Daiki Talloran observaba a sus hermanos con una expresión tensa, mientras el viento susurraba a su alrededor, levantando el polvo del suelo marcado por las batallas recientes. Los miraba con ojos entrecerrados, conscientes de la gravedad del momento, del peso de lo que estaba por hacer. La cicatriz de traiciones y decisiones difíciles atravesaba su alma, pero su lealtad estaba clara.
"Tendré que matarlos," dijo con voz firme y clara, rompiendo el silencio. "Si no son ustedes, serán mi familia, y yo prefiero a mi familia."
Sus hermanos lo miraban en shock, sin palabras al principio. Sabían de la presión a la que Daiki había sido sometido, pero ninguno esperaba que su propio hermano los mirara como enemigos. Para ellos, aún existía una esperanza de reconciliación, pero Daiki ya había cruzado ese punto. Los recuerdos de batallas juntos, de risas y camaradería, palidecieron en su mente ante la realidad inminente.
Uno de sus hermanos, el mayor, dio un paso al frente, con el rostro desencajado, incapaz de aceptar lo que estaba oyendo. "Daiki... no tienes que hacer esto. No somos tus enemigos. Juntos podemos..."
"No," interrumpió Daiki con una dureza que hizo eco en el aire. "No hay otra opción. Si ustedes se interponen en mi camino, si me obligan a elegir, la respuesta siempre será la misma. Yo protegeré a mi familia... aunque eso signifique destruirlos."
Con un destello de energía acumulándose en sus manos, los hermanos de Daiki sintieron el cambio. El aire se volvió denso, la atmósfera cargada de tensión, como si el mundo mismo estuviera en el borde del abismo. Su poder comenzaba a emerger como un torrente oscuro y arrollador, mientras la energía fluctuaba a su alrededor, crepitando con la intensidad de una tormenta a punto de desatarse.
"Lo siento," murmuró Daiki, pero en su voz no había arrepentimiento. Solo una resolución fría. Sabía que lo que venía a continuación sería inevitable.
Kazran, Mortis, Neron, Drakar, Zalek, Fati, Selene, Astar, Nyxa, y Veera rodeaban a Daiki, formando un círculo perfecto mientras se preparaban para atacar. Los cinco varones y las cinco hembras, todos hermanos de Daiki, estaban listos para el combate, dispuestos a enfrentarlo con todas sus fuerzas. Cada uno de ellos poseía habilidades únicas y temibles, habilidades que habían perfeccionado a lo largo de los años. Sabían que Daiki era poderoso, pero esta vez no pelearía solo, y eso era una ventaja que estaban dispuestos a explotar.
Selene, la más rápida del grupo, fue la primera en moverse. Con una agilidad sorprendente, lanzó una ráfaga de golpes hacia Daiki, impactando en su abdomen y sus costillas. No hubo tiempo para recuperarse; los otros nueve hermanos siguieron su ejemplo y atacaron al unísono. Golpes de todas direcciones, energías y técnicas diversas, todos concentrados en un solo objetivo: someter a Daiki.
El dolor lo recorrió como una ola, y aunque Daiki repelió algunos de los ataques con su propia fuerza, muchos otros lo alcanzaron. El dolor en sus costillas fue el más agudo, haciéndolo soltar un quejido. Sintió que estaba acorralado, que no podría aguantar mucho más si no encontraba una manera de derrotarlos rápidamente. Su respiración se volvió más agitada, y el sudor empezaba a caer por su frente.
"Voy a perder si no logro vencerlos rápido," pensó, su mente calculando a toda velocidad.
Fue en ese momento, cuando sentía que su límite estaba cerca, que algo oscuro y familiar se agitó dentro de él. Una masa negra empezó a surgir de su espalda, un torrente de energía maligna que se materializó en forma de tentáculos afilados y amenazantes. Estos tentáculos se movían con una vida propia, protegiendo a Daiki y repeliendo los ataques de sus hermanos con una eficacia despiadada.
Daiki, aún recuperándose del impacto, observó los tentáculos con una sonrisa torcida en su rostro. "Oh, vaya, me vas a ayudar aquí, ¿no?" murmuró, reconociendo a la criatura que se había manifestado desde lo más profundo de su ser.
En ese instante, recordó algo que su padre, James Talloran, le había dicho mucho tiempo atrás, cuando aún vivían en la nave, antes de que las traiciones y los conflictos los separaran. James, siempre enigmático y sabio, le había mencionado a Daiki algo sobre una antigua criatura. "Llama a la criatura Konan,"y había dicho James en aquel entonces. "Era un nombre de mi viejo amigo."
