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Chapter 55 - Actos de transferencia indebidos

Lufa se encontraba extasiado debido a la bola giratoria en la punta de su dedo.

Su felicidad solo duró solo un instante antes de fruncir el ceño.

"El gasto de mana es demasiado", pensó.

Cerrando los ojos, se concentró en la parte interior de su cuerpo, específicamente en la cantidad de mana que podía acoger.

A un costado, las chicas se miraron entre sí sintiendo que algo iba mal.

Lufa comparó su estado actual con el anterior de archimago, lo cual fue un error.

En ese tiempo él se encontraba en la cima de sus pares, así que compararse con el actual que no poseía ni la centésima parte de sus reservas de ese tiempo no le ayudó a comprender su estado.

Saliendo del trance, se acercó a Clorinde.

–Pequeña Cloro, ayúdame en algo –dijo –. No te resistas.

Sin esperar confirmación, la tomó de la mano y entrelazó dedos con ella, cerrando sus ojos nuevamente.

Clorinde no tuvo tiempo de reaccionar. Al sentir la presión emitida por Abigail solo desvió la mirada.

Luego de algunos segundos, el rostro de Lufa se arrugó y soltó un suspiro cansado, pues había verificado que sus reservas eran la tercera parte de las que tenía Clorinde. Aquello significaba que tenía menos reservas que cualquier niño aprendiz de magia.

Eso no lo desanimó, ya que poco a poco podría mejorarse sobrecargando su cuerpo de mana y practicando hasta quedarse sin él, tal como sus amigas. El problema yacía en su incapacidad de absorber mana del ambiente, lo que lo obligaba a adquirirlo otros métodos.

Lo peor fue que aún no recordaba cómo hizo para convertirse en archimago con ese problema o si había conseguido una solución, que era lo más probable.

–¿Ya terminaste? –preguntó Abigail haciendo un puchero.

Lufa reaccionó tarde y se dio cuenta que su mano aún sostenía la de Clorinde.

La chica retiró su mano rápidamente, avergonzada –¿pasó algo? –preguntó, intentando aligerar el mal humor de su amiga.

–No puedo recargar mi mana –respondió.

Lufa, hace algún tiempo, les había mencionado que la marca haría que pueda lanzar hechizos, pero, tal vez no pueda solucionar la recarga de mana. Ahora que tenían la confirmación ambas sintieron que era una pena.

Por otro lado, Abigail, dentro de sí, tenía otro tipo de pensamientos llenos de expectativa.

Lufa se dio cuenta del temblor en los labios de su amiga quien intentaba mantenerse seria con dificultad, pues su sonrisa trataba de florecer a la fuerza. Su rostro se endureció al comprender las intenciones de Abigail. 

Sus temores se hicieron realidad cuando Abigail habló.

–No te preocupes –mencionó con decisión –. Yo te ayudaré a recargar tu mana.

–¿Es eso posible? –preguntó Clorinde, quien no sabía nada de la situación entre ellos dos.

En ese momento Abigail recordó que su amiga también podía usar magia y apoyar a Lufa, pero no sintió alivio, sino, por el contrario, un sentimiento de crisis se apoderó de ella.

–¡Yo soy suficiente para ayudarlo! Tú tienes que seguir practicando–mencionó de manera apresurada, acercando su rostro al de su amiga.

Por su lado, Clorinde entendió. Ya conocía esa mirada, era la que siempre ponía cuando le urgía estar pegada y quedarse sola con Lufa. Mucha gente del pueblo fue intimidada por Abigail cuando se comportaba de ese modo.

–Está bien entonces – Clorinde forzó una sonrisa.

Abigail mostró sus perlados dientes con felicidad y le dio palmaditas en la cabeza a Clorinde. "Buen trabajo", parecía decir con sus actos.

Lufa, observador de todo el suceso, mantenía un rostro complicado.

–¿Mi opinión no cuenta?

–Sé agradecido. Hago todo esto para ayudarte.

"No puedes convencer a nadie con esa sonrisa astuta en tu rostro", Lufa no dejo salir esos pensamientos.

–¿Cuándo comenzamos? –preguntó la chica con expectación.

Luego de pensarlo un rato, Lufa, quien estaba un poco ansioso por comenzar sus prácticas con mana, se mordió los labios. "No creo que haga algo fuera de lugar con Clorinde aquí", pensó.

–Comencemos ahora.

–Bien –asintió Abigail antes de empujarlo al tronco donde estuvo echado hace algún tiempo.

Lufa sintió un presentimiento negativo.

–Espera. Solo necesitas tomar mi mano –expresó en pánico y levantando su palma hacia ella.

–Pero, así perderíamos mucho tiempo y mana, ¿verdad? –Abigail se acercó con la respiración pesada.

Los ojos de cazador que tenía hicieron que Lufa se ponga en guardia.

"¡Ni con las bestias te comportaste así!", Lufa maldijo adentro suyo.

