Chomosukez, sentado en su pequeño escritorio de madera junto a una lámpara tenue, contemplaba en silencio los antiguos libros que había recogido durante sus viajes. La curiosidad lo invadía. Después de todo lo que había visto y vivido, sentía que era el momento de profundizar en algo que había dejado de lado: la raza de Victor. Su poder, su origen, y todo lo que lo rodeaba siempre había sido un misterio, uno que Chomosukez estaba decidido a desvelar.
Mientras pasaba las páginas de los volúmenes polvorientos, encontraba fragmentos de información que apenas iluminaban la vasta oscuridad que rodeaba el tema. No obstante, una cosa era clara: la raza de Victor no era algo ordinario. Los textos hablaban de seres de una dimensión perdida, donde los dioses caminaban entre mortales y donde el tiempo y el espacio se distorsionaban a su voluntad.
"¿De dónde vienes, Victor?", murmuró Chomosukez para sí mismo, deteniéndose en una página que describía un antiguo linaje de guerreros capaces de manipular la realidad misma. "¿Qué secretos guardas en tu sangre?"
Detrás de él, Lulu acunaba a su hija Gabriela, con una sonrisa maternal en el rostro mientras la pequeña dormía plácidamente en la cuna. Chomosukez observó a su familia por un momento, y su determinación se renovó. No se trataba solo de la curiosidad; quería asegurarse de que su familia estuviera segura, de que entendiera qué tipo de poder rodeaba a aquellos que los protegían.
"Encontraré las respuestas," dijo, con el ceño fruncido mientras cerraba uno de los libros y lo dejaba a un lado. Sabía que las respuestas no serían fáciles de hallar, y que el conocimiento que buscaba probablemente estaría oculto en los confines de algún rincón lejano y oscuro del mundo.
Chomosukez miró una vez más hacia Lulu y Gabriela, sintiendo una mezcla de gratitud y responsabilidad. Era el protector de su hogar, pero también sabía que el mundo era vasto, lleno de peligros y seres que, como Victor, desafiaban las leyes naturales.
Con un suspiro, volvió a concentrarse en su investigación.
Chomosukez, al continuar su lectura, se topó con un relato que parecía contradecir todo lo que había creído saber sobre la raza de Victor. En lugar de leyendas grandiosas de dioses de dimensiones perdidas, encontró una narración más sencilla, pero igualmente fascinante. El origen de aquella raza no era tan mítico como se pensaba.
"¿Una evolución similar a la humana?", susurró mientras sus ojos recorrían las líneas con creciente interés. "Nada de dimensiones, ni de poderes divinos… sólo una evolución natural."
El libro hablaba de una diosa llamada Ana, venerada por esa raza, que, a diferencia de lo que las leyendas solían decir, no era un ser de otro plano, sino una figura cercana, casi terrenal. Según el texto, Ana se había casado con un mortal de esa raza, un hombre desconocido, y juntos habían vivido una vida humilde en el campo. La unión entre ambos no era motivo de veneración por sus poderes, sino por la simplicidad y el amor que compartían.
Chomosukez frunció el ceño, inclinándose más sobre el texto, buscando más detalles. No había pruebas definitivas, ningún registro certero de si la historia de Ana y Yadaratman era real o solo un mito romántico. Sin embargo, el hecho de que esta versión del origen de la raza de Victor no estuviera adornada con grandeza y poderes omnipotentes, lo intrigaba aún más.
"Entonces, ¿toda esa fuerza y poder… provienen de un origen tan ordinario?" Chomosukez dejó escapar una risa leve, incrédulo ante lo que leía. "Tal vez sea eso lo que los hace tan especiales."
Por un momento, se quedó en silencio, meditando sobre lo que acababa de descubrir. Quizás la verdadera fuerza de Victor y su raza no residía en su origen, sino en lo que habían llegado a ser a lo largo del tiempo. ¿Y si, a pesar de los mitos que los rodeaban, su poder no era el resultado de una ascendencia divina, sino de años de perseverancia, evolución y adaptación?
Chomosukez cerró el libro con cuidado, echando un vistazo a Lulu y a la pequeña Gabriela. Tal vez, pensó, la grandeza no siempre proviene de lo sobrenatural, sino de las decisiones y caminos que se toman en la vida.
"Tal vez Ana y el desconocido eran como nosotros", murmuró, acariciando la portada del libro. "Solo dos personas intentando encontrar su camino en el mundo."
