Mientras Victor lidiaba con sus propios pensamientos y emociones, Gaby, sentada en la mesa del comedor, estaba inmersa en sus tareas escolares. El sol de la mañana iluminaba suavemente el ambiente, y el sonido del lápiz rascando el papel era el único ruido en la tranquila casa.
A pesar de la calma, Gaby estaba concentrada, mordiendo suavemente el extremo de su lápiz mientras resolvía un problema complicado. Su cabello caía en una suave cortina alrededor de su rostro, y su expresión reflejaba la determinación que había heredado de su padre.
De vez en cuando, levantaba la vista, observando a su alrededor en busca de un momento de distracción, pero rápidamente volvía a concentrarse en su tarea. Para Gaby, estas tareas no eran solo un deber escolar; eran una oportunidad para demostrar el mismo tipo de dedicación y esfuerzo que había visto en Victor durante sus entrenamientos y en su vida diaria.
Era evidente que, aunque joven, Gaby estaba aprendiendo a equilibrar la fuerza física que había desarrollado con la disciplina mental necesaria para afrontar cualquier desafío que se le presentara, tanto en el aula como en la vida.
Victor, María, José, y Luci decidieron aprovechar el día para hacer algunas compras, dejando a Gaby encargada de la casa. Gaby, ahora una adolescente responsable y fuerte, se sintió orgullosa de que le confiaran esta tarea. Sabía que sus padres confiaban en ella, y no quería decepcionarlos.
Después de despedirse y asegurarse de que tenían todo lo necesario, Gaby cerró la puerta tras ellos y se quedó en silencio por un momento, escuchando el eco de la tranquilidad que llenaba la casa. Con una sonrisa, se dio cuenta de que tenía todo el lugar para ella, aunque sabía que debía mantenerse atenta y responsable.
Gaby decidió aprovechar el tiempo para organizar algunas cosas en la casa. Primero, pasó por la cocina para asegurarse de que no habían dejado nada fuera de lugar. Luego, revisó las habitaciones, ajustando las cobijas y almohadas, dejando todo en perfecto orden.
Al terminar, se sentó en la sala de estar, mirando por la ventana. Aunque estaba sola, sentía la presencia de su familia en cada rincón del hogar, como si la energía de ellos permaneciera en los objetos cotidianos y en las paredes que los rodeaban. Sabía que pronto volverían, y mientras tanto, se permitía disfrutar de la paz que ofrecía el momento.
Los gatos, fieles compañeros, se acurrucaron a su lado en el sofá, y Gaby los acarició suavemente mientras pensaba en lo mucho que había crecido en los últimos años, tanto física como emocionalmente. Este momento de soledad le dio la oportunidad de reflexionar sobre todo lo que había aprendido y cómo había cambiado.
No hay problema, aquí tienes la versión corregida:
Victor, Luci, María y José salieron juntos de compras, esta vez no para sus hijos, sino para los compañeros de trabajo de Victor. Con una lista en mano, caminaban por la ciudad, deteniéndose en tiendas especializadas en busca de artículos que reflejaran aprecio y consideración. Victor quería asegurarse de que los regalos fueran significativos, ya que su equipo había trabajado arduamente y merecían un reconocimiento especial.
Luci, con su buen ojo para los detalles, se encargaba de seleccionar objetos que fueran tanto útiles como estéticamente agradables. María, siempre atenta a los sentimientos, sugería opciones que reflejaran calidez y gratitud. Mientras tanto, José, con su energía contagiosa, ayudaba a su padre a llevar las bolsas, emocionado por la idea de participar en la elección de los regalos.
A medida que avanzaban, Victor no podía evitar sentir una gran satisfacción. Había trabajado junto a su equipo durante años, y ahora, con la ayuda de su familia, estaba eligiendo algo que pudiera mostrarles lo mucho que valoraba su esfuerzo y dedicación. Cada objeto que compraban representaba un gesto de agradecimiento hacia aquellos que habían sido parte importante de su vida profesional.
