequeños podían cambiarlo todo.
A pesar de la distancia emocional que Dariel aún mantenía, Rigor no dejaba de intentar ayudarla, aunque fuera en silencio. Sabía que con el tiempo las cosas mejorarían, pero por ahora, su prioridad era asegurar que sus hijos estuvieran bien y que Dariel tuviera el tiempo que necesitaba para sanar.
Rigor, sentado en el sillón junto a la cuna, dejó escapar un suspiro profundo. Poco a poco, sentía cómo volvía a ese estado de seriedad impenetrable, donde las emociones parecían apagarse para darle lugar a su precisión meticulosa. Sus ojos, una vez llenos de una chispa de esperanza, ahora parecían más sombríos, marcados por el cansancio acumulado y las ojeras que crecían cada día. La paternidad no solo lo había agotado físicamente, sino que la falta de conexión con Dariel también lo consumía emocionalmente.
Mientras observaba a sus hijos dormir, acarició suavemente su propio rostro, notando lo cansado que estaba. Sabía que no podía permitirse descansar del todo, ni relajarse. La responsabilidad sobre sus hombros era inmensa, tanto como director de la academia como padre. Y, a pesar de todo, Dariel seguía distanciada, lo que solo hacía que su carga se sintiera más pesada.
Volvía a ser el Rigor que todos conocían: profundo, serio, calculador, pero por dentro se sentía más vulnerable que nunca. Solo podía esperar que con el tiempo las cosas mejoraran, aunque en el fondo comenzaba a dudar de si alguna vez volverían a ser como antes.
Con el paso del tiempo, Dariel, casi sin darse cuenta, comenzó a desarrollar una sensibilidad más profunda hacia sus hijos. Al principio, su rechazo a Rigor y la depresión postparto la mantenían distante, pero a medida que los días avanzaban, el vínculo maternal empezó a florecer. Sentía una conexión más fuerte con sus pequeños, y, aunque seguía cargando con emociones complejas, comenzaba a preocuparse más por ellos y a involucrarse en su cuidado, en pequeños gestos de ternura.
Rigor, por otro lado, notaba este cambio, pero se mantenía al margen. Su propio agotamiento, tanto físico como emocional, lo hacía tomar distancia de Dariel. No era por falta de amor, sino por el peso abrumador de la situación. Veía cómo ella empezaba a adaptarse al rol de madre, mientras él, sin decirlo, prefería apartarse, temeroso de empeorar las cosas con su presencia.
Cada vez que estaba cerca de ella, algo dentro de él lo detenía. Dariel parecía más conectada con los bebés, pero su relación con Rigor seguía tensa. Poco a poco, aunque vivían bajo el mismo techo, parecía que una barrera invisible crecía entre ellos, mientras él se refugiaba en sus responsabilidades y en el silencio.
Rigor estaba solo en su despacho, con la cabeza entre las manos y los ojos cerrados. El silencio de la habitación parecía absorberlo, pero dentro de su mente había una tormenta constante. De repente, una voz profunda y oscura se filtró en sus pensamientos, resonando desde lo más profundo de su ser, una presencia que siempre había intentado ignorar, pero que ahora empezaba a consumirlo.
Voz interna:
— ¿Cuánto más vas a soportar esto, Rigor? Todo está cayendo a pedazos. Dariel te rechaza, tus hijos apenas te conocen, y tú… te estás desmoronando.
Rigor alzó la cabeza, mirando al vacío, su respiración pesada. Sabía que no debía responder, pero no pudo evitarlo.
Rigor:
— No… no todo está perdido. Estoy haciendo lo que debo. Estoy protegiendo a mi familia.
La voz rió con un tono amargo, lleno de desprecio.
Voz interna:
— ¿Protegiéndolos? ¿O simplemente escapando? Estás permitiendo que Dariel te aparte, que el peso del cargo te consuma. Mírate, Rigor. Te estás convirtiendo en una sombra de lo que fuiste. ¿Hasta cuándo vas a seguir así?
Rigor apretó los puños, tratando de no dejarse llevar. Sentía su cabeza palpitar, el cansancio pesándole como una carga insoportable. Sabía que la voz tenía algo de razón, pero no quería admitirlo.
Rigor:
— Estoy cuidando de ellos... de todos. Esto es temporal. Dariel… solo necesita tiempo.
La voz se hizo más fuerte, más envolvente.
Voz interna:
— ¿Tiempo? Ella ya te ha olvidado, Rigor. Está encontrando su lugar con los niños, sin ti. Y tú, atrapado en tu responsabilidad, te estás alejando más. Escucha lo que te digo… si sigues así, no quedará nada de ti. Te estás hundiendo, y ni siquiera lo notas.