Con esta nueva perspectiva en mente, decidió seguir indagando más, consciente de que había mucho más por descubrir sobre el verdadero origen de la raza de Victor.
Chomosukez siguió leyendo con atención, y fue entonces cuando se encontró con un fragmento del texto que le hizo detenerse por completo. El esposo de Ana, cuyo nombre había sido omitido en varias versiones de la leyenda, no era tan desconocido como pensaba. Al releer un pasaje, algo hizo clic en su mente.
"Manuel...", murmuró Chomosukez, como si el nombre activara un recuerdo profundo. "Es él... el que vi en el paraíso del cielo."
Ese nombre resonaba en su mente, como un eco de una experiencia pasada. Recordaba claramente haber visto a Manuel durante su visita al paraíso, aunque en ese momento no había comprendido del todo su importancia. Ahora, comprendía que Manuel no era solo un ser cualquiera, sino el esposo de Ana, la diosa de la raza de Victor.
Chomosukez sintió una extraña sensación de asombro y conexión. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar. Manuel, un mortal, había vivido con Ana, la diosa, y juntos habían marcado el comienzo de una raza que, aunque no divina en origen, había llegado a tener un poder extraordinario. Tal vez era esa combinación de lo mortal y lo divino lo que hacía tan especial a Victor y su gente.
"Entonces es cierto...", susurró Chomosukez mientras cerraba el libro con cuidado, recordando el rostro de Manuel en el paraíso. "Ana y Manuel, unidos en algo más grande de lo que las leyendas contaban."
Miró hacia Lulu, quien estaba con Gabriela en sus brazos, y pensó en la conexión entre lo divino y lo mortal, lo cotidiano y lo extraordinario. Tal vez, pensó, su propia vida junto a Lulu y su hija no era tan diferente de la de Ana y Manuel.
Chomosukez, con una nueva comprensión del origen de la raza de Victor, decidió que debía seguir investigando, no solo por curiosidad, sino para comprender mejor el poder que había detrás de esa antigua historia.
Chomosukez reflexionó profundamente sobre lo que acababa de descubrir. Mientras los recuerdos de su experiencia en el paraíso se iban aclarando en su mente, fragmentos de conversaciones y visiones que había presenciado empezaron a encajar como piezas de un rompecabezas.
Recordó con claridad cómo Ana, la diosa, había mencionado a su hijo durante su breve encuentro en el cielo. En ese momento, las palabras de Ana le habían parecido misteriosas, pero ahora comprendía todo con claridad.
"Victor... es su hijo", murmuró Chomosukez, asombrado por la revelación. "Eso lo convierte en un semi-dios."
La idea le golpeó con fuerza. Victor, el ser que había conocido y con quien había luchado codo a codo, no era simplemente un guerrero extraordinario. Su poder, su fuerza, y su presencia, todo tenía sentido ahora. Era el fruto de una unión entre una diosa y un mortal, lo que explicaba su inmenso poder y el aura especial que siempre lo rodeaba.
Chomosukez se apoyó en la silla, procesando esta nueva comprensión. Ahora que sabía la verdad sobre Victor, se sentía aún más intrigado por su pasado y su destino. El origen de Victor explicaba muchas de las cosas que había presenciado: su inmortalidad aparente, su capacidad de superar cualquier obstáculo, y la forma en que había influido en el destino de tantos.
"Un semi-dios viviendo entre nosotros...", pensó Chomosukez, mirando a Lulu y su hija, Gabriela. La idea lo llenaba de una mezcla de respeto y temor.
El poder de Victor era formidable, pero Chomosukez también sabía que ser hijo de una diosa no solo traía privilegios, sino también responsabilidades y peligros que superaban la comprensión humana.
Chomosukez tomó con cuidado el segundo libro, titulado "El Origen del Poder", y comenzó a hojear sus páginas con interés. Conforme avanzaba en la lectura, las descripciones sobre la raza Yadaratman se volvían más detalladas y profundas.
"El poder de los Yadaratman...", leyó en voz baja, "proviene del enojo, de la ira más intensa. Pero a la vez, esta fuerza, desatada por completo, puede ser su propia perdición."
El libro explicaba cómo los Yadaratman, la raza de Victor, canalizaban su poder a través de un equilibrio delicado. Un Yadaratman enojado era increíblemente poderoso, capaz de hazañas titánicas, pero también extremadamente peligroso. La clave, según el texto, era mantener su energía en un punto de control entre la furia y la calma. Si la ira superaba cierto umbral, el poder podía volverse incontrolable, llevándolos a la destrucción. Pero si sucumbían a la calma completa, perderían acceso a ese poder que les otorgaba fuerza superior.