El sol comenzaba a descender, bañando la casa con la cálida luz del atardecer. Gaby, ya convertida en una joven mujer, se ocupaba de las tareas del hogar, con la tranquilidad que le ofrecía la rutina. Sus pensamientos estaban en su familia, en la seguridad y paz que había encontrado junto a ellos. Pero esa calma, esa falsa sensación de seguridad, estaba a punto de ser brutalmente interrumpida.
Un golpe seco resonó en la puerta principal, tan fuerte que hizo temblar las paredes. Gaby, con el ceño fruncido, dejó de lado lo que estaba haciendo y se dirigió hacia la entrada. Antes de que pudiera llegar, la puerta se desplomó con un crujido ensordecedor, y en su lugar aparecieron tres figuras encapuchadas, sus intenciones evidentes en cada uno de sus movimientos calculados y llenos de odio.
El pánico se apoderó de Gaby, pero no tuvo tiempo de procesarlo. El primero de los hombres, un individuo corpulento y de mirada fría, se lanzó hacia ella con la velocidad de un depredador, propinándole un golpe brutal en el cuello. El aire se le escapó de los pulmones, dejándola sin voz, sin aliento, mientras se tambaleaba hacia atrás.
Antes de que pudiera recuperarse, el segundo hombre ya estaba sobre ella, descargando un puñetazo implacable en su plexo solar. Gaby sintió que su cuerpo se congelaba por el dolor intenso, incapaz de moverse, de gritar, de defenderse. Y entonces, el tercero se acercó, su expresión inmutable mientras asestaba un golpe letal directo al corazón.
Gaby sintió cómo su mundo se oscurecía en un parpadeo. Su cuerpo cayó al suelo, su consciencia desvaneciéndose en un mar de tinieblas. La casa, que había sido un refugio, un hogar, ahora estaba siendo profanada por aquellos hombres que, guiados por la venganza, comenzaron a destrozar todo a su paso.
Los asesinos, enviados por un narcotraficante mexicano con una sed de venganza insaciable contra Victor, sabían que su único medio de causar verdadero dolor era atacar lo que él más valoraba: su familia. Mientras Gaby yacía inconsciente, la casa se convertía en un campo de destrucción, los recuerdos y pertenencias de su familia siendo destrozados sin misericordia.
Afuera, el sol seguía su curso, ajeno al horror que se desataba en el interior. Y en el silencio que siguió a la tormenta de violencia, el destino de una familia que había luchado tanto por encontrar la paz, quedó en un peligroso equilibrio, a la espera de que Victor descubriera el desastre que le aguardaba al regresar a casa.
Los asesinos, tras asegurarse de que Gaby estaba completamente inconsciente, intercambiaron miradas rápidas y asintieron en silencio. El líder del grupo sacó un dispositivo de su bolsillo, presionando un botón que emitió un zumbido apenas audible. Afuera, en la oscuridad creciente, una nave especial camuflada comenzó a descender, su presencia apenas perceptible en el cielo.
Con eficiencia calculada, los hombres levantaron el cuerpo de Gaby y lo llevaron hacia la nave. Su delicado cuerpo era un peso ligero en sus brazos, y pronto desaparecieron en la oscuridad de la nave. El interior estaba frío y estéril, diseñado para misiones como esta: rápidas, silenciosas y letales.
Los motores de la nave emitieron un suave zumbido mientras se elevaba rápidamente, saliendo del radar de cualquier dispositivo de vigilancia local. En cuestión de segundos, la nave atravesó el cielo y se dirigió hacia el sur, cruzando fronteras y territorios a una velocidad impresionante.
El líder de los asesinos observaba a Gaby, ahora asegurada en una cápsula dentro de la nave, y una sonrisa cruel se dibujó en su rostro. Sabía que su misión no era solo cumplir con la orden de secuestrar a la hija de Victor, sino también enviar un mensaje claro y directo: nadie está a salvo de la venganza del narcotraficante.