El recuerdo resonó en la mente de Daiki mientras veía a Konan extenderse desde su cuerpo. Una sombra oscura y afilada, invulnerable, poderosa. Los tentáculos de Konan se movían con una precisión letal, deflectando los ataques de sus hermanos y devolviendo cada golpe con una violencia devastadora. Kazran fue el primero en recibir el contragolpe, un tentáculo lo golpeó con tanta fuerza que fue lanzado hacia atrás, estrellándose contra una roca.
Selene intentó golpear nuevamente, pero Konan fue más rápido. Un tentáculo la rodeó y la lanzó lejos, dejándola aturdida en el suelo. Astar y Nyxa intentaron coordinar un ataque conjunto, pero los tentáculos de Konan los bloquearon con una facilidad insultante.
Daiki, ahora con una ventaja clara, empezó a recuperar el control de la situación. "No quería que esto llegara a este punto, pero ustedes me obligaron." Su voz era fría, distante, mientras observaba cómo Konan manejaba a sus hermanos con una destreza que superaba incluso su propio poder.
Daiki chasqueó sus dedos con una precisión letal, y la katana que llevaba consigo salió de su vaina como si obedeciera su voluntad. Con una fuerza descomunal, rompió la hoja en mil pedazos, el sonido metálico resonando en el aire. Konan, la criatura oscura que había emergido de su espalda, se movió con rapidez y atrapó los fragmentos de la katana en el aire.
Los tentáculos de Konan comenzaron a envolverse alrededor de los pedazos rotos, absorbiéndolos en su oscura masa mientras se fusionaba con Daiki. La energía a su alrededor se intensificaba, girando en un torbellino de poder. La transformación que estaba por ocurrir no solo era física; era una manifestación del lazo profundo que compartían Daiki y Konan, un vínculo forjado en la oscuridad y el poder.
La transformación culminó en una explosión cegadora, lanzando humo por todo el campo de batalla. Cuando el polvo y la niebla se disiparon, la figura de Daiki emergió, irreconocible pero imponente. Su cuerpo estaba ahora cubierto por una armadura negra y pesada, que parecía fusionada con los restos de su katana rota. De su espalda salían tentáculos afilados como cuchillas, moviéndose con vida propia. Sus ojos, que antes mostraban una mezcla de duda y resolución, ahora eran dos orbes rojos, brillando con un poder oscuro y amenazante. La única parte de su cuerpo visible era su cuello y cabeza, mostrando la palidez y frialdad de su rostro.
Daiki, o lo que ahora se había convertido, observó a sus hermanos, quienes yacían heridos y exhaustos, pero aún conscientes. Kazran, Mortis, Neron, Drakar, Zalek, Fati, Selene, Astar, Nyxa y Veera lo miraban con una mezcla de horror y asombro. Ninguno de ellos había previsto que su hermano menor alcanzaría tal transformación. Lo que alguna vez fue Daiki ya no existía en la misma forma; ahora era una entidad más allá de lo humano, más allá de lo mortal.
Los ojos de Daiki, fríos y calculadores como los de su padre James Talloran, recorrieron a sus hermanos sin mostrar emoción. El semblante que adoptaba ahora era idéntico al de James, un pensamiento metódico y gélido que calculaba cada movimiento con precisión. Sus hermanos podían sentir la diferencia. Este no era el mismo Daiki con quien habían crecido, y lo sabían.
"Esto no fue necesario," murmuró Daiki, su voz grave resonando bajo el peso de su nueva forma. "Pero ahora no hay marcha atrás."
Los tentáculos en su espalda se agitaron, reflejando su creciente poder, listos para cualquier movimiento. Daiki, o lo que fuera ahora, permaneció quieto, pero su presencia dominaba todo el espacio, una amenaza que sus hermanos no podían ignorar.

D
aiki ajustó su respiración mientras observaba el caos que había causado. El aire a su alrededor estaba cargado con el polvo de los edificios destruidos, y el silencio que siguió a la explosión era inquietante. Sentía la vibración de su propia energía resonando en su armadura negra, que ahora se había fusionado completamente con Konan, el antiguo aliado de su padre.
Los tentáculos afilados que se extendían desde su espalda se movían con inquietud, como si estuvieran esperando otro combate, alimentados por la furia silenciosa que Daiki había dejado salir. Observó el lugar donde sus hermanos habían caído. A pesar de su confianza, una pequeña parte de él sabía que no era el final. "Son hijos de James Talloran... y eso significa que sobrevivirán", pensó mientras su mirada recorría los escombros.
