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Chapter 3 - Capítulo 3: puertas

El rufián trabajaba por las mañanas con una concentración impecable, era el mínimo que el anciano carnicero requería de Él, pues su trabajo era uno en el que no cortabas por cortar, tenías que saber que coger y que no, que poner a un lado y que dejar intacto.

Era un trabajo agotador para el chaval, que, hasta ese momento, no había tenido que esforzarse tantas horas seguidas, si bien es cierto que su cuerpo, debido a las condiciones en las que solía vivir, estaba bien construido y con una fuerza suficiente para hacer trabajos pesados, fuerza y precisión no es lo mismo.

Tener destreza con el cuchillo para no arruinar la carne del animal, limpiar los organos y drenar la sangre, todas estas labores eran requisitos necesarios para que un carnicero se pudiera ganar la vida.

El adolescente, aunque descontento, siguió trabajando arduamente sin descanso, finalmente, cuando la tienda cerraba, era la hora en la que su trabajo terminaba, y su parte favorita, el entrenamiento físico, empezaba.

Al ex-ladrón de pelo negro le encantaba entrenar, cuando estas haciendo ejercicio, no piensas en otras cosas, llevas a tu cuerpo al límite hasta que no puedes moverte más, no te preocupas por lo que pasa dentro de la isla.

O fuera de ella.

Para su desgracia, el sádico anciano después de que terminara su entrenamiento, le arrastraba hasta la habitación del chaval para entrenarle de otra forma.

El carnicero tenía la opinión de que tener el cuerpo agotado es muy diferente de tener la mente agotada, así que todos los días, el anciano le desafiaba al ajedrez, juegos de cartas y estrategia y le hacía preguntas que el niño consideraba particularmente aburridas.

¿Qué es el bien y el mal?

¿Es una limitación algo bueno?

¿Crees en el destino?

Preguntaba una cada día, puede que quisiera saber como el niño le respondía, puede que solo quería que pensara, que se acostumbrará a pensar.

Por las noches, el niño dormía placidamente, si había algo positivo que podía sacar de esta experiencia, era que tenía una cama y un techo bajo el que dormir, aunque, si que es que el chico descubrió una sensación que no le era familiar cuando despertaba en la playa.

Sentía curiosidad por el carnicero, no lo podía evitar, el anciano hablaba de dar y recivir, y, sin embargo, Él le daba constantemente, no solo eso, ni una vez había escuchado la puerta de la habitación del anciano, opuesta a la suya, abrirse o cerrarse, lo cual es extraño, dado que el carnicero se levantaba más tarde que Él.

Se dice que la curiosidad es peligrosa, que mata cuando menos te lo esperas, pero si no fuera tan atractiva, tantos hombres no hubieran muerto por su culpa, así que, el ahora aprendiz de carnicero, siguió a escondidas al anciano después de una de sus sesiones de preguntas y respuestas.

Sin ser visto, el rufián vio como su objetivo bajaba por las escaleras del pasillo, caminaba por la carnicería en la que trabajaba todos los días y desaparecía detras de la puerta que la conectaba con la zona del mostrador.

La misma puerta por la que tenía prohíbido pasar, el chaval intentó racionalizar la situación, seguro que se había ido a comprar, o a un bar a beber, o, como antes había dicho, puede que estuviera apostando de nuevo.

En nada, el anciano volvería a la tienda y las dudas del niño se resolverían por completo, así que esperó y esperó, los segundos se convirtieron en minutos, y estos en horas, antes de que se le acabará la paciencia al chico.

Delicadamente, y sin hacer ruido, el chaval abrió la puerta que daba al mostrador de la carnicería, y allí estaba, el mismo mostrador que había visto cuando llegó por primera vez a la carnicería, pero, curiosamente, había un detalle que no había visto el día en el que se mudó con el anciano.

Había una cama en la sala, detras del mostrador, y en ella, el carnicero, durmiendo con lágrimas en los ojos, revolviendose en sus sueños, ahogando gritos y murmurando palabras incomprensibles.

El niño, tal y como había abierto la puerta, la cerró al instante con la misma delicadeza, sin hacer un solo ruido, el niño subió las escaleras, abrió la puerta de su habitación y se acostó en su cama.

A la mañana siguiente, el chaval se levantó como si nada hubiera pasado, trabajó bajo la supervisión del anciano como si no le hubiera visto durmiendo detras del mostrador, como si su rostro de pánico y terror no se hubiera quedado grabado en su cabeza.

El ejercició ayudó al chico, siempre le despejaba la mente, algo que no podía decir de las interminables preguntas que el carnicero le hacía todos los días, la curiosidad del aprendiz de carnicero tan solo aumentaba con el paso del tiempo.

Pero no le preguntó nada.

No tenía el derecho de hacerlo.

Tan solo eran extraños ayudándose mutuamente, el anciano no sabía su nombre y el chaval tampoco conocía el de Él.

Cada día la misma rutina ocurría, trabajar, hacer ejercicio, pensar y estudiar, y dormir.