"Es un equilibrio... una constante batalla interna entre el caos y la serenidad", pensó Chomosukez, reflexionando sobre Victor.
El texto continuaba explicando que este poder se manifestaba desde la juventud en los Yadaratman, y que su control era aprendido con el tiempo, mediante un proceso arduo de meditación, lucha interna y pruebas de resistencia. El libro mencionaba antiguos guerreros Yadaratman que, incapaces de controlar su ira, habían destruido ciudades enteras, consumidos por su propio poder.
Chomosukez se detuvo por un momento, recordando todas las veces que había visto a Victor en batalla, calmado pero con esa intensidad latente en sus ojos. Era evidente que Victor había aprendido a caminar sobre esa línea fina entre la furia y la calma.
"Debe ser agotador vivir de esa manera", murmuró para sí mismo. "Siempre al borde... siempre conteniéndose."
Mientras cerraba el libro, Chomosukez se sentía aún más impresionado por la habilidad de Victor para mantener su poder bajo control. Sabía que debía haber más secretos por descubrir sobre la raza Yadaratman, pero por ahora, había entendido una de las piezas clave: su inmenso poder provenía de un balance constante entre dos
Chomosukez tomó el último libro, "Omni Yadaratman", sintiendo una anticipación creciente mientras lo abría. El título sugería un conocimiento más profundo, algo que iba más allá de lo que había leído hasta ahora. Las páginas amarillentas crujieron suavemente bajo sus dedos mientras sus ojos recorrían los textos sobre la psicología de los Yadaratman.
"Esta raza...", leyó en silencio, "está marcada por la intensidad de sus emociones. La ira, la furia, son sus principales fuentes de poder, pero detrás de ese poder se esconde una habilidad mucho más peligrosa, una que pocos han intentado dominar."
Chomosukez continuó leyendo, intrigado por un pasaje específico. El texto hacía referencia a una transformación única, una leyenda dentro de la propia mitología Yadaratman. Se decía que existía un estado de poder supremo, uno que solo podía alcanzarse cuando un Yadaratman lograba un control absoluto sobre sus emociones, particularmente sobre su ira. Este poder, conocido en la antigüedad como "Omni Yadaratman", era una brecha entre dos extremos: la paz más profunda y la ira más pura.
Sin embargo, el texto advertía que ningún Yadaratman había logrado mantener esta forma por más de breves instantes. El único registro documentado de alguien alcanzando esta transformación mencionaba que el individuo había muerto casi de inmediato, consumido por la intensidad del poder. El desafío de la transformación residía en encontrar el equilibrio perfecto entre la furia y la calma. Demasiada ira, y el poder te destruiría. Demasiada paz, y perderías el control sobre la transformación.
"Un poder imposible de obtener...", murmuró Chomosukez, mientras repasaba el relato. "A menos que uno tenga un control absoluto sobre sí mismo."
El concepto de esta transformación lo fascinaba. ¿Sería posible que alguien, algún día, alcanzara este nivel de control? ¿Podría Victor, con su experiencia y fortaleza mental, ser capaz de hacerlo? Chomosukez sabía que Victor ya había demostrado ser excepcional, pero este poder parecía estar en una liga completamente diferente.
"Una brecha entre la paz y la ira...", pensó Chomosukez, cerrando el libro con una mezcla de admiración y preocupación. "Si alguien pudiera dominarlo, se convertiría en una fuerza imparable. Pero, ¿a qué costo?"
Chomosukez, aún impactado por lo que había leído, se acercó a su esposa Lulu, quien estaba cuidando a su hija Gabriela en la cuna. Se inclinó suavemente hacia ella y, con una voz seria pero calmada, le dijo:
"Debo irme por un tiempo, Lulu. Necesito hablar con Victor... hay algo importante que descubrí."
Lulu lo miró con una mezcla de curiosidad y preocupación, pero asintió, confiando en que Chomosukez sabía lo que hacía.
"Ten cuidado," respondió ella, acariciando su brazo antes de que él se dirigiera hacia la puerta.
Chomosukez salió del hogar y, con una decisión firme, utilizó su comunicación especial para contactar a Victor. Después de algunos momentos, Victor respondió, y Chomosukez no perdió el tiempo.
