–Y… ¿cómo la convenciste? –preguntó en voz baja Clorinde, acercándose al oído de Lufa.
–En realidad, no lo hice –respondió sin inmutarse.
–¿Eh? ¿No lo hiciste? Mírala, hasta parece emocionada.
Los tres se encontraban de camino al riachuelo. Abigail los lideraba a paso rápido, si uno se fijaba bien podía darse cuenta de que soltaba pequeños saltos cada tanto, claramente de felicidad.
Lufa suspiró –No preguntes más, que tratar de entenderla me produce dolor de cabeza.
En el camino hicieron una parada en los establos de donde Lufa sacó la daga del viejo Zigs, para luego continuar hacia su lugar secreto.
Llegados al punto, se pararon junto al mismo tronco caído de siempre mientras Lufa daba instrucciones.
–Abi, sé que te sabes de memoria la marca que debes hacerme. No te sientas presionada, solo trátalo como si estuvieras garabateando un pedazo de cuero.
Lufa le pasó la daga enfundada.
–Solo tienes que imbuir mana en la daga y comenzar a marcarlo en mi espalda. Lo más importante es que no te detengas –Lufa la tomó de los hombros –. ¿Estás segura de que podrás?
Abigail parecía vacilante, pero asintió con fuerza.
–Bien, confío en ti –sonrió Lufa con soltura.
Habiendo dado algunas palabras más, Lufa movió sus brazos ágilmente y se sacó la camisa, dejando al descubierto su tórax.
Como él iba a entrar a la pubertad, su cuerpo aún no estaba desarrollado completamente, pero, gracias a los ejercicios y cacería diarias, sus músculos estaban bien entrenados.
Las chicas se sonrojaron al presenciar esa escena. No es como si nunca hubieran visto músculos entrenados, es más, en el pueblo de los Noctas, la mayoría de los adultos tenían cuerpos poderosos y siempre mostraban el torso desnudo al trabajar.
Pero este caso era distinto, el cuerpo de Lufa poseía algo más que una simple muestra de belleza en un cuerpo bien tonificado. Lucía más como un modelo casi imposible de representar. Además, sumado a su rostro fino y andrógino cualquier persona que lo mirara en este momento podría lucir tan avergonzada como las niñas.
Clorinde, sin poder soportarlo más, giro la cabeza hacia un costado y vio a su amiga parada a unos pasos de ella totalmente fuera de sí.
–Oye, límpiate la boca, luces exactamente como tu madre –le dio un codazo.
Con esas palabras, Abigail regresó a la tierra y se limpió la baba con el dorso de la mano, antes de mirar con reproche a su amiga.
Por otro lado, Lufa, indiferente de todo lo que había ocasionado, se acostó de pecho sobre el roble caído dejando su espalda a la vista.
–Puedes comenzar cuando quieras –mencionó.
Abigail inhaló y exhaló profundamente un par de veces para recuperar la cordura, tratando de ponerse seria.
Ella desenfundó la daga de plata y comenzó a verter su mana. Al instante adquirió un tono celeste brillante que no producía ondas, demostrando su monstruoso talento y precisión.
Luego, bajando la mirada, se encontró con la espalda cincelada de Lufa. En ese instante los dedos de la joven tomaron vida propia y comenzaron a acariciar cada centímetro de piel mientras se mantenía en trance.
Un puño chocó contra su coronilla.
El dolor hizo que Abigail gire la cabeza hacia su atacante, encontrándose con el ceño fruncido de Clorinde que la miraba con repulsión.
–¡Concéntrate! –le dijo.
Sobándose la cabeza hizo un puchero y trató de calmarse.
–¿Pasó algo? –preguntó Lufa – Si sientes que no puedes hacerlo solo déjalo. No te fuerces.
–Ah, no. Está bien –respondió Abigail con la cara roja por la vergüenza.
Apretando los puños y los dientes, la chica dejó todos sus pensamientos pecaminosos de lado y se concentró en la labor encomendada.
Haciendo una imagen mental de la marca que debía hacer en la espalda, infundió mana en la daga y la acercó a la piel de Lufa.
Cuando la punta del arma tocó la piel, como si fuera un cuchillo pasando sobre mantequilla, se hundió fácilmente, provocando que un líquido carmesí chorree hacia un costado.
Abigail palideció al instante y su mano tembló, haciendo que la herida se agrave.
Cuando estuvo a punto de retroceder…
–¡Continúa! –Lufa gritó.
Abigail se mordió los labios y su puño se apretó fuertemente a la daga.
Con lágrimas brotando de sus ojos, la chica continuó su trabajo.
La daga dibujó un círculo casi perfecto en la espalda del chico. Luego, algunos símbolos de antiguo Silvarium y debajo unas runas que eran usadas por magos oscuros.
Clorinde presenció todo el proceso con lágrimas cayendo por sus mejillas, al igual que Abigail. Las manos de la chica tapaban su propia boca para no desconcentrar a su amiga.
