En un puerto, varias caravanas se acercan, ofrecen transporte tanto para recursos como para personas, el puerto es el lugar ideal para hacer ese tipo de trámites.
Una caravana en concreto, liderada por dos hermanos, es popular en el puerto, ambos son energéticos y capáces, son confiables también.
Además que ellos mismos son lo suficientemente fuertes como para ser guardaespaldas, no necesitan contratar a mercenarios o aventureros, lo cual hace que sus costes para transportar gente sean menores que otros.
Ambos hermanos miran hacia el mar, pensativos, curiosos por ver quien llegará hoy.
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En una ciudad, en una arena de entrenamiento, hay un hombre que sigue dándole puñetazos a un saco de boxeo sin parar, ese hombre es el dueño del local.
El dueño murmura y suspira varias veces, su alma esta cansada, su mente esta agotada, pero su cuerpo no para de golpear el saco, una y otra vez.
Golpea para olvidar el pasado, golpea para restringir su futuro, golpea porque es todo lo que sabe hacer, no hará nada más, porque no sabe hacer nada más.
El hombre ve un cuadro en el que sale con un familiar, su hermano, el sabe que le acepta, siempre lo hará.
Y por eso nunca lo verá, nunca quiere saber nada de su hermano otra vez, un alma tan buena, tan amable, no debería estar relacionado con asuntos que le pusieran en peligro.
Así que el hombre golpea el saco de boxeo, porque todo lo que sabe hacer es golpear, porque golpear no hará que pierda a ningún ser querido.
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Un teniente de la organización llamada ekklesia descansa en su despacho, mientras que sus subordinados le traen noticias sobre la totalidad del país en el que se encuentra.
Su control sobre el país se reduce a un cuartel en uno de los cuatro puertos del país, nada más, y nada menos.
Podría intentar expandir su control sobre este país, el control de la ekklesia, engañar a otros para que piquen en su anzuelo, pero en este mar lleno de presas fáciles, hay un tiburón acechando en las sombras.
Ese tiburón observa pacientemente, esperando los movimientos del teniente, Él sería una presa fácil ante tal bestia, por lo tanto actua con cautela, con inteligencia, monitorizando los movimientos del rival, sabiendo que el tiburón, monitoriza los suyos también.
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Un hombre cubierto de sangre baila en mitad de una catedral al atardecer, las paredes y el suelo componen un cuadro bizarro hecho con organos e intestinos.
El hombre baila como si estuviera en mitad de un campo de flores, mientras la gente a su alrededor murmura, adora, reza y canta al mismo tiempo.
"Somos los que descienden la catástrofe."
"El culto que la idolatra a Ella, solo a Ella."
"Las cenizas que marcan su regreso."
"Los heraldos que manipulan su destino."
El hombre hace una reverencia, se quita su sombrero y lo presiona contra su pecho, esta es recibida por un altar vacio en mitad de la catedral.
Los que cantan, los que rezan, los que adoran, los que murmuran, todos ellos, seguidores, creyentes, hacen la misma reverencia.
Sonriendo, pues son los profetas del destino, los iluminados por la emperatriz, son los elegidos, aquellos que harán que todos en el futuro se postren ante ellos envidiosos.
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En un escondite, que nadie excepto unos pocos saben ubicar, existe un hombre, es un hombre cauteloso, con una meta firme y clara, pero no puede cumplirla, no hasta que llegue una nueva pieza al tablero.
Todo el país se encuentra en un impás, cualquier movimiento supone un jaquemate, fuerzas políticas mayores que reyes estan en juego en esta partida de ajedrez a escala global.
Tiene aliados, pero el enemigo también los tiene, tiene soldados, pero el enemigo tiene aún más, sus fuerzas, sus esfuerzos, la recompensa por conseguir la victoria de este juego es muy arriesgada.
Así que todo lo que el hombre puede hacer son movimientos pequeños y delicados, tan incongruentes que ni siquiera deberían ser llamados movimientos, pero puede ser paciente.
El hombre esperará a que el viento se torne en su favor, y agarrará esa oportunidad sin dejar que se marche, lo jura por su orgullo y su posición.
Por las vidas que tiene a su servicio.
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La décima espada de los paladines, el terror que porta Durandal, el purificador de las llamas, espera tranquilo en su habitación, complacido por poder encontrarse en este país, en esta ciudad, solo su presencia implica un enorme poder político en juego.
Pero no hace ninguna jugada, aunque pudiera quemar en un instante todo el tablero, el capitán de los paladines no juega tan solo observa, pues si llegara a jugar y ganar este juego momentaneo, otro más grande y peligroso empezaría.
Uno en el que no esta seguro de poder ganar, así que no utiliza su poder, sino su presencia, solo ser una ficha en el tablero, esperando, observando, ayuda a sus aliados, a sus amigos que están en problemas en este país.
Esta agradecido con su rey por darle la oportunidad de venir, cuando normalmente sería rechazado, es un hombre al que le debe todo lo que es y todo lo que será, sus ordenes, siempre dichas con una voz amable y serena, nunca las desobedecerá.
El hombre, aburrido por su inactividad, decidió adoptar a un huerfano, un buen chaval, diestro con el arco, no para de esforzarse, el chico le recuerda a tiempos pasados, tiempos sencillos, puede que por eso le caiga bien al portador de Durandal.
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Un aprendiz de los paladines entrena con su arco, es novato, no sabe hacer otra cosa que tirar flechas todo el día, es débil y un obstáculo para los demás.
Pero el capitán dijo que era diestro con el arco, diestro, una palabra que significa que alguien es bueno en algo.
Así que el aprendiz de paladín tensó y usó su arco hasta que sus dedos empezaron a sangrar, entrenó fisicamente día a día para poder usarlo mejor, para ser cada vez más diestro.
No tiene familia, no tiene amigos, pero si pudiera tener la fuerza suficiente para apoyar, para ayudar, para no ser un obstáculo para los demas, el chico lo daría todo, usaría cada artimaña conocida por el hombre.
Es su deber, su destino piensa Él, no pararía de trabajar y de luchar hasta lograrlo.
Porque Él es alguien que ha nacido con nada.
Él demostrará que puede llegar a ser algo.