Rigor respiró hondo, su mandíbula tensa. No quería caer en la trampa de la voz, pero algo dentro de él empezaba a ceder. Las dudas que lo carcomían eran reales, la sensación de que estaba perdiendo el control, de que no era suficiente para sostener todo lo que había construido.
Rigor:
— ¿Qué es lo que quieres de mí?
La voz respondió suavemente, con una persuasión insidiosa.
Voz interna:
— Quiero que aceptes la verdad. No puedes hacerlo todo solo. Deja de resistirte. Déjame ayudarte a encontrar el poder que necesitas. Conmigo, no habrá más dudas. Juntos, podemos retomar el control, y nadie se atreverá a rechazar a Rigor nuevamente.
Rigor permaneció en silencio por unos momentos, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que ceder a la voz podría traer consecuencias que no estaba dispuesto a enfrentar. Pero la tentación estaba ahí, una oferta peligrosa que parecía cada vez más difícil de rechazar.
Rigor:
— No... todavía no.
La voz rió de nuevo, suave y oscura.
Voz interna:
— Siempre estaré aquí, esperando. Cuando estés listo para dejar de sufrir… sabrás dónde encontrarme.
Con el paso de las semanas, la carga emocional y física comenzó a hacer mella profunda en Rigor. El cansancio, las dudas y la presión acumulada se convirtieron en una sombra constante, afectando cada aspecto de su vida. A medida que Dariel se distanciaba y él se veía más absorbido por el trabajo y la crianza de sus hijos, los pensamientos oscuros que antes podía controlar comenzaron a arraigarse más profundamente.
Cada noche, después de acostar a sus hijos, Rigor se sentaba en la oscuridad de su oficina o su habitación, mirando el vacío, con la mente saturada de recuerdos, responsabilidades y un creciente sentimiento de fracaso. Las voces internas, especialmente aquella oscura y maliciosa que había intentado ignorar, ahora resonaban con más fuerza. Pero no solo era la voz... cada pequeño error, cada mirada distante de Dariel, cada crisis en la academia se convertía en un eco en su mente.
El insomnio lo mantenía despierto. Cuando finalmente lograba dormir, lo hacían las pesadillas: imágenes de su pasado, el dolor de perder a aquellos que amaba, y el temor de no ser suficiente para proteger a su familia y a la academia. Se despertaba sudando, su cuerpo temblando, sus manos temblorosas.
Durante el día, las cosas no mejoraban. A menudo se sentía desconectado, atrapado en su propia cabeza mientras trataba de mantener una apariencia de control. Pero los síntomas eran cada vez más evidentes. Las constantes jaquecas, la fatiga crónica, los temblores en las manos, las explosiones de ira o momentos de extrema pasividad que preocupaban a quienes lo rodeaban.
Rigor empezó a evitar los momentos de intimidad emocional, temiendo ser un peso para los demás. Ya no sabía cómo comunicarse con Dariel sin sentir que estaba fallando como pareja, y aunque amaba profundamente a sus hijos, el agotamiento emocional le impedía disfrutar de los momentos de paternidad.
Su mente, cada vez más nublada por el estrés postraumático, lo hacía revivir viejos traumas, y la depresión se asentaba con más fuerza. A menudo, su mente se detenía en pensamientos como:
— "¿Y si simplemente no soy suficiente? ¿Y si nunca lo fui?"
Cada día, Rigor se sentía más desconectado de sí mismo, más atrapado en una espiral descendente de autocrítica, dolor y una creciente sensación de impotencia. A pesar de sus intentos de mantener el control, la oscuridad seguía ganando terreno, y la línea entre el hombre que una vez fue y el hombre que estaba perdiendo se volvía cada vez más borrosa.
A medida que los días se deslizaban, Dariel empezó a encontrar un rayo de luz en su recuperación. Con el apoyo de terapeutas y amigos, comenzó a enfrentar sus propios demonios, aprendiendo a conectar nuevamente con sus hijos y a reconstruir su relación con Rigor. Sin embargo, su pareja, atrapada en su propio abismo, seguía alejándose cada vez más.
Rigor, sumido en la depresión y el estrés, se retiraba más a menudo. Pasaba horas en su oficina, lidiando con papeleo, sin darse cuenta de que sus hijos necesitaban su atención y amor. Las risas y los balbuceos de los bebés se convirtieron en un murmullo distante. Cada vez que Dariel intentaba acercarse, él respondía con evasivas o silencio, su mente atormentada por pensamientos oscuros que lo consumían.