La piel de Abigail se asemejaba al de un cadáver por el miedo, pero sus manos no temblaron, al contrario, hizo todo con precisión milimétrica y a una velocidad sorprendente, tratando de terminar lo más rápido posible para causar el menor sufrimiento a Lufa.
Lufa no soltó ningún quejido desde el inicio. Tan solo cerró los ojos y soportó el dolor, mientras el sudor caía de su frente.
Cuando Abigail terminó de grabar el símbolo de "mana" en el centro de toda la marca, sus piernas perdieron fuerza y se derrumbó en el suelo cayendo de rodillas, antes de comenzar a llorar con amargura.
Por fin había terminado. Fueron diez largos minutos.
Clorinde también estalló en llanto al ver toda la sangre cubriendo el cuerpo de Lufa.
En ese momento el chico se levantó y se arrodilló para abrazar a Abigail.
En los brazos de Lufa, la niña gritó aún más –¡Lo siento! ¡lo siento! –repitió sin cesar.
–Tranquila, todo está bien –consoló Lufa, dándole palmaditas en la espalda.
Luego de incontables disculpas por parte de Abigail y el consuelo consecuente de Lufa, la niña recién pudo calmarse.
–¿De verdad estás bien? ¿te dolió mucho? –preguntó Abigail con la voz entrecortada.
–Estoy bien, no te preocupes –respondió, mientras le secaba las lágrimas –. En realidad, me dolió más verte llorar.
La niña bajó su cabeza con esas palabras, hundiéndose en el pecho de Lufa.
–¡Dejen de jugar! –estalló Clorinde, enojada –¡tenemos que tratar tus heridas! –instó, presa del pánico al ver tanta sangre saliendo.
Clorinde sacó un bonito pañuelo bordado que regaló su madre y comenzó a limpiar el líquido carmesí, teniendo mucho cuidado de no tocar las aberturas de piel.
–Gracias –dijo Lufa.
–¡Qué haces allí sin hacer nada! –escupió Clorinde, con los ojos fijos en Abigail –¡párate y ayúdame!
Abigail y Lufa nunca habían visto a Clorinde tan molesta, así que solo les quedó callarse y obedecer.
Tanto el pañuelo de Clorinde y la camisa de Lufa usada por Abigail quedaron completamente rojos.
–Como puede salir tanta sangre de un cuerpo –murmuró Clorinde con pesar.
Sin pensarlo mucho y tratando de calmar la situación –Esto no es nada. Pronto ustedes van a sangrar más que yo –mencionó Lufa con un toque de burla.
Abigail ladeó la cabeza sin entender.
–No es tiempo de bromear –Clorinde estampó su puño en el estómago de Lufa –¡Idiota!
Lufa y Abigail quedaron estupefactos. Fue la primera vez que escucharon a la niña insultar.
Pasó algún tiempo antes de que las heridas de Lufa coagularan y dejasen de sangrar.
–Abi, configura agua caliente para lavar mi camisa –mencionó Lufa.
Con un asentimiento, la chica realizó un movimiento de manos de donde salió un círculo mágico y en un par de segundos apareció una burbuja de agua humeante.
Lufa arrojó su camisa y el pañuelo hacia el globo de agua que flotaba a unos pies del suelo y Abigail comenzó a rotarlo. Bastó un par de minutos para que el líquido diluyera la sangre.
Abigail repitió el proceso un par de veces más hasta que no se notó más coloración en las telas, dejándolas tal y como estaban anteriormente. Luego, configurando otro círculo de viento cálido los secó en tiempo récord.
Con la camisa seca, Lufa rápidamente se la puso, pues sintió que las niñas tenían un humor terrible cada vez que posaban sus miradas sobre su espalda.
–Gracias Abi –mencionó Lufa con una sonrisa –. Lo hiciste muy bien.
Ella asintió.
–Entonces… ¿funcionó? –preguntó Clorinde desde un costado.
Con el recordatorio de la niña, Lufa tensó su cuerpo y se dispuso a recoger la bolsa de cuero que tenía a un costado. Metió la mano dentro y sacó un frasco que tenía un líquido azulino casi transparente.
Lufa destapó la botella y tomó todo el líquido de un trago.
El nerviosismo se apoderó de su cuerpo.
Él estaba casi seguro de que la marca en su espalda iba a funcionar, pero, de igual forma, tendría ese sentimiento de disconformidad hasta que ocurra realmente.
El líquido amargo bajó por su garganta antes de asentarse en su estómago y enviar un choque de fuerza hacia todos los rincones de su cuerpo, pero, esta vez, a diferencia de las anteriores, aquella fuerza no desapareció, sino que quedó girando dentro de él, casi como si se tratara de su torrente sanguíneo.
Una sonrisa de felicidad genuina se plasmó en sus labios.
Lufa levantó un dedo y un círculo mágico comenzó a formarse en la punta. Un segundo después una bola llameante apareció girando a toda velocidad.
El chico sintió que un peso se le quitó de encima.
¡El archimago estaba de vuelta!