La taza metálica contenía un líquido humeante casi a punto de rebalsar.
Aunque la mirada de Clorinde se encontraba fija en el té de hierbas, su mente volaba en los recuerdos de la mañana.
Cada vez que cerraba los ojos o se distraía, se le venía la imagen vívida de su amiga encima de Lufa con esa cara de éxtasis… Clorinde no podía hacer más que tratar de esconder su propio rostro por la vergüenza.
"Tan atrevida", pensó. Era la veinteava vez en el día que se le venían esas imágenes de la nada.
La cabeza de Clorinde cayó a la mesa y pegando su frente con el borde del tablón amaderado lanzó un fuerte suspiro.
–Hija, ¿pasó algo? –preguntó Teodora con preocupación.
Clorinde elevó su vista en confusión y chocó con el par de ojos pertenecientes a su madre y hermano. Teodora tenía un semblante cubierto de preocupación, mientras que Calmond tenía una ceja levantada con actitud interrogante.
Era la hora de cenar, así que se encontraban todos juntos. Fue un mal momento para divagar en sus recuerdos.
El rostro de la chica se sobrecalentó.
–Estoy bien. Lo siento –llegó a comentar casi susurrando.
–Si necesitas alguien con quien hablar recuerda que siempre estoy disponible –respondió con una sonrisa digna de una santa.
Clorinde solo asintió mientras se llevaba la taza caliente a la boca.
Teodora, quien en un principio sufrió demasiado por la desaparición de Caltus, ahora había recuperado su alegría perdida. El tiempo y su responsabilidad como madre le habían devuelto el sentido a su vida, haciendo que deje el pasado de lado y se concentre en su día a día.
La familia de tres tenía un tiempo tranquilo. Cuando comían, la única conversación se daba gracias a Teodora quien preguntaba sobre lo que hicieron en el día y que nuevas cosas vivieron en el pueblo. A veces, ella relataba los chismes que oyó de las señoras chismosas, provocando que sus hijos escucharan atentamente sin interrumpir.
En raras ocasiones, tales como esta, Teodora se quedaba sumida en sus pensamientos y todos se quedaban en silencio.
El líquido dulce bajó por la garganta de Clorinde. Su vista borrosa por el vapor que se elevaba zigzagueante percibió a su madre jugueteando con sus dedos sobre la mesa.
Aquel hábito de jugar con sus manos venía desde tiempo atrás, antes de llegar al pueblo. Con ello, Clorinde supo que su madre tenía algo por decir y parecía dudar.
–Calmond. Clorinde –Teodora hizo una pausa con cada nombre mientras los observaba con seriedad –. Tengo que hacerles unas preguntas.
Ambos le tomaron atención.
–Ya pasó algún tiempo desde que llegamos. Para ser sincera, aunque me duela admitirlo, su padre no volverá.
Teodora esperó algún tipo de reacción por parte de ellos que no sucedió.
Al verificar con detenimiento a sus hijos que mostraban aceptación, soltó un suspiro aliviado.
–Quería hablarles sobre la vida que llevamos aquí –sus puños se apretaron –. ¿Se encuentran satisfechos? ¿Tienen problemas?
Sintiendo la mirada fija de su madre, Calmond supo que debía responder.
–Está bien. Supongo –dio una respuesta vaga.
–Opino lo mismo –añadió Clorinde.
Mostrando una expresión vacilante, Teodora continuó –Lo decía ya que, si ustedes desean, podemos volver a Alurifar.
Con esas palabras, el rostro inexpresivo de ambos se endureció y no supieron que decir.
Calmond frunció el ceño. A veces extrañaba la vida de lujos que tenían en Arulifar, pues en comparación con este pueblo rural desprovisto de lugares de ocio, la ciudad tenía muchas cosas más que ofrecer, pero, sinceramente, ahora prefería quedarse allí.
Él no sabía si era causado por sus nuevos amigos o la sensación de libertad al poder ir a donde quiera sin necesidad de acompañamiento, solo sabía que quería permanecer en el pueblo de los Noctas, al menos por algún tiempo más.
Clorinde, al sentir la mirada inquietante de su hermano que la instaba a declinar la propuesta de su madre, puso los ojos en blanco.
Por su parte, ella tampoco quería irse, por el contrario, quería quedarse para siempre. A diferencia de aquella ciudad bulliciosa y con gente que disfrutaba engañar a otros debido a sus profesiones comerciales, este pequeño pueblo tenía gente bastante sincera y solidaria, que era totalmente lo contrario. Además, aquí tenía a Abigail y Lufa, que era lo más importante.
–¡Yo! –levantó la voz –. ¿No podemos quedarnos? –casi rogó a su madre.
Calmond curvó sus labios con aprobación y dirigió su atención a su madre, esperando su respuesta.
Los puños tensos de Teodora se relajaron. Al instante una sonrisa floreció en su rostro. Tal parecía que ella tampoco tenía planes de dejar este lugar, solo lo preguntó para obtener la aprobación de sus hijos.
–Claro, vamos a quedarnos por algún tiempo más –abrazó a Clorinde.
–¡Genial! –Clorinde devolvió el abrazo.
Calmond suspiró de alivio.
–Madre, ¿tenemos dinero? –preguntó el chico luego de recordar algunas palabras de sus amigos.
Teodora, contenta, respondió sin pensarlo –Sí. ¿Quieres comprar algo? Pero sabes que aquí no puedes hacerlo, tienes que esperar a que lleguen los soldados del ducado.
–No es que quiera comprar algo –respondió –. Escuché que la gente de este pueblo debe ceder parte de sus cultivos al duque por quedarse aquí. Nosotros no llegamos a cultivar nada. ¿No nos meteremos en problemas?