A medida que la nave avanzaba hacia su destino en México, los asesinos comenzaron a planear sus próximos movimientos. Sabían que tenían un tiempo limitado antes de que Victor descubriera lo ocurrido y se lanzara a buscarlos. Pero también confiaban en su ventaja inicial y en el hecho de que habían tomado a Gaby completamente desprevenida.
Mientras tanto, en su hogar, el silencio tras la violencia comenzaba a asentarse, dejando un rastro de devastación y angustia que solo crecería a medida que la familia de Victor descubriera la terrible verdad.
Victor entró primero, riendo suavemente por algo que Luci había dicho mientras bajaba las bolsas de las compras del auto. Sin embargo, su risa se detuvo bruscamente al ver la puerta principal medio abierta y destrozada. Un mal presentimiento lo recorrió como una corriente helada, y su cuerpo se tensó al instante.
Al empujar la puerta con cautela, la escena que se desplegó ante él hizo que su corazón se hundiera. El lugar estaba en desorden, como si hubiera pasado un huracán. Las sillas volcadas, los muebles desplazados y, en medio de todo, un silencio sepulcral que solo intensificaba su temor. Luci y María entraron detrás de él, y sus expresiones pasaron de la alegría a la preocupación en un instante.
José, sosteniendo la mano de María, miraba a su alrededor con ojos grandes y asustados, sin entender del todo lo que había sucedido, pero sintiendo el cambio en el ambiente. Victor, con las manos temblorosas, dejó caer las bolsas al suelo. El sonido de los productos golpeando el piso fue el único ruido en la casa, pero a él le pareció ensordecedor.
"Gaby..." susurró Luci, su voz quebrada por la desesperación, mientras empezaba a moverse por la casa, buscando frenéticamente a su hija. María, con una expresión de incredulidad y horror, hizo lo mismo, llamando a Gaby con creciente pánico. Pero no hubo respuesta. Solo el eco de sus voces rebotando contra las paredes.
Victor, de pie en medio del caos, sintió cómo la ira, el miedo y la desesperación se entremezclaban en su interior. Cada segundo que pasaba era un martillo que golpeaba su conciencia, dándole a entender la gravedad de la situación. Su mente comenzó a trabajar a toda velocidad, evaluando las posibilidades y buscando alguna señal de lo que había ocurrido.
Finalmente, encontró una pequeña mancha en el suelo, cerca de la entrada. Al agacharse, la tocó y sintió que estaba caliente. Sangre. Eso fue lo que encendió una chispa en él, despertando al guerrero que había tratado de dejar atrás durante estos meses de paz.
Luci, con lágrimas en los ojos, regresó junto a Victor, incapaz de encontrar a su hija. María estaba igual de abatida, y José, sintiendo la tensión en el aire, abrazó con fuerza la pierna de su padre.
Victor se levantó lentamente, su rostro transformado en una máscara de fría determinación. Su mirada era dura, pero en lo profundo de sus ojos se reflejaba un dolor insondable. Sabía que su peor pesadilla se había hecho realidad: alguien había osado tocar a su hija, y ahora estaba en peligro.
"Los voy a encontrar", murmuró, con una voz que no admitía dudas. "Y no quedará ni uno solo."
Sin perder más tiempo, Victor comenzó a preparar todo lo necesario para lo que sería la misión más importante de su vida. Su mente estaba ya en México, anticipando los movimientos de sus enemigos y visualizando cada paso que tomaría para recuperar a Gaby. No importaba cuán lejos tuviera que ir, ni cuántos enemigos tuviera que enfrentar. Nadie podía alejar a su hija de él y seguir viviendo para contarlo.
Victor no perdió tiempo. Con cada latido de su corazón, la imagen de Gaby, indefensa y en manos de criminales, lo impulsaba a moverse más rápido. El viento cortaba su rostro mientras atravesaba el aire, sus sentidos agudizados por la urgencia de la misión. Aunque su omnisciencia era limitada, un débil eco de lo que podría ser un poder divino, era suficiente para darle una dirección, una pista que lo guiaba a través de la vastedad de México.
