Ragnar siguió navegando hacia el norte durante días, semanas incluso, no sabía cuanto tiempo había pasado desde que había zarpado de Harmonía, tenía un único destino, Arcelein.
Siguió navegando en dirección a la torre erigida en el horizonte, tocaba el cielo, como si intentara salir del continente, desesperada por huir hacia arriba.
Las aguas cercanas a Arcelein no parecían fuera de lo común, si bien había más olas y la mar estaba menos tranquila que en las costas de Harmonía, esto no supuso ningún problema para Ragnar, se adaptó a las nuevas corrientes que rodeaban el continente con facilidad.
El adolescente de 17 años, emocionado, se fue de la popa a la proa, y admiró el mar, cuyo tono había cambiado de un verde azulado a un oscuro azul marino, y, a la distancia, pudo ver objetos increíblemente grandes flotando en el agua.
Eran barcos, barcos de verdad, eran monstruosamente gigantescos comparados al de Ragnar, el cual era más un bote que un barco hecho y derecho, suficiente para transportar a una persona, como mucho tres.
No podía compararse con los galeones y las zabras que transportaban cientos de personas que surcaban esas aguas, tampoco con los bergantines ni las carabelas que recorrían la mar a una velocidad inaudita.
Ragnar se quedó petrificado ante tal espectáculo marítimo, tantos barcos a lo lejos con más personas de las que había visto en toda su vida, con energias renovadas, como si no llevara más de un mes en un viaje naútico, el chico empezó a remar con todas sus fuerzas para acercarse a esas embarcaciones.
'Tantos barcos juntos solo puede significar una cosa, ¡debe haber un puerto cerca!'
Seguro de sus pensamientos, Ragnar remó con más fuerzas todavía, le dolían los brazos, pero no paró, no, si acaso incrementó su velocidad de remado.
El chaval no tuvo que esperar mucho para que el puerto, en toda su magnificiencia, estuviera a la vista, pudo ver el muelle de madera en el que los mercaderes, con ayuda, descargaban su mercancía y guardaban sus barcos, preparados para salir otra vez por otra ruta marítima en cuanto se diera la ocasión.
Vio las calles, a lo lejos, hechas de baldosas de piedra, con posadas y caravanas adornando la parte del puerto cercana al muelle, preparadas para alojar a viajeros que quisieran quedarse en el puerto a descansar o transportar a los que no quisieran.
Más allá, pudo ver casas donde la gente vivía, no se parecían en nada a los hogares rústicos de Harmonía, estos estaban hechos por profesionales, se notaba que había un trabajo de un arquitecto detrás de cada vivienda.
Ragnar dejó de perderse en las vistas que el puerto le ofrecía y empezó a trazar un plan, Ragnar no tenía dinero, nada de nada, tres años trabajando como carnicero y aún así, Ragnar estaba sin blanca.
Para poder atracar su bote en el puerto tendría que pagar, evidentemente, por lo tanto, el chico navegó por la costa del puerto, en busca de un sitio seguro en el que dejar su barco.
Al final, lo dejó atado a una roca con el nudo más fuerte que sabía hacer, era un barco pequeño, y con nada de valor dentro, Ragnar no estaba preocupado de que alguien le robara algo o el barco en si.
Sin los conocimientos necesarios uno no puede dirigir un barco, y aunque el suyo era mucho más fácil de manejar que uno de esos portentosos galeones atracados en el puerto, requería meses de práctica el poder navegar con control por el mar.
Satisfecho consigo mismo, Ragnar se bajo de su bote y, por primera vez en más de un mes, pisó tierra firme aliviado, si algo había descubierto Ragnar durante su travesía por el mar era que le encantaba.
Él era la antítesis a todo aquel que odiaba el mar, se mareaba en los barcos o no paraba de contar los días para poder poner otra vez los pies en la tierra, Ragnar descubrió que había nacido para estar en un barco, mirar las olas mientras que el olor del agua salada le hacía sonreir.
Pero aún así, Ragnar, al poner los pies en la tierra, al pisar Arcelein por primera vez en su vida, no pudo evitar saltar de la emoción.
Sabía que sus esfuerzos y su amistad con Owen habían conseguido que saliera de Harmonía, pero al pisar el continente por primera vez, por fin entendió lo lejos que había llegado.
Ragnar se sentó un rato y se comió los peces más recientes que había pescado ese mismo día, Ragnar había sobrevivido a base de la carne, queso, mantequilla, legúmbres y pan que el carnicero le había preparado para su viaje.
El barco tenía una caña de pescar, actividad que Owen le había enseñado en su tiempo libre dada la rápida mejoría de Ragnar a la hora de navegar el barco.
Ragnar devoró cada trozo con una velocidad inaúdita, la hoguera momentánea que había creado le dio calor y una nueva sensación de libertad que no había sentido nunca, no había reglas en esta tierra, ninguna.
Tan solo promesas, las cuales Ragnar pensaba cumplir pasase lo que pasase, el chico guardó los víveres sobrantes de su viaje por el mar en una mochila que se puso a la espalda.
Salió de la zona rocosa en la que se encontraba e intentó ubicarse, al poco rato, Ragnar identificó lo que parecía ser un camino vallado, siguió las marcas y no hizo falta que esperara mucho para poder avistar el puerto a lo lejos.
No sabía que hacer o a donde ir, tampoco cómo encontrar a su hermano, no podía ir preguntando su nombre por la calle, si Narok estaba en este país, Ragnar sabía con seguridad que ellos también estaban.
No se dejaría atrapar, esta era su única oportunidad para reencontrarse con su hermano, necesita investigar antes el terreno en el que se encuentra, ahora mismo Ragnar era como un pez rodeado por tiburones sin saber nadar.
Con estos pensamientos, Ragnar entró al puerto, cruzó el control de seguridad y, por primera vez en su vida, puso el pie en una ciudad de verdad.