La tensión crecía en el hogar. Dariel, aunque en su proceso de sanación, se sentía frustrada por la indiferencia de Rigor. Intentaba ser paciente, pero el dolor de verlo alejarse era insoportable. Sus intentos de comunicación eran ignorados o respondidos con evasivas. Ella deseaba que él abriera su corazón, pero Rigor estaba atrapado en su laberinto mental.
Una noche, mientras cuidaba a los bebés, Dariel sintió que la frustración la invadía. Con la mirada en el vacío, pensó en lo que había sido su relación: dos almas unidas, luchando codo a codo. Ahora, la distancia entre ellos parecía insalvable. La culpa y la tristeza la golpeaban al ver cómo Rigor se desvanecía.
En su mente, Rigor luchaba con un torbellino de emociones. Sabía que se estaba alejando, pero no podía encontrar la manera de regresar. La presión de ser el hombre fuerte, el protector, lo asfixiaba. Cada vez que miraba a sus hijos, una mezcla de amor y culpa lo abrumaba. La idea de fallarles lo mantenía despierto por la noche, preguntándose si alguna vez volvería a ser el hombre que ellos necesitaban.
Finalmente, Dariel, con el corazón en la mano, decidió que debía hacer algo. Se armó de valor y se acercó a la oficina de Rigor. La puerta estaba entreabierta, y ella escuchó el sonido de su respiración entrecortada, como si luchara contra una tormenta interna. Con un leve golpe en la puerta, entró, dispuesta a confrontar la situación.
—Rigor —dijo, su voz temblorosa—, necesitamos hablar. No puedes seguir así. Te necesito a ti, a mi lado. Nuestros hijos te necesitan.
Él la miró, sus ojos reflejando una mezcla de dolor y culpa. Sabía que tenía que abrirse, pero el miedo lo mantenía en un estado de parálisis.
—No puedo, Dariel... —respondió, su voz casi un susurro—. Siento que estoy fallando. No soy quien necesitas.
Ella sintió que el corazón se le rompía. Se acercó a él, tomando su mano, como una ancla en medio de la tormenta.
—No tienes que ser perfecto. Solo tienes que estar aquí, con nosotros. Por favor, déjame ayudarte. No tienes que cargar esto solo.
Rigor miró al suelo, sintiendo el peso de sus palabras. En ese momento, comprendió que su lucha no solo le pertenecía a él, sino que su familia también era parte de la batalla. A pesar de su resistencia, la chispa de esperanza comenzaba a encenderse en su corazón, aunque la lucha estaba lejos de terminar.
Rigor levantó el rostro lentamente, revelando un semblante desgastado y lleno de sombras. Sus ojos, normalmente intensos, parecían vacíos, reflejando la carga que llevaba dentro. Las ojeras marcaban su piel, y su expresión mostraba el desgaste emocional que había acumulado a lo largo de las semanas.
—Dariel... —susurró, la voz rasposa y llena de resignación—. No sé si puedo ser el hombre que necesitas. Cada día es más difícil. Siento que estoy fallando no solo contigo, sino también con nuestros hijos.
Dariel, sintiendo su angustia, se acercó más y le tomó las manos, intentando transmitirle su fuerza.
—No estás fallando —le respondió, su tono suave pero firme—. Estás luchando, y eso es lo que importa. Permíteme estar a tu lado. No tienes que cargar con todo esto solo.
Rigor cerró los ojos por un instante, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con brotar. Había un rayo de esperanza en la voz de Dariel, algo que no había sentido en mucho tiempo. Sin embargo, la culpa lo mantenía cautivo.
—¿Y si no puedo salir de esto? —preguntó, su voz quebrada—. ¿Y si nunca vuelvo a ser quien era?
Dariel se inclinó hacia él, sus ojos llenos de determinación.
—No tienes que volver a ser quien eras. Solo tienes que ser tú. Te acepto así, con tus luchas y tus miedos. Nuestros hijos solo quieren a su padre, y yo solo quiero a mi compañero. Juntos, podemos encontrar el camino de regreso.
Rigor sintió un nudo en la garganta. El amor y la comprensión de Dariel lo abrazaban como un refugio en medio de la tormenta. A pesar del desasosiego en su corazón, la chispa de esperanza se avivó un poco más. Quizás había una salida, y tal vez, solo tal vez, él podría permitirse ser vulnerable y buscar el apoyo que tanto necesitaba.
Con un profundo suspiro, asintió, aunque la lucha interna continuaba. Dariel, al ver su reacción, supo que era un pequeño paso hacia adelante, un paso hacia la sanación.
Dariel abrazó a Rigor con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo temblaba mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. La presión que había llevado durante tanto tiempo se desató en un torrente de emociones.