Atravesó Guatemala en cuestión de minutos, sus ojos clavados en el horizonte, hasta que la vasta extensión del territorio mexicano se desplegó ante él. Al llegar a la frontera, Victor aterrizó en un paraje desolado, donde el calor y el polvo del desierto lo envolvieron. A su alrededor, el silencio era absoluto, roto solo por el lejano ulular del viento. Sabía que la búsqueda no sería fácil. México era un país enorme, y aunque tenía una vaga idea de dónde empezar, encontrar el escondite exacto requeriría más que velocidad y fuerza bruta.
Victor cerró los ojos por un momento, tratando de enfocar su mente y acceder a ese pequeño destello de omnisciencia. Imágenes borrosas y sensaciones vagas comenzaron a fluir, como si alguien estuviera susurrando en un idioma que apenas comprendía. Vio destellos de calles polvorientas, un complejo en ruinas en medio de la nada, y el sonido distante de una risa cruel. La visión se enfocó brevemente en un punto concreto, un lugar que él reconoció instintivamente, aunque nunca lo había visto antes.
"Ahí," susurró para sí mismo, abriendo los ojos con determinación.
Sin más preámbulos, se elevó nuevamente en el aire, dejando atrás la frontera y adentrándose en el vasto territorio de México. Voló sobre ciudades y montañas, hasta que finalmente, después de lo que parecieron solo segundos para él, encontró el lugar. Era un complejo antiguo, rodeado de alambradas oxidadas y vigilado por hombres armados. No había duda, era allí donde retenían a Gaby.
Victor descendió lentamente, ocultándose entre las sombras mientras evaluaba el terreno. Su mente trabajaba rápidamente, planificando la mejor forma de entrar y sacar a su hija. Aunque sentía la necesidad de lanzarse al ataque y destruir todo a su paso, sabía que debía ser cuidadoso. Gaby estaba en juego, y un error podría costarle todo.
Con el corazón latiendo con fuerza, Victor dio el primer paso hacia la misión más importante de su vida. La furia y el amor por su hija se entrelazaban en su pecho, dándole la fuerza que necesitaba para enfrentar cualquier desafío. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para salvar a Gaby, y los hombres que la habían secuestrado pronto aprenderían el precio de su osadía.
Gaby abrió lentamente los ojos, su cabeza palpitando de dolor. La oscuridad del sótano la envolvía, solo interrumpida por la tenue luz de una bombilla que parpadeaba sobre su cabeza. Sentía el frío del suelo de concreto bajo su cuerpo, y cada movimiento le recordaba los golpes que había recibido. Su cuello y torso ardían, pero el miedo era más fuerte que el dolor. A pesar de todo, sabía que debía mantenerse fuerte. Sabía que su padre vendría por ella.
Mientras intentaba incorporarse, oyó pasos descendiendo por la escalera de metal que llevaba al sótano. El sonido de botas pesadas resonaba, llenando el espacio con una sensación de amenaza. Gaby se tensó, su cuerpo adolorido, pero su espíritu indomable. A pesar de su corta edad, el entrenamiento con su padre le había enseñado a resistir, a no mostrar miedo, aunque por dentro estuviera aterrada.
El hombre que apareció en el umbral era alto, corpulento, y vestía un traje caro que contrastaba con la suciedad y la ruina del sótano. Su rostro estaba marcado por cicatrices, y sus ojos oscuros destilaban una crueldad fría y calculadora. Este era el jefe del cártel de narcotráfico que había orquestado su secuestro, un hombre que controlaba imperios de drogas y que ahora tenía a Gaby bajo su poder.
"Ah, la princesita finalmente despierta," dijo el hombre, su voz ronca y cargada de sarcasmo. Se acercó lentamente, cada paso retumbando en el suelo de concreto. "Supongo que sabes quién soy, ¿verdad? Tu padre destruyó mucho de lo que construí, y ahora... ahora, él va a pagar."
Gaby lo miró fijamente, su mirada llena de desafío, aunque su corazón latía con fuerza. No iba a dejar que este hombre la viera quebrarse. "Mi papá vendrá por mí," respondió con una firmeza sorprendente para una chica de su edad. "Y cuando lo haga, tú y tus hombres se arrepentirán."