El eco de sus propios pensamientos le trajo recuerdos de las palabras de su padre. James siempre le había enseñado que la familia era lo más importante, pero también le había advertido que en la batalla no se podía dudar. "Si no actúas primero, ellos lo harán", le había dicho. Pero esta vez, no eran extraños ni enemigos. Eran sus propios hermanos, y aunque la necesidad de proteger a su propia familia, a su padre y a sí mismo, lo había llevado a esta confrontación, no podía evitar la punzada de duda.
De repente, un temblor recorrió el suelo bajo sus pies. Desde las ruinas, un brillo comenzó a emerger. "No están muertos", pensó Daiki, y su rostro se endureció. No podía permitirse más errores.
Antes de que pudiera prepararse, el sonido de rocas cayendo y energía crepitando llenó el aire. Los primeros en levantarse fueron Kazran y Mortis, cubiertos de polvo y sangre, pero con una determinación renovada en sus ojos. "¿Realmente pensaste que nos acabarías con un solo golpe, Daiki?" gritó Kazran, mientras la energía de su cuerpo comenzaba a brillar con una intensidad feroz.
"¡Hermanos, no hemos terminado aquí!" rugió Mortis, mientras los demás comenzaban a levantarse de entre los escombros. Fati y Veera avanzaron primero, canalizando su poder y lanzando ataques hacia Daiki. Bolas de fuego y relámpagos rasgaron el aire a una velocidad aterradora, pero Daiki, con la ayuda de Konan, logró esquivar los primeros embates.
Los ataques se multiplicaron, y Daiki sabía que, aunque había logrado derribarlos una vez, sus hermanos no serían tan fáciles de derrotar ahora que estaban decididos a luchar hasta el final. Cada uno de ellos combinaba sus poderes, creando una tormenta de energía que hacía temblar el suelo. La batalla había escalado a un nivel completamente diferente.
Pero Daiki no retrocedería. Con un rugido, lanzó una nueva oleada de energía oscura, concentrando todo el poder que Konan y él compartían. Los tentáculos en su espalda se extendieron hacia adelante, chocando contra las explosiones de energía de sus hermanos. Las colisiones de poder enviaban ondas expansivas que sacudían todo a su alrededor. Daiki se movía con una rapidez sobrehumana, cortando el aire con golpes certeros mientras usaba sus tentáculos como escudos y armas a la vez.
En medio del caos, recordó su objetivo principal: Victor. Sabía que su tiempo era limitado, y que mientras más se prolongara esta pelea, más vulnerable sería su familia. No podía permitirse el lujo de luchar por mucho más tiempo.
"Esto se acaba ahora", pensó con decisión. Su armadura brilló con una luz oscura, y la energía cósmica de Konan se intensificó. Los tentáculos en su espalda se alargaron más, tomando la forma de espadas afiladas. "Konan... acabemos con esto", susurró Daiki.
Con un movimiento brusco, Daiki cargó hacia sus hermanos, pero esta vez no con la intención de derribarlos. En lugar de eso, sus tentáculos se movieron a una velocidad abrumadora, creando una barrera impenetrable de ataques mientras él se dirigía directamente hacia el cielo. Desde las alturas, Daiki reunió toda su energía, creando una esfera de oscuridad pura, que giraba sobre sí misma, acumulando poder a cada segundo.
"¡Esta es su última oportunidad!", gritó desde el aire, su voz resonando sobre el campo de batalla. Sus hermanos levantaron la vista, sabiendo que el próximo ataque sería devastador. Kazran intentó reunir a los demás, pero Daiki no les daría tiempo. Con una sonrisa sombría, dejó caer la esfera de energía.
La explosión que siguió fue como nada que hubiera sucedido antes. La esfera impactó con una fuerza imparable, desatando una onda expansiva que arrasó con todo a su paso. Los edificios que aún quedaban en pie fueron destruidos instantáneamente, y el suelo bajo los pies de Daiki se agrietó, mientras el poder oscuro envolvía todo el campo de batalla.
Daiki descendió lentamente, observando el cráter que había creado. La batalla con sus hermanos había terminado, al menos por ahora. Aunque una parte de él sabía que, de alguna forma, seguirían luchando. Pero ya no importaba. Debía encontrar a Victor.
Con una última mirada al campo de batalla destruido, Daiki se lanzó en dirección a donde sabía que Victor lo necesitaría.
Fin.