–Si es solo por eso no tienes que preocuparte. Nosotros podemos pagar 30 monedas de plata a cambio de los 30 sacos de trigo del tributo. El dinero que tenemos nos alcanza para poder pagar hasta los tributos de tus nietos –comentó con algo de burla.
–Entiendo –respondió con el rostro serio.
–Hablando de ello, la jovencita Miena y Lufa también hacen este tipo de pagos ya que no cultivan ninguna tierra.
Con la mención de Lufa, Calmond puso una expresión hosca. Aún recordaba con molestia la golpiza que le propinó en el pasado.
Calmond entrenó con Puli y los demás por mucho tiempo con la única esperanza de obtener su venganza. El día que se sintió preparado, habló con su hermana, instándole a llamar a Lufa para su confrontación a las afueras del pueblo.
A diferencia de lo planeado, Clorinde lo miró con desprecio y lo llamó idiota. Ella intentó convencerlo de dejar su inútil sed de venganza contándole lo fuerte que era Lufa y cómo este pudo amansar a un caballo salvaje a punta de bofetadas.
Calmond terminó de convencerse de su derrota cuando Puli no soportó más y buscó venganza por sí mismo al sentirse lo suficientemente poderoso.
¿El resultado? Solo bastó una bofetada de Lufa para dejar noqueado y en el suelo a su amigo. Calmond comparó a Lufa consigo mismo y entendió rápidamente su la diferencia de sus niveles, pues a él le costaba un poco de esfuerzo tratar con Puli.
Desde ese momento trató a Lufa como si fuese una verruga en su rostro, causándole enojo cada vez que lo veía, pero imposible de deshacerse de él.
Dejando de lado sus pensamientos, Calmond se llevó la taza metálica hacia los labios. Refunfuñó al notar que ya no le quedaba más té.
El sonido hizo que Teodora le prestara atención.
–Calmond, ¿estás estudiando correctamente? Si necesitas apoyo no dudes en hablar conmigo. Aunque estemos en un pueblo alejado de la sociedad no deben descuidar sus estudios– instó, mirándolos a ambos.
–No hay problemas por mi parte –desvió la mirada –. ¿No deberías preocuparte por tu querida Clorinde? Ella se la pasa jugando con ese mocoso de Lufa y Abigail.
Teodora giró la cabeza hacia su hija.
–Yo tampoco tengo problemas –se enojó Clorinde –. Puede que incluso sepa más que tú –mostró una sonrisa de suficiencia.
–¿Más que yo? ¿Tú? Deja de soñar.
–¿No lo crees? Pues bien. Hagamos una apuesta. Que mamá nos haga un examen y si resulta que me va mejor que a ti, entonces… –Clorinde lo pensó por un momento antes de continuar– tienes que darme todos los dulces que mamá debería darte durante los siguientes tres meses.
–¿Lo mismo para ti?
–Sí.
–Hecho.
A Teodora le disgustaba las constantes peleas de sus hijos, pero en esta ocasión lo dejó pasar, es más, aceptó con felicidad que llevaran a cabo su enfrentamiento.
Luego de terminar rápidamente su cena, Calmond y Clorinde dejaron toda la mesa libre mientras Teodora llegaba con varias hojas de papel amarillento y dos pedazos de madera con una punta negra de grafito que usarían para escribir.
Se sentaron uno frente a otro.
–En vista que quieren tener un enfrentamiento cultural, yo, Teodora Landerfolt, actuaré como jueza en esta ocasión.
Metiéndose en su papel, la madre de ambos comenzó a ordenar sus preguntas, explicando que evaluaría la respuesta correcta y el tiempo.
–Empecemos con algo sencillo. Escriban la palabra "explicación".
La palabra tenía algunos símbolos complicados, pero los chicos lo escribieron con fluidez, terminando casi al mismo tiempo.
–Punto para Calmond –mencionó, apuntando con su palma hacia el chico que portaba un semblante arrogante y provocativo.
–Tch. Siguiente –Clorinde lucía descontenta.
–Continuemos entonces. Ahora… ¿En qué dirección queda el Imperio Sánsico y cuál es su capital?
La muñeca de Clorinde se movió con mayor velocidad que la de su hermano y levantó la mano al terminar.
–Déjame ver –Teodora levantó la hoja y leyó en voz alta –. Parte Noroeste, colindando con Kel´Turd, y con capital Ganeto. Es correcto.
Clorinde cruzó los brazos y su nariz se elevó, mostrando una sonrisa de desdén.
Calmond refunfuño.
–Siguiente pregunta. ¿Cuál es …
Las preguntas iban y venían, así como las respuestas de ambos.
Luego de algún tiempo, Teodora dejó de lado las preguntas de cultura y se centró en matemáticas para desestabilizar los puntajes, pues hasta ese momento los chicos se encontraban empatados.
Con los problemas numéricos Clorinde dejó en el suelo a su hermano.
Teodora se sorprendió por el modo que tenía su hija al resolver las difíciles preguntas que hizo. Ella no comprendía del todo su razonamiento tras los garabatos de su hija, pero las respuestas eran todas correctas.
Después, gracias a la explicación de Clorinde, poco poco entendió cómo funcionaban las llamadas ecuaciones y la versatilidad que poseían para resolver todo de modo sencillo.
–¿Quién ganó? –preguntó con fanfarria Clorinde.
El disgusto de Calmond nubló su rostro y salió con enojo, pisando fuerte y sin mencionar palabra alguna.
–No olvides los dulces –agregó Clorinde con burla.
Calmond refunfuñó nuevamente.
Clorinde sonrió con verdadera felicidad. El infierno que le hizo vivir Lufa durante sus horas de estudio rindió frutos al fin.
Su lengua ya percibía el dulce sabor del esfuerzo.