El narcotraficante rió con desdén, inclinándose hacia ella hasta que su rostro estuvo a pocos centímetros del suyo. "¿Tu papá? Sí, estoy contando con eso. Me encargaré de él cuando llegue, justo frente a tus ojos."
Gaby sintió una punzada de miedo, pero no desvió la mirada. Sabía que Victor vendría. Su padre siempre cumplía sus promesas. Mientras tanto, debía mantenerse fuerte, mantenerse viva, y no dejar que el miedo la consumiera. Sabía que, de alguna manera, tenía que ganar tiempo, lo suficiente para que su padre llegara.
El jefe del narcotráfico se enderezó, dándole una última mirada de desdén antes de girarse y caminar hacia la escalera. "Disfruta de tu tiempo aquí abajo, niña. Pronto todo habrá terminado para tu familia."
Mientras las sombras del sótano volvían a cerrarse sobre ella, Gaby cerró los ojos un momento, respirando hondo. Sentía dolor, miedo, pero también una llama inextinguible de esperanza. Su padre estaba en camino, y cuando llegara, el mundo del jefe del cártel se desplomaría.
Victor irrumpió en la mansión como un huracán desatado, moviéndose con una precisión letal. Cada guardia que se cruzaba en su camino caía al suelo, incapacitado en cuestión de segundos. Golpes calculados, movimientos rápidos como relámpagos, pero sin dejar que la muerte siguiera su estela. Su ira estaba contenida, fría y enfocada en una sola misión: salvar a Gaby.
Las paredes de la casa resonaban con los impactos de los cuerpos al caer, y los gritos de sorpresa y dolor de los guardias. No había tiempo para la piedad, pero Victor mantenía el control. Aún en su furia, no permitía que su necesidad de proteger a su hija lo llevara a cruzar la línea hacia la muerte.
Finalmente, llegó a la puerta del sótano. Podía sentir el aura oscura del lugar, la desesperación que había impregnado el aire. Abrió la puerta de un golpe, las bisagras chirriaron en protesta, pero en ese momento, el mundo pareció detenerse.
Al entrar, vio al narcotraficante. El hombre, con una sonrisa sádica, levantó su arma. Fue solo un segundo, un instante demasiado rápido para reaccionar, pero suficiente para cambiar el destino de Victor para siempre.
El sonido del disparo resonó en el sótano, un eco que rebotó en las paredes, perforando no solo el aire, sino el alma de Victor. La bala, dirigida con precisión fría, atravesó el cráneo de Gaby, arrancándole la vida en un instante.
El cuerpo de Gaby se desplomó al suelo, sin vida. El silencio que siguió fue denso, sofocante, como si el mundo entero contuviera el aliento en ese momento. El narcotraficante, aún con el arma en la mano, miró a Victor con una mezcla de satisfacción y desprecio, convencido de que había ganado la partida.
Pero no comprendía la magnitud de lo que acababa de desatar.
Victor, al ver el cuerpo de su hija caer, sintió cómo algo dentro de él se quebraba en mil pedazos. Su respiración se detuvo por un momento, sus pensamientos se volvieron una tormenta de emociones oscuras y devastadoras. El dolor lo atravesó como mil cuchillos, pero en su corazón, la furia creció como una llama infernal.
El narcotraficante no tuvo tiempo de reaccionar. Victor, en un movimiento más rápido que cualquier cosa que hubiera hecho antes, se lanzó sobre él, arrebatándole el arma y estrellándolo contra la pared con una fuerza brutal. No lo mató, pero lo dejó colgando entre la vida y la muerte, sufriendo más allá de lo que cualquier ser humano podría soportar.
Victor cayó de rodillas junto a Gaby, su mirada fija en el rostro sin vida de su hija. Las lágrimas brotaron, ardientes, pero no podía apartar la vista. El dolor era insoportable, y el remordimiento de no haber llegado a tiempo lo consumía.