—Lo siento... —murmuró Rigor entre sollozos, su voz ahogada por la tristeza—. Me siento tan perdido, tan impotente.
Dariel lo sostuvo con ternura, sus manos acariciando suavemente su espalda.
—No tienes que disculparte —respondió ella, con voz suave y reconfortante—. Es normal sentirse así. No estás solo en esto. Estoy aquí para ti, siempre.
Las lágrimas de Rigor se convirtieron en un llanto profundo y sincero, liberando el peso que había acumulado en su corazón. Se sintió vulnerable, pero también aliviado al poder dejar salir todo el dolor.
—No sé cómo seguir adelante —confesó, la angustia palpable en su tono—. A veces siento que no merezco ser feliz.
—Todos merecemos ser felices, incluso en nuestros momentos más oscuros —dijo Dariel, apretándolo aún más—. Juntos podemos encontrar la luz. No tienes que hacerlo solo.
Rigor asintió, aunque la lucha interna no desaparecía por completo. Aún así, en ese abrazo, sintió una chispa de esperanza. Quizás con el apoyo de Dariel y su amor, podría comenzar a sanar.
Con el tiempo, las lágrimas comenzaron a cesar, y aunque sabía que el camino por delante sería difícil, por primera vez en mucho tiempo, se sintió un poco más ligero.
Dariel, decidida a ayudar a Rigor, lo llevó a una clínica especializada en salud mental. Sabía que necesitaba apoyo profesional para salir de su oscuro estado emocional.
—Confía en mí, —le dijo mientras caminaban por el pasillo—. Esto es por tu bien. Quiero que estés bien, para ti y para nuestros hijos.
Rigor asintió, aunque su mente aún estaba llena de dudas. Al entrar a la consulta, un psicólogo lo recibió con una sonrisa cálida.
—Hola, Rigor. Me alegra que estés aquí. —El terapeuta lo guió a un cómodo sillón—. Vamos a hablar de lo que sientes. Este es un espacio seguro.
Durante la sesión, Rigor luchó por abrirse, pero Dariel le tomó la mano, recordándole que no estaba solo. Poco a poco, empezó a compartir sus miedos, la presión de ser un buen padre y su lucha interna con el pasado.
Tras las sesiones de terapia, el psiquiatra se unió al proceso. Evaluó la situación de Rigor y discutió opciones de tratamiento.
—La medicación puede ayudar a estabilizar tus emociones —explicó el psiquiatra—. Pero lo más importante es que continúes en terapia.
Dariel asintió con determinación.
—Haremos esto juntos. No te dejaré caer.
Con cada visita, Rigor empezaba a sentir un ligero cambio. Aunque el camino hacia la recuperación sería largo, ya no estaba solo en su lucha. Tenía el apoyo incondicional de Dariel y un equipo profesional que lo guiaba. Así, poco a poco, comenzó a reconstruirse, encontrando la esperanza que creía perdida.
Con el paso de los días, la recuperación de Rigor comenzó a mostrar señales de éxito. Las sesiones con el psicólogo y psiquiatra le brindaron nuevas perspectivas y herramientas para manejar sus emociones. Poco a poco, la niebla de la depresión comenzó a despejarse.
Dariel, siempre a su lado, lo animaba en cada pequeño avance.
—Mira lo lejos que has llegado —le decía, sonriendo mientras observaban a sus hijos jugar—. Estás siendo un gran padre.
Rigor sonreía débilmente, sintiendo una renovada conexión con su familia. La interacción con sus hijos le devolvía una chispa de alegría que había creído perdida.
Los momentos juntos, aunque simples, eran significativos. Rigor se involucró más en la rutina diaria, desde cambiar pañales hasta jugar con los pequeños. Cada risa de sus hijos era un recordatorio de lo que realmente importaba.
Durante las sesiones de terapia, también aprendió a expresar su vulnerabilidad.
—A veces siento que no soy suficiente —confesó una vez, con la voz entrecortada—. Pero quiero cambiar eso.
El terapeuta le aseguró que era normal tener esos sentimientos, y lo importante era que estaba dispuesto a enfrentar sus desafíos.
Con el tiempo, Rigor empezó a retomar su pasión por la enseñanza, dando pequeños pasos hacia la reactivación de su carrera en la academia.
—Estoy orgulloso de ti —le dijo Dariel un día, mientras él preparaba una clase—. Estás volviendo a ser el hombre que siempre fuiste.
Rigor miró a Dariel con gratitud, comprendiendo que su amor y apoyo incondicional habían sido cruciales en su camino hacia la sanación. Aunque todavía quedaba trabajo por hacer, se sentía más fuerte y esperanzado que nunca.
Fin.