Él estaba decidido a no dejar que Clorinde sea testigo de los gustos de Abigail, ya que podría terminar pegándoselo. Solo pensar en ello hizo que sudase frío.

–Las manos están bien –dijo Lufa levantándose.

En ese momento sintió una oleada de mana proveniente de Abigail. Sus ojos se percibieron un tenue brillo celeste proveniente de las manos de la chica, las cuales se encontraban tras su espalda. Lufa quiso moverse, pero fue demasiado tarde.

Unas enredaderas crecieron y aprisionaron sus pies a una velocidad impresionante.

–¡Como! –gritó Lufa con asombro.

El hechizo lanzado fue demasiado rápido. Además, se trataba de algo que Abigail no debería dominar.

–Estuve practicando –respondió con los ojos fuera de foco –. Eso no es lo importante. Por qué quieres escapar cuando intento ayudarte.

–Eh. Abi, creo que puedes ayudarme después –respondió con rigidez.

Abigail no respondió, solo avanzó hacia él jadeando cada vez más.

"Al diablo", pensó Lufa.

Él hizo un movimiento rápido con ambas manos y dos tajos de viento cortaron las enredaderas que lo apresaban. Al instante giró su cuerpo dispuesto a huir.

Una decena de enredaderas se elevaron rápidamente hacia el lugar por donde intentaba escapar, pero Lufa las esquivó con facilidad.

Una presión ominosa proveniente de su espalda hizo que Lufa se alarmara. Giró su cabeza solo para ver una bola de agua gigantesca chocando contra él y capturándolo dentro de esa burbuja gigantesca.

Los ojos de Lufa se abrieron al máximo y su cabeza empezó a palpitar por el asombro.

–Doble casteo ¡Imposible! – murmuró.

Abigail tenía dos círculos mágicos girando en cada una de sus manos: uno para las enredaderas y otro para la prisión de agua.

Lufa nunca se lo había enseñado porque creyó que era muy pronto para ella.

"¡Que monstruo!", pensó.

La conmoción hizo que sus deseos de huir desaparezcan y sean remplazados con muchas interrogantes.

Por su parte, Abigail avanzó con lentitud, manteniendo una sonrisa en el rostro.

–No tienes por qué escapar. Solo trato de ayudarte.

Lufa asintió, preguntándose hasta dónde podría llegar.

Como se trataba de un hechizo que no estaba conectado a Abigail, la prisión solo duró unos segundos antes de perder su mana y explotar dejando una mancha de agua en el suelo.

Lufa avanzó lentamente hasta el tronco y se sentó, tal como antes.

–¿Cuándo aprendiste a lanzar dos hechizos a la vez? –preguntó.

–Te lo diré después de transferirte mana.

Lufa suspiró, resignado.

Abigail lo tomó como aceptación y se puso contenta. Rápidamente se paró frente a él y lo observó hacia abajo. Esto hizo que la piel de su rostro se sonroje de una manera visible.

Sus manos temblorosas se acercaron al rostro de Lufa y lo acariciaron con delicadeza.

–Eh. Creo que deberías empezar –le recordó Lufa después de ser tratado como un juguete por casi un minuto.

–Cierto. La transferencia.

Ella lo había olvidado.

Los dedos de la mano derecha que jugueteaban con el rostro de Lufa se detuvieron. El pulgar de la chica comenzó a bajar lentamente y se deslizó entre los labios rojos de Lufa.

–Vamos, abre la boca –ordenó.

Poniendo los ojos en blanco y resignándose a su destino, Lufa abrió la boca y sacó la lengua.

La respiración de Abigail se hizo más pesada y sus jadeos sonaban más inconsistentes. Una onda recorrió su espina dorsal.

Sin pensarlo más, deslizó su pulgar entre los labios de Lufa y lo presionó contra su lengua rosada.

Las pupilas de la niña se dilataron, manteniéndose estática por algún tiempo. Solo llegó a concentrarse cuando el ceño de Lufa se frunció.

Ella no iba a dejar que la situación se terminara allí por su descontrol. Lo había aprendido de las ocasiones anteriores.

El mana brillante comenzó a fluir desde su dedo hacia el cuerpo de Lufa.

Un minuto, dos minutos, cinco minutos pasaron.

Las piernas de Abigail estuvieron a punto de ceder. Ella no sabía si por el cansancio de la transferencia o por otras razones.

Empujó con la otra mano el pecho de Lufa, mientras sus rodillas se acomodaron sobre el tronco donde estaba sentado. Ambos quedaron bastante cerca con Abigail casi sentada sobre sus piernas.

Por otro lado, Clorinde, quien no había soltado sonido alguno desde el inicio, tenía las manos sobre su cara, "tapándose" los ojos. Claro que observaba todo sin parpadear desde las aberturas de sus dedos.

La situación íntima de ambos hizo que la vergüenza tiña de carmesí su rostro, incluso llegando hasta sus orejas.

Clorinde sintió que estaba presenciando algo indebido por muchos niveles por encima de los que conocía, solo que no tuvo intención de detenerlos.