Abrazó el cuerpo inerte de Gaby, su mente en blanco, incapaz de procesar lo que acababa de ocurrir. El tiempo se detuvo para él en ese sótano, mientras el mundo fuera seguía girando. Pero para Victor, ese fue la muerte que lo marcaría para siempre.
Victor levantó su cabeza con una determinación feroz y un odio inquebrantable en sus ojos. El narcotraficante estaba aún tambaleándose, tratando de mantenerse en pie tras el ataque brutal. Victor apuntó directamente hacia él, dispuesto a acabar con su vida para que no pudiera causar más daño.
El narcotraficante, sin embargo, no estaba dispuesto a sucumbir tan fácilmente. Con un gesto rápido y calculado, apuntó al techo y lanzó un ataque de energía. La energía, cargada y peligrosa, ascendió y se estancó en el aire, pulsando con una intensidad amenazadora. Victor comprendió el propósito de ese movimiento demasiado tarde: el narcotraficante planeaba usar la explosión como una distracción y un escape.
Mientras Victor estaba distraído, el narcotraficante usó su última carta. Con una sonrisa cruel, ordenó a uno de sus hombres disparar una segunda onda de energía al techo. El disparo fue certero y el impacto hizo que la energía suspendida en el aire estallara en una explosión devastadora. La mansión, ahora una prisión de acero y fuego, estalló en mil pedazos. El suelo tembló y las llamas se alzaron en el aire, devorando todo a su paso.
Victor, con una furia contenida, rápidamente llevó el cuerpo de Gaby a la salida de la mansión. Sus manos temblaban, pero su determinación no flaqueó. Mientras él se apresuraba hacia el exterior, las ondas de energía y las llamas comenzaron a consumir la mansión desde adentro. La estructura crujía y se desmoronaba, los escombros llovían a su alrededor.
Finalmente, Victor logró llevar a Gaby a un lugar seguro, lejos de la zona de impacto inminente. Se tumbó a su hija en el suelo, con el corazón desgarrado, mientras las llamas y la destrucción se desataban en la mansión. Cuando se volteó para enfrentarse al narcotraficante, el jefe ya no estaba. La destrucción que había causado la segunda explosión había arrasado con la mansión, pero el jefe del narcotráfico había escapado, dejando a Victor con el vacío de su pérdida y el rastro de su venganza incompleta.
Victor, con el rostro marcado por una mezcla de furia y tristeza, caminó entre los escombros hacia los sobrevivientes, su presencia era una fuerza de implacable justicia. Entre ellos, el jefe de los narcotraficantes, herido y tambaleándose, intentaba recuperar su compostura. El dolor en su rostro era evidente, pero no lo suficiente para disuadir la furia de Victor.
Victor se acercó con una determinación escalofriante. Observó al narcotraficante que había causado tanto sufrimiento, y sus ojos se posaron en él con una intensidad feroz. Con un movimiento casi casual, levantó dos dedos, como si estuviera usando una pistola imaginaria. La energía se concentró en la punta de su dedo, una esfera de poder pulsante que emitía una amenaza tangible.
Sin esperar, Victor extendió su mano y cargó la bola de energía con una fuerza devastadora. Su pulgar se movió lentamente hacia abajo, imitando el movimiento de un gatillo. El narcotraficante, que aún intentaba levantarse, sintió el peso de la mirada de Victor y el peligro inminente.
Victor no tardó en sujetar al narcotraficante por el cabello, su agarre era firme y despiadado. Al jalarlo hacia él, su voz retumbó con una mezcla de ira y desafío. "No te duermas, moreno," dijo con frialdad, su tono cargado de una amenaza que no admitía objeciones. La energía en su dedo brillaba con una intensidad que prometía la destrucción inmediata.
El narcotraficante, temblando de terror, levantó la mirada hacia Victor, consciente de que no había escape. La magnitud del poder que Victor poseía y la implacable determinación en sus ojos dejaban claro que este encuentro no terminaría sin consecuencias severas.