Y así los días se conviriteron en semanas y las semanas a su vez pasaron a ser meses, el tiempo pasó volando mientras el chico completaba sus tareas cada vez de forma más mecánica.

El estudio pasó a la práctica, y la práctica la interiorizó y se convirtió en instinto, y así, a poco más de un mes de empezar a trabajar, el carnicero dejó de supervisarle.

Al segundo mes paró de jugar al ajedrez con el niño y empezó a darle clases de escritura y lectura, siguió preguntandole cosas todos los días eso si.

Pero nunca de su vida antes de llegar a la isla.

Al tercer mes el anciano le encargó empezar a drenar la sangre de los animales, un trabajo increíblemente asqueroso según el chaval, pero lo hizo de todos modos.

Al cuarto, quinto y sexto mes, el carnicero le hizo que se leyera tres historias, todos eran cuentos con lenguaje muy básico el perfecto material para que alguien que había empezado a leer, practicara.

El primer cuento tenía como título la maldición del pantano azulado, un cuento cuya trama era acerca de un grupo de aventureros atravesando unas raras ciénagas celestes para encontrar un tesoro escondido.

El segundo cuento se titulaba la maldición de okeanos, una historia contada en verso, no en prosa, cuyos detalles eran muy vagos, y el chaval no entendía muy bien la historia por su forma en la que estaba escrita.

El tercer cuento era el origen folklórico de esta isla, harmonía, relataba la historia de un dios, un dios solitario, que era parte de algo más grande, pero ya no, lo separaron y lo volvieron a separar otra vez, dos veces perdió el dios su ser, y como comando final, rogó a las personas que fueran harmonía, y cuando todo fuera así, volvería, trayendo y brindando paz por toda la eternidad.

Al chico no le gustaba especialmente leer, no era proactivo, pero si había información que pudiera sonsacar de esas historias, las devoraría una y otra vez hasta que se hayan quedado grabadas en su memoria.

De las tres, la tercera novela fue sin duda su favorita, pues es de la que más información pudo sacar, el chico entendía porque la gente de harmonía se comportaba así, para ellos su dios era como su familia, un ser querido.

No hay nada raro en intentar salvar a tu familia.

La segunda fue la que menos le gustó, usando un estilo de escritura tan extraño, como si fuera de un idioma distinto y alguién lo haya traducido, no entendió practicamente nada.

Mientrás que la primera, la cual era completamente ficticia, pese a no darle nada de información importante, le llenaba de curiosidad y asombro.

¿Monstruos y aventureros?

¿Calabozos, tesoros y trampas?

El chico admiraba y le encantaba ser libre, por ello, este tipo de libros ficticios, de una compañía de amigos haciendo locuras para encontrar un tesoro escondido, le llenaba de alegría.

Durante los otros seis meses, el anciano volvió a jugar al ajedrez con el chico, pero ahora que el niño sabía escribir, cambió su modo de jugar.

Cada día, antes de acostarse, el niño tenía que apuntar en una hoja de papel, los movimientos y planes que pensaba hacer en la partida siguiente, luego, el carnicero comparaba lo que había escrito con como había jugado.

¿Qué parte de tu partida había sido planeada?

¿Qué parte de tu partida había sido improvisada?

Y día a día, el niño apuntaba los fallos que el anciano había aprovechado y preparaba contramedidas, era increíblemente divertido, una batalla mental se libraba todos los días entre el rufián y el carnicero, era un desafío para el chaval que no tenía ni 15 años.

Y le encantaban los desafíos.

Y parece que al anciano también, porque siempre sonreía al ver como el niño miraba con detalle el tablero de ajedrez.

Y con estos divertidos días, el tiempo pasó deprisa, más deprisa de lo que ninguno de los dos quisiera admitir, así pues, finalmente llego el día en el que se cumplió un año desde que el carnicero le llevó a su casa.

Ese día no pudo evitar estar emocionado mientras drenaba sangre y preparaba la carne, de distintos cortes y distintos tamaños.

Ese día no pudo evitar oír el murmullo de voces más allá de la puerta de madera que conectaba con el mostrador.

Ese día, el chaval no pudo resistir la curiosidad de pegar la oreja a la puerta para intentar descubrir que estaban hablando.

Ese día, el aprendiz de carnicero oyó una conversación entre una voz que pronto reconoció como el alcalde y la familiar voz del anciano.

"Todos en la aldea acudirán hoy a la celebración, Owen, me gustaría que tu también asistieras"

"De eso no tengas duda, hoy es un día de celebración, Mark, no de tristeza, celebramos que ha pasado un año sin desgracias."

"En verdad, es mejor sonreir en estas ocasiones que llorar por aquellos que nos abandonaron"

"Sabias palabras de nuestro alcalde, como siempre, será un honor acudir a la celebración, se que a Raik le hubiera gustado que estuviera presente en vez de quedarme en la tienda cabreado."

"Tu hijo era una gran persona, Owen, es lo mínimo que podemos hacer."

Ese día, el chaval no pudo evitar mirar el marco de la puerta por la que había estado espiando la conversación del carnicero, un marco en el que habían dos nombres tallados.

"Owen y Raik."