"He estado investigando sobre tu raza, los Yadaratman," comenzó Chomosukez. "Y encontré algo interesante en los antiguos textos. Se menciona una transformación única, llamada Omni Yadaratman. Parece que es un poder que ninguno de tu raza ha logrado controlar completamente... pero tú, Victor, podrías ser el primero."
El silencio al otro lado fue palpable, pero Chomosukez continuó.
"Se trata de un equilibrio entre la ira y la paz. Una brecha... si se puede dominar, podría otorgarte un poder más allá de lo imaginable, pero los textos advierten que es increíblemente peligroso. Alguien lo intentó una vez y no sobrevivió. Quería que supieras esto... quizás te interese."
Victor permaneció en silencio durante un momento antes de responder, su voz grave pero tranquila.
"Es un riesgo. Pero también es una posibilidad. Gracias, Chomosukez. Nos veremos pronto."
Después de unas horas, Victor y Chomosukez se encontraron en un páramo desolado, el cielo nublado y el viento arrastrando polvo a través del árido paisaje. El lugar estaba completamente vacío, sin vida ni sonido, lo que lo hacía el sitio perfecto para una conversación tan crucial.
Victor, con los brazos cruzados y una mirada profunda, observaba a Chomosukez acercarse, su capa ondeando ligeramente con el viento. Chomosukez se detuvo a pocos metros de él, mirando el suelo por un momento antes de levantar la vista.
"Este lugar... parece adecuado para lo que tenemos que discutir," dijo Chomosukez con voz firme, aunque en su interior aún procesaba la magnitud de lo que había leído.
Victor asintió lentamente, su rostro inmutable, aunque sus ojos revelaban una curiosidad oculta.
"Cuéntame más sobre lo que descubriste, Chomosukez," dijo Victor, con su tono calmado pero autoritario.
Chomosukez respiró hondo antes de hablar, el peso de la información que llevaba siendo evidente.
"Los textos antiguos mencionan esa transformación, Omni Yadaratman... una manifestación de poder pura, un equilibrio entre la paz y la ira. Decía que solo alguien con un control total de sus emociones podría alcanzarla... pero también que cualquiera que lo intentara y fracasara moriría al instante. Me pregunté si tú, con tu experiencia, podrías ser diferente."
Victor mantuvo su mirada fija en el horizonte, procesando lo que Chomosukez le decía. Durante unos segundos, el viento fue el único sonido que llenaba el silencio.
"Siempre supe que había algo más... algo que no alcanzaba a entender completamente," respondió Victor. "Ese poder, ese equilibrio... no es algo que pueda tomarse a la ligera. Pero si lo que dices es cierto, podría ser la clave para enfrentar lo que está por venir."
Chomosukez asintió, sabiendo que Victor ya había tomado una decisión interna.
"Si decides intentarlo, estaré contigo, Victor. Este poder puede ser peligroso, pero también puede ser lo que te permita trascender como nunca antes."
Victor dio un paso adelante, su figura imponente recortada contra el cielo oscuro.
"Entonces no hay más que esperar. Aquí, en este lugar desolado, probaremos si esa leyenda es verdad."
Chomosukez observó a su amigo, sabiendo que el siguiente paso podría cambiar todo.
Víctor comenzó a concentrarse, la ira y la calma fusionándose en su ser. Un aura de energía oscura y luminosa empezó a emanar de él, expandiéndose en ondas que parecían alterar la propia existencia a su alrededor. El poder que se liberaba era tan intenso que incluso Jehová, en el cielo, sintió el estremecimiento y observó el fenómeno con una mezcla de curiosidad y preocupación.
Victor se sumergió más en sus emociones, el equilibrio entre la furia y la serenidad alcanzando una intensidad casi palpable. Su cuerpo brillaba con una luz etérea mientras su aura se expandía en un crescendo de energía pura. En un momento de profundo enfoque, su conciencia se desplazó a un lugar oscuro e inmenso, un vacío que parecía infinito.
En ese espacio etéreo, Víctor se encontró a sí mismo en una especie de manifestación interna. De entre la oscuridad, emergieron figuras familiares, sus padres, Ana y Manuel. La presencia de ellos era serena y majestuosa, y el reconocimiento llenó a Víctor de una mezcla de emociones intensas.
Ana, con su belleza etérea y su aire de diosa, se acercó con una sonrisa cálida. Manuel, con su presencia digna y serena, lo hizo con una expresión de orgullo paternal. Víctor, al verlos, no pudo evitar sonreír con una mezcla de alivio y alegría. Sin dudarlo, extendió sus brazos y abrazó a ambos.