Victor no perdió tiempo. Con una fría determinación, lanzó la esfera de energía hacia el narcotraficante, su rostro imperturbable. La bola de energía impactó con una fuerza devastadora, desintegrando no solo al jefe de los narcotraficantes, sino también una parte considerable del terreno y unas montañas cercanas. La explosión que siguió iluminó el horizonte, dejando una huella de destrucción a lo lejos.
El sonido ensordecedor de la explosión resonó mientras Victor se mantenía impasible. Con el cuerpo de su hija en sus brazos, se despidió del caos detrás de él. Usando su habilidad de teletransportación, desapareció de la escena con una precisión quirúrgica, llevándose el cuerpo de Gaby de vuelta a casa.
En la casa, Victor apareció en un parpadeo, su corazón aún lleno de dolor, pero su rostro permanecía impasible. Colocó el cuerpo de Gaby con cuidado en una mesa.
Víctor se quedó inmóvil junto al cuerpo de Gaby, sentado al borde de la mesa donde yacía su hija. Su mirada, fría y distante, se fijaba en el cuerpo sin vida de Gaby. Sus dedos, temblando ligeramente, tocaban la superficie de la mesa con una paciencia insensible, su mente absorbida por pensamientos oscuros y una rabia contenida.
Cuando María y Luci entraron en la habitación, sus gritos de desesperación y llanto llenaron el espacio. María se arrodilló junto al cuerpo de Gaby, lágrimas corriendo por sus mejillas mientras abrazaba el cuerpo inerte de su hija. Luci se quedó de pie, las lágrimas manchando su rostro, mirando la escena con dolor.
José, también llorando desconsolado, se aferró a la pierna de su padre, buscando consuelo en medio del caos. Sin embargo, Víctor permanecía en silencio, su rostro inmutable ante la escena desgarradora. Su expresión era una mezcla de frialdad y concentración, como si estuviera absorbiendo y procesando cada detalle del momento.
La falta de reacción emocional de Víctor no pasaba desapercibida para su familia. Aunque algunos podrían interpretarla como insensibilidad, en su mente, una sonrisa fría y calculadora se formaba. Era una sonrisa de furia contenida, un presagio de la venganza que se gestaba en su interior. El dolor y la rabia se estaban transformando en una resolución implacable.
Mientras sus seres queridos lloraban, Víctor estaba sumido en sus pensamientos, calculando los pasos a seguir, decidido a honrar la memoria de Gaby de una manera que el dolor no podía describir. La escena estaba marcada por una atmósfera de desolación y la promesa de justicia, reflejada en el rostro implacable de Víctor.
Víctor, con una sonrisa fría y calculadora en su rostro, dejó escapar un comentario lleno de intensidad y determinación. Su voz, aunque serena, estaba cargada de una amenaza implacable.
-Todos pagarán hasta la última gota de inocencia -dijo, sus palabras resonando con una gravedad inquietante.
El brillo en sus ojos revelaba un fuego interno, una rabia que se estaba acumulando y que ahora estaba lista para ser desatada. La promesa de venganza no solo era una declaración, sino una sentencia que Víctor estaba decidido a cumplir.
Mientras María, Luci y José estaban abrumados por su dolor, el aire en la habitación se volvía denso con la sensación de que algo terrible y poderoso estaba por venir. La furia contenida de Víctor era palpable, y su resolución de ajustar cuentas a quienes habían causado su sufrimiento se sentía como una fuerza imparable, lista para arrasar con todo lo que se interpusiera en su camino.
Víctor se levantó con una determinación fría y letal. Encontró su capucha y sus armas, y se las colocó con un gesto de implacable resolución. Su mirada estaba fija, y su rostro reflejaba una mezcla de furia y frialdad.
Con voz cargada de enojo, dijo:
-Entierren a Gaby. Vuelvo cuando la existencia muera.
Sus palabras eran una promesa de venganza, una amenaza de que no descansaría hasta que el universo entero sufriera por el dolor que él sentía. Con un último vistazo a la escena devastadora, Víctor salió de la casa, dejando tras de sí una estela de determinación implacable. Su misión estaba clara, y nada lo detendría en su búsqueda de justicia.
Fin.