El abrazo fue un momento de unión profunda, un encuentro entre el hijo y sus padres que trascendía el tiempo y el espacio. Víctor sintió una oleada de amor y comprensión que lo envolvía, reconociendo el lazo que lo unía con ellos y el poder que había heredado.
Ana lo miró con ternura y le dijo en un tono suave, "Has alcanzado lo que pocos pueden. Este poder es una parte de ti, una herencia de nuestra unión y tu propia voluntad."
Manuel asintió con orgullo, "Tu control y equilibrio han sido ejemplares, Víctor. Este es solo el comienzo de lo que puedes lograr."
Víctor, con lágrimas en los ojos y una sonrisa en el rostro, respondió, "Gracias. No podría haber llegado aquí sin vuestro amor y guía. Estoy listo para enfrentar lo que venga."
Con un último apretón, los padres de Víctor se desvanecieron lentamente, dejándolo solo en su lugar interno de poder.
Víctor, emergiendo de su lugar de introspección, comenzó a elevar su poder más allá de sus límites conocidos. La energía que emanaba de él era tan intensa que parecía distorsionar el espacio mismo, y las barreras que limitaban su fuerza empezaron a desintegrarse bajo el impacto de su creciente poder. La letra ¥ apareció en su frente, un símbolo enigmático que representaba el límite de su transformación.
A medida que Víctor continuaba canalizando su energía, el símbolo ¥ empezó a cambiar lentamente. Las rayas que lo componían se desvanecieron, dejando solo una Y simple en su frente. Este cambio marcó un punto de no retorno en su proceso de transformación. El poder que antes estaba contenido ahora se desbordaba con una fuerza inconmensurable.
Víctor sintió cómo sus músculos se tensaban y se fortalecían, su cuerpo brillando con una intensidad casi cegadora. Su cabello, que antes era de un color común, se tornó de un blanco puro, como si reflejara la luz misma. Sus ojos cambiaron a un gris profundo, una mirada que parecía contener la vastedad de un cosmos entero.
Con una última explosión de energía, Víctor liberó todo su poder en una onda expansiva que arrasó todo a su alrededor, demostrando una fuerza que desafiaba la comprensión. Su transformación era completa, y en su nueva forma, Víctor se erguía como una figura imponente, una mezcla de divinidad y poder supremo, capaz de enfrentar cualquier desafío con una fuerza inigualable.
Víctor observó sus manos transformadas, admirando el poder que ahora fluía a través de él. Una sonrisa de satisfacción y realización se dibujó en su rostro. Miró a Chomosukez, quien estaba a su lado, testigo de su asombroso cambio.
"Este es el legado de mi raza," dijo Víctor con una voz que resonaba con una autoridad renovada. "Un poder que pocos pueden alcanzar y que pocos han visto en su forma más pura. Lo que ves aquí es el fruto de la fuerza de mi linaje, un poder que equilibra la furia y la calma."
Su mirada, llena de determinación y orgullo, se posó en Chomosukez. "He alcanzado lo que muchos consideran una leyenda, una transformación que sólo los más poderosos de mi raza pueden lograr. Este es el verdadero alcance de nuestro potencial."
Chomosukez, con una mezcla de asombro y respeto, asintió, reconociendo la magnitud de lo que Víctor había logrado. La presencia de Víctor, en su nueva forma, era el testimonio de un poder antiguo y formidable, un legado que ahora se manifestaba de manera palpable.
Víctor, con una intensidad renovada en su nueva forma, adoptó una pose de combate, su cuerpo irradiando un aura imponente y poderosa. "Ahora veamos qué puedes hacer," dijo con voz firme, desafiando a Chomosukez a mostrar su habilidad.
Chomosukez, con una determinación similar, desenvainó su katana. El brillo de la espada y la intensidad en sus ojos reflejaban el aumento de su poder. Su presencia se tornó más dinámica, sus movimientos cargados de una energía que hacía eco del desafío que aceptaba.
Sin previo aviso, ambos se lanzaron al aire a una velocidad impresionante, el suelo apenas alcanzando sus pies antes de que se elevaran en una danza de combate. Sus cuerpos, alimentados por una fuerza que parecía desafiar las leyes de la física, se movían con precisión y velocidad, cada uno intentando anticipar los movimientos del otro.
Fin.